Nuestro conocimiento acerca de Dios
por el presidente Hugh B. Brown
Conferencia General 132a
A la par que un gran honor, es para mí una seria responsabilidad ésta de tener que hablar ante una numerosa audiencia—responsabilidad que me hace buscar humildemente la orientación y asistencia divina, especialmente porque voy a referirme a Dios y a la verdad.
Leamos en el Evangelio según S. Juan, las palabras aquellas del Salvador:
“. . . Si vosotros permaneciereis en mis palabras, seréis verdaderamente mis discípulos;
“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” (Juan 8: 31-32.)
Más adelante, en el capítulo 17 del mismo libro, el Apóstol nos transcribe esta otra declaración del Señor:
“Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” Ibid., 17: 3.)
La primera Escritura mencionada nos promete que si permanecemos en la palabra del Señor, conoceremos la verdad y seremos libres; y la segunda nos hace saber que la vida eterna consiste en conocer a Dios. Ambas declaraciones constituyen y definen una eterna demanda; porque obtener un completo conocimiento de la verdad y de Dios, es una empresa infinita.
Varios de nuestros discursantes nos han dicho que estamos viviendo momentos de tremenda importancia. En efecto, en la actualidad vivimos la época más trascendental que hayan jamás registrado los anales de la raza humana. Esto ha sido confirmado por los más destacados eruditos de todo el mundo, cada vez que han analizado las evoluciones, revoluciones y reformas de la historia. Los pueblos civilizados de la tierra están empezando a reparar en la creciente complejidad de nuestra civilización y del casi milagroso desarrollo y mejoramiendo alcanzado en los medios de transporte y comunicación, no solamente en la faz internacional sino en la interplanetaria.
En medio del avance rápido y sin precedentes resultante de los distintos descubrimientos en las varias ramas de la ciencia, ¿no sería lógico y razonable esperar alguna nueva actividad, un pensamiento nuevo o aun una nueva revelación en la dimensión espiritual —la más importante de la vida humana?
- Paul Davis ha dicho: “El mundo es demasiado peligroso para someterse a otra cosa que no sea la verdad, y demasiado pequeño para cobijar algo que no sea la fraternidad humana.” En verdad, un mundo que está siendo constantemente amenazado de ser extinguido por las bombas, los cohetes teledirigidos y las pruebas atómicas, necesita de la solidaridad social, moral y espiritual de los hombres.
Muchas personas, incluso algunos eruditos y profesores, ignoran el hecho de que aun en los campos de la teología y la religión se han producido también algunos cambios de conceptos, y que los mismos son de gran importancia y consecuencia, puesto que estas áreas comprenden todos los otros campos de interés y actividad general.
El aspecto más curioso y significativo con respecto a la eterna búsqueda de la verdad por parte del hombre, es su continuo e imperante intento de encontrarse y explicarse a sí mismo y determinar su relación con el universo en el cual él evoluciona, o en una palabra, descifrar el fenómeno de la vida. Las preguntas “¿de dónde, adonde y por qué?” han persistido a través de las edades.
Toda investigación sincera y devota revela que Dios es nuestro Padre y que Él es una persona; que Su gloria es la inteligencia y que Él tuvo un propósito, una voluntad y un plan cuando creó el universo y dispuso una vida terrenal para el hombre.
Dios es algo más que una personalidad; en verdad, lo que el mejor dé los hombres representa, Él lo es en un grado perfecto. Tener fe en un Dios personal al que puede referirse como su “Padre”, da al hombre un sentido de dignidad espiritual y le provee de un ideal sublime para el más noble de sus empeños. Y perseverando en esa fe, habrá de obtener respuesta progresiva a los inquietantes y eternos enigmas del origen, el propósito y el destino de la Creación.
En los tiempos bíblicos, los profetas eran los directores del pensamiento de los pueblos; en cierto modo, ellos fueron científicos espirituales que transvasaban el inagotable depósito de la verdad por medio de la directa revelación divina.
La verdadera religión es vital para la humanidad; por consiguiente, sus maestros y discípulos deben buscar y entender la verdad, abogando constantemente por la misma. Y esta verdad demandará nuestra lealtad y traerá a los hombres la libertad prometida.
A los fines de que la religión se mantenga a la par de todo otro interés humano, y pueda refutar los falsos argumentos del comunismo—de que no hay Dios, que Cristo es un mito y que la religión es nociva —es necesario que el hombre reexamine sus creencias y las formule en un credo definido. Debe comparar sus organizaciones, sus procedimientos y aun su teología misma, con las enseñanzas de la Santa Biblia. Es menester que exista una organización idéntica a la establecida por Jesucristo según el Nuevo Testamento, Y so hace entonces un deber de la humanidad el identificarla.
