Diciembre de 2001
Prudencia y orden
por el élder Neal A. Maxwell
del Quórum de los Doce Apóstoles
Con objeto de servir a más personas y de hacerlo por más tiempo, los Santos de los Últimos Días —como los elementos especiales y valiosos que son del reino de Dios— deben reconocer la sabiduría que reside en preservar tanto la salud como la fuerza. La “fatiga humana” puede vencernos si no somos prudentes.
Muchas personas, al hacer frente a las presiones de la vida, han adquirido su propia manera de tratar la tensión y la “fatiga humana”. Desde aquí les hago llegar mi apoyo y ánimo para que sigan controlando su tiempo. Aquellos que han resuelto esos asuntos de manera favorable son más propensos a vivir de acuerdo con el consejo que ofrecen las Escrituras.
Cada uno tiene habilidades diferentes y enfrenta circunstancias diversas en la vida, todo lo cual exige ciertos ajustes de carácter sumamente personal. Hay muchas cosas en la vida que nos afectan y sobre las cuales no tenemos control alguno, pero hay un sector —de diferente tamaño según cada persona— en la que podemos actuar por nosotros mismos en vez que de que se actúe sobre nosotros (véase 2 Nefi 2:26). Por ejemplo, este sector podría incluir el disponer de cierta cantidad de ingresos netos. Somos nosotros los que decidimos qué hacer en dicho sector.
EMPLEEMOS LAS ESCRITURAS COMO NUESTRA GUÍA
Los pasajes básicos de las Escrituras pueden servirnos de guía en nuestra búsqueda de administrarnos con prudencia. El rey Benjamín aconsejó: “Y mirad que se hagan todas estas cosas con prudencia y orden; porque no se exige que un hombre corra más aprisa de lo que sus fuerzas le permiten” (Mosíah 4:27).
El profeta José Smith recibió una revelación en un momento en el que debió haber estado extremadamente ansioso por terminar la importante y urgente traducción del Libro de Mormón: “No corras más aprisa, ni trabajes más de lo que tus fuerzas y los medios proporcionados te permitan traducir; mas sé diligente hasta el fin” (D. y C. 10:4).
De este modo, el Señor nos ha dado lo que se podría denominar como pruebas de “prudencia y orden” y de “fuerzas y medios”. Imprudentemente, extendemos tantos cheques de nuestra cuenta de tiempo como nunca se nos ocurriría hacerlo con nuestra cuenta bancaria. En ocasiones tenemos tantos compromisos que éstos se convierten en las ramas de la alegoría de Jacob, las cuales amenazaban con “sobrepujar a las raíces”, entre las que se incluyen las raíces de las relaciones familiares, las amistades y la relación con Dios (véase Jacob 5:37, 48).
En la pared de mi despacho cuelga una cita de Anne Morrow Lindbergh: “Mi vida no puede atender las necesidades de todas las personas por las que mi corazón suspira” (Gift from the Sea, 1955, pág. 124). En mi caso se trata de un recordatorio necesario. Hace unos años, encontrándome agotado, de forma imprudente acudí una tarde a dos hospitales para dar una bendición a tres personas que estaban muriendo de cáncer. No sólo me hallaba extenuado, sino que, aun peor, la última persona no recibió mucho de mí. Yo no había obrado con “prudencia y orden”, sino que estaba corriendo más de lo que en esa ocasión me permitía mi reserva de fortaleza y energía.
Hubiera sido mucho mejor dar esas bendiciones dos o tres días después, y yo habría dispuesto de más empatía y energía.
HALLEMOS MOMENTOS DE ASUETO
“El les dijo [a los Doce]: Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco. Porque eran muchos los que iban y venían, de manera que ni aun tenían tiempo para comer.
“Y se fueron solos en una barca a un lugar desierto” (Marcos 6:31–32).
