El azote de las drogas ilícitas

Conferencia General Octubre 1989logo 4
El azote de las drogas ilícitas
Por el Presidente Gordon B. Hinckley
Primer Consejero de la Primera Presidencia

Gordon B. Hinckley«¿Puede alguien dudar que el uso de estas drogas que destruyen el cuerpo y la mente es un acto profano? ¿Cree alguien que el espíritu de dios puede morar en el templo de un cuerpo contaminado por esos elementos destructivos?»

Hermanos, ésta  ha sido una reunión maravillosa, en la que hemos sido edificados y motivados, y pido a Dios que sigamos teniendo el Espíritu del Señor.

Esta reunión semestral de decenas de miles de jóvenes y hombres es una conferencia religiosa única en el mundo. Esta noche deseo tratar dos asuntos.

El primero es agradecer a los hermanos del Quórum de los Setenta que fueron relevados honorablemente del servicio activo esta tarde. Mas adelante se llamara a otros para reemplazarlos. Uno no necesita que le digan que la Iglesia esta progresando y que se esta extendiendo en el mundo rápidamente, cosa que trae aparejados muchos problemas de administración; hay mucho que hacer y mucha demanda. Junto con este crecimiento, aumenta también el número de hombres de fe y habilidad que pueden servir jornada completa por un tiempo. Como se anunció hace algunos años, habrá un programa de trabajo rotativo entre los Setenta en el que además tanto la edad como las condiciones de salud dictaran en algunos casos la duración del servicio.

Deseo expresar mi agradecimiento en nombre de toda la Iglesia a aquellos que fueron relevados o han pasado a ser eméritos; sin excepción, habéis hecho una obra magnífica. Cuando se os llamó, os consagrasteis a esta obra; habéis ido doquier que se os haya mandado, sin reclamar; habéis invertido largos y agotadores días; habéis tratado problemas serios; habéis sido absolutamente leales a la Iglesia y a sus miembros; incluso a veces habéis servido arriesgando vuestra salud; habéis salido a la obra cuando la sabiduría humana habría aconsejado que permanecieseis en casa; habéis sacrificado vuestros propios medios para entregaros por completo a la obra.

Habéis ejercitado el poder apostólico llevando el evangelio a las naciones de la tierra; habéis ejercitado el poder sellador divino en los templos del Señor; habéis hablado desde muchos púlpitos con poder y convicción, con gran persuasión y con gran sinceridad de los fuertes y seguros testimonios de vuestros corazones. Vuestras esposas han sido parte de todo esto; ellas también han hecho sacrificios, permaneciendo en muchas oportunidades en el hogar mientras vosotros viajabais en vuestro ministerio. Han conocido la soledad y la preocupación y a ellas expresamos nuestra más profunda y sincera gratitud así como a cada uno de vosotros.

Aun cuando estos hermanos han sido relevados del servicio mundial de la Iglesia, todavía tienen mucho que ofrecer. Son hombres de juicio y sabiduría; conocen el evangelio; saben como enseñarlo; saben como vivirlo; no están a punto de morir; en ellos hay tantos valores que aun pueden hacer tremendas contribuciones. Mientras algunos tienen limitaciones físicas que impiden que se les llame a ciertas tareas, otros no están tan limitados, con la excepción de la edad, que finalmente nos hace lentos a todos. Vosotros, presidentes de estaca y obispos, debéis conversar con ellos y conocer sus deseos. Ellos han servido como Autoridades Generales de la Iglesia, con jurisdicción mundial; se les debe mucha gratitud, mucho respeto y mucha comprensión; sed sensibles a sus condiciones y circunstancias.

