La amenaza de una decadencia moral

La amenaza de una decadencia moral

N. Eldon Tannerpor N. Eldon Tanner
de la Primera Presidencia
Liahona Junio 1965

Fue en realidad una gran bendición tener con nos­otros a nuestro amado director y profeta, el presidente David O. McKay, y recibir la inspiración de su mensaje leído en forma tan elocuente por su hijo Robert. Su espíritu y bendiciones continúan con nosotros esta tarde. Esta conferencia se está llevando adelante bajo su dirección, y él está reci­biendo la transmisión por televisión en su casa. Nues­tros corazones están con él, y rogamos que las bendi­ciones más ricas de Dios le acompañen siempre.

Hermanos y hermanas, con una profunda sensa­ción de humildad y pesada responsabilidad me pre­sento ante vosotros esta tarde, y sinceramente ruego que el Espíritu y las bendiciones del Señor nos acom­pañen y orienten nuestros pensamientos en esta oca­sión.

Deseo felicitar al coro por sus hermosas selec­ciones, y expresar mi agradecimiento por las bellas oraciones y palabras inspiradoras de nuestros her­manos durante la primera sesión de nuestra confe­rencia esta mañana.

Por parte de la Primera Presidencia os hacemos presentes nuestros saludos y bendiciones a todos los que os halláis unidos en este histórico tabernáculo esta tarde, así como a los que nos escuchan por radio y televisión en todas partes.

Mi corazón se siente lleno de agradecimiento por las muchas bendiciones de que disfruto. Estoy agra­decido por vivir en este país de paz y abundancia, oportunidad y libertad; por ser miembro de esta Iglesia; por el conocimiento que tengo—conocimien­to que no admite dudas o incertidumbre—de que Dios es un Dios personal; que vive, y que de tal manera amó al mundo que envió a su Hijo Unigénito por amor a vosotros y a mí, para que todo aquel que en El cree no se pierda más tenga vida eterna. Sé, como sé que vivo, y como Pedro lo sabía cuándo respondió a Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” (Mateo 16:16.)

Estoy sumamente agradecido por mi esposa y familia, por mis primogenitores, por mis nietos, mis amigos y compañeros; por la salud y fuerza que mi familia y yo y todos nosotros gozamos,» y también, porque mi familia y yo podemos ponernos de rodi­llas y orar a un Dios personal que sabemos que está interesado en nosotros, que puede escuchar y con­testar nuestras oraciones, que nos ha dado el evan­gelio, el cual, si lo cumplimos, nos guiará a la in­mortalidad y la vida eterna. ¡Qué fuerza tan grande viene de saber que somos los hijos espirituales de Dios, que hemos sido hechos a su imagen y que pode­mos presentarle nuestros problemas en calidad de Padre Celestial.

En muchas ocasiones le he expresado mi agra­decimiento porque mis antepasados tuvieron la fe en Dios y la determinación de adorarlo y servirlo de acuerdo con los dictados de su propia conciencia y sin ninguna restricción; porque estuvieron dispuestos a sacrificar todo lo que tenían, y abandonar su pa­tria y acompañaron a los peregrinos en el barco Mayflower hasta este gran país donde pudieron dis­frutar de la libertad de culto. Aunque pasaron por muchas dificultades, soportando los rigores del frío, el hambre y la gripe, que arrancó la vida a más de la mitad de ellos, los sobrevivientes dieron las gracias a Dios por el privilegio de la libertad religiosa, que para ellos era recompensa suficiente por los inconta­bles sufrimientos que habían soportado.

No olvidemos jamás que esta libertad de que disfrutamos, estas bendiciones, comodidades e idea­les que son nuestros, junto con el progreso realizado en todo campo de actividad, se ha logrado mediante el sacrificio, el dolor, lágrimas y agonía de algunos que tuvieron toda razón para desalentarse, pero, que, teniendo fe en Dios, lucharon hasta obtener el triun­fo.

Un vez más deseo expresar en esta ocasión mi agradecimiento a mi Padre Celestial porque mi ta­tarabuelo, John Tanner, y su hijo Nathan y sus fa­milias tuvieron la fe y el valor para unirse a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, poco después de su organización, y cuando era tan impopular.

