27 de agosto de 1972
La fortaleza de la Iglesia
Discurso del presidente Harold B. Lee
Conferencia General de Área en México, D.F. 27 de agosto de 1972
Mi corazón rebosa de gozo al ver esta numerosa congregación de los miembros de la Iglesia, de los países de Centroamérica y de la gran República de México, y al mismo tiempo sentir el maravilloso espíritu que se manifiesta aquí en tan rica abundancia.
Mis pensamientos vuelven atrás hasta mi primera visita, hará unos 28 años, y mis giras subsiguientes con los presidentes Arwelí L. Pierce, Claudius Bowman y Joseph T. Bentley. He repasado la historia de la primera misión a México, comenzando desde 1875, la cual tenía el propósito doble de llevar el evangelio a los descendientes de Abraham, Isaac, Jacob, José y Manases, y encontrar tierras para futuras colonias mormonas en México.
En esta temprana historia de las misiones, se mencionan prominentemente los nombres de Anthony W. Ivins, Daniel W. Jones, Helamán Pratt, Ammon M. Tenney, Rey L. Pratt y muchos otros.
Muchos se han preguntado por qué se está efectuando esta conferencia en la ciudad de México para los miembros que residen en México y Centroamérica. Una de las razones por las que se está efectuando esta conferencia es para hacer patente nuestro reconocimiento y encomiar las notables obras de las muchas personas que en el curso de los años han sido el instrumento que ha motivado el tremendo crecimiento de la Iglesia en estos países.
En otras partes en el mundo ha habido, durante este mismo periodo, un crecimiento igualmente significativo en el número de miembros de la Iglesia. Todo esto se ha hecho para obedecer el mandamiento divino «de predicar el evangelio a toda nación, tribu, lengua y pueblo, como preparación para la segunda venida del Señor», que era, según lo explicó el mensajero celestial, el propósito principal de la restauración del evangelio en esta dispensación.
Tal pareciera que el Señor nos había orientado hacia una preparación para este día, porque en una revelación anterior (Doc. y Con. 88:72-75, 85) declaró: «He aquí, yo me encargaré de toda vuestra grey, y levantaré élderes que les enviaré. He aquí, yo apresuraré mi obra en su tiempo.»
La evidencia del apresuramiento a que se refiere el Señor no puede encontrarse en mayor medida que en esta República de México y en los países de Centroamérica, como se ve en la preeminente superabundancia de la sangre de Israel que se encuentra aquí. Ha habido un aumento en México, desde 1963, de un total de 26.353 miembros hasta 82.648 en el tiempo actual. Y un aumento en el número de miembros en Centroamérica desde 13.842, que había en 1963, hasta 32.484, o sea un total combinado, en la actualidad, de 115.132 miembros en México y Centroamérica.
Durante los últimos 10 o 15 años ha aumentado el número de estacas y misiones en México y Centroamérica, y ahora tenemos 8 estacas con 75 barrios y 12 ramas, y 7 misiones con 257 ramas.
Este gran aumento ha causado que las autoridades de la Iglesia presten más atención al desarrollo de directores y maestros en sus países nativos para velar por los rebaños, como el Señor llama a los miembros de la Iglesia, y edificar el reino de Dios donde se encuentren los honrados de corazón.
Cuando le fue preguntado al profeta José Smith cómo gobernaba a su pueblo en los primeros días de la Iglesia, él contestó: . «Les enseño principios correctos, y ellos se gobiernan a sí mismos.» De modo que estamos llegando a los sitios lejanos entre los miembros de nuestra Iglesia, dondequiera que los hemos encontrado, con el plan de salvación del evangelio.
Para iniciar esta preparación, comenzamos con la Noche de Hogar para la Familia y la Orientación Familiar. Tenemos primarias de hogar para los niños, donde se enseñan a estos pequeñitos los principios de una vida recta y la obediencia a la ley y al orden. Tratamos de inculcar en todos nuestros miembros el principio de ser leales al gobierno bajo el cual viven.
