Conferencia General Octubre 1988
Más importante que la victoria
por presidente Thomas S. Monson
Segundo Consejero de la Primera Presidencia
«Demos los pasos necesarios para volver a encender la llamita del verdadero espíritu deportivo, dar importancia a la participación y esforzarnos por desarrollar los rasgos cristianos e11 toda persona.»
De jóvenes, muchos de nosotros hemos participado como jugadores o espectadores en los campeonatos de »basketball» [baloncesto] y en los de ‘softbol» de la Iglesia. El premio mas codiciado no era el de ganar el primer lugar, sino el de recibir el premio al mejor deportista. El aplauso del auditorio era mas largo y más fuerte, las sonrisas eran más grandes y más generales. Se había ganado algo que tenia más valor que la victoria.
Ultimamente, hemos recibido en la Oficina de la Primera Presidencia cartas que nos hablan de serios incidentes que suceden durante las competencias deportivas: padres diciendo palabrotas, árbitros que son insultados y una lista de características impropias del espíritu deportivo. Hermanos, necesitamos y debemos mejorar.
En una cinta de video producida por la Iglesia referente al programa de deportes, la Primera Presidencia declara: »Las actividades deportivas de la Iglesia tienen un propósito central especial mucho mas alto que el de alcanzar el progreso físico o la victoria: Es fortalecer la fe, aumentar la integridad y desarrollar en cada participante los atributos de su Hacedor»
Hermanos, es muy difícil lograr este objetivo si el ansia de ganar es más grande que el deseo de participar El salón de actividades de nuestras capillas se construye gracias a los diezmos de los miembros de la Iglesia. Es entonces justo que todos los jóvenes dignos tengan la oportunidad de jugar, de aprender, de desarrollarse y de alcanzar el éxito.
No es nuestro objetivo producir replicas de jugadores famosos de basketball ni de ningún otro deporte. Cuando dejáis que un muchacho se vista de jugador, hacedlo jugar. La temporada de basketball esta por comenzar. Aconsejemos debidamente a nuestros equipos de jóvenes y señoritas. Y no estaría de mas que se aconsejara también a los espectadores y a los entrenadores.
Si me permitís, desearía contaros una experiencia vergonzosa en la que se perdió un juego y se recibió una lección en cuanto a no tomarnos las cosas tan en serio.
En un juego de basketball en el que no se sabía cuál sería el resultado final, el entrenador me puso a jugar inmediatamente después del segundo tiempo. Recibí un pase, me abrí paso hacia el área de tiro y lance la pelota en dirección al aro. En el momento en que la pelota salla de mis dedos, me di cuenta de la razón por la que no había habido ninguna oposición de la defensa del equipo contrario: ¡Había lanzado un tiro al aro de nuestro propio equipo! elevé una oración en silencio: »Padre, por favor, no permitas que la pelota caiga dentro del aro». La pelota rodó por todo el aro y luego cayó fuera.
En seguida sentí un cántico que llegaba de las gradas: »¡Queremos a Monson, queremos a Monson, queremos a Monson. . . fuera!» El entrenador les concedió su deseo.
Jugaba mucho mejor al béisbol. Mi experiencia más memorable la tuve en un caluroso día de verano en Salt Lake City. El partido deberla haber terminado en la séptima entrada. Ibamos en la decimotercera, pero no podíamos desempatar. En la ultima ronda, con dos hombres descalificados y uno en la base numero tres, el bateador envió una pelota alta hacia la izquierda. Pense que serla muy fácil agarrarla; sin embargo, la pelota paso por las manos del jugador y cayo. Por treinta y ocho años le he hecho bromas a mi amigo por haber dejado caer esa pelota. Me he hecho la promesa de no volverlo a hacer; no voy ni siquiera a mencionar su nombre. Después de todo, el también se acuerda. Y era solo un juego.
