Liahona Octubre 2001
Distintivos de un hogar feliz
por el presidente Thomas S. Monson
Primer Consejero de la Primera Presidencia
Si en verdad nos esforzamos, nuestro hogar puede ser un pedacito de cielo en la tierra.
“La felicidad es el objeto y propósito de nuestra existencia; y también será el fin de ella, si seguimos el camino que nos conduce a la felicidad; y este camino es virtud, justicia, fidelidad, santidad y obediencia a todos los mandamientos de Dios”1.
Esa descripción de una meta tan universal es del profeta José Smith. Venía al caso entonces y viene al caso ahora. Cabe preguntarse por qué habiendo un sendero tan bien delineado, hay tantas personas desdichadas. Con frecuencia, el enojo abunda más que las sonrisas y la desesperación apaga la alegría. Vivimos a un nivel muy inferior al de nuestras posibilidades divinas. Algunos se confunden con el materialismo, se enmarañan en el pecado y se pierden entre la muchedumbre del género humano. Otros claman con las palabras de Felipe de antaño: “¿Cómo podré [hallar el camino], si alguno no me enseñare?”2.
La felicidad no consiste en la abundancia del lujo, el concepto del mundo de “pasarlo bien”; ni debemos buscarla en lugares lejanos y exóticos. La felicidad se encuentra en el hogar.
Todos recordamos el hogar de nuestra infancia. Es interesante que nuestros pensamientos no reparen en si la casa era grande o pequeña, en si el vecindario era elegante o pobre, sino que nos regocijamos con las vivencias de lo que pasamos en familia. El hogar es el laboratorio de nuestra vida y lo que aprendamos en él determinará en gran medida lo que hagamos cuando abandonemos el techo paterno.
La señora Margaret Thatcher, que fue la primera ministra de Gran Bretaña, expresó esta profunda filosofía: “La familia es el material con el que se edifica la sociedad; es una guardería, una escuela, un hospital, un centro recreativo, un lugar de refugio y de descanso; abarca toda la sociedad; moldea nuestras creencias; es la preparación para el resto de nuestra vida”3.
“El hogar es donde está el corazón”. “Hay que vivir en una casa largo tiempo para hacer de ésta un hogar”4. “¡Hogar, dulce hogar!… Aunque sea humilde, no hay como el hogar”5. Dejamos de pensar en tan agradables recuerdos, y meditamos en nuestros padres ya fallecidos, en los hermanos ya grandes, en la infancia desaparecida. Lenta pero ciertamente enfrentamos la certeza de que somos responsables del hogar que edificamos; tenemos que edificarlo con prudencia puesto que la eternidad no es un viaje corto. Habrá calma y viento, sol y sombra, alegría y dolor; pero si en verdad nos esforzamos, nuestro hogar puede ser un pedacito de cielo en la tierra. Lo que pensamos, lo que hacemos, la forma en que vivimos influye no sólo en el éxito de nuestra jornada terrenal, sino que traza el camino a nuestras metas eternas.
En 1995, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles hizo pública una proclamación al mundo concerniente a la familia. Esta proclamación declara: “Hay más posibilidades de lograr la felicidad en la vida familiar cuando se basa en las enseñanzas del Señor Jesucristo. Los matrimonios y las familias que logran tener éxito se establecen y mantienen sobre los principios de la fe, la oración, el arrepentimiento, el perdón, el respeto, el amor, la compasión, el trabajo y las actividades recreativas edificantes”6.
Los hogares felices tienen variados aspectos. En algunos figuran familias grandes: el padre, la madre y los hijos que viven juntos con el espíritu de amor. Otros constan de sólo uno de los padres con uno o dos hijos, en tanto que otros tienen tan sólo un integrante. Sin embargo, hay ciertas características que definen un hogar feliz, sea cual fuere el número o la descripción de los miembros de la familia. Me refiero a ellas como a los “distintivos de un hogar feliz”, los cuales son:
- La costumbre de orar.
- Una fuente de aprendizaje.
- Una tradición de amor.
- Un tesoro de testimonio.
