Salvaguardia contra la delincuencia juvenil

Salvaguardia contra la delincuencia juvenil

David O. McKaypor el Presidente David O. McKay
Liahona Junio 1965

Mis hermanos y hermanas, amigos que me escuchan y ven en la radio y la televisión, al dirigirme a ustedes, suplico vuestro apoyo y particularmente la influencia del Espíritu del Señor.

“Te encarezco—escribió Pablo a Timoteo,— delante de Dios y del Señor Jesucristo . . . que pre­diques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.” (2 Timoteo 4:1-2.)

En la misma carta declara proféticamente que “en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos,. . . amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la efi­cacia de ella. . (2 Timoteo 3:1-2, 4-5.)

Con el espíritu que Pablo hizo esta denuncia y profecía, encararé el tema de la salvaguardia contra la delincuencia juvenil. Respecto a este tema no hay nada nuevo, se habla de él muy frecuentemente, pero, lo mismo que con los principios del evangelio, es conveniente que estemos listos para actuar en cualquier momento, que redarguyamos, reprendamos, aconsejemos y exhortemos con paciencia cuando contemplamos el aumento de la delincuencia. De­bemos llevar a nuestro hogar, a cada uno de nosotros si es posible, la idea de que necesitamos actuar con diligencia.

Nadie duda que estamos viviendo tiempos peligrosos, que muchos se han extraviado, siendo “… llevados por doquiera de todo viento de doc­trina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error.” (Efesios 4:14.)

Entre todos los males de estos días, hay dos que parecen ser los más dañinos y que debemos frenar, si queremos preservar los verdaderos ideales cris­tianos. Ellos son, PRIMERO: la creciente tendencia a deshonrar los votos matrimoniales y SEGUNDO: el aumento de la delincuencia juvenil. Un estudio cuidadoso demuestra que hay una relación muy íntima entre ambos factores.

Como evidencia de la primera situación, no tenemos más que ver la cantidad de divorcios en el país. Recientemente se ha comprobado que de cada cuatro matrimonios, uno termina en divorcio.

Pero esta mañana quiero llamar vuestra aten­ción especialmente sobre el aumento de la delin­cuencia. Ha llegado a corromper a los niños, los jóvenes han caído en sus lazos y han sido con­taminados por su influencia destructora.

J. Edgar Hoover, Director del Servicio de Inves­tigaciones, probablemente una autoridad nacional en la materia, en una cena ofrecida en su honor en Chicago, el 24 de noviembre de 1964, hizo la siguiente alarmante declaración: “A cada nación y a cada hombre, le llega un momento en el que debe tomar decisiones en cuanto a problemas graves. El aplazamiento de estas decisiones puede provocar un desastre. A los Estados Unidos le ha llegado este momento.

Ha llegado la hora en que, afrontando la reali­dad, debemos darnos cuenta que desde 1958, el crimen en este país ha aumentado cinco veces más rápidamente que la población. Se trata de crímenes serios: asesinatos, violaciones, robos, asaltos, hurto de automóviles, etc., los cuales han ido aumentando a ritmo acelerado desde la Segunda Guerra Mundial. En 1951, estos crímenes por primera vez alcanzaron la cifra de un millón, y en 1963 se reportaron más de dos millones de crímenes graves.

Aún más grave es el hecho de que en esta ola de crímenes está involucrada gran parte de la juven­tud de todo el país. El año pasado fue el décimo quinto año consecutivo en el que la delincuencia juvenil ha aumentado con relación al año anterior. De todos los crímenes graves cometidos en los Estados Unidos durante el año de 1963, un 72% de ellos fue cometido por jóvenes. El costo de estos crímenes ha alcanzado la alarmante suma de vein­tisiete billones de dólares al año.”

¡Qué comentario más cruel y desdichado re­ferente a la moral de esta gran Nación! Las reservas morales de nuestro país han disminuido de manera alarmante. Debemos volver a las enseñanzas de Dios si queremos curar esta enfermedad. Estas esta­dísticas tan alarmantes, y la aparente indiferencia del pueblo en cuanto a ellas, son un índice de la falsa moral que estamos tolerando. Este código moral es falso porque está basado en la adoración de cosas creadas por el hombre, y por lo tanto son tan débiles e imperfectas como el hombre mismo. Este clima moral no provee ni el apoyo ni la fuerza vitales para la supervivencia de nuestra nación. El análisis de nuestras normas morales no debe dejarnos indiferentes como individuos o como nación.

Al referirme a estas condiciones, no quiero que penséis que los jóvenes no merecen ninguna con­fianza. Hablo de pocos, no de la mayoría.

