Conferencia General Octubre 1988
Las bendiciones divinas
por el presidente Howard W. Hunter
Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles
«Quizás no haya promesa más tranquilizadora que aquella de la ayuda divina y de la guía espiritual en momentos de necesidad. Es un don que recibimos en abundancia del cielo.»
Todos nos enfrentamos a veces con la necesidad de recibir ayuda celestial en alguna forma especial y urgente; todos tenemos momentos en que nos encontramos agobiados por las circunstancias o confusos por los consejos que nos dan otras personas y sentimos una gran necesidad de recibir guía espiritual, una gran necesidad de encontrar el camino correcto y de hacer lo que debemos. En el prefacio de las Escrituras que el Señor reveló para esta dispensación, Él nos prometió que si fuéramos humildes en esos momentos de necesidad y nos volviéramos a Él en busca de ayuda, podríamos «ser hechos fuertes y bendecidos de lo alto, y recibir conocimiento de cuando en cuando» (D. y C. 1:28).
Podemos obtener esa ayuda sólo con pedirla, confiar completamente en ella y ser receptivos a lo que el rey Benjamin, en el Libro de Mormón, llamó «el influjo del Espíritu Santo» (Mosíah 3:19).
Quizás no haya promesa más tranquilizadora que aquella de la ayuda divina y de la guía espiritual en momentos de necesidad. Es un don que recibimos en abundancia del cielo, un don que necesitamos desde nuestra más tierna infancia hasta el ultimo día de nuestra vida.
Permitidme utilizar esta mañana tres ejemplos de tales experiencias espirituales, ejemplos que evocan los inquietos momentos del que es muy joven, como también la posibilidad de continuar el progreso espiritual para aquellos que no son tan jóvenes.
Mi primer ejemplo es el conocido y preciado relato del joven profeta José Smith, cuando procuró saber la voluntad del Señor en momentos de confusión y preocupación por los que pasaba. Como todo miembro de la Iglesia ya lo sabe, en la región cercana a Palmyra, estado de Nueva York, se había despertado una «agitación extraordinaria sobre el tema de la religión» durante los años de la adolescencia de José Smith. Todo el distrito le parecía afectado por esa agitación, con «grandes multitudes», según escribió, que se unían a las diferentes religiones causando «no poca agitación y división entre la gente» durante el proceso. (José Smith-Historia 5.)
Para un joven que acababa de cumplir los catorce años, la búsqueda de la verdad se hacia mas difícil y confusa debido a que los miembros de su propia familia diferían en esa época en cuanto a sus preferencias religiosas.
Ahora bien, establecido ese escenario tan familiar, quisiera que consideráramos esos pensamientos y sentimientos admirables de un muchacho de tan tierna edad. Esto es lo que él escribió al respecto:
»Durante estos días de tanta agitación, invadieron mi mente una seria reflexión y gran inquietud; pero no obstante la intensidad de mis sentimientos, que a menudo eran punzantes, me conserve apartado de todos estos grupos. . . eran tan grandes la confusión y contención entre las diferentes denominaciones, que era imposible que una persona tan joven como yo, y sin ninguna experiencia en cuanto a los hombres y las cosas, llegase a una determinación precisa sobre quien tendría razón y quien no.
»Tan grande e incesante eran el clamor y alboroto, que a veces mi mente se agitaba en extremo. . .
«En medio de esta guerra de palabras y tumulto de opiniones, a menudo me decía a mí mismo: ¿Que se puede hacer? ¿Cuál de todos estos partidos tiene razón; o están todos en error? Si uno de ellos es verdadero, ¿cual es, y cómo podré saberlo?
«Agobiado bajo el peso de las graves dificultades que provocaban las contiendas de estos partidos religiosos, un día estaba leyendo la Epístola de Santiago, primer capitulo y quinto versículo, que dice: Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente, y sin reproche, y le será dada.