LA COSTUMBRE DE ORAR
“La oración del alma es el medio de solaz”7. Tan universal es su aplicación, tan provechoso su resultado, que la oración reúne los requisitos para ser el distintivo número uno de un hogar feliz. Al escuchar los padres la oración de un hijo, ellos también se acercan a Dios. Los pequeños, que hace tan poco tiempo han estado con el Padre Celestial, no tienen inhibiciones para expresarle sus sentimientos, sus deseos, su agradecimiento.

[Cuando] estemos considerando cómo traer el cielo más cerca de nuestro hogar, podemos aprender del Señor. Él es el Arquitecto Maestro, nos ha enseñado cómo construir.
Nuestro profeta, el presidente Gordon B. Hinckley, ha dicho: “Afortunado es el niño o la niña, incluso los adolescentes, en cuyos hogares se practica la oración por la mañana y por la noche”8.
Echemos un vistazo a una típica familia Santo de los Últimos Días que ofrece oraciones a Dios. El padre, la madre y cada uno de los hijos se arrodillan, inclinan la cabeza y cierran los ojos. Un dulce espíritu de amor, unidad y paz embarga el hogar. Cuando el padre escucha a su pequeño hijo orar que él haga lo correcto, ¿creen ustedes que tal padre creerá que es difícil actuar de acuerdo con la oración de este preciado niño? Cuando la hija adolescente escucha a su madre rogar para que reciba inspiración para escoger a sus amigos, que pueda prepararse para casarse en el templo, ¿no creen ustedes que esta hija se esforzará por actuar de acuerdo con esta humilde petición de su madre a quien tanto ama? Cuando el padre, la madre y cada uno de los niños oran fervientemente para que los hijos de la familia vivan dignos de ser embajadores del Señor en el campo misional de la Iglesia, ¿no vemos cómo es que estos hijos crecen hasta convertirse en hombres con un fuerte deseo de servir como misioneros?
Cuando ofrezcamos nuestras oraciones familiares y personales, hagámoslo con fe y confianza en Él. Si alguno de nosotros se ha demorado en seguir el consejo de orar siempre, no hay mejor momento para comenzar que ahora. Quienes creen que la oración denota debilidad física, deben recordar que un hombre nunca es más alto que cuando está de rodillas.
Mi esposa Frances y yo llevamos 53 años casados. Nuestro casamiento se llevó a cabo en el Templo de Salt Lake. El oficiante, Benjamin Bowring, nos dijo: “Quisiera darles una fórmula infalible para que ningún desacuerdo que surja entre ustedes dure más de un día. Todas las noches, arrodíllense al lado de la cama. Una noche, usted, hermano Monson, ofrezca la oración en voz alta, de rodillas. La noche siguiente, usted, hermana Monson, ofrezca la oración en voz alta, de rodillas. Y yo les aseguro que cualquier malentendido que haya surgido durante el día se desvanecerá al orar ustedes. Simplemente no podrán orar juntos sin experimentar los mejores sentimientos el uno hacia el otro”.
Cuando fui llamado al Consejo de los Doce Apóstoles hace 38 años, el presidente David O. McKay, noveno Presidente de la Iglesia, me preguntó sobre mi familia. Le hablé de nuestra fórmula de oración por la que nos guiábamos y afirmé su validez. Desde el asiento en que se encontraba, sonriendo, me dijo: “Esa misma fórmula también ha sido una bendición para mi esposa y mi familia durante todos los años de nuestro matrimonio”.
La oración es el pasaporte al poder espiritual.
UNA FUENTE DE APRENDIZAJE
El segundo distintivo de un hogar feliz se descubre cuando el hogar es una fuente de aprendizaje. Sea que nos estemos preparando para establecer nuestra propia familia o simplemente estemos considerando cómo traer el cielo más cerca de nuestro hogar actual, podemos aprender del Señor. Él es el Arquitecto Maestro y nos ha enseñado cómo construir.
Cuando Jesús caminó por los polvorientos caminos de pueblos y villas que ahora reverentemente llamamos “Tierra Santa”, y les enseñó a Sus discípulos junto a la hermosa Galilea, a menudo habló en parábolas, en un lenguaje que la gente podía comprender. Con frecuencia se refirió al desarrollo del hogar en relación con la vida de los oyentes.
