Guardad la fe

Conferencia General Octubre 1989logo 4
Guardad la fe
Por el Élder F. Arthur Kay
Miembro Relevado del Segundo Quórum de los Setenta

F. Arthur Kay«Mi mayor deseo es continuar siendo fiel, a fin de ser un ejemplo para mi familia.»

Mis queridos hermanos y hermanas: Esto es algo sumamente difícil, al mismo tiempo que una oportunidad y un privilegio que no me esperaba, una de esas grandes oportunidades de hacer lo que se me llamó a hacer durante los últimos cinco años, o sea, dar testimonio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Estos cinco años he tenido muchísimas experiencias que me han enseñado aún más de lo que aprendí durante cuarenta años al servir en varios puestos de liderazgo en la Iglesia: Que Dios oye y da respuesta a la oración, que el sacerdocio tiene poder y que mediante ese poder y autoridad de actuar en Su nombre se llevan a cabo cosas maravillosas en la vida de las personas.

Recuerdo la bendición que se dio a una hermana muy querida y estimada para mí. Los médicos le habían dicho que el bebé que ella estaba por traer a este mundo sería, sin duda alguna, mongólico, y eran de la opinión de que sería mejor que lo abortara. Ella se negó y por varias semanas recibió llamadas del hospital así como de otras personas para aconsejarle que el aborto sería lo mejor. Por fin, desesperada, llamó a su doctor y le dijo: «Dígales a esas personas que me dejen en paz; esta criatura tiene derecho a la vida no obstante su condición física». Su padre le había dado una bendición en la que se le había prometido que la criatura sería normal y saludable. Y la promesa se cumplió. Hoy día es una niña sumamente hermosa, inteligente y encantadora.

¡Cuántas veces se habría ella atormentado si no hubiera seguido el consejo que recibió de su padre!

Recientemente conocí en Brisbane, Australia, a una jovencita muy especial que se llama Sharon. Durante los últimos años había pasado en el hospital casi el mismo tiempo que había estado en casa, debido a que padecía de un tipo de fibrosis. Se sentía abatida y desesperada, e incluso sentía que Dios se había olvidado de ella y que no tenía ninguna esperanza en la vida. En una bendición que recibió, se le dijo que confiara en el Señor con todo el corazón y no se apoyara en su propia prudencia (Proverbios 3:5), y que El la guiaría y dirigiría. A continuación escuchó las siguientes palabras, que hasta cierto grado atemorizaron al que pronunciaba la bendición: «Sharon, durante el curso de tu vida habrá en la ciencia médica adelantos que corregirán el problema y te ayudarán a aliviar las dificultades que ahora tienes que enfrentar».

Antes de los treinta días de pronunciada esa bendición, se anunció en Melbourne, Australia, el uso médico de una droga experimental que parecía ayudar a combatir la fibrosis que Sharon tenía. Ella hizo una solicitud para recibir el tratamiento, el cual ha dado buenos resultados. En la actualidad es poco el tiempo que tiene que pasar en el hospital, mientras que el resto lo dedica a prepararse para una carrera profesional.

Hermanos, éstos son sólo dos ejemplos de las ocasiones en que he visto el poder de Dios en acción. Quiero haceros saber que obtuve un testimonio cuando era apenas un niño, a los pies de mis padres. Yo los quiero mucho; ellos me enseñaron el camino de la verdad y la rectitud; de ellos aprendí la historia de la restauración, la cual creí con todo mi corazón porque creía en ellos.

En la sección cuarenta y seis de Doctrina y Convenios, el Señor dice: «A algunos el Espíritu Santo da a saber que Jesucristo es el Hijo de Dios. . . a otros les es dado creer en las palabras de aquéllos» (versículos 13-14).

Yo soy uno de los que creyeron en las palabras de sus padres; para mí, la Primera Visión, las visitas de Moroni y otros acontecimientos son tan reales como si yo mismo los hubiera vivido. No recuerdo que haya habido un solo día en mi vida en que no hubiera sabido la veracidad de esas cosas.

Hoy rindo honor a mi esposa, con quien he estado casado por más de cincuenta años, por permanecer a mi lado prestándome su aliento, su apoyo y su sostén, aun ante circunstancias difíciles. Tanto a ella como a mis hijos quiero hacerles saber que les quiero con todo el corazón.

Durante las últimas dos o tres semanas he tenido la oportunidad de saludar a la mayoría de mis nietos. Al momento de darles la mano y mirarles a los ojos, les he dicho: «Conserva la fe, hijo; es verdadera». Casi invariablemente, la respuesta ha sido: «Lo haré, abuelito, lo haré».

Esas palabras: «Sí, abuelito, lo haré», me han hecho reflexionar. Por eso, mi mayor deseo es continuar siendo fiel, a fin de ser un ejemplo para mi familia. Confío en que un día la respuesta sea: «Sí, abuelito, lo hice» .

Os testifico que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente; José Smith fue un profeta de Dios; Ezra Taft Benson es un profeta de Dios. Este testimonio lo dejo con vosotros en el nombre de Jesucristo. Amén.

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