Se retiran de su función de Autoridades Generales activas con nuestras felicitaciones por un trabajo bien hecho, con nuestro amor por la maravillosa oportunidad que hemos tenido de tratarlos a ellos y a sus compañeras, con nuestro respeto por la bondad y fortaleza de sus vidas, con nuestros deseos de buena salud y fortaleza y merecido derecho a descansar un poco por los duros horarios que han vivido, y con nuestras oraciones para que el Señor les bendiga junto con sus compañeras y haga gratos sus días en los años por venir. No es fácil dejar una tarea a la que uno se ha dedicado por entero durante mucho tiempo. La naturaleza misma del trabajo, entre la gente que les ha conocido y amado, les hace mas difícil el terminar repentinamente tanta actividad.

Que Dios os bendiga, queridos hermanos. Vuestro testimonio sobre la veracidad de la obra es fuerte y vibrante; lo hemos escuchado. Vuestro amor por el Señor es real y personal; lo sabemos. Vuestro amor por servir es sincero y encomiable; lo sabemos porque hemos trabajado con vosotros. Seguiréis en nuestras oraciones y nunca os olvidaremos, porque hemos servido juntos al frente de esta gran obra.

Ahora quisiera decir algunas palabras sobre otro tema, uno al que se le presta mucha publicidad en la prensa de hoy día: Me refiero al difundido uso ilícito de las drogas con todas sus ramificaciones.

Hace algunos días recibí una carta de un funcionario del gobierno que por años ha participado activamente en la lucha contra las drogas. Me dijo: «Por conocimiento personal, sé que gran calamidad son los narcóticos ilegales para este país y para otros. El gasto que este dilema le causa al mundo en lo que concierne a recursos humanos y monetarios es inestimable y amenaza los cimientos mismos de la libertad. He observado la desintegración de las familias, la decadencia moral y la perdida de vidas directa e indirectamente por el efecto de las drogas».

Sé que este hombre sabe de lo que esta hablando; él solicita ayuda, el apoyo del publico, el apoyo de la Iglesia en contra de esta terrible plaga que esta destruyendo a tantos. El periódico The Wall Street Journal de hace unos días publicó los resultados de una encuesta nacional [en los Estados Unidos] que indicaba que «tres de cada cuatro norteamericanos han recibido la influencia personal de las drogas. La mitad han usado drogas o lo ha hecho un familiar. Un 43 % dice que las drogas son el mayor problema nacional».

El artículo continua: «Un sorprendente 70% de los que participaron en la encuesta creen que por lo menos la mitad de los crímenes en sus vecindarios se deben a las drogas. También un 70% de personas con hijos entre los 13 y 17 años de edad afirma que en las escuelas de estos se venden drogas».

Como la mayoría de vosotros sabéis, el presidente de los Estados Unidos ha descrito el problema de las drogas como la amenaza nacional más grave que se enfrenta, razón por la cual ha empezado una batalla contra las drogas, con casi ocho billones de dólares, con el fin de fortalecer a la policía, edificar mas prisiones y poner en práctica otras medidas. A pesar de todo, «aquellos que respondieron a la encuesta mencionada se mostraron sumamente escépticos en cuanto a la idea de ganar la batalla: sólo una tercera parte cree que un programa federal puede ayudar ‘mucho’ o ‘bastante’ a corregir el problema de las drogas».

Una de las mujeres que respondió dice: «Ninguna cantidad de dinero lo detendrá; tiene que haber un cambio en el corazón y la mente de la gente. Los jóvenes deben pensar: ‘Sólo tengo un cuerpo y lo voy a necesitar toda mi vida’ «. (Wall Street Journal, 22 de septiembre de 1989, págs. 1-2.)

Me inclino a estar de acuerdo con esa mujer. Quizás se necesiten medidas policiales más fuertes, pero considero que las cosas sólo cambiarán en forma significativa cuando un número mayor de personas se de cuenta de que el fruto de las drogas es dolor y problemas, remordimiento y a veces la muerte.

Desearía poder decir que toda nuestra gente, y en particular nuestros hombres jóvenes, están libres de esa plaga; pero no lo están, aun cuando me complace observar que el uso de las drogas ha disminuido entre los jóvenes en algunos lugares, entre ellos el estado de Utah.