Él declaró: “Toda… casa dividida contra sí misma, no permanecerá”9. Más adelante advirtió: “He aquí, mi casa es una casa de orden, dice Dios el Señor, y no de confusión”10.
En una revelación dada por medio del profeta José Smith en Kirtland, Ohio, el 27 de diciembre de 1832, el Maestro aconsejó: “Organizaos; preparad todo lo que fuere necesario; y estableced una casa, sí, una casa de oración, una casa de ayuno, una casa de fe, una casa de instrucción, una casa de gloria, una casa de orden, una casa de Dios”11.
¿Dónde podríamos encontrar un mejor plano para construir apropiada y sabiamente? Una casa como ésa cumpliría con el código de construcción descrito en Mateo, una casa “fundada sobre la roca”12, una casa capaz de soportar las lluvias de la adversidad, las inundaciones de la oposición y los vientos de la duda presentes en todas partes en este mundo de desafíos.
Habrá quienes pongan esto en duda, diciendo: “Pero esa revelación se dio para proveer guía para la construcción de un templo. ¿Es relevante hoy?”
Yo respondería: “Acaso el apóstol Pablo no declaró: ‘¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?’ ”13.
Que el Señor sea el guía de la familia —del hogar— que construyamos.
Parte esencial de nuestra fuente de aprendizaje son los buenos libros.
¡Ah libros, libros, tesoros del saber!
¡Con qué fuerza podéis el alma edificar!
Vuestra lectura fuente es de gran placer.
Libros amigos, os leyera siempre, sin cesar14.
La lectura es uno de los grandes placeres de la vida. En esta era de la información en la que tanto de lo que encontramos está abreviado, adaptado, cambiado y adulterado, es consolador y edificante alejarse a leer un buen libro.
Los niños pequeños también disfrutan de la lectura de los libros y les encanta que los padres les lean.

¿Son los ejemplos que damos dignos de imitarse? ¿Vivimos de tal manera que nuestros hijos digan: “Quiero ser como papá” o “Quiero ser como mamá”?
El Señor nos ha exhortado: “Buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe”15. Los libros canónicos son esa fuente de aprendizaje tanto para nosotros como para nuestros hijos.
Hace algunos años, llevamos a nuestros nietos a un recorrido por los talleres de la imprenta de la Iglesia. Allí vimos la edición misional del Libro de Mormón que salía de las maquinarias impresa y encuadernada, lista para ser leída. Les dije a mis nietos: “El técnico dice que pueden tomar un ejemplar del Libro de Mormón, que lo escojan y será de ustedes”.
Cada uno de ellos tomó un ejemplar y expresó su amor por el Libro de Mormón.
En realidad no recuerdo nada más de aquel día, pero nunca olvidaré las expresiones sinceras de amor por el Libro de Mormón procedentes del corazón de esos niños.
Los padres debemos tener presente que nuestra vida podrá ser el libro de la biblioteca familiar más preciado por nuestros hijos. ¿Son los ejemplos que damos dignos de imitarse? ¿Vivimos de tal manera que nuestros hijos digan: “Quiero ser como papá” o “Quiero ser como mamá”? A diferencia de los libros que yacen en la biblioteca, los cuales están cerrados, nuestra vida no puede cerrarse. Padres, lo cierto es que somos un libro abierto.
UNA TRADICIÓN DE AMOR
El tercer distintivo de un hogar feliz es una tradición de amor.
Recuerdo que, de niño, me encantaba ir a casa de la abuela que vivía en la Avenida Bueno, en Salt Lake City. La abuela se alegraba mucho al vernos, nos abrazaba, nos sentaba en su regazo y nos leía.
Su hijo menor, mi tío Ray, y su esposa, han vivido en la casa de la abuela desde que ella murió. En una de las visitas que le hice a mi tío el año pasado, justo antes de que él muriera, me di cuenta de que el grifo de la acera de enfrente de la casa me pareció pequeño en comparación con el tamaño impresionante que recuerdo cuando me subía en él hace tantos años. La entrada estaba igual, tranquila como siempre. En una de las paredes de la cocina cuelga un cuadro bordado por mi tía con el pensamiento de práctica aplicación que dice: “Elige a quien amar, ama tu elección”.