Los diarios que conservamos nos informan que eran hombres honrados, honorables, íntegros y teme­rosos de Dios; que fueron buenos ciudadanos; que tuvieron interés en su comunidad y creyeron en Dios y lo sirvieron de conformidad con lo que entendían. Aunque habían leído y estudiado la Biblia y creían que era la palabra de Dios, se hallaban confusos por motivo de las enseñanzas de las diferentes iglesias al respecto de que Dios era un ser incorpóreo, sin cuerpo, partes o pasiones materiales. De hecho, como lo dijo el apóstol Pablo a los atenienses, había mu­chos que en esa época, como los hay en la actualidad, que estaban adorando ignorantemente a un Dios des­conocido, o lo estaban negando por completo. (Véase Hechos 17:23.)

Sin embargo, cuando escuchó el mensaje de dos misioneros mormones, de que Dios el Padre y su Hijo Jesucristo eran personajes vivientes, y le ha­bían aparecido al joven José Smith cuando fue al bosque a orar, así como Cristo se manifestó a Pablo, John Tanner lo creyó. Cuando le fue dicho acerca de la restauración del sacerdocio, y que Dios nueva­mente se había comunicado con el hombre, escogido a José Smith para ser profeta, vidente y revelador, y traductor, y por medio de quien se tradujo el Libro de Mormón, comprendió que era cierto, se llenó su alma de gozo y satisfacción, y se fortaleció su fe y esperanza al comprender que el evangelio verdadero en su plenitud se había restaurado en el mundo.

Cuán agradecido estoy porque su fe en Dios, su entendimiento del evangelio y su deseo de servir a Dios y guardar sus mandamientos fueron tan gran­des, que él y su familia no vacilaron en unirse a la Iglesia y pasar por todas las persecuciones que los miembros soportaron en esa ocasión. Junto con mu­chos otros miles fueron echados de sus casas, y de­jando cuanto tenían huyeron a través de los llanos hasta las Montañas Rocosas, a este Valle del Gran Lago Salado, donde podrían disfrutar de la libertad de culto por la que tanto se habían sacrificado.

De ello ha resultado que desde mi juventud se me ha enseñado a tener completa fe en Dios el Eter­no Padre y en su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo, y entender que Jesucristo dio su vida por nos­otros y resucitó—literalmente resucitó—y mediante su expiación todos nosotros resucitaremos, y todo el género humano podrá salvarse si obedece las leyes y ordenanzas del evangelio.

Yo también deseo testificar que sé que Dios habla a su pueblo en la actualidad por conducto de un profeta tal como lo hizo en las dispensaciones anteriores de que tan claramente testifican la Biblia y el Libro de Mormón. No puedo expresar con pala­bras mi profundo agradecimiento por el privilegio que tengo de asociarme tan íntimamente con su pro­feta David O. McKay, que dirige la Iglesia en la actualidad bajo orientación divina.

Me es una grande oportunidad, privilegio y ben­dición poder dedicar mi tiempo y esfuerzos por com­pleto a sostenerlo como profeta de Dios, en el ser­vicio de nuestro Creador y de nuestros semejantes, y de trabajar tan estrechamente con estos hermanos devotos de las Autoridades Generales, a quienes ha­béis escuchado y escucharéis durante esta conferen­cia.

Ruego que Dios nos de sabiduría y oriente nues­tros esfuerzos mientras procuramos conducir al pue­blo por las vías de la verdad y la justicia. Nos senti­mos extremadamente inquietos por la condición del mundo en la actualidad, particularmente las malda­des y tentaciones con que se enfrenta nuestra juven­tud. Comprendemos que el gran peligro para lo futuro es la actual decadencia de la vida espiritual, moral y familiar.

Es alarmante ver la manera en que el crimen está aumentando en todos los Estados Unidos, de hecho, en todo el mundo. En 1964 hubo en este país un aumento de 250.000 crímenes graves sobre el número cometido en 1963, según los informes de las distintas agencias. Las estadísticas expedidas por J. Edgar Hoover, director del Departamento Federal de Investigación, indican que aun en una ciudad del tamaño de Salt Lake City, el porcentaje de críme­nes subió del 12 hasta el 17%. En 1964 hubo un incremento de 17% en el números de homicidios, de 14% en el número de violaciones y 17% en el de hur­tos sobre los que hubo en 1963.

Las condiciones en el mundo causan espanto. Hay hombres que desde el púlpito están impugnado la divinidad de Jesucristo; no entienden la clase de Dios que adoran, y como consecuencia, la gente en todas partes ha perdido su fe y no saben a quién recurrir. También causa verdadera repugnancia leer los artículos que aparecen en las revistas y periódi­cos del día sobre el asunto de la moralidad. Difícil­mente se puede creer lo que uno está leyendo.