En nuestra búsqueda por la verdad, debemos asimismo alejarnos de los prejuicios, porque éstos no hacen otra cosa que cerrar nuestras mentes. El prejuicio ha sido definido como “una vaga opinión que carece de evidencia o apoyo.” Por consiguiente, tratemos de estudiar concienzuda y devotamente el Antiguo y el Nuevo Testamento y tengamos fe en el Dios de la Santa Biblia, el Dios conocido y testificado por Abrahán, Isaac y Jacob como Jehová, y por Pedro, Santiago y Juan como el Mesías. Y dicho estudio nos revelará que Dios no es un soberano autócrata, sino un Padre amoroso y personal. Esta doctrina de la paternidad universal de Dios constituye el fundamento de nuestra fe en la hermandad de los hombres.
Muchos de nuestros amigos indudablemente querrán saber cuáles son nuestras creencias y doctrina. Aunque no enunciamos un credo completo, el primero de los Presidentes de la Iglesia en esta dispensación definió como una simple declaración de creencias de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, los llamados “Artículos de Fe”, que comprenden la doctrina fundamental y característica del evangelio enseñado por la Iglesia en el Meridiano de los Tiempos, El primero de estos Artículos declara: “Nosotros creemos en Dios el Eterno Padre, y en su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo.” Ello demuestra y confirma al mundo que los Mormones somos Cristianos.
Esta declaración de creencias nunca pretendió ser una completa y final exposición de los credos y doctrinas de la Iglesia, puesto que recibimos y esperamos seguir recibiendo una continua revelación divina. En efecto, el noveno Artículo de Fe dice: “Creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelará muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes el reino de Dios.”
Los Artículos de Fe son una declaración autorizada; sin embargo, sólo constituyen una definición del estudio y la teología de la Iglesia.
Como ciencia, la teología ha sido definida como el campo de conocimiento que se refiere a la relación entre Dios y el hombre, y al propósito cooperativo de ambos. Mientras la teología apela principalmente al intelecto del individuo, la religión comulga con su corazón y le inspira a vivir conforme el conocimiento que ha obtenido. La teología puede reducirse o limitarse sólo a la dicción, pero la religión demanda actividad, porque comprende el empeño del hombre por adaptarse a sí mismo a los hechos de la existencia tal como han sido revelados por el Autor y Creador de todas las cosas.
Dios es la fuente de toda verdad, conocimiento y sabiduría, y siendo que la teología y la religión tratan principalmente acerca de la existencia de Dios y nuestra relación hacia Él, no parece obvio que ambas materias formen una combinación que pueda considerarse como la emperatriz de las ciencias, pero puesto que abarca todas las verdades, comprende todas las ciencias. Ambas tiene que ver con el origen, propósito y destino del hombres, con los principios que rigen la creación de los mundos y con las leyes de Dios—frecuentemente identificadas como las “leyes de la naturaleza.” Dios mismo, desde el principio, ha sido el Gran Científico que ha enseñado Sus verdades a los hombres mediante manifestaciones personales o a través de la ministración de Sus siervos escogidos.
Por supuesto, cuando el estudiante llega a los linderos de su conocimiento, debe someterse a la fe y continuar entonces, por medio de ella, su búsqueda. Como Cristóbal Colón, debe saber “confiar en las invencibles inclinaciones del alma.” Porque si bien la ciencia es edificada en base a los hechos, su arquitecto principal es la fe.
El doctor James E. Talmage dijo: “Aunque el velo de la mortalidad con su densa niebla podrá evitar que la luz de la divina presencia llegue al corazón pecador, esa cortina separadora se puede descorrer y la luz celestial brillar en el alma justa. El oído atento, sintonizado con la música celestial, ha escuchado la voz de Dios declarar su personalidad y voluntad; el ojo, libre de las motas y vigas del pecado, sin otra mira que la de buscar la verdad, ha visto la mano de Dios; dentro del alma debidamente purificada por la devoción y la humildad se ha revelado la voluntad de Dios.” (Artículos de Fe, página 331.)
Todo honesto investigador debe estar preparado para ir’ doquiera que la verdad le lleve; y ésta es frecuentemente hallada donde menos se espera. Sin temores ni prejuicios, debe tener siempre presente que “los hechos son mucho más importantes y poderosos que toda creencia equivocada—no importa cuán desagradables sean esos hechos o cuán complaciente resulte dicha creencia.”
Puesto que Dios es nuestro Padre y la fuente de toda verdad, y siendo que nuestro interés primordial es obtener la vida eterna—lo cual consiste en conocerle —, indudablemente un estudio imparcial y valiente de Su naturaleza y de Su plan divino, será nuestra recompensa más interesante y permanente. Sin duda fué esta consideración lo que inspiró a Juan, cuando dijo:
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.” (1 Juan 3: 2.)