Jesús reconoció sin dificultad el cansancio de Sus discípulos, ocasionado por su estricta averiguación de las necesidades de la gente y los deseos que tenían de ayudar. Puede que sea difícil encontrar un momento de asueto, pero siempre se puede disponer aunque sólo sea de unos minutos de descanso entre una tarea y otra.
Tras dar su informe al presidente Brigham Young (1801–1877), una Autoridad General se hallaba ansiosa por irse para no llegar a importunar, pero el presidente Young le dijo: “Por favor, siéntese un rato conmigo. Estoy cansado de las cosas mundanas”. ¿Cuán a menudo nos sentamos un rato con nuestro cónyuge, nuestros hijos, compañeros o amigos? El tiempo carente de prisas parece tener más valor que el empleado en ajetreos.
ESCOJAMOS “LA BUENA PARTE”
Otro ejemplo es el relacionado con el delegar, aunque incluye más que eso.
“Entonces el suegro de Moisés le dijo: No está bien lo que haces.
“Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo” (Éxodo 18:17–18).
Por lo general captamos la necesidad de que Moisés pusiera en práctica la delegación de responsabilidades y nos percatamos de cómo tanto nosotros como aquellos a quienes servimos — entre los que se cuenta la familia— podemos “desfallecer”. ¡Moisés se encargaba de todo asunto! Peor aun, pues esta forma de trabajar le mantenía alejado de sus verdaderos deberes, que eran “[enseñarles] las ordenanzas y las leyes, y… el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer” (Éxodo 18:20).
Se aconsejó a los Primeros Doce que ellos no debían “servir a las mesas” (véase Hechos 6:1–4). En realidad, servir mesas es algo sencillo; es visible, mensurable y factible, si se compara con abrir las naciones del mundo a la obra misional o el mantener a los lobos alejados del rebaño. Pero si los Doce se alejaran de sus deberes fundamentales establecidos en las Escrituras, toda la Iglesia sufriría. Todos podemos alejarnos y casi sin darnos cuenta.
“Prudencia y orden” admiten que hay épocas en la vida para hacer ciertas tareas suplementarias. Las responsabilidades profesionales y los llamamientos vienen y van, pero nunca termina el tiempo de seguir el mandamiento de Jesús: “¿Qué clase de hombres [y mujeres] habéis de ser? En verdad os digo, aun como yo soy” (3 Nefi 27:27).
Todos podemos cuidarnos de la ansiedad de Marta, la cual puede afectar a hombres y mujeres. También puede privarnos de experiencias especiales si estamos “[preocupados] con muchos quehaceres”. El ser conscientes de ello no es una garantía automática de que escogeremos “la buena parte, la cual no [nos] será quitada” (véase Lucas 10:38–42).
Nuestro recuerdos más preciados están relacionados con “la buena parte”. Éstos permanecerán con nosotros, mientras que muchas de las ansiedades que tanto nos preocuparon quedarán definitivamente olvidadas.
Cuando el presidente Brigham Young pasaba por periodos en los que las presiones podrían haberle embargado de la ansiedad de Marta, tomó decisiones como las de María: “Nunca dejé pasar una oportunidad de estar con el profeta José o de oírle hablar en público y en privado, pues deseaba adquirir comprensión de la fuente misma desde la que él hablaba, para así poder yo tenerla y acudir a ella cuando fuere necesario… En los días del profeta José, tales momentos me eran más preciados que toda la riqueza del mundo. No importaba cuán pobre fuese, mientras tuviera comida para alimentar a mi esposa y mis hijos, jamás dejaba pasar la oportunidad de aprender de las enseñanzas del Profeta” (Deseret News Semi-Weekly, 15 de septiembre de 1868).
Ni el presidente Brigham Young ni nosotros hemos perdido la recompensa de escoger “la buena parte” ni nos ha sido quitada. Los esposos y sus esposas debieran conversar entre ellos sobre el Evangelio al menos una vez por semana; deben sentarse un rato, aunque sólo sean 10 ó 15 minutos.