Muchos han venido a nosotros con esta pregunta: «¿Cuál es el problema principal con que tiene que encararse la Iglesia en la actualidad?»
La respuesta es que nuestro problema mayor es el problema de crecimiento. Desde que fui llamado a ser una de las Autoridades Generales en 1941, el número de nuestros miembros ha aumentado desde 862.000 hasta 3,150.000 a fines de 1971, y el número de estacas y misiones ha crecido desde 134 y 35 hasta 584 estacas y 101 misiones. Hoy estamos enseñando el evangelio en 17 idiomas diferentes.
El número de misiones nuevas sigue aumentando, lo cual requiere nuevos edificios; y recientemente se han dedicado dos templos nuevos en los Estados Unidos y uno más que se está construyendo en la ciudad de Washington, capital de los Estados Unidos.
El Señor indudablemente indicará el tiempo y lugares para templos nuevos en los años venideros, pues, como Él dijo cuándo se estaban haciendo los planes para el primer templo: «Y a mí siervo José le enseñaré todas las cosas concernientes a esta casa, su sacerdocio y el sitio sobre el cual será edificada» (Doc. y Con. 124:42). Si acaso, y cuando el Señor tenga necesidad de otros templos, Ei indicará el lugar y todas las cosas relacionadas a ello.
Durante las más recientes conferencias de prensa con las agencias de noticias, esto es, los diarios, radios, representantes de televisión, surge la pregunta más obvia tocante al crecimiento de la Iglesia: «¿Cómo explica usted este crecimiento tan fenomenal?»
Un ejemplo de estas entrevistas fue la que tuvimos con el Señor Thrapp, editor de religión de Los Angeles Times. Su pregunta fue: «Ahora bien, ¿qué hay en la doctrina de la Iglesia o en [a verdad central de la Iglesia que atrae a los no miembros y causa que la Iglesia se desarrolle en tan gran manera?» En mi respuesta le contesté en parte: «El misionero debe saber por sí mismo la fuerza vital de lo que está enseñando. Bien se ha dicho que ‘no puede uno encender una llama en el corazón de otra persona cuando no está ardiendo en el suyo.’ El misionero debe, ante todo, convertirse a sí mismo.»
Muchos se preguntan por qué nuestros misioneros están dispuestos a salir por dos años y prestar servicio gratuitamente, sin ninguna compensación monetaria, y porqué un obispo de un barrio o un presidente de rama o un presidente de estaca o misión dan sus servicios sin retribución, cuando puede causarles muchos dolores de cabeza, penas y desilusiones, críticas, frustraciones. La respuesta se encuentra en esta afirmación: Uno presta servicio cuando es llamado bajo la inspiración del Señor comunicada a las autoridades que lo presiden, porque sabe que ésta es verdaderamente la Iglesia y reino de Dios sobre la tierra en la actualidad. Con tal convicción, uno daría su vida, si fuere necesario, por la obra del Señor.
Hace pocos años nos visitó un destacado director industrial, al cual se le llevó al sitio donde está ubicado nuestro Plan de Bienestar y observó cómo funciona el Programa de Bienestar de la Iglesia. A la conclusión de su visita se reunió con los miembros de la Primera Presidencia y comentó la asombrosa actividad de bienestar que él había observado. Mientras lo llevaba de vuelta a su despacho, me dijo: «He estado tratando de pensar durante el día cuál podrá ser el motivo fundamental que los impulsa a ustedes a establecer el Programa de Bienestar, cuando las agencias gubernamentales habrían ayudado a sus miembros. Si no fuera por la clase de devoción y convicción de estas personas, de que su Iglesia es verdadera, su programa total de bienestar no sería más que un desastre.»
Así sería con la obra misional, con el pago de los diezmos, la edificación de templos o centros de reunión o aceptar llamamientos para trabajar en la Iglesia. Si no fuera por esta clase de devoción en el corazón de los fieles miembros, esta Iglesia no crecería ni se desarrollaría como actualmente lo está haciendo en todas-partes de la tierra.
