Deberes, recompensas y riesgos

Conferencia General Octubre 1989logo 4
Deberes, recompensas y riesgos
Por el Elder M. Russell Ballard
Del Quórum De Los Doce Apóstoles

M. Russell Ballard«Vosotros, padres y candidatos a misioneros, no tenéis razón alguna para alarmaros y considerar que el servir una misión es inusualmente peligroso o riesgoso.»

Mis hermanos y hermanas, desde la conferencia general de abril, algunos de nuestros misioneros se han visto frente a circunstancias por demás difíciles. Como asesor de la Presidencia del Area Norte de Sudamérica, me entristeció sobremanera, como sé que también a vosotros, la noticia de que dos fieles misioneros, el elder Todd Ray Wilson y el elder Jeffrey Brent Ball, perdieran la vida en Bolivia La muerte de estos dos dignos jóvenes mientras se encontraban en el servicio del Señor llenó de dolor a la totalidad de los miembros de la Iglesia.

Lamentamos también los casos de otros misioneros que fallecieron a causa de enfermedad o accidentes desde el principio de este año. Pero el dolor que se siente ante la perdida de cualquier misionero fiel puede ser mitigado por esta declaración del Señor mismo:

«Y el que perdiere su vida en mi causa, por amor de mi nombres la hallaría otra vez, aun vida eterna» (D. y C. 98:13).

A los padres, familiares y amigos de los misioneros que hayan perdido la vida mientras se encontraban en el servicio del Maestro, les extendemos nuestro amor y agradecimiento, y oramos para que reciban consuelo y  paz.

Con el permiso del presidente Steven B. Wright, de la Misión de Bolivia La Paz, quisiera relataros esta experiencia tan especial que vivió por medio de un sueño:

«Vi a dos misioneros vestidos de blanco, parados junto a la entrada de un hermoso edificio. Estaban saludando a un gran numero de personas, también vestidas de blanco, a medida que estas entraban en el edificio. Resultaba obvio, por sus atuendos, que tales personas eran bolivianas. Tuve una visión del templo que un día se edificara en Bolivia, y los élderes Wilson y Ball estaban dando la bienvenida a aquellas personas a quienes habían preparado para recibir el evangelio en el mundo de los espíritus, al entrar ellas en el templo para ser testigos de las ordenanzas que en forma vicaria se llevarían a cabo en su favor. Este sueño ha sido una gran fuente de consuelo para mí y me ha ayudado a entender y a aceptar sus muertes.»

El vistazo que el presidente Wright tuvo de la obra de la redención llevada a cabo mas allá de la vida terrenal coincide plenamente con la visión celestial que tuvo el presidente Joseph F. Smith hace mas de siete décadas. Él declaró: «Vi que los fieles élderes de esta dispensación, cuando salen de la vida terrenal, continúan sus obras en la predicación del evangelio. . . en el gran mundo de los espíritus» (D. y C. 138:57).

Las pruebas y las tribulaciones han sido una parte integral de la Iglesia desde sus comienzos. El profeta José Smith dijo: «El infierno podrá derramar su ira como la lava ardiente del Vesubio o del Etna o la más terrible de las montañas ardientes, y sin embargo, el ‘mormonismo’ perdurara. Dios es su autor. Él es nuestro escudo. Por Él recibimos nuestro nacimiento. Fue por su voz que se nos llamó a una dispensación de su evangelio en el principio del cumplimiento de los tiempos. Por Él recibimos el Libro de Mormón; y es por El que permanecemos hasta el día de hoy; y por Él permaneceremos, si acaso es para nuestra gloria; y en su omnipotente nombre estamos resueltos a soportar las tribulaciones, como buenos soldados, hasta el fin» (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 164).

En lo que va del año, mas de 37.000 fieles misioneros han sido el medio por el cual decenas de miles de personas han llegado al conocimiento de la restauración del evangelio de Jesucristo. Estos nuevos miembros han experimentado un cambio poderoso en su corazón «. . . y se humillaron, y pusieron su confianza en el Dios verdadero y viviente» (Alma 5:13).

Al servir en esta gran obra, nuestros misioneros no se han visto libres de serios desafíos, tribulaciones y dificultades. Los padres de los misioneros siempre han estado conscientes del riesgo de perder a un ser querido durante el servicio misional debido a un accidente o enfermedad. Ahora se hace necesario agregar a esa lista de riesgos la posibilidad de actos terroristas. El terrorismo ha existido por siglos, pero tal vez nunca se haya manifestado tan abierta y palpablemente ni haya recibido tanta atención de los medios de información como en la actualidad.

El terrorismo arroja muchas víctimas, entre las cuales se encuentran personas inocentes que viven en regiones peligrosas, y que se esfuerzan por criar decentemente a sus familias. Los misioneros viven entre estos pueblos del mundo; y a pesar de la protección de los miembros, también los misioneros pueden llegar a transformarse en inocentes víctimas de actos de violencia. No debemos juzgar a la gente de una nación o región por los actos irresponsables y cobardes perpetrados por unos pocos.