A fin de aclarar, y para que no haya ninguna duda en cuanto a lo que quiero decir, me referiré a ciertas declaraciones que han salido en libros y re­vistas, atribuidas a profesores universitarios, minis­tros y psiquiatras, en muchas de las cuales parece que se impugnan las enseñanzas básicas del cristia­nismo contra la fornicación y el adulterio.

Se está proponiendo una nueva moralidad que ofrece una ética basada en el amor más bien que en la ley, y según la cual la decisión final de que si esto o aquello es bueno o malo, no se funda en la ley divina sino en la percepción subjetiva del individuo de lo que es bueno para él y para el prójimo en cada situación particular.

Algunos sostienen que la Iglesia no debe conde­nar en forma absoluta ninguna relación sexual. Otros afirman que la conducta moral es una responsabili­dad que no incumbe a nadie más que al propio indi­viduo. Unos proponen que no existe ninguna res­tricción para el hombre, ya sea que cambie de ocu­pación, de casa, estado o país, y preguntan por qué no debe tener la misma libertad para cambiar de cónyuges.

Todos comprendemos que estos conceptos no se aceptan generalmente, y por ello estamos suma­mente agradecidos, de hecho, la mayoría de la gente se les opone resueltamente. El Dr. Norman Vincent Peale, comentando estos alarmantes pensamientos nuevos acerca de la moralidad, dice: “Por mi parte, me he familiarizado demasiado con la naturaleza humana para creer que se puede relajar las normas morales en cualquiera de sus aspectos, sin cosechar un torbellino de vidas destrozadas.” (Deseret News, del 26 de febrero de 1965.) Y como el apóstol Pablo amonestó a los Gálatas:

“No os engañéis, Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.”’

“Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; más el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.” (Gálatas 6:7-8.)

El Dr. Peale sigue diciendo: “El clamor de los que presumen de intelectuales, de que es necesario desechar la anticuada sensación de culpabilidad, ni siquiera impresiona. La culpabilidad puede ser una represión muy saludable para inculcar el temor de Dios en la gente, fortaleciendo su sensibilidad moral e impulsándola a vivir rectamente.”

Entonces pregunta: “¿Debe la iglesia continuar enseñando una norma elevada de moralidad perso­nal?” Y responde: “Tal vez os cause sorpresa que se tenga que hacer esta pregunta, pero desafortuna­damente un corto número de ministros se están incli­nando hacia una libertad permisiva que inquieta a muchas personas pensativas. Aparentemente se quiere conservar a las iglesias dentro de cierta con­formidad con los conceptos de los paganos, para tra­tar, según me supongo yo, de mantener influyentes relaciones armoniosas con este elemento. Su política parece consistir en igualar la moralidad cristiana con la moralidad de mundo, más bien que sostener un sistema de moralidad absoluta. De hecho, esta nueva política permisiva parece rebajar el cristianismo al nivel del mundo, en lugar de emplear la más severa y hábil estrategia de elevar el mundo al nivel del cristianismo.’’

Imaginemos lo que será la juventud en nuestras escuelas y universidades, a quienes no se haya en­señado en sus hogares o iglesias una fe invariable en Dios y la importancia de una vida buena, limpia y moral, cuando tengan que enfrentarse a esta manera de pensar y las tentaciones y maldad que existen en el mundo actualmente. Esto ha de ser alarmante a los padres que comprenden que estas cosas están aconteciendo; pero hay un peligro mucho mayor y grave, y es que muchos, muchísimos padres no com­prenden, ni quieren creer que estas son las condi­ciones que hallamos en el mundo hoy, y por tanto, parece que están dispuestos a dejar que la naturaleza siga su curso.

¿Hacia dónde vamos? ¿Qué le pasa al mundo? ¿En qué nos distinguimos de la norma de vivir que causó la caída del Imperio Romano, y hasta qué grado hemos descendido ya hasta ese nivel El Dr. Charles Habiz Mali de la República Libanesa y profesor de filosofía de la Universidad Americana de Beirut, nos llamó vehementemente la atención a lo anterior mientras era presidente de la Asamblea Ge­neral de las Naciones Unidas en 1958-59. En su mensaje dijo a todos los habitantes de este país:

“El mundo os está dando las espaldas porque os estáis apartando de lo que sois. No os desviéis de las cosas fundamentales que os han hecho grandes, la fe permanente en Dios y en la dignidad del hom­bre, creado a imagen de Dios.” (The Instructor, enero de 1965, contratapa.) Exhortó a los Estados Unidos y a todo el mundo que no permitieran que se corrompiera el poder de las riquezas materiales y la erudición por motivo de una fe menguante en Dios. ¡Y pensar que un libanés, o de cualquier otro país haya tenido que hacer esta advertencia!