Muy a menudo esto requerirá concesiones, perdón, tal vez pedir disculpas. Debemos estar totalmente dedicados al éxito de nuestro matrimonio.
Las que parecen pequeñas lecciones de amor no pasan inadvertidas para los niños que, en silencio, absorben los ejemplos de sus padres. Mi propio padre, que era impresor gráfico, trabajó largas y duras horas prácticamente todos los días de su vida, y no dudo de que le hubiera gustado quedarse en casa los domingos, pero se dedicaba a visitar a los familiares ancianos y a alegrarles la vida.
Uno de ellos era su tío que estaba inválido por la artritis y en tal forma que no podía caminar ni cuidar de sí mismo. Los domingos por la tarde, mi padre me decía: “Ven conmigo, Tommy; llevemos al tío Elías a dar un paseo”. Subíamos a su viejo Oldsmobile modelo 1928 y nos dirigíamos a casa del tío; una vez allí, yo esperaba en el coche mientras papá entraba en la casa. No tardaba en salir llevando en sus brazos, como una muñeca de porcelana, a su tullido tío. Entonces, yo abría la puerta y observaba la ternura y el cariño con que mi papá sentaba al tío Elías en el asiento delantero para que viera mejor mientras yo me sentaba atrás.
El paseo era breve y la conversación limitada, pero, ¡ah, qué tradición de amor! Mi padre nunca me leyó en la Biblia el relato del buen samaritano, sino que me llevó con él y el tío Elías en aquel viejo coche por el camino a Jericó.
Si en nuestros hogares se observa esa tradición de amor, nunca recibiremos la reprimenda de Jacob que se encuentra en el Libro de Mormón: “Habéis quebrantado los corazones de vuestras tiernas esposas y perdido la confianza de vuestros hijos por causa de los malos ejemplos que les habéis dado; y los sollozos de sus corazones ascienden a Dios contra vosotros”16.
Ruego que nuestros hogares puedan reflejar una tradición de amor.
UN TESORO DE TESTIMONIO
El cuarto distintivo de un hogar feliz es un tesoro de testimonio. “La primera y principal oportunidad de enseñar en la Iglesia yace en el hogar”17, dijo el presidente David O. McKay. “El verdadero hogar mormón es aquel en el que, si Cristo entrara, se sentiría complacido de quedarse y descansar” 18.
¿Qué estamos haciendo para lograr que nuestros hogares se acomoden a esa descripción? No basta que únicamente los padres tengan un testimonio firme, puesto que los hijos no podrán depender para siempre de la convicción de los padres.
El amor por el Salvador, la reverencia por Su nombre y el sincero respeto de unos por otros constituirán el fértil suelo para que crezca un testimonio.
El aprender del Evangelio, dar testimonio y guiar a una familia, no son tareas fáciles. La jornada de la vida se caracteriza por los obstáculos que encontramos en el camino y la turbulencia de nuestros tiempos.

Abramos de par en par las puertas de nuestro corazón para que cada miembro de la familia se sienta bienvenido y “en casa”.
Hace unos años, cuando visitaba a los miembros y a los misioneros de Australia, fui testigo de un ejemplo sublime de cómo un tesoro de testimonio puede bendecir y santificar un hogar. El presidente de misión, Horace D. Ensign, y yo, volamos desde Sydney a la distante ciudad de Darwin donde yo había de proceder a la primera palada de la nueva capilla de esa ciudad. El avión hizo escala en un pueblo minero llamado Mount Isa. Al acceder al pequeño aeropuerto del lugar, una madre y sus dos hijos se acercaron a nosotros y ella nos dijo: “Soy Judith Louden; soy miembro de la Iglesia y éstos son mis dos hijos. Como supimos que ustedes vendrían en este vuelo, hemos venido a verlos durante su breve escala”. Nos explicó que su marido no era miembro de la Iglesia y que ella y sus hijos eran los únicos miembros de toda la región. Charlamos y nos dimos nuestros testimonios.