El evangelio restaurado de Jesucristo—que nosotros proclamamos—cuando es comprendido cabalmente y aceptado, es un poder que habrá de unir a todos los hombres en una causa común—y recién entonces podrán los adelantos y los descubrimientos científicos ser utilizados realmente en beneficio de la humanidad. Y sólo entonces tendremos paz. El conocimiento de la verdad habrá de ayudar a los hombres a ser libres, ya sea que llegue a ellos por revelación directa—como en el caso de los profetas—, mediante las Escrituras, a través de los experimentos y las investigaciones en los laboratorios de la ciencia, por medio de los vuelos espaciales o como resultado de la oración íntima y sincera—como en el caso del joven José Smith.
La religión no solamente tiene que ver con la vida interior del individuo, sino—y principalmente— con la vida eterna del hombre, que no es sino una continuación de su propia identidad y personalidad en el reino espiritual de la inmortalidad. La religión provee de significado, propósito y orientación a esa instintiva curiosidad que es la empresa infinita del hombre, inspirándole un insaciable deseo por mayores conocimientos acerca de sí mismo, de su universo y de su Dios. El investigador sincero, como Shakespeare lo asegura, “encuentra expresión en los árboles, libros en los murmurantes arroyuelos, sermones en las piedras y el bien en cada cosa.”
El hombre está continuamente luchando con los problemas relativos a cómo ordenar sus reacciones y encontrar la paz en medio de las diversas y confusas experiencias que se amalgaman en las diarias actividades de su cuerpo, su mente y su espíritu. Nada mejor que la religión, pues, para que pueda lograr una tranquilidad espiritual desprovista de angustias y desasosiegos.
Las doctrinas básicas y fundamentales de la Iglesia primitiva, fueron reveladas directamente por Dios el Padre mediante Su Hijo Jesucristo. Tanto Su vida terrenal entre los hombres, como Su crucifixión, resurrección y ascensión a los cielos, proclaman la eterna verdad de que El fué y es un Ser personal y físico. Y dé ello, humildemente damos testimonio. Nacido de una mujer mortal, creció en Su niñez y se hizo maduro en Su juventud, y como la Epístola a los Hebreos declara: “. . . habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen.” (Hebreos 5: 9.)
Jesús fué y es Jehová, Dios el Hijo, de identidad separada y distinta pero trabajando en completa unidad con Elohim, Dios el Padre—a cuya imagen fué creado el hombre.
El anuncio de nuevas y continuas revelaciones de Dios es más trascendental, más tranquilizador y más estimulante, tanto en la faz nacional como internacional para todos los pueblos, que cualquier descubrimiento atómico o asombroso cometido científico en la actualidad.
Debemos tratar de conocer la palabra y la voluntad de Dios con respecto a nosotros—individual y colectivamente—pero para ello no es necesario que descansemos enteramente en las revelaciones dadas a otros pueblos del pasado. Cada uno de los profetas, sucesivamente, agregó algo a las revelaciones anteriores. Aunque muchas de las instrucciones contenidas en las Escrituras son aplicables en nuestra propia época y condición, os aseguramos, humildemente pero con la sinceridad nacida del testimonio, que Dios revela y aún revelará Su palabra por medio de Sus siervos escogidos. Nosotros proclamamos una nueva revelación celestial, una nueva visión y entendimiento acerca de Dios y de Su Hijo Jesucristo, una nueva interpretación de la verdad y también una nueva delegación de la autoridad divina al hombre. La revelación continua ubica a la religión a la vanguardia del progreso humano. Declaramos que ha sido iniciada, bajo la inspiración y guía del Señor, la Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos, a la cual el apóstol Pablo hizo alusión cuando declaró que en ella serían reunidas todas las cosas en Cristo, “así las que están en los cielos, corno las que están en la tierra.” (Efesios 1: 10.)
El dinámico y vital mensaje del Mormonismo es que hay en los cielos un Dios personal. Él es omnipotente, omnisciente y omnipresente. Su poder no ha sido debilitado ni Su soberanía derrocada; Él no ha disminuido Su amor por nosotros ni ha cambiado de parecer; Su plan no ha fracasado ni fracasará jamás. Damos testimonio solemne de que Su director ejecutivo en la Creación y en la administración de éste y los otros mundos, es Jesucristo, el Señor, Su Hijo, el Redentor del universo.
La fundación de esta Iglesia descansa sobre los cimientos de la revelación. Gracias a ella, el hombre ha recuperado el conocimiento acerca del carácter, la personalidad y los propósitos de Dios, cuyo reino ha sido establecido tal como lo predijeran Daniel y otros profetas de la antigüedad.
Un ángel ha cruzado los ciclos en estos últimos días, confirmando así la visión de Juan el Revelador:
“Vi volar por en medio del cielo a otro ángel-, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo,
“Diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.” (Apocalipsis 14: 6-7.)
Que esta declaración es verídica y divinamente inspirada, testificamos humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.
