Muchos de vosotros, jóvenes, sois estudiantes de enseñanza secundaria. Tal vez no podamos cambiar la nación ni el mundo, pero si podemos cambiar el problema en nuestras vidas y, en el proceso, ayudar a otros a hacerlo.

Algunos hasta han utilizado la excusa de que las drogas no se mencionan en la Palabra de Sabiduría. ¡Que excusa de poco valor! Tampoco se menciona saltar desde una altura a una piscina vacía o caminar despreocupadamente por una autopista. Pero ¿quien pone en duda las consecuencias de tales actos? El sentido común debe prevenir tales comportamientos.

Sin considerar la Palabra de Sabiduría, existe una razón divina para evitar esas substancias:

Estoy seguro de que su uso es una afrenta a Dios; Él es nuestro Creador y hemos sido creados a su imagen; estos maravillosos cuerpos son su obra maestra. ¿Cree alguien que puede dañar deliberadamente su cuerpo sin ofender a su Creado? Se nos ha dicho una y otra vez que el cuerpo es el tabernáculo del espíritu; que es un templo, sagrado para el Señor. Durante los terribles conflictos entre los nefitas y lamanitas se nos dice que los nefitas, que habían sido fuertes, «se habían vuelto débiles como sus hermanos los lamanitas, y que el Espíritu del Señor no los preservaba más; si, se había apartado de ellos, porque el Espíritu del Señor no habita en templos inmundos» (Helamán 4:24).

Alma enseñó a la gente de Zarahemla: El Señor «no habita en templos impuros; y ni la suciedad ni cosa inmunda alguna pueden ser recibidas en el reino de Dios» (Alma 7:21).

¿Puede alguien dudar que el uso de estas drogas que destruyen el cuerpo y la mente es un acto profano? ¿Cree alguien que el Espíritu de Dios puede morar en el templo de un cuerpo contaminado por esos elementos destructivos? Si hay algún joven en alguna parte que este escuchando y este usando estas cosas, que se decida ahora mismo, y con la mas firme determinación, a no volver a tocarlas.

Poseéis el sacerdocio del Dios Omnipotente y la revelación es clara: este sacerdocio no se puede ejercer con ningún grado de injusticia. Al poseer el Sacerdocio de Aarón tenéis las «llaves del arrepentimiento»; empezad de inmediato a usarlo en vuestras vidas. Tal vez no sea fácil enfrentaros a vuestros amigos; quizás sea muy difícil resistir las demandas de vuestro cuerpo que reclama mas de estos materiales ilícitos. Orad para pedir fortaleza; buscad ayuda; Dios os bendecirá si hacéis el esfuerzo y yo os prometo que estaréis agradecidos el resto de vuestras vidas por la decisión que habéis tomado.

Sé que es difícil resistir cuando los compañeros os empujan a vosotros y a otras personas hacia el pantano de los narcóticos. Se necesita mucha valentía para decir no y luego mantener la resolución.

Recientemente, por razones de seguridad, consideramos prudente trasladar a otros lugares a los misioneros norteamericanos que servían en un país sudamericano; no fue una decisión fácil ya que allí tenemos muchos maravillosos y fieles Santos de los Últimos Días y la gente es receptiva al evangelio. En general, son gente buena, respetan las leyes y desean hacer lo justo, pero la existencia misma de esa nación esta amenazada por traficantes poderosos. No existiría tal problema si la gente de los Estados Unidos y de otras naciones no fueran el mercado para esos narcóticos. Existe una gran demanda y allí esta el producto para satisfacerla. Toda persona que participa de estas drogas tiene manchadas sus manos con parte de la sangre derramada por los caídos en la lucha por detener el cultivo y la exportación de ese producto destructivo.