Hace algunos años, una niñita como de cuatro años se extravió en un yermo de Dakota del Norte; toda la comunidad se alarmó y se organizó para rescatarla. Pero no pensaron en los miles de niñas de cuatro años que se encontraban seguras en brazos de sus madres. El choque de dos trenes o un accidente de aviación, son cosas que nos impresio­nan, despiertan nuestra compasión y demandamos más defensas; pero ni nos acordamos de los cientos de trenes y aeroplanos que eficientemente trans­portan a sitio seguro a millones de personas.

Al examinar las tragedias de la humanidad no dejemos de lado a la inmensa mayoría que se en­camina hacia el éxito, eludiendo las barreras y obs­táculos del pecado y la decadencia espiritual, cuyas vidas nobles confirman y aumentan la confianza en esta generación. Cuando busquemos la oveja perdida, advirtamos también las noventa y nueve que permanecen en el redil.

Pero aun cuando tengamos confianza en la mayoría de los jóvenes, no cerremos los ojos ante el hecho de que el número de delincuentes juveniles aumenta peligrosamente.

En beneficio de la atmósfera moral de nuestra comunidad, el bienestar del estado y la perpetuación de nuestro gobierno, debemos buscar las causas de este aumento de la delincuencia, y si es posible, exterminarlas y aplicar el remedio apropiado.

Una de las causas más importantes de la de­lincuencia juvenil es el relajamiento de los ideales en el hogar. El deseo creciente de disfrutar inde­pendencia económica, o un ansia desmedida de mejorar las condiciones financieras, han influido en muchas madres a descuidar su responsabilidad prin­cipal,—la de cuidar de la familia. El Señor Hoover ha hecho la siguiente declaración: “En el pasado de estos jóvenes delincuentes, yace la historia del descuido. No se les ha dado el cuidado y guía necesarios para que tengan una base donde asentar sus caracteres. Su rebeldía, en todos los casos, tiene las raíces en hogares deshechos, en los cuales los padres, por su negligencia o falta de comprensión e irresponsabilidad; han descuidado sus obligaciones principales. En la mayoría de los casos, Dios era desconocido, o peor aun, mal recibido en estos hogares.

Por otra parte, en la mayoría de los casos, este joven delincuente habría sido un ciudadano honrado y capaz si se le hubiera dado la oportunidad. Si sus energías hubieran sido encaminadas rectamente, si sus problemas,—los problemas que lo convirtieron en un inadaptado—hubieran sido solucionados por padres cuidadosos y pacientes; este joven hubiera llegado a ser una influencia constructiva dentro de su comunidad.

Probablemente pensarán que esto es una exageración, pero les aseguro que cualquier mujer casada que, por razones de prestigio social, descuide sus responsabilidades como madre y esposa; está traicionando sus deberes y menospreciando el privilegio de ser mujer.

También el padre que por razones de negocios o responsabilidades políticas o sociales no comparte con su esposa la obligación de educar a sus hijos, o es infiel a sus obligaciones maritales; es un elemento negativo en la atmósfera del hogar, y está contri­buyendo a la discordia y la delincuencia.

Hay tres cosas fundamentales a las que todo niño tiene derecho: (1) un nombre limpio, (2) sen­timiento de seguridad, y (3) oportunidades de progresar.

La familia da al niño un nombre y una posición en la comunidad. El niño por lo general desea que su familia sea tan buena como la de sus amiguitos. Quiere estar orgulloso de sus padres. Por tanto, es obligación de la madre, vivir de tal manera que su hijo relacione con ella todo lo que es hermoso, bueno y puro. Herbert Hoover, ex­presidente de los Estados Unidos, dijo una vez: “Después que se hayan descubierto todas las verda­des científicas, luego que hayamos construido todos los refugios públicos, y todos los edificios para la educación, entrenamiento, hospitalización o diver­sión; todo esto no será ni la décima parte de los dones físicos, morales y espirituales que la madre y el hogar confieren. Ninguna de las cosas antes men­cionadas proporciona el cariño, seguridad y bienes­tar que provienen de una madre.”

El padre también debe vivir de tal manera que el niño, emulando su ejemplo, sea un buen ciuda­dano y un verdadero miembro de la Iglesia de Jesu­cristo.

Un niño tiene derecho a saber que su hogar es un refugio que lo protege de los peligros y maldades del mundo. La unidad y la integridad familiar son necesarias para suministrar esta necesidad del niño.

El hogar es el lugar más apropiado para ense­ñar los más altos ideales en la vida social y política del hombre; es decir, perfecta libertad de acción en tanto que no se violen los derechos de los demás.

La religión es la necesidad más grande del hogar americano de hoy día. Los padres deberían hacer obvio tanto con sus acciones como con su conversación, que están seriamente interesados en los frutos de la verdadera religión. Los padres ejemplares son aquellos que destacan la necesidad de ser honestos en nuestros negocios con nuestra familia, nuestros vecinos y todos aquellos con los que nos pongamos en contacto; de ser amables con nuestros empleados, justos con nuestros patrones, razonables con nuestros clientes.