La fuerza de la Iglesia no ha de medirse por la cantidad de dinero que los fieles miembros pagan como diezmos, ni por el número total de los que son de la Iglesia, ni por el número de capillas y templos. La fuerza verdadera de la Iglesia debe medirse por los testimonios individuales que se encuentran en los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
En una entrevista con un periodista eminente, se hizo la pregunta adicional concerniente a la preparación de nuestros misioneros para enseñar el evangelio, Le expliqué que cuando el misionero sale a enseñar, va preparado en cuanto a las doctrinas de la Iglesia que debe presentar. Debe enseñar y dar testimonio de que el evangelio de Jesucristo se ha restaurado de nuevo a la tierra. Muchas personas, si han estudiado las Escrituras, saben que tras la muerte de los apóstoles, según se predijo, hubo una apostasía de la verdad; y que durante este tiempo, como lo anunciaron las Escrituras, los hombres anduvieron de un lado para otro buscando la verdad, y en ningún lugar se encontraba. Hubo hambre en la tierra, hablando espiritualmente. Pero en una visión manifestada al apóstol Juan en la Isla de Patmos, se prometió esto: «Vi volar por en medio del cielo a un ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo» (Apocalipsis 14:6-7).
La promesa se cumplió por conducto de un joven, José Smith, que se encontraba en un dilema concerniente a cuál de todas las iglesias debería ingresar. El problema surgió tras de haber concurrido a una reunión de avivamiento espiritual con la esperanza de ser estimulado, como lo esperan ser todos los que están presentes, con el deseo de acercarse más al Señor. Cada quien entonces debe decidir por sí mismo a cuál iglesia ha de ingresar. Algunos de la familia de José eran metodistas, otros bautistas, tal vez de otras fes, así que este joven quería saber a cuál iglesia debía unirse.
Al estudiar las Escrituras encontró un pasaje muy significativo, donde el escritor había dicho: «Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la ola del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra» (Santiago 1:5-6).
Ahora bien, según su manera de pensar el pasaje tenía solamente un significado para el joven. ¿Por qué no podía recurrir él a la fuente de la cual recibiría este conocimiento? Como respuesta a dicha interrogación incorporada en humilde oración, en un lugar apartado, vino una de las revelaciones más potentes que jamás se han manifestado al hombre. El Padre y el Hijo, en calidad de Personajes glorificados, le aparecieron; y cuando les hizo la pregunta en cuanto a la iglesia a la que debía ingresar, uno de los Personajes, señalando al otro dijo: «Este es mi Hijo Amado. Escúchalo.»
Entonces siguió la declaración a este joven, de que sería su misión, y que él iba a ser el instrumento en las manos de Dios en la restauración del evangelio verdadero y el establecimiento de la verdadera Iglesia sobre la tierra.
Ahora, hay que ver que todas las iglesias habían tenido la Biblia todos esos años, pero a causa de las anotaciones, las traducciones y las omisiones, existía una confusión muy grande entre las varias iglesias. El Señor sabía que hacía falta un nuevo testigo de su misión. Se proporcionó este nuevo testigo con la revelación del Libro de Mormón, en el cual se encontraba la plenitud del evangelio de Jesucristo. En este libro se halla la historia de los hechos de Dios con otros pueblos en este continente de América; y estas escrituras no habían estado sujetas a las traducciones y a las omisiones que obviamente se habían introducido en las varias etapas del desarrollo de la Biblia.
Se explicó, además, al que nos entrevistaba, que por todo México y Centro y Sudamérica los arqueólogos han descubierto indicios de una civilización que muy bien podían ser los restos de las ciudades acerca de las cuales el Libro de Mormón relata. Se ha acumulado mucha evidencia respecto de un pueblo muy notable que vivió allí en otro tiempo. Le fue dada orientación divina al joven José Smith, paso por paso, en cuanto al establecimiento de la organización de la Iglesia, tal como previamente había existido, con apóstoles, profetas, pastores, maestros, evangelistas, etc. Todo esto vino por revelación divina al profeta que Dios había levantado para este propósito mismo.