En otra ocasión, al estar en la posición de lanzador, note con gran asombro que el equipo contrario ponla a un bateador que tenía un solo brazo. ¿Cómo podría lanzar la pelota a este bateador’? Lancé con mucho cuidado la pelota y para mi sorpresa, bateó con tal precisión que la pelota pasó volando por sobre la cabeza del hombre que estaba en la segunda base y él corrió a la primera base. Me enfurecí. El bateador siguiente era un ex misionero que habla hecho la misión en México, Homer Proctor, un hombre grandísimo. Le lance un tiro alto y con velocidad. Él bateó con tal fuerza que la pelota voló fuera del campo y anotaron un punto. Nunca olvidare la sonrisa del jugador con un solo brazo, Bernell Hales, cuando pasó la segunda y la tercera base para completar la cartera y anotar un punto. Sentía deseos de llorar, pero comencé a reír, y lo mismo hicieron todos los jugadores de ambos equipos. Nos divertimos muchísimo.
Hermanos, demos los pasos necesarios para volver a encender la llamita del verdadero espíritu deportivo, dar importancia a la participación y esforzarnos por desarrollar los rasgos cristianos en toda persona.
También hay otros aspectos de la obra del Señor en los que todos los miembros pueden participar, en donde se asegura el desarrollo del carácter y se recibe la promesa de la vida eterna. Uno de ellos es el programa de bienestar. De hecho, las palabras del rey Benjamin en el Libro de Mosíah dan una perfecta descripción. incluso una arenga solemne, a cada uno de nosotros:
»Por el bien de estas cosas que os he hablado, es decir, por el bien de retener la remisión de vuestros pecados de día en día, a fin de que andéis sin culpa ante Dios, quisiera que de vuestros bienes dieseis al pobre, cada cual según lo que tuviere, tal como alimentar al hambriento, vestir al desnudo, visitar al enfermo, y ministrar para su alivio, tanto espiritual como temporalmente, según sus necesidades.» (Mosíah 4:26.)
El presidente Marion G. Romney hablo con respecto a proveer para los necesitados cuando dijo: «Ha sido, y aun es, el deseo y el objetivo de la Iglesia obtener de estas ofrendas de ayuno los fondos necesarios para satisfacer las necesidades monetarias del Programa de Bienestar. En la actualidad no estamos logrando tal objetivo. Podemos y debemos mejorar. Si doblamos nuestras ofrendas de ayuno, aumentaremos nuestra propia prosperidad, tanto temporal como espiritual. Lo que el Señor ha prometido, lo ha cumplido» («Basics of Church Welfare», discurso dado a la Mesa Directiva del Sacerdocio el 6 de marzo de 1974, pág. 10).
¿Somos generosos en el pago de las ofrendas de ayuno? El presidente Joseph E. Smith nos enseñó que debíamos serlo. Él declaró que es obligatorio que en el día de ayuno todo Santo de los Últimos Días le dé a su obispo la cantidad equivalente a la comida que el y su familia hubieran consumido ese día y, de ser posible, que haga una donación generosa para reservar y donar a los pobres, (Véase Improvement Era, Diciembre de 1902, pág. 148.) de docenas de huevos frescos y cientos de kilos de pollos desplumados y limpios. Pero en algunas ocasiones, el ser campesinos voluntarios de ciudad no sólo nos dejaba ampollas en las manos sino también frustración en el corazón y en la mente.
Por ejemplo, nunca olvidare cuando nos juntamos todos los jóvenes del Sacerdocio Aarónico para hacer una buena limpieza general de todo el criadero Nuestro grupo, lleno de entusiasmo y energía, se reunió en el criadero y a toda velocidad arrancó, juntó y quemó gran cantidad de hierbas y desperdicios. A la luz de las hogueras, comimos salchichas asadas y nos sentimos llenos de satisfacción por el buen trabajo. El lugar estaba ahora limpio y ordenado. Sin embargo, había surgido un problema terrible: El ruido y las fogatas habían molestado hasta tal punto la sensibilidad de las cinco mil gallinas que estaban en plena postura, que la mayoría de ellas dejo el nido. De allí en adelante, tuvimos que conformarnos con que hubiera algunas hierbas con tal de poder aumentar la producción de huevos.