Pasó el tiempo, y al prepararnos para subir de nuevo a bordo, la hermana Louden se veía triste, tan sola. Nos dijo: “No se vayan todavía; he echado tanto de menos la Iglesia”. De pronto, avisaron por el parlante que el avión saldría treinta minutos más tarde a causa de un desperfecto mecánico. La hermana Louden susurró: “Mi oración ha sido contestada”. Entonces nos preguntó qué podría hacer para interesar a su marido en el Evangelio. Le aconsejamos que lo hiciera participar en la lección semanal de la Primaria que celebraban en su hogar y que fuera para él un testimonio viviente del Evangelio. Le dije que le enviaríamos una subscripción a la revista para los niños y otras ayudas para enseñar a la familia, y la instamos a que nunca se diera por vencida con su esposo.
Partimos de Mount Isa, una ciudad a la que no he vuelto nunca más. Sin embargo, conservaré siempre en la memoria el grato recuerdo de aquella encantadora madre y aquellos lindos niños que se despidieron de nosotros con los ojos llenos de lágrimas y de gratitud.
Varios años después, mientras hablaba en una reunión de liderazgo del sacerdocio en Brisbane, Australia, y recalcaba la importancia de enseñar el Evangelio en el hogar, así como de vivir el Evangelio y de ser ejemplos de la verdad, les conté a los varones allí reunidos el relato de la hermana Louden y el impacto que la fe y la determinación de ella me habían producido. Al terminar dije: “Supongo que nunca llegaré a saber si el esposo de la hermana Louden se ha unido a la Iglesia, pero él no habrá podido encontrar un ejemplo mejor a seguir”.
Entonces, uno de los líderes alzó la mano y poniéndose de pie, dijo: “Hermano Monson, soy Richard Louden. La mujer que usted acaba de mencionar es mi esposa. Aquellos niños [se le quebró la voz] son nuestros hijos. Ahora somos una familia eterna, gracias, en parte, a la paciencia y perseverancia de mi amada esposa. Todo es obra de ella”. Nadie dijo palabra. Rompían el silencio sólo los sollozos de los presentes y las muchas lágrimas de los allí presentes.
Hermanos y hermanas, resolvamos, no importa cuáles sean nuestras circunstancias, hacer de nuestra casa un hogar feliz.
Abramos de par en par las puertas de nuestro corazón para que cada miembro de la familia se sienta bienvenido y “en casa”. Abramos también las puertas del alma misma para que entre en ella nuestro amado Cristo. Recordemos Su promesa: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”19.
Cuán bienvenido se sentirá Él, cuán feliz será nuestra vida, cuando “los distintivos de un hogar feliz” lo reciban, a saber:
La costumbre de orar.
Una fuente de aprendizaje.
Una tradición de amor.
Un tesoro de testimonio.
Que nuestro Padre Celestial nos bendiga a todos en nuestro esfuerzo por lograr un hogar feliz y una familia eterna.
NOTAS
- José Smith, Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 312.
- Hechos 8:31.
- Nicholas Wood, “Thatcher Champions the Family”, London Times, 26 de mayo de 1988.
- Edgar A. Guest, “Home”, en The Family Book of Best Loved Poems, editado por David L. George (1952), págs. 151–152.
- John Howard Payne, “Mid Pleasures and Palaces”, Hymns, 1948, Nº 107.
- Liahona, octubre de 1998, pág. 24.
- James Montgomery, “La oración del alma es”, Himnos, Nº 79.
- “The Environment of Our Homes,” Tambuli, octubre-noviembre de 1985, pág. 5.
- Mateo 12:25.
- D. y C. 132:8.
- D. y C. 88:119.
- Mateo 7:25.
- 1 Corintios 3:16.
- Emilie Poulsson.
- D. y C. 88:118.
- Jacob 2:35.
- Priesthood Home Teaching Handbook, edición revisada, 1967, págs. ii–iii.
- En Conference Report, octubre de 1947, pág. 120; o Gospel Ideals: Selections from the Discourses of David O. McKay, 1953, pág. 169.
- Apocalipsis 3:20.
























