Buscad y hallaréis

Conferencia General Octubre 1994logo 4
«Buscad y hallaréis»
Elaine L. Jack
Presidenta General de la Sociedad de Socorro

Elaine L. Jack«La Sociedad de Socorro es un foro moderno en donde las hermanas aprenden juntas las verdades espirituales, en donde podemos aprender en un ambiente acogedor de confianza y amistad.»

Mis amadas hermanas, he esperado con ansias este momento en el que puedo dirigirme a ustedes y compartir lo que tengo en el corazón. Como hermanas en la Sociedad de Socorro, estamos unidas por nuestra fe en Jesucristo y en Su evangelio. Siempre nos sentimos fortalecidas al reunimos en dondequiera que estemos.

He vivido bajo la dirección de ocho diferentes Presidentes de la Iglesia, y tengo un testimonio del divino llamamiento de cada uno de estos profetas y de sus antecesores. Nací cuando el presidente Heber J. Grant dirigía esta Iglesia; crié a mi familia guiándome por la sabiduría del presidente David O. McKay.

Durante estos últimos cuatro años, he servido como Presidenta General de la Sociedad de Socorro, bajo la dirección del presidente Ezra Taft Benson. Hoy tenemos la bendición de tener entre nosotras a nuestro Profeta, Howard W. Hunter, el decimocuarto Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Presidente Hunter, le amamos. Nos sentimos inspiradas por su semblante sereno y noble, su bondad, su discernimiento y su dedicación. Estamos agradecidas por su apremiante mensaje de seguir el ejemplo de Jesucristo en un espíritu de generosidad, compasión y humildad. Le damos gracias a Dios por las llaves del Santo Sacerdocio que usted ejerce en beneficio de todos nosotros.

En nombre de más de tres millones y medio de hermanas de la Sociedad de Socorro, le expreso nuestro apoyo como Profeta, Vidente y Revelador de esta Iglesia. Aunque la oportunidad para levantar la mano para sostenerlo oficialmente está reservada para la conferencia general de la semana próxima, hoy día, en nombre de las mujeres de la Iglesia, le digo: «Te damos, Señor, nuestras gracias que mandas de nuevo venir profetas… guiando nos cómo vivir» (Himnos, 10). Presidente Hunter, asimismo expresamos nuestro firme apoyo por sus consejeros, los miembros del Quorum de los Doce Apóstoles, los Quórumes de los Setenta y el Obispado Presidente. Queremos que sepa que las hermanas de esta Iglesia trabajan gustosamente y en armonía bajo la dirección de nuestros líderes del sacerdocio tanto a nivel local como general.

Al haber presenciado la transición de liderazgo del presidente Benson al presidente Hunter, es evidente que ésta es una Iglesia de orden. Jesucristo ha establecido el orden de las cosas sobre esta tierra. No debemos temer, ya que Él ha dicho: «Consuélense, pues, vuestros corazones en lo concerniente a Sión, porque toda carne está en mis manos; quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios» (D. y C. 101:16).

La Sociedad de Socorro es una parte de ese orden, ya que es la organización del Señor para las mujeres. Nuestro alcance se extiende alrededor del mundo, y nuestra influencia es vital para todas las mujeres. Hace cuarenta años, la presidenta Belle S. Spafford rindió tributo a las hermanas líderes entre los pioneros, diciendo que eran aquellas a las que «se les había dado, por revelación divina, un conocimiento del destino de la Sociedad de Socorro» (Jill Mulvay Derr, Janath Russell Cannon, y Maurcen Ursenbach Bcecher, Women of Covenanl: The Story of Relief Socicfy, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1992, pág 337).

Hoy día, la Sociedad de Socorro sigue esforzándose por ser lo que ellas se imaginaron hace tantos años. Como hermanas de la Sociedad de Socorro somos ejemplo de luz y esperanza, espiritualidad y compasión. Somos mujeres de diferentes culturas, edades y experiencias, unidas para edificar testimonios y poner en práctica la caridad por la que somos reconocidas.

Hermanas, vivimos en una era complicada. La tecnología ha simplificado algunas tareas, facilitando maneras de aprender que nuestras abuelas nunca se imaginaron. Pero con una sociedad computarizada, han aumentado las presiones, obligándonos a considerar con cuidado la manera en que utilizamos nuestro tiempo y a evaluar con. Prudencia aquello que podamos hacer para mejorar las condiciones en que nos encontremos.