A veces, los terroristas atacan a miembros o propiedades de la Iglesia pues creen, erróneamente, que la Iglesia representa los intereses de un determinado país. Contrariamente a esas creencias falsas, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días nunca ha tenido ni tiene afiliación alguna con ninguna agencia de gobierno de ningún país, inclusive de los Estados Unidos de Norteamérica.

Con genuina bondad cristiana y con interés amoroso, los misioneros y demás miembros de la Iglesia no ofrecen a las personas respetuosas de la ley ninguna otra cosa que no sea el evangelio restaurado de Jesucristo. La triste experiencia nos enseña que no todos aceptan este hecho. Por lo tanto los lideres y miembros de la Iglesia debemos estar preparados para lo que pueda ocurrir en el futuro.

La creciente visibilidad de la Iglesia en el mundo trae aparejada una serie de nuevos desafíos. Sin embargo, vosotros, padres y candidatos a misioneros no tenéis razón alguna para alarmaros y considerar que el servir una misión es inusualmente peligroso o arriesgado. Nuestros registros desde 1981 revelan que el número de misioneros que han perdido la vida como resultado de accidentes enfermedades u otras causas es muy pequeño.

El estilo de vida de los misioneros antes de salir a la misión y durante su servicio contribuye a su salud y seguridad. Por ejemplo las cifras que indican la cantidad de misioneros varones de los Estados Unidos fallecidos mientras servían en distintas partes del mundo equivalen a un quinto de los jóvenes varones de edad comparable que fallecen en Utah y representa una séptima parte de los que pierden la vida en otros lugares de los Estados Unidos.

No quiero decir con esto que el servicio misional garantiza una mayor longevidad pero es obvio que los misioneros corren muchos menos riesgos de muerte que otros jóvenes de su misma edad.

La Iglesia esta llevando a cabo grandes esfuerzos por salvaguardar la salud y la integridad física de los misioneros, disminuyendo la posibilidad de enfermedades y accidentes.

El año pasado un equipo de competentes médicos miembros de la Iglesia visitó un gran numero de misiones en países en vías de desarrollo e hizo importantes recomendaciones las cuales han sido adoptadas tendientes a mejorar la salud de los misioneros. Estamos haciendo y continuaremos haciendo todo lo que este a nuestro alcance para reducir todo riesgo para los misioneros. No obstante en un mundo de libre albedrío la Iglesia no puede eliminar todos los riesgos ni garantizar por completo que los misioneros no se enfermaran ni sufrirán accidentes.

El Departamento Misional emplea a seis ex presidentes de misión para que estén a disposición de los presidentes de misión y misioneros las veinticuatro horas del día. Ellos responden inmediatamente, recurriendo a los recursos con que cuenta la Iglesia para asegurar el bienestar de los misioneros y sus familias.

Cuando se presenta un problema tal como la reciente situación turbulenta errada en Colombia, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce por medio del liderazgo sumamente capaz de las Autoridades Generales que presiden el área siguen de cerca la situación en forma ininterrumpida.

Tened la seguridad de que la protección de los misioneros encabeza la lista de prioridades en todo momento. Por otro lado sin embargo, la Iglesia no puede abandonar las regiones del mundo en donde haya problemas a menos que sea imprescindible. Hermanos y hermanas, la asignación del Señor de ir y predicar a todas las naciones de la tierra no es fácil de cumplir (Mateo 28:19).

La batalla que debemos pelear para traer almas a Cristo comenzó en la vida preterrenal con la guerra en los cielos (Apocalipsis 12:7).

Esa misma guerra continúa en la actualidad con el conflicto entre el bien y el mal y entre el evangelio y los principios falsos. I os miembros de la Iglesia ocupan un puesto en el frente de batalla en la puja por las almas de los hombres. Los misioneros están en el campo de batalla armados con la espada de la verdad para llevar el glorioso mensaje de la restauración del evangelio de Jesucristo a los pueblos de la tierra. Ninguna guerra ha estado jamas libre de riesgos.

Las profecías de los últimos días me llevan a creer que la intensidad de la batalla por las almas de los hombres crecerá y el riesgo será mayor al acercarnos a la segunda venida del Señor.

La preparación individual y familiar para el desafío de los años por venir requerirá que se reemplace el miedo con la fe. Debemos estar en condiciones de vencer el temor hacia los enemigos que se nos oponen y nos amenazan. El Señor dijo:

«. . .no temáis rebañito; haced lo bueno; dejad que se combinen en contra de vosotros la tierra y el infierno pues si estáis edificados sobre mi roca, no pueden prevalecer (D. y C. 6:34).