Cuando salen nuestros misioneros, decimos a las personas entre quienes obramos: «No estamos pidiéndoles que se unan a la Iglesia simplemente para que su nombre quede inscrito en los registros; ese no es nuestro propósito. Venimos a vosotros para ofreceros el don más grande que el mundo puede otorgar, el don del reino de Dios, que está aquí para vosotros si sólo aceptáis y creéis.» Esta es nuestra invitación al mundo: «Nosotros podemos enseñaros las doctrinas de la Iglesia de Jesucristo y dar testimonio de la divinidad de la obra; pero el testimonio de la verdad de lo que enseñamos tiene que venir como resultado de vuestra propia búsqueda.»
En una ocasión me preguntó un individuo: «¿Cómo puedo encontrar a Dios?» Y yo le contesté; «De la misma manera en que se encuentra cualquier otra cosa; hay que buscar.» Decimos a las personas a quienes enseñamos: «Id y buscad; preguntad al Señor; estudiad, trabajad y orad.»
Un profeta dijo: «Debéis hacer más que experimentar con mi palabra; debéis tener el deseo de saber; ponedla a prueba, meditadla, leed al respecto, estudiadla, orad. Si es verdadera, será como la buena semilla, germinará y crecerá hasta convertirse en conocimiento verdadero, hasta que llegue la ocasión en que podáis decir con certeza que es verdadera.» Tal es el sistema según el cual se trae a las personas a la Iglesia, y es la misma manera en que, desde el principio, han sido traídos a la Iglesia los Íntegros de corazón en todas partes.
Nuevamente vuelvo a repetir; La fuerza de esta Iglesia se mide por el testimonio individual que existe en el corazón de los miembros al respecto de que ésta efectivamente es .la Iglesia y reino de Dios restaurado en estos postreros días.
Quisiera relatar brevemente uno o dos testimonios emocionantes que he escuchado personalmente durante mis visitas anteriores a estos países, los cuales inequívocamente indican que la mano del Señor se ha manifestado en la introducción del evangelio entre los pueblos de habla hispana.
Tal vez algunos de quienes voy a hablar estén presentes en esta ocasión.
En 1959, en compañía de mi esposa, venía a Sud y Centroamérica, y mientras estaba de visita en la casa de misión en la ciudad de México, escuché un testimonio de un misionero que había estado trabajando cerca de la frontera centroamericana al sur de México, y éste es el testimonio que dio según lo anoté en mi diario, y del cual voy a citar:
«Mientras me hallaba en la ciudad de México, después de nuestra conferencia en Guatemala, el élder Gary Hall relató la experiencia de haber encontrado a una mujer de unos setenta años de edad, en Tapachula, Estado de Chiapas, cerca de la frontera de Guatemala, la cual, cuando por primera vez la visitaron los élderes, declaró casi inmediatamente que sabía que era verdad lo que estaban enseñando. Cuando se le interrogó declaró que 50 años antes tres hombres de edad, de tez blanca, llegaron a su pueblo, y por tres días predicaron la misma doctrina que los élderes ahora predicaban. Los tres hombres también declararon que en años venideros otros misioneros de tez blanca llegarían llevando con ellos el evangelio verdadero de Jesucristo, y que debían aceptarlo. Esta hermana dijo que se rumoraba que los tres hombres continuaron hacia el sur, probablemente rumbo al país de Guatemala, donde igualmente yo con anterioridad había escuchado a misioneros que me informaron de haber encontrado a individuos que habían escuchado a un hombre hablarles acerca de un libro que contenía una historia de sus antepasados.» (Fin de la cita) (Informe de Harold B, Lee de su visita a la Misión Centroamericana, 16 de noviembre de 1951.)
Se dieron dos testimonios en una gran conferencia efectuada en Guatemala que son dignos de atención, y que tienden a apoyar esta afirmación de que la mano del Señor estaba guiando la obra misional en este lugar.
El presidente Alberto Mosso Amado, presidente del distrito central, habló de un pueblo algo prominente en el norte de Guatemala llamado Kumen. Le había llamado la atención el origen de este nombre, dado que en la mayoría de los casos eran de origen español o indio; pero no era así con el nombre Kumen. El presidente Amado había buscado en la biblioteca y determinado definitivamente que el nombre no era español.