Nuestra organización de hermanas tiene la habilidad de trabajar, de influir, de enseñar, de capacitar y de elevar. Tenemos, además, un extraordinario deleite por la vida. Día a día, y con valentía, las hermanas de esta Iglesia viven de acuerdo con los convenios que han hecho. Muchas de ustedes me han escrito para decirme en cuanto a sus experiencias, sus aflicciones, sus triunfos y sus testimonios. Estoy agradecida por su deseo de compartir lo que han aprendido. Veo que está surgiendo un grupo de mujeres que comprende que «el Señor requiere el corazón y una mente bien dispuesta» (D. y C 64:34)Permítanme compartir con ustedes algunas de estas experiencias, ya que enseñan valiosas lecciones.

Una hermana de Nuevo México, Estados Unidos, escribió que había estado tratando de llegar a comprender un mensaje de la conferencia: «Leí y releí el discurso, oré seguido y medité sobre su significado… los resultados fueron sorprendentes. Siempre había tenido la creencia de que era una hija de Dios, pero durante este período de estudio, obtuve la confirmación del Espíritu de que eso es verdad».

En Argentina, las hermanas líderes de la Sociedad de Socorro están tratando de enseñar la importancia del almacenamiento de alimentos. Escribieron lo siguiente: «Lamentablemente, la mayoría de las hermanas aquí no puede darse el lujo de comprar un kilo extra de azúcar, de harina ni un litro extra de aceite. Sin embargo, se les ha exhortado a economizar, aunque sea una cucharada a la vez».

En Tonga, las hermanas de la Sociedad de Socorro se reunieron para ir a limpiar la escuela de la localidad. «Era maravilloso ver a estas hermanas mientras trabajaban con sus azadones y machetes… oír el dulce ruido que producían las escobas de hoja de palmera mientras recogían basura. El gozo de trabajar juntas ha unido a las hermanas en un espíritu de servicio caritativo».

Una hermana de África del Sur escribió: «Nuestra estaca es una de las más alejadas de la cabecera de la Iglesia, pero a pesar de que sean continentes separados, nuestro corazón late como si fuera uno; y como hermanas de la Sociedad de Socorro, estamos luchando por seguir al Salvador, que dio Su vida en el servicio hacia los demás».

Recibí una carta similar de una mujer de Broken Arrow, estado de Oklahoma, que decía: «Cuando tenía diecinueve años, me senté a un lado de mi querida abuela, en la Sociedad de Socorro, y aprendí a tejer. Ella también estaba aprendiendo a tejer. Con el correr de los años, aprendí en cuanto a la técnica de hacer pan, sobre la fortaleza y la perseverancia. Aprendí que mi niño tenía el comportamiento normal de un niño de dos años de edad, y aprendí acerca de un Padre Celestial que me ama. Aprendí a enseñar, a dar abrazos, a dirigir y a seguir».

Una hermana líder de la Sociedad de Socorro, en el estado de Georgia, escribió en cuanto al noble servicio brindado después de una devastadora inundación en la región. Dijo: «Las hermanas están viviendo las enseñanzas del Salvador. Por favor, díganle a la hermana Jack que no se preocupe por nosotros. Las hermanas van por todas partes prestando servicio a los demás. No fallaremos».

¡Gracias! Me infunde aliento la convicción de que «no fallaremos». Por toda la Iglesia las mujeres están haciendo su parte.

El Señor nos ha exhortado directamente en esta dispensación a buscar el Espíritu, a aprender mucho, a fin de que «[desechemos] las cosas de este mundo y [busquemos] las de uno mejor» (D, y C. 25:10). Creo firmemente que éste es un llamado inconfundible para las mujeres de la Iglesia en esta época. A fin de permanecer firmes y fíeles, debemos concentrarnos, sin variar, en buscar al Señor.

Buscar significa mucho más que dar una simple mirada superficial; significa energía, dirección, emoción y propósito. Buscar requiere todo nuestro «corazón, alma, mente y fuerza» (D. y C. 4:2). Nosotras, las hermanas, somos expertas en utilizar nuestro corazón y nuestras manos en la obra del Señor. Pero a la vez, debemos utilizar nuestro intelecto. Hace más de cien años, la presidenta de la Sociedad de Socorro, Emmeline B. Wells, dijo: «Tengo fe en las mujeres, en especial en las que hacen uso de su intelecto» («Why, Ah! Wby», Womans Exponcnt, tomo 3, oct. de 1874, pág. 67). Yo también les tengo fe.