«Ningún pasaje de las Escrituras jamas penetró el corazón de un hombre con mas fuerza que este en esta ocasión, el mío. Pareció introducirse con inmenso poder en cada fibra de mi corazón. Lo medite repetidas veces, sabiendo que si alguien necesitaba sabiduría de Dios, esa persona era yo; porque no sabia que hacer, y a menos que pudiera obtener mayor conocimiento del que hasta entonces tenia, jamas llegaría a saber. . . » (José Smith-Historia 8-12).
Por supuesto que lo que sucedió a continuación cambió el curso de la historia humana. Determinado a pedir a Dios sabiduría, el joven se retiró a una arboleda cercana a su casa en el campo. Allí, en respuesta a su ferviente oración, Dios el Eterno Padre y su Hijo, Jesucristo, visitaron a José Smith y conversaron con él. Esta gran manifestación, de la cual humildemente testifico, contestó muchos otros interrogantes que habría en nuestra dispensación, aparte de la simple pregunta del jovencito sobre a cual iglesia debía unirse.
Pero mi propósito esta mañana no es detallar los primeros momentos de la Restauración, aun cuando es una de las historias más sagradas de las Escrituras; mas bien deseo hacer hincapié en el impresionante grado de sensibilidad espiritual que demostró aquel muchacho tan joven y sin instrucción.
¿Cuantos de nosotros, a la edad de catorce años, podríamos mantener la cabeza en calma y el buen juicio ante tantas fuerzas tironeándonos en distintas direcciones, especialmente ante un tema tan importante como es nuestra salvación eterna? ¿Cuantos podríamos aguantar el conflicto emocional que surge cuando los padres difieren en sus convicciones religiosas? ¿Cuantos de nosotros, a los catorce o a los cincuenta años, buscaríamos dentro de nuestra alma y escudriñaríamos las sagradas Escrituras para encontrar respuestas a lo que el apóstol Pablo llama »lo profundo de Dios»? ( I Corintios 2:10.)
Cuan extraordinario fue -por lo menos parece extraordinario para nosotros en nuestros días- que ese muchacho se volcara en forma profunda a las Escrituras y luego a la oración privada, quizás las dos fuentes más grandes de discernimiento e impresiones espirituales que están disponibles universalmente para el género humano. Ciertamente estaba atormentado por las opiniones diferentes, pero estaba determinado a hacer lo que era justo y resuelto a encontrar el camino recto. Él creyó, como todos debemos creer, que podía recibir enseñanza y bendiciones desde lo alto, tal como sucedió.
Pero podríamos decir que José Smith tenia un espíritu muy especial y que era un caso especial. ¿Que sucede con el resto de nosotros que ahora quizás seamos mayores -por lo menos mayores de catorce años- y que no hemos sido destinados a abrir una dispensación del evangelio? Nosotros también debemos tomar decisiones y enfrentar confusión y analizar claramente para entender todo lo relacionado con una gran cantidad de temas que afectan nuestra vida. El mundo esta lleno de esas decisiones difíciles y a veces, cuando las enfrentamos, podemos sentir mas la carga de nuestra edad o de nuestras dolencias.
Quizás haya veces en que consideremos que nuestra sensibilidad espiritual se ha debilitado: en algunos días verdaderamente difíciles hasta tal vez consideremos que Dios nos ha olvidado, que nos ha dejado solos con nuestra confusión y preocupación. Sin embargo, esta manera de pensar no esta mas justificada entre los que somos viejos que entre los mas jóvenes y más inexpertos. Dios nos conoce y nos ama a todos, y todos somos sus hijos e hijas, y cualquiera sea la lección que la vida nos enseñe, la promesa sigue en pie: »Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente, y sin reproche, y le será dada».
El segundo de los ejemplos al que deseo referirme trata de una persona no tan joven como José Smith. Fijaos en estas líneas de la escritora Elizabeth Lloyd Howell imaginando cómo se sentiría el famoso poeta John Milton al quedar ciego en las postrimerías de su vida:
Porque estoy viejo y ciego;
me miran como por la ira de Dios herido:
Desechado por los míos con despego.
No obstante, no me siento abatido.
Aunque débil, de fuerza estoy lleno,
y no me quejo porque no puedo ver.