El creciente ánimo intelectual sobre el Evangelio, que con frecuencia procede del estudio de las Escrituras, puede beneficiarnos a la hora de contrarrestar la fatiga y renovarnos. Y lo mismo pueden hacer la dicha del apacible servicio cristiano y personal, más allá del ámbito de nuestros deberes formales en la Iglesia.
Cuando estemos perplejos y confusos —y en ocasiones lo estaremos— meditemos en el ejemplo de Nefi: “Sé que [Dios] ama a sus hijos; sin embargo, no sé el significado de todas las cosas” (1 Nefi 11:17). El élder LeGrand Richards (1886–1983), del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo una vez sobre la preocupación: “Se trata de la Iglesia del Señor, [así que] dejo que sea Él quien se preocupe por ella” (citado por Lucile C. Tate en LeGrand Richards, Beloved Apostle, 1982, pág. 287). ¡Algunos aún no somos tan espiritualmente equilibrados!
SIGAMOS EL EJEMPLO DEL SALVADOR
El Señor sabe que “no [podemos] soportar todas las cosas por ahora” (D. y C. 50:40). No obstante, Su gracia nos es suficiente para toda época de la vida si tan sólo somos humildes (véase Éter 12:27).
El presidente John Taylor (1808–1887) señaló que no podemos evitar estar expuestos a ciertas cosas de la vida: “Es necesario que tengamos un conocimiento de nosotros mismos… y comprendamos nuestras aptitudes y debilidades, nuestra ignorancia e inteligencia, nuestra prudencia e imprudencia, para que así podamos saber cómo apreciar los principios verdaderos… Se hace necesario que conozcamos nuestras debilidades y las de nuestro prójimo; nuestra aptitud y la de los demás… y que no sobrevaloremos nuestra sabiduría y fuerza, ni las infravaloremos en nosotros y en otras personas; sino que depositemos nuestra confianza en el Dios viviente y le sigamos” (Deseret News Weekly, 26 de enero de 1854).
Muchas de nuestras tareas cotidianas no son intrínsecamente difíciles, pero nos esforzamos porque así sean. Algunas elecciones son meras cuestiones de preferencia, no de principios. ¡A veces nos las arreglamos para agotarnos y mermar nuestra reserva de buena voluntad mientras nos abrumamos con preferencias, no principios!
Consideren el equilibrio espiritual de Jesús, nuestro ejemplo en todo:
En primer lugar, según yo lo veo, Jesús nunca estuvo exhausto; lo cual es todavía más asombroso si recordamos que la mayor parte de Su ministerio mesiánico en esta vida quedó limitado a tres años muy atareados.
Segundo, Jesús mostró empatía hacia otras personas aun en medio de Su agonía en Getsemaní y en la cruz: restauró la oreja cortada; se aseguró de que el apóstol Juan atendiera a Su madre, María; y tranquilizó al ladrón en la cruz sobre el mañana.
Tercero, Jesús individualizó su trato durante lo que a algunos podría haberle parecido que eran experiencias repetidas: Personalizó Su ofrecimiento de agua viva a la mujer samaritana (véase Juan 4:7–26); estuvo al lado del apóstol Pablo cuando estuvo en la cárcel, para motivarle a “[tener] ánimo” (Hechos 23:11). ¡Cada una de éstas fue una audiencia con una única persona!
Al comienzo de cada año parecería bastante humano que cada uno dijera resignado: “¡Volvemos a lo mismo!”, y por ende evitar tomárselo a pecho. Me alegra que nuestro Padre Celestial no tenga esos sentimientos. Aun cuando Su vía es “un giro eterno” (1 Nefi 10:19; D. y C. 3:2), a medida que el plan de salvación se lleva a cabo una y otra vez en aspectos más allá de nuestra comprensión, Su amor es constante y personal. Me alegra mucho también que Jesús no contemplara cada curación de forma resignada, como si de otra obligación se tratara. Para Él, tal obligación era un deleite.