El Señor ha dado responsabilidades a quienes les corresponden, por esto ha dicho a los padres que es su obligación enseñar a sus hijos los principios del evangelio, caminando rectamente delante de Dios, para que los pecados de sus hijos no caigan sobre sus cabezas.

Después del hogar, la Iglesia es la influencia más importante contra la delincuencia.

El otro día me dio gusto leer una estadística publicada en una edición del New York Herald Tri­buna Esta estadística reveló que durante 1964, por lo menos un 45% de la población adulta del país asistió a la Iglesia semanalmente; y aunque este porcentaje es menor que el logrado en 1958; todavía es una cifra alta si la comparamos con el 5 o 7 % que asiste a la Iglesia en otros países. Es in­teresante notar que a pesar de que los hombres tienen fama de no ser muy religiosos; un total del 40 % de la población masculina de los Estados Unidos asiste a la Iglesia cada domingo. Cuarenta y nueve por ciento de las mujeres asisten regular­mente a la Iglesia. Esto significa que 49.500.000 hombres y mujeres adultos asisten a la Iglesia en los Estados Unidos. Pero, ¿qué pensamos del otro 55% que no asiste a la Iglesia? ¿Y qué decimos acerca de los hijos de estas personas? Su indiferen­cia hacia la religión sólo debe estimularnos a ser más activos.

Cuando hay indiferencia hacia las iglesias cris­tianas, debemos colocar a continuación del hogar, en vez de la iglesia, la escuela pública como el factor que evitará la delincuencia.

Creo con todo mi corazón que el cometido más importante de todo sistema de enseñanza pública; desde el jardín de infantes hasta la universidad, es el de edificar y desarrollar el carácter.

La verdadera educación despierta el amor a la verdad, el sentido de responsabilidad, abre los ojos del alma a los grandes propósitos y fines de la vida. No se debe enseñar al individuo a amar lo bueno sólo por razones personales, sino que se le debe en­señar a amar lo bueno por lo bueno mismo, a ser virtuoso en sus acciones y en su corazón, a servir y obedecer a Dios no por temor sino por amor.

La responsabilidad de elevar la sociedad a este nivel, descansa sobre los profesores. Ralph Waldo Emerson, de quien se ha dicho que es el americano más sabio, ha dicho: “El carácter está más allá del intelecto. Un alma grande se ajustará a la vida tanto como al pensamiento.”

Otra de las defensas contra la delincuencia ju­venil es el ambiente moral creado por los dirigentes de la nación o comunidad en que vivimos. Este ambiente lo determinan los ideales y acciones de los adultos, particularmente los oficiales cívicos y aquellos a quienes se ha confiado aplicar la ley.

Si realmente queremos frenar la delincuencia juvenil, observémonos a nosotros mismos como miembros de la comunidad a que pertenecemos y como dirigentes de grupos civiles. Una nación que ha conquistado las dificultades materiales, que ha dominado la fuerza física, tiene que tener un medio eficaz para combatir el cinismo entre la juventud— cinismo originado en la deshonestidad de los que ocupan altos puestos, o la falta de sinceridad de los dirigentes y la ridícula propaganda acerca del crimen.

Sí, estamos viviendo tiempos peligrosos, pero es de desear que para esta generación; éstos sean como el horno ardiente que consume la escoria y purifica el oro.

Un hombre limpio constituye un valor nacional. Una mujer pura es la encarnación de la gloria nacional. Un ciudadano que ama la justicia y rechaza el mal, es más valioso que un barco de guerra. La fuerza de una comunidad consiste en la existencia de hombres buenos y limpios, justos y luchadores, dispuestos a unirse al bien y rechazar el mal. Este debe ser el ideal de toda ciudadanía. Expresamos nuestra gratitud por la Iglesia de Jesu­cristo de los Santos de los Últimos Días con sus quórumes del sacerdocio y sus organizaciones auxiliares, dedicadas especialmente a combatir el mal y evitar la delincuencia juvenil. Esta Iglesia fue establecida por revelación divina de Dios el Padre y su Hijo Jesucristo. Su gloriosa misión es proclamar el evangelio restaurado, elevar la sociedad y hacer que todos nos portemos más amigablemente con nuestros semejantes; creando en nuestras comunidades un ambiente limpio en el que nuestros hijos puedan encontrar fuerza para resistir las ten­taciones, valor para luchar por logros espirituales y anular la influencia de hombres sin escrúpulos que llenan sus bolsillos con el dinero de los débiles que se dedican al juego, el alcohol y el tabaco. El evangelio es una filosofía racional que enseña al hombre cómo lograr felicidad en esta vida y exal­tación en la venidera.

Ruego que el Señor nos ayude a cumplir con nuestra responsabilidad hacia la juventud, creando en el hogar, la escuela, la iglesia y nuestras comuni­dades, un ambiente edificante, puro y lleno de fe. Lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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