Cuando visite a los misioneros en Bolivia, Perú y Ecuador inmediatamente después de la tragedia, me conmovió enormemente el gran amor que ellos sienten hacia la gente a quien fueron llamados para enseñar. Su deseo de continuar sirviendo a la buena gente de sus respectivas misiones es indescriptible. Hay veces que los padres y familiares comprensiblemente expresan preocupación, ansiedad y hasta alarma en cuanto a la seguridad de sus hijos o hijas en el campo misional, pero rara vez, si es que sucede, escuchamos a los misioneros expresar tal preocupación.

Ellos aman a la gente y están profundamente interesados en ella, y desean continuar en el servicio del Señor. Estos dedicados misioneros son ejemplo para todos nosotros de que «en el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor» (1 Juan 4:18).

En muchos sentidos, hermanos y hermanas, los últimos sesenta años de la historia de la Iglesia han sido relativamente tranquilos al comparárseles con los comienzos de la Restauración. Las persecuciones y las tribulaciones han sido mínimas. Tal vez algunos de estos recientes acontecimientos fatídicos sean parte de un proceso de fortalecimiento que nos haga aprender a poner el hombro a nuestra responsabilidad de predicar el evangelio a todos los pueblos de la tierra.

Como padres debemos comenzar temprano en la vida a preparar a nuestros hijos para que desarrollen un testimonio firme y ferviente del evangelio. Debemos contar con la fe, el valor y la determinación que caracterizaron a los pioneros si es que habremos de continuar edificando el reino de Dios en la tierra.

Recordad también que el ser miembro de la Iglesia requiere que entendamos el principio del sacrificio en el servicio del Señor. El profeta José Smith lo expresó de este modo: «Cuando un hombre ha ofrecido en sacrificio todo cuanto posee en favor de la verdad, aun su misma vida, creyendo ante Dios que ha sido llamado a hacer este sacrificio pues desea cumplir con Su voluntad. . . puede lograr la fe necesaria para obtener para sí la vida eterna» (José Smith, Lectures on Faith, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1985, pág. 69).

Recordareis lo que el profeta José Smith le escribió al Sr. John Wentworth, editor del periódico Chicago Democrat:

«El estandarte de la verdad se ha izado. Ninguna mano impía puede detener el progreso de la obra; las persecuciones se encarnizaran, el populacho podrá conspirar, los ejércitos podrán juntarse, y la calumnia podrá difamar; mas la verdad de Dios seguirá adelante valerosa, noble e independientemente, hasta que haya penetrado en todo continente, visitado toda región, abarcado todo país y resonado en todo oído, hasta que se cumplan los propósitos de Dios, v el gran Jehová diga que la obra esta concluida.» (History of the Church, 4:540).

El Señor no ha dicho aun que la obra esta concluida, por lo que debemos continuar avanzando. Es reconfortante saber que durante los cuatro años que el presidente Ezra Taft Benson ha presidido la Iglesia, hemos apartado a 80.000 misioneros para proclamar las buenas nuevas de la Restauración.

La obra continuara creciendo en todo el mundo. En épocas recientes los siervos del Señor han abierto las cerraduras y dado comienzo a la obra en la República Democrática Alemana, en Polonia, Hungría y Yugoslavia. Han iniciado la obra en numerosas naciones en Africa, a saber Nigeria, Ghana, Zairet, Liberia, Sierra Leona, Suazilandia, Costa de Marfil, Namibia, y Papua, Nueva Guinea. Asimismo, la obra misional se ha iniciado en trece naciones y territorios en apenas cuatro años y muchos otros se abrirán a la predicación del evangelio. Realmente ninguna mano impía puede detener la sagrada obra de la proclamación de la vida y salvación a todas las naciones y pueblos, pero se trata de una obra que estará siempre sujeta a desafíos y riesgos.

La obra de predicar el evangelio de Jesucristo en todo el mundo requerirá conocimiento, fe, sacrificio v los mejores esfuerzos de parte de los miembros de la Iglesia.

Como lo declaró el profeta José Smith a los santos de Nauvoo en 1842, «¿. . . no hemos de seguir adelante en una causa tan grande?. . . ¡Valor. . . e id adelante, adelante a la victoria!» (D. y C. 128:22). En la actualidad los lideres de la Iglesia hacen eco a esas palabras del profeta José Smith.

Hermanos y hermanas, los misioneros necesitan nuestra fe y oraciones. Orad fervientemente todos los días en favor de su seguridad y protección, pues esa es una forma muy importante en que todos podemos apoyarles en el logro de su asignación esencial de proclamar el evangelio a todo el mundo. Os doy mi testimonio de que Jesucristo es el Hijo de Dios; estamos embarcados en Su obra. Os testifico que mediante la fe y las oraciones de todos los miembros continuaremos avanzando en esta gran obra hasta llegar a la victoria final. En el nombre de Jesucristo. Amen.

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