Liahona Noviembre de 2001
La pornografía: Ese propagador mortal
por el presidente Thomas S. Monson
Primer Consejero de la Primera Presidencia
Recuerdo haber leído sobre unos leñadores que hundieron sus pesadas hachas y sus sierras mecánicas en los otrora majestuosos olmos que embellecían los paseos que rodean el aeropuerto de Heathrow en Londres, Inglaterra.
Se decía que algunos de esos majestuosos monarcas sobrepasaban los cien años de edad, y uno llega a preguntarse cuántas personas habrían admirado su belleza, cuántos habrían disfrutado un almuerzo campestre bajo su sombra acogedora, cuántas generaciones de pájaros de dulce trinar habrían llenado el aire con su música, al tiempo que revoloteaban alegremente entre las ramas extendidas y exuberantes.
Pero a pesar de todo, los patriarcales olmos estaban muertos. Su fatal destino no fue el producto de su avanzada edad, ni de las sequías ni los fuertes vientos que ocasionalmente azotan el área; su verdugo resulta mucho más inofensivo en apariencia de lo que los funestos resultados muestran. Al culpable se le conoce con el nombre de “escarabajo de la corteza”, portador de la grafiosis del olmo. Ese insecto ha exterminado bosques enteros de dichos árboles a lo largo de Europa y América; su marcha destructora continúa; todos los recursos para controlarla hasta el momento han fracasado.
La grafiosis del olmo por lo general comienza con el marchitamiento de las hojas más nuevas de la parte superior del árbol y continúa propagándose hacia las ramas inferiores. Al promediar el verano, la mayoría de las hojas se tornan amarillentas, se arrugan y caen. La vida se va acabando, la muerte se aproxima y el bosque es consumido. El escarabajo de la corteza ha cobrado un terrible precio.
¡Cuán parecido al olmo es el hombre! Desde una diminuta semilla, y de acuerdo con un plan divino, crecemos, somos nutridos y maduramos. Tanto la brillante luz de los cielos como las ricas bendiciones de la tierra son nuestras. En nuestro bosque privado de familiares y amigos, la vida es sumamente remuneradora y abundantemente hermosa. De pronto, aparece ante nosotros en esta generación un siniestro y diabólico enemigo: la pornografía. Al igual que el escarabajo de la corteza, ésta es portadora de una enfermedad mortal a la cual llamaré “permisividad perniciosa.”
Al principio ni nos damos cuenta de que hemos contraído la enfermedad; reímos y hacemos comentarios frívolos con respecto a un cuento subido de tono o a la tira cómica graciosa. Con afán excesivo protegemos los supuestos “derechos” de quienes contaminan y destruyen con su basura todo lo que es bello y sagrado. La plaga de la pornografía está llevando a cabo su mortal tarea, menoscabando nuestra voluntad, destruyendo nuestra inmunidad y paralizando nuestro potencial interior.
¿Es posible que eso sea real? Por cierto que este asunto de la permisividad perniciosa no puede ser tan serio. ¿Cuál es la evidencia? ¡Veamos! ¡Escuchemos! ¡Y luego actuemos!
LA PORNOGRAFÍA Y EL CRIMEN
La pornografía, o sea el propagador, es un negocio muy lucrativo. Es maligna, es contagiosa y crea adicción. Se considera que en los últimos años los estadounidenses gastaron entre ocho y diez mil millones de dólares anuales en la pornografía más explícita1. ¡Toda una fortuna que pudo haberse usado en causas nobles, malgastada en propósitos diabólicos!
La apatía que se demuestra hacia la pornografía emana primordialmente de una actitud generalizada de que se trata de un crimen sin víctimas y de que las fuerzas del orden pueden prestar mejor servicio en otras áreas. Muchas de nuestras leyes y disposiciones civiles son ineficaces; las sentencias son leves y las enormes recompensas económicas que se reciben superan astronómicamente los riesgos que se corren.
Un estudio señala que la pornografía puede estar íntimamente ligada a los delitos de carácter sexual. En ese estudio se indica que el 87 por ciento de las personas que acosaron sexualmente a jovencitas y el 77 por ciento de los que hicieron lo mismo con jovencitos, admiten el uso de la pornografía como catalizador de sus crímenes sexuales2.
Algunos editores e impresores prostituyen sus imprentas a diario mediante la publicación de millones de ejemplares de material pornográfico sin tener en cuenta el costo de producción; se combina el uso del papel más caro con la mejor gama de colores a fin de concebir un producto que con seguridad habrá de leerse una y otra vez. Ni el productor cinematográfico ni el creador de sitios web, ni el director de programas de televisión ni el artista famoso se encuentran libres de esa contaminación. Las restricciones de antaño han desaparecido de nuestro medio, y lo único que se persigue es el llamado “realismo”.
Un artista famoso comentó recientemente: “Los límites de la permisividad se han extendido al máximo. La última película que rodé es una verdadera basura; comprendí que era así cuando leí el libreto, y sigo pensando que es una basura; sin embargo, el estudio cinematográfico llevó a cabo un preestreno y el público dio su aprobación al filme”. Otra estrella del cine declaró: “Los productores cinematográficos, al igual que los editores, están en el negocio para hacer dinero, y hacen dinero dándole al público lo que quiere”.