No hay miembro de la Iglesia que haya envasado arvejas, limpiado remolachas, acarreado heno o regado maíz para una causa así que olvide la experiencia de ayudar a proveer para los necesitados.
Dar a otros de lo que se tiene no es algo sólo de nuestros días. Debemos leer el relato que se encuentra en 1 Reyes para volver a apreciar el principio de que cuando seguimos el consejo del Señor, cuando cuidamos de los necesitados, los resultados benefician a todos. Allí leemos que hubo una terrible sequía en la tierra, seguida del hambre. Elías el profeta recibió del Señor una instrucción que debe de haberlo llenado de asombro: «Vete a Sarepta. . . he aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente» (I Reyes 17:9). Cuando el encontró a la viuda, le dijo: »Te ruego que me traigas un poco de agua en un vaso, para que beba.
»Y yendo ella para traérsela, él la volvió a llamar, y le dijo: Te ruego también que me traigas un bocado de pan en tu mano.» (Vers. 10-11.)
Ella le habló entonces de su patética situación y le explicó que estaba preparando la ultima y magra comida para ella y su hijo, para después dejarse morir. (Véase el vers. 12.)
Que increíble debió haberle parecido a ella la respuesta de Elías:
»No tengas temor: ve, haz como has dicho: pero hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela: y después harás para ti y para tu hijo.
«Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseara, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra.
»Entonces ella fue e hizo como le dijo Elías; y comió él, y ella, y su casa, muchos días.
»Y la harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó.» (Vers. 13-16.)
Esta es la fe que siempre ha motivado e inspirado el plan de bienestar del Señor.
La industriosidad, la economía, la autosuficiencia siguen siendo principios que guían este esfuerzo. Nosotros, todos, debemos evitar las deudas innecesarias. En un mensaje que el presidente Benson dio en una Conferencia General hace mas de treinta años, dijo:
»En el libro de Reyes leemos acerca de una mujer que llegó llorando al . . . profeta [del Señor]. Su marido había muerto y ella tenia una deuda que no podía pagar; y el acreedor estaba en camino para llevarle a sus dos hijos y venderlos como esclavos.
«Por un milagro [del profeta], ella pudo tener una buena reserva de aceite y él le dijo:
»Vé y vende el aceite, y paga a tus acreedores; y . . . [vive]. (Conferencia General de abril de 1957.)
»Paga tus deudas y vive.» (2 Reyes 4:7) ¡Qué sabio consejo para nosotros hoy en día! Recordemos: la sabiduría del Señor puede parecer una tontería a los ojos del hombre, pero la lección más grande que podemos aprender en la mortalidad es que cuando Dios habla y el hombre obedece, ese hombre siempre tendrá razón.
Debemos recordar que el mejor sistema de almacenamiento serla el que toda familia tuviera almacenados alimentos, ropa y, donde fuera posible, otros artículos indispensables. En los días de la iglesia original, Pablo escribió a Timoteo: » . . . si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo» (1 Timoteo 5:8).
Nuestro deber sagrado es cuidar de nuestras familias. A menudo vemos a padres que han sido descuidados o abandonados. Con demasiada frecuencia vemos que los hijos no proveen para las necesidades emocionales, las sociales y ni siquiera las materiales de la vida de sus ancianos padres. Esto disgusta al Señor.
El almacén del Señor se compone del tiempo, el talento, las habilidades, la compasión y la donación de materiales y medios económicos de los miembros fieles de la Iglesia. Todo esto esta a disposición del obispo para ayudar a los necesitados. Nuestros obispos tienen la responsabilidad de aprender a usar estos recursos en forma apropiada.
Quisiera dar en forma resumida cinco guías básicas:
- Un obispo debe reconocer a los pobres, como el Señor lo ha mandado, y proveer para satisfacer sus necesidades.