Cuando leyó el Libro de Mormón se emocionó al darse cuenta que uno de los Doce Discípulos, llamados por el Maestro, cuando visitó el hemisferio occidental, llevaba el nombre de Kumen. Indudablemente la ciudad tomó el nombre de ese discípulo, quien probablemente había frecuentado ese lugar.
Otro testimonio fue el del hermano Daniel Mich, alcalde de un pequeño pueblo de Guatemala. Yo había oído a uno de los misioneros, el élder Claire O. Searcy, consejero del Presidente de la Misión, y uno de los que había llevado el evangelio al hermano Mich, dar este testimonio, del cual nuevamente cito de mi diario.
«Daniel Mich nació el 12 de diciembre de 1911, y se bautizó el 26 de junio de 1957.- Es un hermano de sangre pura lamanita. Este fue el testimonio que dio: «Una mañana muy temprano, dos hombres bien vestidos llamaron a la puerta y dijeron que eran misioneros de Jesucristo. Dijeron que tenían un mensaje importante que deseaban presentarme. Habiendo oído muchas cosas de los mormones, y teniendo también deseos de ver quiénes eran y porqué estaban aquí, los invité a mi humilde casa, (construida de adobe y con techo de plama). Después de escuchar su mensaje los invité a que volvieran a visitarme. Después de haberme visitado varias veces, me pregunté si sería verdaderamente cierto el mensaje de la restauración del evangelio de Jesucristo, del cual testificaban. Mi esposa y yo decidimos orar al respecto. Era lo que nos habían dicho que hiciéramos, si realmente queríamos saber la verdad. Una noche, como a las tres de la mañana, tuve un sueño que yo sé fue la respuesta a nuestras oraciones. Soñé que iba por un camino y encontré a siete hombres, cada uno de ellos a un lado de una bifurcación, y al pasar cada uno de ellos a su vez me dijo que el camino donde él estaba era el verdadero. Les dije que tendría que seguir por el camino que yo llevaba. Poco más adelante vi a un hombre parado en el camino, y al acercarme me llamó por mi nombre. ‘Daniel Mich—me dijo—vas por el camino verdadero; sigue por este camino y te irá bien, porque yo soy el profeta David O. McKay’.
«La siguiente vez que los élderes vinieron a visitarme les dije acerca del sueño que había tenido. Se asombraron al escuchar mi sueño y prometieron traerme un retrato del Profeta, para ver si era la misma persona que había visto en mi sueño. Os testifico que era la misma persona. Cuando me mostraron el retrato, se me llenaron los ojos de lágrimas, y supe sin ninguna duda que mis oraciones habían sido contestadas. Yo sé que ésta es la Iglesia restaurada de Jesucristo porque El me lo reveló, y dejo estas palabras y testimonio en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.»
El hermano Moses Thatcher, del Quorum de los Doce Apóstoles. . . dedicó el país de México par a la colonización de los miembros, que por medio de ellos pudiese llegar la salvación a mucho s de los habitantes del país, y especialmente al resto de Israel.
Quedé profundamente impresionado al leer recientemente la oración dedicatoria del hermano Moses Thatcher del Quorum de los Doce Apóstoies, ordenanza que efectuó por asignación de la Primera Presidencia el 25 de enero de 1880. En su oración dedicó el país de México para la colonización de los miembros, que por medio de ellos pudiese llegar la salvación a muchos de los habitantes del país, y especialmente al resto de Israel. . . Que sus hombres principales y prudentes tuviesen sueños y visiones y manifestaciones para prepararlos a ellos y a sus hermanos para la verdad del evangelio y el conocimiento de sus padres que habían conocido a Dios. Para el beneficio de los siervos del Señor, se dedicaron las tierras, el agua, los bosques y todas las cosas, y que la paz pudiera cernirse sobre la faz de las mismas, a fin de que desaparecieran la violencia y la revolución y el derramamiento de sangre, y que para este fin se ablandara el corazón de los oficiales del gobierno y los hombres de influencia en el país y se tornara a la paz.
El hermano Thatcher entonces concluyó su oración dedicando el país a la paz, para que la descendencia de Jacob, por los lomos de José, pudiera aprender la verdad y regocijarse en el evangelio de su salvación. Dedicó la montaña sobre la cual estaban orando, para que llegase a ser un lugar santo de adoración y pidió que los dirigentes entre los lamanitas pudieran traerles la liberación de las cadenas, a fin de que cesara su servidumbre. Oró por la Iglesia, por el sacerdocio, por la Misión Mexicana, para que el cetro de poder pasara de las manos de los injustos a las de los justos, a fin de que Sión pudiera levantarse y brillar bajo el dominio de Dios.
Entonces encontré esta declaración significativa tomada del diario de Moses Thatcher, fechada el 25 de enero de 1880, que quisiera citar:
«Concerniente a la oración dedicatoria, puede decirse que la bendición pronunciada sobre el gobierno de México y sus oficiales tuvo un notable cumplimiento en los 30 años subsiguientes de paz. El presidente Porfirio Díaz, aun cuando con mano de hierro, trajo la paz y la prosperidad y el desarrollo industrial al país, y poco después vino la colonización de nuestro pueblo en el Estado de Chihuahua. También en que el presidente Díaz declaró que se sentía inspirado a permitir la colonización de nuestros miembros. Su larga amistad que manifestó de allí en adelante fue prueba de su sinceridad e influencia en cuanto a la colonización de nuestros miembros, en vista de que los gobernadores locales y otros oficiales habían negado dicha colonización.» (Fin de la cita).
Y ahora, mis queridos hermanos y hermanas, quisiera concluir mis palabras trayendo a vuestras mentes la lista de los grandes directores que me han antecedido en la tarea de dar curso al destino de la obra del Señor en esta dispensación postrera.
Algunos de los presidentes más recientes son bien conocidos a vosotros: El presidente José Fielding Smith, el presidente David O. McKay y los presidentes George Albert Smith y Heber J. Grant. Estos y otros hombres antes de ellos han puesto los cimientos sobre los cuales nosotros ahora debemos edificar, a fin de cumplir el propósito para el cual nuestra Iglesia se ha organizado sobre la tierra en nuestra época.
En mi posición actual, sintiendo el deseo de conferir mi bendición a los fieles y a todos los miembros de la Iglesia, aprovecho esta oportunidad para bendeciros y fortaleceros con nueva determinación, a fin de que pongáis vuestras casas en orden y conservéis a vuestros hijos cerca de vosotros. Esposos, sed fieles y leales a vuestras esposas. Esposas, proteged a vuestros pequeñitos y sed verdaderas compañeras a vuestros esposos. Vivid en vuestras comunidades en armonía unos con otros. Frustrad el poder del adversario llevando a efecto las varias actividades que el Señor ha dispuesto para enseñar a nuestros jóvenes tantas cosas buenas, que no tendrán tiempo para las malas.
Como uno que tiene la responsabilidad de dar testimonio de la misión divina del Señor, os aseguro, mis queridos y fieles hermanos y hermanas, que yo sé, como sé que vivo, que nuestro Señor y Maestro, Jesucristo, quien está a la cabeza de esta Iglesia, es una persona viviente y verdadera. Por todos lados hay evidencia de la obra de sus manos, y la proximidad que siento a Él me ha dado la fuerza y la determinación de seguir donde El guíe. El mensaje más importante que puedo daros a vosotros y a todo el mundo es el de guardar los mandamientos de Dios, porque por este medio podéis prepararos para recibir orientación divina mientras vivís aquí en la tierra, y en el mundo venidero estar preparados para ir ante vuestro Redentor y lograr vuestra exaltación en la presencia del Padre y del Hijo. Os doy este testimonio y dejo sobre vosotros mi bendición en este día, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