Muchas personas se esfuerzan por diferenciar entre lo que califican como pornografía “blanda” y pornografía “dura”. En realidad, una conduce a la otra. Cuán apropiada es la clásica prosa de Alexander Pope titulada Ensayo sobre el hombre, cuando dice:
El vicio es un monstruo
de horrible parecer,
pues no hay más que verlo
para detestarlo;
sin embargo, de tanto contemplarlo
puede suceder,
que tras tolerarlo y compadecerlo,
lleguemos a abrazarlo”3 .
La constante y consumidora marcha de la plaga de la pornografía contamina vecindarios de la misma forma que contamina vidas humanas. Ya casi ha destruido algunas zonas. Avanza implacable hacia sus ciudades, sus vecindarios y sus familias. La pornografía es hoy más accesible que nunca. Con tan sólo pulsar un botón podemos verla en nuestro hogar a través del televisor o de la computadora, en los hoteles y cines, y hasta en nuestros lugares de trabajo, donde suele haber acceso a Internet.
UNA ADVERTENCIA
Laurence M. Gould, ex presidente de una institución universitaria, expresó verbalmente una nefasta aunque realista advertencia cuando dijo: “No creo que la amenaza más grande que aceche nuestro futuro provenga de bombas o de cohetes teledirigidos. Pienso que nuestra civilización no acabará así; terminará cuando nos despreocupemos de ella. Arnold Toynbee señaló que de veintiuna civilizaciones, diecinueve han muerto por su propia destrucción y no a consecuencias de ataques de fuerzas externas. Durante la caída de esas civilizaciones no se oyó la música de bandas que tocaban sones de victoria ni se vieron banderas ondeantes. Todo sucedió lentamente, en el silencio y en la obscuridad, cuando nadie lo sospechaba siquiera”4.
Recuerdo haber leído una reseña sobre una nueva película. La primera actriz le dijo al reportero que al principio había objetado el contenido del guión y el papel que ella tenía que protagonizar, en el que hacía de compañera de aventuras sexuales de un jovencito de catorce años. Ella dijo: “Al principio les dije que de ninguna forma me prestaría para dicha escena; pero luego se me aseguró que la madre del joven estaría presente durante todas las escenas de carácter íntimo, así que accedí”.
Pregunto: ¿Permanecería una madre impávida si a su hijo le estuviera estrangulando una enorme boa? ¿Lo obligaría a probar arsénico o estricnina? Madres, ¿harían eso? Padres, ¿lo haríamos?
Del distante pasado nos llega el eco de unas palabras que tanto significado tienen en la actualidad:
“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!
“He aquí, vuestra casa os es dejada desierta”5.
Hoy tenemos el renacimiento de Sodoma y Gomorra. De las páginas raras veces leídas de Biblias polvorientas nos llegan los nombres de aquellas ciudades reales de un mundo real, sufriendo una enfermedad real: la permisividad perniciosa.
NUESTRO PLAN DE BATALLA
Tenemos la capacidad y la responsabilidad de levantar un baluarte entre todo lo que nosotros valoramos y la fatal contaminación de la plaga de la pornografía. Quisiera sugerir tres pasos específicos para nuestro plan de batalla:
Primero: el retorno a la rectitud. El entender quiénes somos y qué es lo que Dios espera de nosotros nos impulsará a orar, individualmente y con nuestra familia. Tal retorno revela la inalterable verdad de que “la maldad nunca fue felicidad”6. No permitamos que el maligno nos haga desistir; en nosotros está el que nos dejemos conducir por esa voz apacible y delicada, cuya guía es inequívoca y cuya influencia es todopoderosa.
Segundo: el esfuerzo por llevar una buena vida. No me refiero a una vida de diversión, una vida mundana, una vida popular; más bien, les exhorto a que busquen la vida eterna, una vida imperecedera junto a padres, hermanos, hermanas, esposo, esposa, hijos e hijas, para estar juntos para siempre.
Tercero: la promesa de luchar y triunfar en contra de la permisividad perniciosa. Al enfrentarnos a ese perverso propagador, la plaga de la pornografía, tomemos como lema de nuestra batalla y del de nuestras comunidades uno que se destacó durante la revolución norteamericana: “Anda con cautela”7.
Unámonos en la ferviente declaración de Josué: “Escogeos hoy a quién sirváis… pero yo y mi casa serviremos a Jehová”8. Sean nuestros corazones puros, sean nuestras vidas limpias, hagamos resonar nuestra voz y hagamos sentir nuestras acciones.
Entonces, podremos detener la plaga de la pornografía en su mortífero curso; la permisividad perniciosa será vencida y nosotros, al igual que Josué, cruzaremos seguros nuestro Jordán para llegar a la tierra prometida, sí, a la vida eterna en el reino celestial de nuestro Dios.
NOTAS
- Véase U.S. News and World Report, 10 de febrero de 1997, pág. 43.
- Véase William Marshall, “A Report of the Use of Pornography by Sexual Offenders”, 1983, Ottawa, Canadá.
- En John Bartlett, Familiar Quotations, 16 edición, 1992, pág. 301.
- Anuncio del Instituto de Seguros de Vida en Scientific American, mayo de 1968, pág. 56.
- Lucas 13:34–35.
- Alma 41:10.
- En Familiar Quotations, 779.
- Josué 24:15.

























Excelente, gracias querido Profeta por toda su claridad. Ojalá que muchas personas lo lean yo lo voy a difundir en mi página de Facebook.
Me gustaMe gusta