¿Cómo podemos valemos de nuestro intelecto en nuestra búsqueda? Haciendo uso de nuestro intelecto, podemos meditar, analizar nuestras circunstancias, evaluar información, considerar nuestras alternativas, almacenar ideas, llegar a conclusiones basadas en nuestras experiencias, encontrar respuestas a nuestros problemas, atesorar pensamientos y recibir revelación. ¿No es eso lo que quiso decir el Señor cuando dijo: «Debes estudiarlo en tu mente… entonces has de preguntarme siesta bien»? (D.yC. 9:8).

La siguiente declaración del profeta José Smith me sirve de inspiración: «Si deseas conducir un alma hacia la salvación, debes ensanchar tu intelecto hasta la altura de los cielos más altos» (History of the Church, 3:295).

Debemos ensanchar nuestro intelecto si deseamos lograr esa meta sublime que todos conocemos: «La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad» (D.yC. 93:36).

A medida que busquemos diligentemente la luz y la verdad, adquiriremos una perspicacia que aumentará nuestra comprensión de las cosas espirituales y nuestro cometido de vivir de acuerdo con ellas. Esa perspicacia se origina en lo que aprendemos de nuestras experiencias cotidianas, en nuestro estudio, en la inspiración personal que recibamos del Santo Espíritu. Se nos ha hecho la siguiente promesa:

«Cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida se levantará con nosotros en la resurrección;

«y sí en esta vida una persona adquiere más conocimiento… por medio de su diligencia… hasta ese grado le llevará la ventaja en el mundo venidero» (D. y C. 130:18-19).

Aprender —el convertir la luz y la verdad en acciones cotidianas al vivir las leyes de Dios-—- es lo que buscamos.

Hace poco hablé ante un grupo de mujeres de la Sociedad de Socorro en el estado de Dakota del Norte. Después de la reunión del sábado por la mañana, abordamos el autobús alquilado con algunas de las hermanas que habían asistido a la reunión de liderazgo, para volver a una charla para las mujeres en Dakota del Sur. Se suponía que el viaje por autobús tomaría cuatro horas; pero duró el resto del día y parte de la noche. El autobús se descompuso tres veces. Pasamos una gran parre de la tarde a un lado del camino, pero después de una larga espera, el conductor por fin pudo poner el motor en marcha.

Esta podría haber sido una experiencia terrible; había familias que esperaban ansiosas el regreso de la madre y también personas que estaban esperando la llegada del autobús porque se habían ofrecido para llevar a algunas de las mujeres a sus hogares a tres horas de distancia. Además, hacía calor.

Pero en aquel viaje por la pradera, tuve una experiencia que no sólo me inspiró, sino que también me enseñó una valiosa lección. Dos luirás antes de llegar a nuestro destino, una de las hermanas se puso de pie en la parte de enfrente del autobús y expresó su testimonio. Una tras otra, las hermanas hablaron en cuanto al poder de las bendiciones del sacerdocio en sus hogares, de las respuestas directas a las oraciones durante serias enfermedades, de la influencia del Espíritu en lo concerniente a sus trabajos, de ser guiadas a aceptar el evangelio. Por medio de esos testimonios, pude ver cuán fácilmente la luz y la verdad del evangelio influían en las experiencias diarias de aquellas hermanas y lo mucho que ellas habían aprendido de todo ello.

El Señor nos ha dado toda una vida para aprender. Este proceso es parte de nuestro progreso eterno. El presidente Brigham Young recalcó su importancia cuando dijo: «¿Cuándo cesaremos de aprender?  Nunca, nunca» (en Journal of  Discourses, 3:203).

