Sed compasivos, amándoos fraternalmente

Conferencia General Abril 1987logo 4
Sed compasivos, amándoos fraternalmente
obispo Robert D. Hales
Obispo Presidente

Robert D. Hales«El valor de las almas es grande a la vista de Dios.»

La gente de cada dispensación ha recibido la enseñanza y la exhortación de los profetas vivientes de ayudarse los unos a los otros. Los hijos de Mosíah »estaban deseosos de que la salvación fuese declarada a toda criatura, porque no podían soportar que alma humana alguna pereciera; si, aun el solo pensamiento de que alma alguna tuviera que padecer un tormento sin fin los hacia estremecer y temblar» (Mosíah 28:3).

Esa actitud de estar anhelosamente interesados en el bienestar de los que no comparten con nosotros las bendiciones del evangelio no debe limitarse a los que son llamados como pastores sino que debe ser ha actitud de todos los hijos de Dios.

Los verdaderos pastores alimentan y cuidan a cada oveja del rebano y las tienen siempre en la mente. No se limitan a contarlas; los pastores conocen y cuidan al rebano, y no descansan aunque sólo una oveja este perdida.

Hace algunos años, cuando era joven, tuve la oportunidad de trabajar los veranos en una hacienda con mi tío Frank, quien me enseñó algo importante sobre el cuidado de las ovejas. Me explicó cómo los corderos son atraídos y apartados de sus madres que los quieren y los protegen.

Los astutos coyotes mandan a sus crías a jugar cerca del rebaño; corren, brincan, juegan; a los pobres corderitos les parece tan divertido. Los coyotitos parecen estar divirtiéndose tanto que los corderos se apartan de la protección del rebaño, alejándose del cuidado protector de su madre. En su inocencia, no se dan cuenta que los coyotes grandes están encerrándolos en un círculo para aislar los del rebaño, listos para abalanzarse sobre ellos, matarlos y devorarlos.

Esta es la estratagema de Satanás. Se vale de nuestro libre albedrío para atraernos hacia lo que parece «divertido», y pronto nos encontramos atrapados. Si no conseguimos volver al rebaño, no podremos ir al templo, entrar en los convenios y recibir las ordenanzas necesarias para alcanzar la vida eterna y vivir en la presencia de Dios el Padre y de Jesucristo.

Algunos de nosotros nos hemos apartado en un momento u otro. Algunos se han arrepentido y han vuelto; pero otros, por alguna razón,  todavía están buscando el momento apropiado, la persona acertada o las circunstancias propicias para volver.

Como miembros pastores del rebano de nuestro Padre Celestial, no debemos juzgar por que algunos se han apartado sino que debemos tratar sin cesar de traerlos de vuelta al redil, porque sabemos que Jesús puede curarlos aun cuando nadie mas pueda hacerlo.

En 1829, el Señor nos instruyó, por medio de su primer Profeta de los últimos días, José Smith: »Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios . . . ¡Y cuan grande es su gozo por el alma que se arrepiente!» (D. y C. 18:10, 13). Debemos ser como Lehi, quien dijo en tiempos del Libro de Mormón, »No tengo ninguna otra intención sino el eterno bienestar de vuestras almas» (2 Nefi 2:30).

En esta, la ultima dispensación, tenemos profetas para guiarnos y dirigirnos con sus consejos.

La Primera Presidencia hizo una importante proclamación durante las fiestas navideñas de 1985. Fue una invitación para que volvieran los que estaban apartados. Debido al significado especial que tiene este mensaje de nuestros profetas actuales, Permitidme leeros algunas de las exhortaciones claves de dicha carta, las cuales se aplican a todos nosotros mientras nos servimos unos a otros.

El mensaje de la Primera Presidencia decía en parte:

«Estamos conscientes de aquellos hermanos inactivos y de aquellos a quienes se han suspendido los derechos de miembro o han sido excomulgados debido a transgresiones serias.

»A todos ellos queremos hacer llegar nuestro amor. Estamos ansiosos de perdonar con el espíritu de Aquel, que dijo: ‘Yo, el Señor, perdonare a quien sea mi voluntad perdonar, mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres’ (D. y C. 64:10).