- Al cuidar del necesitado, un obispo usa el discernimiento, el buen juicio, la equidad y la compasión. Los recursos de la Iglesia son sagrados.
- Aquellos que reciban ayuda tienen que trabajar al máximo de su capacidad por lo que reciban.
- La ayuda que da el obispo no es permanente sino temporaria.
- El obispo ayuda con servicios y con artículos de primera necesidad. Él sostiene la vida y no un estilo de vida.
Permitidme hablar de una experiencia sagrada que puso en acción estas guías para bendecir a las personas necesitadas.
Cuando yo era obispo, un día frío de invierno fui a visitar a una anciana pareja que vivía en una casita de dos cuartos. Para calentar la modesta vivienda tenían una pequeña estufa a carbón. Al acercarme a la casa, vi al esposo, de 82 años, que, con el cuerpo encorvado, estaba bajo la nieve que caía copiosamente, juntando algunos pedazos de carbón húmedo de la reserva de combustible que tenía a la intemperie. Le ayude con su carga, pero me hice la solemne promesa de hacer algo más.
Oré y pensé, buscando una solución. Poco a poco me llegó la inspiración. En el barrio había un carpintero sin trabajo. El no tenla combustible para su estufa, pero era demasiado orgulloso para aceptar el carbón que necesitaba para calentar su casa. Le sugerí una manera en que podría trabajar por la ayuda que recibiera. «¿Podría el hacer un cobertizo para una pareja que lo necesitaba? »¡Por supuesto!» me contestó.
Ahora bien, ¿dónde podríamos conseguir los materiales’? Fui a hablar con los dueños de un aserradero en el que solíamos comprar. Recuerdo haberles dicho: ¿Les gustaría en este día de invierno pintar sus almas de un color brillante?» Sin saber exactamente lo que yo quería decir, aceptaron de inmediato. Se les invitó a donar madera, clavos y otros artículos para hacer el cobertizo.
Al cabo de unos días el proyecto se llevó a cabo y me invitaron a inspeccionar el resultado. El cobertizo para el carbón era sencillamente hermoso, con sus paredes pintadas de un gris acorazado. El carpintero, que era un sumo sacerdote, dijo que se había sentido inspirado mientras construía aquel modesto cobertizo. Mi anciano amigo, con evidente agradecimiento, acariciaba la pared de la firme estructura. Me señaló la puerta ancha, las bisagras brillantes, y abrió para que viera la reserva de carbón seco que llenaba el cobertizo. Con voz llena de emoción dijo unas palabras que nunca olvidare: »Obispo, mire la carbonera más hermosa que hombre alguno haya podido tener». Su belleza era sólo superada por el orgullo que llenaba el corazón del carpintero. Y el anciano favorecido trabajó día tras día en la capilla del barrio quitando el polvo de los bancos, pasando la aspiradora a la alfombra de los pasillos, acomodando los himnarios. El también trabajo por lo que habla recibido.
Una vez mas el plan de bienestar del Señor había bendecido la vida de sus hijos.
Que nuestro Padre Celestial guíe a los poseedores del sacerdocio de esta Iglesia para que podamos ser obedientes a la revelación que el Señor le dio al profeta lose Smith, en la cual se nos encarga: »Recordad en todas las cosas a los pobres y necesitados, los enfermos y afligidos, porque el que no hace estas cosas no es mi discípulo» (D. y C. 52:40).
Nos calificaremos como sus discípulos cuando escuchemos y hagamos caso al consejo de Isaías cuando describe el verdadero ayuno, el espíritu y la promesa de los esfuerzos de bienestar:
»¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano’?
»Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejara ver pronto; e ira tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia.
»Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí . . .
»Jehová te pastoreara siempre, y en las sequías saciara tu alma. . . y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan.» (Isaías 58: 7-9, 11; D. y C. 58:7-9, 11.)
Que esta sea nuestra bendición, es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amén.
