Gilbert K. Chesterton afirmó que Dios jamás se ha cansado de crear todas las margaritas iguales, pues jamás se ha aburrido de las margaritas (véase Orthodoxy, 1959, pág. 60). Por consiguiente, tampoco debemos nosotros cansarnos de los demás.
MANTENGÁMONOS ESPIRITUALMENTE FUERTES
Debemos mantenernos fuertes tanto espiritualmente como en cualquier otro aspecto. El mantenerse espiritualmente fuertes es vital por varias razones, de entre las que destaca el gran valor de hacerlo aun cuando las cosas parezcan un tanto desesperanzadoras. ¡Imagínense, por ejemplo, cómo debieron sentirse los seguidores de Jesús cuando lo arrestaron en Getsemaní! Peor aún, ¿cómo fue el verle en la cruz? ¡Ciertamente ésas fueron las horas más lúgubres de toda la historia del cristianismo!
El tiempo que el profeta José pasó en la cárcel de Liberty también fue un periodo amargo. Sus seguidores habían sido expulsados del estado de Misuri y parecía que el Profeta estaba acabado. A pesar de ello, el Señor le dijo que “los extremos de la tierra indagarán tu nombre” (D. y C. 122:1). ¡Qué declaración tan asombrosa!
El presidente John Taylor dijo de ese entonces: “Nos expulsaron de Misuri —nos expulsaron de un sitio a otro en Misuri antes de echarnos a todos juntos— y luego nos echaron de Illinois a este territorio. ¿Y qué más da? Conozco a hombres que creían que esta obra había terminado. Recuerdo un comentario de Sidney Rigdon — supongo que no vivía su religión, sí, creo que no lo hacía— pues le temblaron las piernas en Misuri y en una ocasión dijo: ‘Hermanos, vaya cada uno por su camino pues parece que la obra ha llegado a su fin’. Brigham Young animó a la gente y José Smith les dijo que estuvieran firmes y mantuvieran la integridad, pues Dios estaría con Su pueblo y lo libraría” (Deseret News Weekly, 4 de enero de 1865, pág. 107).
Luego vino el funesto suceso de Carthage. ¡Parecía que la obra de José había concluido! El presidente George A. Smith (1817–1875), Primer Consejero de la Primera Presidencia, dijo: “Algunos hombres en momentos de mayor desesperación pueden sentir —pues he oído de hombres a los que así les sucedió— que la obra ha concluido, que los enemigos de los santos se han vuelto muy poderosos y tienen tanto poder y riqueza que terminarán por aplastarnos muy pronto. A tales hermanos les digo que es una mala idea saltar por la borda del viejo barco Sión cuando creen que éste se va a hundir” (Deseret News Weekly, 27 de octubre de 1874).
Los que son de poca fe confunden una pequeña nube con las tinieblas. El mantenerse espiritualmente fuertes es el resultado de mantener la preciada perspectiva de ver “las cosas como realmente son” (Jacob 4:13).
La prudencia y el orden nos ayudan a sobrellevar la “fatiga humana” y los compromisos que están por encima de nuestra fuerza y medios. La prudencia y el orden nos inducen a “sentarnos un rato” con nuestros seres queridos y colegas de trabajo, dándonos tiempo para las tareas suplementarias de la vida, y nos recuerdan que no podemos sobrellevar todas las cosas por ahora. La prudencia y el orden nos ayudan a separar las preferencias de los principios.
Grandes son las demandas y los retos de nuestro tiempo, pero la prudencia y el orden nos ayudan a mantener la perspectiva, la cual, a cambio, nos permite hacer todas las cosas con “prudencia y orden” para que podamos “[ganar] el galardón” (Mosíah 4:27), sí, la exaltación y la vida eterna con aquellos a quienes hemos amado y a quienes hemos servido.


























La prudencia y el orden nos ayudan a evitar la fatiga humana y por ende lograr la exaltación y la vida eterna.
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