La Sociedad de Socorro es un foro moderno en donde las hermanas aprenden juntas las verdades espirituales, en donde podemos aprender en un ambiente acogedor de confianza y amistad. En la Sociedad de Socorro, aumentamos nuestro conocimiento y llenamos nuestras reservas de fe. Una hermana de España escribió lo siguiente: «Desde que nos hicimos miembros de esta Iglesia, nuestra visión ha cambiado. Nuestra mente ha despertado y deseamos seguir aprendiendo. Tenemos un gran deseo de cultivar nuestro intelecto a medida que recibimos instrucción por medio de los manuales de nuestra amada organización». Luego escribe que algunas están asistiendo a la escuela, y que una de ellas, la esposa del obispo, ha vuelto a la universidad. «Todas nos sentimos tan orguíllosas de ella», dice.

Estas hermanas de la Sociedad de Socorro están buscando conocimiento y se están apoyando la una a la otra en ese proceso. Están usando toda su mente y toda su fuerza.

En su esfuerzo por aprender, estas mujeres forman parte de un floreciente esfuerzo de alfabetización en la Iglesia. Al anunciar este esfuerzo de alfabetización por toda la Iglesia, el presidente Gordon B. Hinckley dijo: «Se ha emprendido un gran esfuerzo… cuyas consecuencias se harán sentir en la vida de las generaciones que están por venir. Es un programa diseñado para llevar luz a la vida de aquellos que no pueden ni leer ni escribir» (Ensign, marzo de 1992, pág. 6).

El tratar de educarse es un reto de suma importancia. El saber leer nos permite buscar más luz y verdad. La luz significa más que poder ver con los ojos; incluye la revelación de las cosas como son, como fueron y como habrán de ser. La luz nos brinda conocimiento en medio de las tinieblas.

La luz y la verdad no son términos desconocidos. La verdad es fundamental para el evangelio. Cuanto más conocimiento adquiramos, tanto más capaces seremos de distinguir entre una noción absurda y una idea sensata. De esa sabiduría, encontramos la verdad. Como dice el himno que acabamos de cantar: «…la verdad, la esencia de todo vivir, seguiría por siempre jamás» (Himnos N° 177).

Fervientemente buscamos la verdad. Naturalmente, hay muchas personas a nuestro alrededor que tratan de hacer buenas obras, ya que nuestra iglesia no es la única que se esfuerza por hacer el bien. Pero tenemos el Espíritu que nos permite reconocer y discernir la verdad en dondequiera que la encontremos. Este conocimiento nos caracteriza y nos brinda gozo, pero trae aparejado una responsabilidad muy grande.

Debemos buscar conocer a Jesús, ya que este conocimiento es singular y eterno. Jesús nos dijo explícitamente: «Allegaos a mí y yo me allegaré a vosotros; buscadme diligentemente» (D. y C. 88:63).

Hermanas, si pudiera ofrecerles unas palabras de consejo, serían: ¡Busquen diligentemente a Jesús! Moroni exhortó: «…quisiera exhortaros a buscar a este Jesús de quien han escrito los profetas y apóstoles, a fin de que la gracia de Dios el Padre, y también del Señor Jesucristo, y del Espíritu Santo, que da testimonio de ellos, esté y permanezca en vosotros para siempre jamás» (Éter 12:41). ¡Qué promesa y qué desafío!

Al buscar diligentemente a Jesús, fortalecemos nuestra alma espiritual, y, al mismo tiempo, eso nos impulsa a fortalecer a los demás. Lo hacemos de maneras insignificantes, pero estos esfuerzos son importantes. El buscar a Jesús nos ayuda a establecer prioridades, a encontrar tiempo para leer las Escrituras a diario a fin de poder sentir el Espíritu del Señor todo el día. Buscar a Jesús es aprender a encontrar un equilibrio entre lo que sentimos en nuestro corazón y lo que en nuestra menee sabemos que es cierto, y luego demostrar, por medio de nuestras acciones, que comprendemos ese equilibrio.

Con frecuencia oímos las palabras: «Los tiempos han cambiado», y en cierto respecto así ha sido. Pero, a la vez, siguen igual. Lo que es constante es el mensaje que nos ha testificado el Santo Espíritu, de que debemos buscar a Jesús y las verdades del evangelio eterno.

Testifico que un Padre bondadoso nos ha dado estas verdades eternas que nos brindarán el conocimiento y la fortaleza para vivir con esperanza, valor y fe. Que la hermandad de la Sociedad de Socorro, establecida por el Señor mediante un profeta, traiga bendiciones y dé apoyo a las mujeres de esta Iglesia, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario