Conferencia General 132a
La revelación base del Evangelio
por el presidente Henry D. Moyle
En la historia del mundo, ¿cuántas veces han debido los pueblos, a fin de obtener una herencia espiritual, soportar amargas experiencias? Así como los hijos-de Israel tuvieron que pasar penurias al salir de aquel Egipto que los esclavizara durante 4 siglos, también nuestros padres debieron sufrir aflicciones para arribar a estos valles donde la obra del Señor sería más ampliamente desplegada, después de 17 largos años de atroz persecución en los estados de Nueva York, Ohío, Misurí e Illinois, y aún durante la travesía de las montañas hasta llegar a Utah.
En el proceso de la restauración de la Iglesia, se han repetido las características de cada dispensación. Desde la restauración del evangelio en 1830, los negocios del Padre con sus hijos aquí en la tierra han reflejado una notable similitud con los de anteriores generaciones. Y esta semejanza se relaciona principalmente con dos mayores aspectos: primero, la persecución; y segundo, la revelación. El pueblo del Señor ha sido probado en la adversidad en todas las edades. Y si la persecución ha continuado, ¿por qué no la revelación?
¿Debemos acaso decir con las demás iglesias del mundo: “Los ciclos están cerrados.» y que no puede haber habido más revelaciones desde que Juan completara su libro del Apocalipsis? Nosotros sabemos y testificamos al mundo que la supervivencia de nuestra fe en Dios depende enteramente de Su propia dirección actual. ¡Cuán impotente ha sido el hombre cada vez que se ha visto abandonado y dejado solo con las revelaciones del pasado! Sin la presente comunicación entre Dios y el hombre, los cimientos mismos sobre los que esta última Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos fuera edificada, se desmoronarían. Ni hoy ni nunca podría existir el evangelio en su plenitud sin la revelación divina.
¡Oh, cuánto quisiera que el mundo entendiera las palabras del Salvador a Pedro y los otros apóstoles del Meridiano de los Tiempos! Ello les haría comprender entonces que el verdadero conocimiento de Dios se obtiene sólo mediante la revelación corriente. Todos sabemos que el Señor preguntó a Sus discípulos inmediatos:
“. . . Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no le lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.” (Mateo 16:15-17.)
Pedro fué divinamente comisionado para recibir revelaciones para la Iglesia durante todo el tiempo en que permaneció a la cabeza de la misma. Y fué perseguido hasta llegar a ser un mártir. Después de su muerte, fué sucedido por Juan, a quien, a partir de entonces, el Señor le reveló las cosas como Presidente de Su Iglesia. El último libro del Nuevo Testamento contiene dichas revelaciones; Juan había sido desterrado a la isla de Patmos después de haber sido grandemente perseguido y allí las recibió.
En su epístola a los Efesios, Pablo dice que la Iglesia es edificada “sobre el fundamentó de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo del Señor.” (Efesios 2:20-21)
Jesucristo, la principal piedra angular, afirma Su derecho y dirige Su Iglesia mediante las revelaciones de Su santa mente y voluntad a Su siervo el Profeta, cabeza de Su reino y Sumo Sacerdote presidente sobre la tierra en la actualidad. Si la revelación habría de cesar, ¿por qué no cesó con la muerte de Cristo, en lugar de haber cesado — como dicen las iglesias del mundo — con la muerte de Juan, el último de Sus apóstoles? ¿Por qué fué necesaria la revelación a los apóstoles después de la Ascensión del Señor?
La misión de un profeta, es profetizar. ¿Cómo podría un profeta verdaderamente profetizar si no existiera la revelación? ¿Por qué habría Pablo de dar importancia a la necesidad de apóstoles y profetas en la Iglesia si no iba a haber más revelaciones? Estas preguntas dejan indudablemente perplejos a los que niegan la posibilidad de la revelación. Toda vez que la revelación ha sido suspendida o suprimida, se ha manifestado la apostasía, y el hombre ha quedado solo. La mayor evidencia de apostasía es declarar que los cielos están cerrados y que ha cesado la revelación divina.
¿Son acaso nuestros días y sus problemas tan simples que no necesitamos la ayuda del cielo? Nosotros sabemos que Dios es omnipotente. ¿Por qué habría de cerrar los cielos para siempre después de la muerte de Juan y privar a Sus hijos de los beneficios de Su poder ilimitado, en contraposición a las épocas pasadas en que ayudara a los hombres?
La historia se repite. Hablando de Moisés y su pueblo, alguien escribió lo siguiente:
“Nunca ha habido otra nación, en la historia del mundo, con la que persona alguna estuviera tan esencialmente identificada y por medio de quien sus instituciones hayan sido tan favorecidas. En la historia bíblica, este caudillo y legislador ocupa un lugar prominente.”
Pues bien, la posición de José Smith en la fundación de la Iglesia en esta dispensación, es grandemente comparable a la de Moisés. Tanto él como su pueblo sufrieron también persecuciones, en varios sentidos tan severas e intensas como las que el antiguo pueblo de Israel soportara durante la dominación egipcia y posteriormente a través del éxodo del desierto. José Smith sufrió persecuciones desde la edad de 15 años hasta los 38, cuando fué martirizado. El selló con sangre su testimonio. A veces se nos dice que hablamos demasiado acerca de José Smith. Pero cual Moisés en aquellos días, José Smith personifica hoy las revelaciones que Dios le concediera a fin de establecer nuevamente Su Iglesia y reino sobre la tierra.
En mayo de 1884, Josíah Quincy, ex-Alcalde de Boston, y su culto amigo el doctor Charles Francis Adams—uno hijo y otro nieto de dos de los Presidentes de los Estados Unidos—, permanecieron dos días con José Smith en Nauvoo (Illinois.) Posteriormente, en su libro “Figuras del Pasado,” el señor Quincy escribió:
“No es del todo improbable que en algún libro futuro, escrito para las generaciones que aún están por venir, se halle una pregunta más o menos como ésta: ¿Qué americano histórico del siglo diecinueve ha ejercido la influencia más potente en los destinos de sus compatriotas? Y no es del todo imposible que la respuesta a esta interrogación sea la siguiente: JOSÉ SMITH, EL PROFETA MORMÓN.”
Sí, José Smith fué capaz de confundir al sabio, asombrar a los entendidos y maravillar al grande. ¿Puede algún sincero buscador de verdades en el campo religioso rehusarse conscientemente a hacer un completo estudio de las enseñanzas y realizaciones del joven Profeta? Dejemos que todo investigador honesto encuentre la verdad por sí mismo.
Sí, José Smith fué un verdadero Profeta de Dios. Os lo testifico.
José Smith debe ser constantemente reconocido por la Iglesia y por el mundo entero como el moderno legislador por medio de quien el evangelio de Jesucristo fuera restaurado en su más prístina pureza. El Señor ha prometido que Su obra y Su Iglesia nunca más han de ser quitadas de la tierra o cedidas a otro pueblo, sino que prosperará y se expandirá hasta llenar la tierra. Notemos lo significativa que fué la inspirada interpretación de Daniel acerca del sueño del rey Nabucodonosor, tal como lo encontramos registrado en el segundo capítulo del libro de Daniel, en el Antiguo Testamento:
“Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre.” (Daniel 2:44)
Pablo entendió perfectamente la interpretación de Daniel que acabo de mencionar, y en su Epístola a los Efesios también dice que Dios’ nos hace conocer su propósito:
«. . . de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. . . para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloría, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él.” (Efesios 1:10, 17)
¿Cómo podría el Señor establecer su reino en estos últimos días, cuando los reinos de la tierra habrán de ser destruidos, sin revelar el tiempo, lugar y el instrumento previamente determinado y preparado para llevar a cabo Su sempiterno, propósito?
Espero que vosotros, los que me escucháis, reconozcáis mentalmente que Dios depende en gran medida de Sus hijos, quienes, en función del libre albedrío que les fuera concedido, han de dar cumplimiento a Su divina voluntad y llevar a cabo Sus propósitos sobre la tierra.
¿Cómo podría el Señor “reunir todas las cosas” en una, “así las que están en los cielos, cómo las que están en la tierra,” en la dispensación del Cumplimiento de los Tiempos, sin llamar y ordenar a individuos que ejecuten Sus decretos divinos? Amos, el Profeta de la antigüedad, nos da a conocer esta grande y eterna verdad:
“. . . No hará nada el Señor Jehová, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas.” (Amos 3:7)
En una u otra forma, el Señor se ha manifestado a Sí mismo a Su pueblo, es decir, a los que le reconocen su Dios y le prestan obediencia sincera. El apóstol Juan registró las siguientes palabras del Salvador:
“Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” (Juan 17:3)
Nosotros somos hoy su pueblo. El mora entre nosotros. Y Él es ‘nuestro Señor, nuestro Dios. El Señor no nos ha dejado ni nos dejará ya en tinieblas, y sabemos, como Pablo, (pie “nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo.” (1 Corintios 12:3) El Señor ha provisto los medios por los cuales podemos recibir el Espíritu Santo y el testimonio de éste de que Jesús es el Cristo. Nosotros creemos en el bautismo por inmersión para la remisión de pecados, y en la imposición de manos, después del bautismo, para la obtención del don del Espíritu Santo. Tal como uno de nuestros Artículos de Fe declara, “creemos que el hombre debe ser llamado de Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad para predicar el evangelio y administrar sus ordenanzas.”
Jesucristo confirió Su sacerdocio a los antiguos apóstoles Pedro, Santiago y Juan, quienes, como seres resucitados, otorgaron a su vez el mismo sacerdocio a José Smith y a Oliverio Cówdery. Este don, el Espíritu Santo, ha sido de la misma manera concedido a cientos de miles de personas, vivas y muertas, las que en consecuencia han recibido el directo testimonio divino de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
En su Evangelio, Juan el Amado no deja lugar a dudas en cuanto a la gran importancia que la función del Espíritu Santo tiene en la Trinidad. Poco antes de Su ascensión a los cielos, el Salvador declaró a Sus discípulos:
“Más el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.” (Juan 14:26)
Y Brígham Young dijo en una ocasión:
“Aprenda cada hombre y cada mujer, a través de los dictados del Espíritu Santo, y por sí mismo, si sus directores espirituales están o no caminando por el sendero que el Señor ha trazado.” (Journal of Díscoiirses, tomo 9, página 150)
De esto se deduce entonces que a cada miembro de la Iglesia le asisto el derecho de recibir un testimonio del Espíritu Santo con respecto a lo que el Profeta de Dios revela o a la veracidad de sus profecías. Asimismo, Brígham Young manifestó:
“Podemos decir que un revelador es inspirado de Dios sólo cuando nosotros mismos somos movidos por el Espíritu Santo a confesarlo. Por consiguiente, es esencial que los miembros de la Iglesia sean tan diligentes en su fe, como lo son sus directores.” (Ibid., tomo 7, página 277)
Gracias a esto don, millones de personas en todo el mundo han tenido la oportunidad de recibir un testimonio de la verdad. ¿Cómo podría, si no, el Señor bendecirnos en nuestros momentos de aflicción o necesidad sin revelarnos Su poder, Su voluntad, Su influencia y Su inspiración en la actualidad? ¿Podéis seguir creyendo que los cielos están cerrados? ¿Podéis, acaso, confiar sólo en la sabiduría y la fuerza de hombre? Os invitamos a que investiguéis, hasta vuestra más completa satisfacción, la proclamación hecha por José Smith, en cuanto a que los cielos están abiertos y que el evangelio sempiterno ha sido nuevamente restaurado al mundo. Meditad acerca de la revelación registrada por Juan:
“Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo.” (Apoc. 14:6)
En nuestra declaración de que el evangelio ha sido restaurado por conducto de José Smith, estamos dando a saber que esta profecía ha sido cumplida. Y estamos dando al mundo parte de este testimonio, el resto del cual está a la entera disposición de los que honestamente deseen conocer la verdad. Quizás todos vosotros, los que ahora escucháis, sabéis ya que el joven José Smith, fué cierta esplendorosa mañana del siglo pasado a un bosque, a orar por conocimiento, conforme lo encontrara recomendado por Santiago en su Epístola Universal:
«. . . Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.” (Santiago 1:5)
El oró entonces fervientemente, con la humildad propia do un niño, y a medida que lo hacía, vió que una columna de luz descendía directamente sobre él. Y así nos lo relata en sus escritos:
“Al reposar la luz sobre mí, vi a dos Personajes, cuyo brillo y gloria no admiten descripción, en el aire arriba de mí. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: ¡Este es mi Hijo Amado: Escúchalo!”
El joven preguntó entonces “cuál de todas las sectas era la verdadera” y a cuál de ellas debía unirse. “Se me contestó”—continúa él en su propio relato de esta gloriosa experiencia—“que no debía unirme a ninguna porque todas estaban en error.” (Escritos de José Smith, 2:17-19) Esta verdad concerniente a las iglesias del mundo, fue luego más ampliamente explicada.
Diez años más tarde, en obediencia a instrucciones divinas, José Smith organizó la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Esto sucedía el 6 de abril de 1830, en el estado de Nueva York. Y la historia de los Estados Unidos es testigo de que el joven profeta moderno tuvo entonces que soportar toda clase de aflicciones, persecución y tribulaciones, hasta ser finalmente martirizado, sellando de esta forma su testimonio con su propia sangre. Su obra, en espíritu y en testimonio, ha resistido hoy con más fortaleza, más vigor y más certeza que nunca, la prueba del tiempo.
¿Y cuál fué, pues, el testimonio final que José Smith dió al mundo?
“Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, este testimonio, el último de todos, es el que nosotros damos de él: ¡Que vive!
Porque lo vimos, aún a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre.” (Doc. y Con. 76: 22-23)
Puedo aseguraros que los más íntimos sentimientos de mi corazón no son distintos de los que Pablo manifestara ante el rey Agripa, hace diecinueve siglos, con estas palabras:
“¡Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tal cual yo soy, excepto estas cadenas!” (Hechos 26:29)
No estamos hoy en cautiverio. Sabemos, por el contrario, que el Señor nos ha dado el gran plan de salvación por medio de cuya obediencia pueden los hombres retornar a su presencia, y ser salvos y aun exaltados eternamente en Su reino de gloria. Os testificamos, como Pablo, que el evangelio de Jesucristo “es poder de Dios para salvación.”
Llamamos al mundo al arrepentimiento, haciéndole a la vez responsable de buscar devota y humildemente la verdad, pues los cielos están abiertos y Dios habrá de revelar dicha verdad a cualquier investigador honesto.
Permitidme usar estas otras palabras de Pablo: “La paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 6:23)
Que el Señor nos bendiga para que por medio del Espíritu Santo podamos realmente conocer la verdad, yo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