Vosotros simplemente no podéis daros el lujo de experimentar con esas drogas. Debéis estar agradecidos por vuestro cuerpo y vuestra mente, la substancia misma de vuestra vida terrenal. Debéis entender que la salud es el don más precioso; debéis entender que en los años venideros necesitaréis salud corporal y claridad mental si deseáis vivir en forma productiva y ser respetados por vuestros amigos. No os romperíais un brazo o una pierna por el puro gusto de hacerlo; los huesos rotos sanan y vuelven a funcionar normalmente, pero la mente dañada por las drogas o un cuerpo debilitado o distorsionado por esas cosas inicuas no se reparara fácilmente. La perdida de la dignidad y la autoconfianza a causa de las drogas es casi imposible de recuperar.

Los que las estéis utilizando, os repito, dejad de hacerlo inmediatamente. A aquellos que en algún momento futuro tal vez se sientan tentados, os exhorto a rechazarla. Pensad en el hecho de que sois hijos de Dios, nuestro Padre Eterno, bendecidos con su santo sacerdocio e investidos con facultades físicas y mentales que os servirán para tomar un lugar importante en el mundo en que vivís. No desechéis vuestro futuro; no pongáis en peligro el bienestar de vuestra posteridad.

La otra noche vi en televisión un documental sobre los llamados bebes de la cocaína; pocas veces he visto algo más lamentable. Esas criaturas, nacidas de madres adietas, vienen al mundo con una terrible desventaja; su futuro no tiene esperanzas; muchos vivirán a expensas del gobierno gracias a vuestros impuestos. Eso es serio, pero más serio es el hecho de que los padres hayan abusado del don de la vida de una manera tan inicua al no resistir las drogas que prácticamente han destruido a sus hijos.

En siglos pasados hubo plagas que asolaron Inglaterra y las naciones de

Europa; cayeron como rayos, llevando a decenas de miles de personas a la muerte.

Esta plaga moderna de las drogas ha llegado a ser una plaga mundial; pero en la mayoría de los casos la muerte que acarrea no es repentina, sino que más bien viene después de un largo periodo de desdicha, dolor y remordimiento. A diferencia de las plagas antiguas, contra las que no se conocía ninguna defensa, en el caso de las drogas ilícitas la defensa es clara y relativamente fácil; se trata simplemente de no tocarlas.

Al mirar a estos jovencitos en el Tabernáculo esta noche, reconozco que en apenas diez años los menores de vosotros tendréis veintidós años; ojalá que para entonces hayáis cumplido misiones honorables. La mayoría de vosotros, presbíteros, habréis terminado vuestra educación y estaréis trabajando en las profesiones de vuestra elección. Diez años pasan tan rápidamente; son casi como un amanecer y una puesta de sol; no dañéis vuestro futuro; no disminuyáis vuestra capacidad; no ofendáis a Dios, a cuya imagen fuisteis creados.

Aun cuando reconozco que las drogas no se mencionan específicamente en la Palabra de Sabiduría, confío en que la promesa que ahí se hace se aplicara también a los que resistan esos vicios dañinos. Por eso repito estas maravillosas palabras del Señor:

«Y todos los santos que se acuerden de guardar y hacer estas cosas, rindiendo obediencia a los mandamientos, recibirán salud en su ombligo y medula en sus huesos;
«y hallarán sabiduría y grandes tesoros de conocimiento, sí, tesoros escondidos;
«y correrán sin fatigarse, y andarán sin desmayar.
«Y yo, el Señor, les prometo que el ángel destructor pasara de ellos, como de los hijos de Israel, y no los matará.» (D. y C. 89:18-21.)

Que ningún miembro de esta Iglesia, ya sea hombre o niño, niña o mujer, sea presa de este terrible azote. Hay cosas justas y cosas erradas; vosotros lo sabéis tan bien como yo. Que Dios os dé la fuerza para manteneros libres de esta esclavitud y del holocausto personal de destrucción que inevitablemente le sigue.

Que Dios os bendiga, lo ruego humildemente, como uno que os ama, en el nombre de Jesucristo. Amen.

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