»Recomendamos a los miembros de la Iglesia que perdonen a los que les hayan ofendido. A aquellos que se han hecho inactivos y a los que han empezado a criticar a la Iglesia, les decimos: Regresen. Regresen y siéntense a la mesa del Señor, para probar nuevamente los dulces y agradables frutos del hermanamiento con los santos. »Estamos seguros de que muchos han deseado regresar, pero se han sentido incómodos ante la idea. Les aseguramos que encontrarán brazos abiertos para recibirlos y manos dispuestas a ayudarlos.

» . . . Sabemos que hay muchos que llevan una pesada carga de culpabilidad y de amargura. A estos decimos: ‘Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.

» ‘Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.’ (Mateo 11:28-30.)

»Se los imploramos. Oramos por ustedes. Les invitamos y les damos la bienvenida con amor y aprecio.» (Carta circular de la Primera Presidencia, del 23 de diciembre de 1985.)

Para vosotros y para mí, como miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, nuestra responsabilidad es clara; debemos: demostrar amor y perdonar a los que nos han hecho mal; y -hermanar a los que quieren volver e interesarnos por ellos, recibiéndolos con los brazos abiertos y las manos listas para atenderlos.

Debemos hacer lo que nos aconsejo Pedro:

»Sed compasivos, amándoos fraternalmente.» (1 Pedro 3:8; cursiva agregada.)

Hay principios que nos ayudaran a ser compasivos amándonos fraternalmente. Dichos principios se encuentran en Lucas, capitulo 15, donde Jesucristo relata tres parábolas para darnos ejemplos de la importancia que Él le da a encontrar a los que están perdidos y ser compasivos hacia ellos.

En la parábola de la oveja perdida, el pastor fue a buscarla hasta que la encontró. Entonces vuelve a casa, lleno de regocijo. (Véanse vers. 4 7.)

En la parábola de la moneda perdida, la viuda encendió una lámpara, la que iluminaba bien la habitación, y barrió todos los rincones para encontrarla. Cuando la halló, se regocijó. (Véanse vers. 810.).

Ambas parábolas dan ejemplos de lo que se hizo para encontrar lo perdido; para iluminar la obscuridad y buscar hasta encontrar el tesoro, o alma perdida, para luego devolverlo a su feliz hogar.

En cambio, en la parábola del hijo prodigo, un padre amoroso esperó pacientemente que su hijo »volviera en sí». (Véanse vers. 1134.) Preparó su casa para recibirlo con los brazos abiertos y las manos dispuestas a fin de regocijarse juntos. La clave es que el hijo sabía que si volvía, su padre le daría la bienvenida y lo recibiría con amor.

Volver al hogar puede también presentar sus desafíos. Cuando el hijo pródigo regreso, el hermano digno se enceló de la atención que recibía su hermano arrepentido. El hermano digno lo juzgó y no había desarrollado la espiritualidad requerida para alegrarse de su retorno. El padre tuvo que asegurarle al hijo mayor que lo quería.

Ahora el hijo pródigo tenia la oportunidad de poner en practica con su hermano celoso el mismo perdón que recibía de su padre; los que vuelven al redil necesitan una actitud misericordiosa hacia las debilidades de los demás o de otro modo su arrepentimiento no es completo.

Si queremos que Dios y otras personas nos perdonen nuestras faltas debemos perdonar a los demás. Los que vuelven no deben juzgar a los demás, sino recordar que tampoco ninguno de nosotros es perfecto.

Como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, ¿cómo podemos crear un ambiente en nuestros hogares y capillas que haga sentir bien a los que quieren volver, sabiendo que si lo hacen serán bienvenidos y amados’?

Un buen ejemplo de compasión y servicio es el de Don y Marian Summers, que a la vez representa las experiencias de muchos otros matrimonios misioneros. Mientras servían en Inglaterra, se les pidió que trabajaran los últimos seis meses de su misión en la Rama de Swindon para enseñar y ayudar a activar a los miembros. Durante ochenta años, la Rama de Swindon se había caracterizado por tener unos pocos miembros fieles y muchos miembros buenos que se inactivaban.