Es cierto que vemos en toda la historia que el desprecio de las leyes de Dios conduce al menoscabo e impugnación de toda la ley. Las Escrituras y la historia nos enseñan que el hombre no puede con­tinuar negando a Dios y despreciando sus leyes y al mismo tiempo esperar seguir prosperando. Como lo ha dicho tan aptamente William Penn: “Todos los que no son gobernados por Dios serán regidos por tiranos.” Nadie puede negar que el Sermón del Mon­te, los Diez Mandamientos y todas las enseñanzas del evangelio de Jesucristo ofrecen un modo mejor de vida, y si se obedecen, traerán mayor gozo, éxito, amor, prosperidad y paz a todos, y los conducirán a la inmortalidad y a la vida eterna.

Agradecemos en gran manera, y deseamos ex­presar nuestro completo apoyo a todos los que se empeñan en luchar contra la maldad, y queremos que sepáis que la Iglesia de Jesucristo está resuelta a hacer cuanto esté de su parte, por medio de sus or­ganizaciones auxiliares, sus quórumes de sacerdocio, su programa misional y las familias de la Iglesia, para apoyar la rectitud, y vivir y enseñar los princi­pios fundamentales del evangelio, que son el plan de vida y salvación.

Estamos sumamente agradecidos a los miles y miles de miembros en toda la Iglesia que están dis­puestos a aceptar puestos y responsabilidades en la misma, quienes fielmente viven de acuerdo con el evangelio y lo enseñan a todos los que desean escu­charlo; y en igual manera a los miles de padres en todas partes que están tratando de vivir y enseñar la fe en Dios y los principios de una vida recta a sus familias.

Mi esposa y yo nos hemos llenado de gozo al recibir, en el curso del mes pasado, cartas de dos de nuestras hijas, y un telefonema de otra de ellas, indicando cuán complacidas y agradecidas están por el programa que les ayuda a enseñar el evangelio y la vida recta en su Noche de Hogar para la Familia una vez por semana. Juntan a sus hijos y les en­señan el plan de vida y salvación, sabiendo que los padres que tienen hijos en Sión han recibido el mandamiento de enseñarles a entender las doctrinas del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios Viviente, y el bautismo y el don del Espíritu Santo por la imposición de manos.

También les da la oportunidad de conocer mejor a sus hijos y enterarse de lo que están pensando, y comunicar a la familia lo que los padres están pen­sando, lo que creen y lo que es recto; y los niños disfrutan en gran manera. Se les enseña que todos somos hijos de Dios, y que por tal motivo hay en nosotros esa chispa de divinidad que nos faculta para alcanzar la inmortalidad si vivimos de acuerdo’ con las enseñanzas del evangelio de su Hijo Jesucristo.

Es un gran consuelo saber que mis nietos, vein­ticuatro en total, están aprendiendo a orar a Dios, y a darle las gracias por sus muchas bendiciones, y pedirle su orientación y fuerza todos los días, y tener fe en El y entender que tienen un propósito que cum­plir en la vida, y que los principios que Jesucristo enseñó son los que deben regir nuestras vidas. ¿Dón­de hallaremos un cuadro más hermoso que el de una familia arrodillada toda junta, orando a su Padre Celestial con la confianza completa de que Él puede escuchar, y escuchará y contestará sus oraciones?

En toda la Iglesia se está enseñando estas cosas a las familias y también a ser honrados, verídicos, castos, benevolentes, virtuosos, y hacer bien a todos los hombres. También se les enseña que si hay algo virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza, que aspiren a estas cosas, y que para hacer frente a las maldades y tentaciones del mundo actual debemos tener fe en Dios y vivir de acuerdo con los principios del evangelio que Jesucristo enseñó.

Tengamos todos la visión, la fe y el valor para conformar nuestras vidas con lo anterior, humilde­mente ruego en el nombre de Jesucristo, Amén.

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