Pobre y desvalido, Padre Supremo,
¡aun mucho mas tuyo llego a ser!
Tu faz, cual luminaria,
se inclina a mí, y su luz sagrada
brilla en mi alcoba solitaria,
que ha quedado por ella iluminada.
De rodillas postrado
tu propósito claramente percibí:
Mi visión tu has nublado
para que pueda verte solo a ti.
(»Milton’s Prayer for Patience», en The World’s Great Religious Poetry, ed. por Caroline M. Hill, Nueva York: The MacMillan Co., 1954, pág. 19.)
Esas palabras, »Mi visión tu has nublado para que pueda verte solo a ti», son un maravilloso consuelo tanto para los jóvenes como para los adultos, que deben buscar soluciones dentro de sí mismos y en el Señor cuando todo el mundo que nos rodea se torna confuso, inestable y sombrío. La visión de José Smith con respecto a lo que debía hacer ciertamente se obscureció, hasta que encontró la luz de las Escrituras y el faro de la oración.
Lógicamente, era importante para los propósitos de Dios que el joven José Smith no pudiera ver muy claramente en medio de la confusión creada por los hombres, no fuera que el estar en esa media luz le impidiera buscar y encontrar la fuente de toda verdad y toda luz. Al igual que en la referencia que hace la señora de Howell al poeta ciego, Milton, «postrados de rodillas» en oración podemos percibir claramente el propósito de Dios si tan sólo confiamos en las fuentes de recursos espirituales de que disponemos, dejando que nuestra edad y experiencias -si, y aun nuestras dolencias- nos acerquen mas a Dios.
Hay tanto mas que nuestro Padre Celestial desearía darnos -a los jóvenes, a los ancianos, o a los de edad madura- si sólo buscáramos Su presencia regularmente por medio del estudio de las Escrituras y de la oración ferviente. Por supuesto, el desarrollarnos espiritualmente y prepararnos para recibir la más alta influencia de la Deidad no es una empresa fácil; lleva tiempo y a menudo requiere gran esfuerzo.
Permitidme terminar con un tercer ejemplo, haciendo notar ese tipo de esfuerzo que compartieron un joven y un hombre mayor.
Eliseo, un Profeta, Vidente y Revelador, había aconsejado al rey de Israel sobre la forma, el lugar y el momento propicio para defenderse contra las huestes guerreras sirias. El rey de Siria, naturalmente, deseaba librar a su ejercito de la interferencia profética de Eliseo. En la Biblia leemos:
«Entonces envió el rey allá gente de a caballo, y carros, y un gran ejercito, los cuales vinieron de noche y sitiaron la ciudad.
» . . . y el ejercito tenia sitiada la ciudad, con gente de a caballo y carros. » (2 Reyes 6:14 15.)
La diferencia de fuerzas era asombrosa. Eran un anciano y un jovencito contra lo que parecía el mundo entero. El joven compañero de Eliseo estaba temeroso y clamó: «¡Ah, señor mío! ¿Que haremos?» Y Eliseo contestó: «No tengas miedo, porque mas son los que están con nosotros que los que están con ellos» (2 Reyes 6:15-16). Sin embargo, no se veía a otras personas para ayudar al anciano y a su joven criado. ¿De dónde podrían venir?
Luego, Eliseo tornó sus ojos al cielo y dijo: «Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea». Y a continuación leemos: «. . .Jehová abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo» (2 Reyes 6: 1 7).
En el Evangelio de Jesucristo tenemos ayuda desde lo alto. »Tened buen animo», dice el Señor, »porque yo os guiare» (D. y C. 78:18). «Te daré de mi Espíritu, el cual iluminara tu mente y llenara tu alma de gozo» (D. y C. 11:13).
Doy testimonio de la divinidad de Jesucristo. Dios vive y nos concede su Espíritu. Al enfrentar los problemas y llevar a cabo las tareas de la vida, ruego que todos podamos pedir ese don de Dios, nuestro Padre, y encontrar gozo espiritual, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