Don y Marian me escribieron recientemente relatándome lo siguiente: Nuestra primera visita a la Rama de Swindon fue un poco descorazonadora al reunirnos en un frío salón alquilado. Había diecisiete personas en la congregación, incluyendo al presidente Hales, su esposa y cuatro misioneros. Todos con los abrigos puestos, nos juntamos alrededor de una estufa portátil que no calentaba mucho para escuchar una lección de la Escuela Dominical.»

La carta continua:

»Un miembro se me acercó un día y me dijo: ‘Elder Summers, ¿puedo darle un consejo’? Nunca mencione la palabra diezmos a los miembros de esta rama; no creen realmente en ese principio y lo único que va a conseguir es hacerlos enojar.’

En la carta, el hermano Summers dijo: »Por supuesto que enseñamos este principio y todos los demás principios del evangelio. Con el buen ejemplo y el aliento del presidente de la rama se produjo un cambio, y la fe y la actividad empezaron a aumentar. Pusimos al día las cédulas de miembro al visitar el hogar de cada miembro. Cuando los líderes empezaron a preocuparse por ellos, los miembros empezaron a responder; un nuevo espíritu invadió la rama. Los miembros se entusiasmaron con el evangelio otra vez, y comenzaron a ayudarse unos a otros.

»Tuvimos charlas fogoneras en nuestras casas y trabajamos en unión con misioneros de estaca y los otros misioneros regulares. Le prometimos al Señor que no permitíamos que ningún miembro nuevo o reactivado se apartara mientras nosotros estuviéramos en Swindon.

»Una joven pareja tuvo que hacer un ajuste difícil porque sus costumbres, modales y vestidos eran diferentes. Se ofendían si les sugeríamos un cambio. Dos veces le escribieron al obispo [porque para ese entonces era un barrio] pidiéndole que borrara sus nombres de los registros de la Iglesia. En la ultima carta prohibían que ningún miembro los visitara, así que Marian y yo fuimos a la florería, compramos un hermoso crisantemo y pedimos que lo entregaran a la joven pareja con una nota sencilla: ‘Los queremos; los echamos de menos. Por favor vuelvan’. Firmado barrio Swindom.

»El domingo siguiente era domingo de ayuno y el último que estaríamos en Swindon. Había 103 miembros, comparado con 17 hacia seis meses. La pareja joven estaba también, y al dar su testimonio el esposo le agradeció al barrio el no haberse dado por vencidos.»

Todos nosotros podemos tener experiencias similares en nuestros barrios y ramas si trabajamos con los que están menos activos y los amamos. ¡Que gozo es tener compasión y mostrarla a los que tal vez estén listos para encontrarse a sí mismos y quieran volver!

Acerca de los que no se contaban entre los de su pueblo, Jesús dijo a los nefitas:

»No obstante, no los echareis de vuestras sinagogas ni de vuestros lugares donde adoráis, porque debéis continuar ministrando por éstos; pues no sabéis si tal vez vuelvan, y se arrepientan, y vengan a mí con integro propósito de corazón, y yo los sane; y vosotros seréis el medio de traerles la salvación.» (3 Nefi 18:32; cursiva agregada.)

Hermanos y hermanas, os pido que salgamos de esta conferencia con la renovada determinación de que por medio de nuestras oraciones de fe y con verdadera compasión, vamos a traer al redil por lo menos a una persona para que reciba la salvación y la exaltación. Que la oración de Alma también sea la nuestra:

«¡Oh Señor, consuela mi alma y concédeme el éxito, así como a mis colaboradores que se hallan conmigo . . .
»¡Concédeles que tengan fuerza para poder sobrellevar las aflicciones que les sobrevendrán . . .
«¡Oh Señor, concédenos que podamos lograr el éxito en traerlos nuevamente a ti en Cristo!
»¡He aquí, sus almas son preciosas, oh Señor, y muchos de ellos son nuestros hermanos; por tanto, danos, oh Señor, poder y sabiduría para que podamos traer a estos, nuestros hermanos, nuevamente a ti!» (Alma 31:32-35.)

Os queremos; os echamos de menos; os necesitamos. Por favor, volved. Volved para ir al templo, entrar en los convenios y recibir las ordenanzas de la salvación eterna. En el nombre de nuestro Salvador y Redentor, Jesucristo. Amén.

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