Los pacíficos discípulos de Cristo

19 de febrero de 1998.
«Los pacíficos discípulos de Cristo»
por el presidente Boyd K. Packer
Presidente en Funciones del Quorum de los Doce Apóstoles

Discurso pronunciado en una charla fogonera del Sistema Educativo de la Iglesia en la Universidad Brígham Young, el 19 de febrero de 1998.

President Boyd K. PackerDebido a la naturaleza del mensaje que tengo que presentar, agradecería mucho su fe y sus oraciones a medida que se desarrolle la reunión.

En su último sermón, el profeta Moroni dijo: «…quisiera hablaros a vosotros que sois de la iglesia, que sois ¡os pacíficos discípulos de Cristo», y entonces se refirió a nuestra

«conducta pacífica para con los hijos de los hombres»1.

El prepararme para esta asignación no ha sido fácil; me he propuesto hacer algo que rara vez he hecho antes: presentar un mensaje dirigido a alguien que no se encuentra hoy entre nosotros.

Mi mensaje es para todos aquellos que enseñan, escriben y producen películas que alegan que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días no es una Iglesia cristiana y que nosotros, los miembros, no somos cristianos.

Al hacer frente a esa cuestión, me siento un tanto en desventaja, acorralado, frente a un desafío; creo que ustedes, jóvenes, estarían en mejor posición que yo para dar respuesta a esa pregunta. Me resulta difícil responder sin decir que tales personas están mal informadas y son injustas al no armonizar con el espíritu de la hermandad cristiana. Pero la confrontación no es la manera de razonar ante una cuestión como ésta. El método más conveniente es enseñar y continuar siendo «pacíficos discípulos de Cristo».

Si afirmaran que no encajamos en el molde cristiano que han diseñado para sí mismos, o que no nos ajustamos a la definición particular de ellos de lo que es ser cristiano, sería más fácil que razonáramos juntos.

No es necesario justificar lo que creemos, sino sólo enseñarlo y explicarlo. Los demás pueden, según les plazca, aceptarlo o rechazarlo porque tienen su albedrío.

El determinar quién es cristiano y quién no lo es requiere más que el sólo escribir una definición de lo que es un cristiano, y entonces repudiar a todo aquel que no se adapte a dicha definición.

Si nosotros en realidad no somos cristianos, entonces ellos tendrán que explicar algunas cosas.

Por ejemplo: Supongamos que una persona que nunca haya oído hablar de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días encontrara uno de nuestros himnarios y preguntara: «¿Quién lo publicó? ¿En qué creen ellos? ¿Qué clase de personas son?».

Tal persona se daría cuenta de que contiene himnos y cánticos que testifican de Cristo, muchos de los cuales son venerados por cristianos en todo el mundo: «iOh Jesús, mi gran amor!», «Tan sólo con pensar en ti», «Jehová mi pastor es», y muchos más.

Dicha persona encontraría más de cien himnos escritos por Santos de los Últimos Días que enseñan en cuanto a Cristo. Con espíritu de adoración, estos himnos enseñan en cuanto al ministerio de nuestro Señor, nuestro Redentor. Con reverencia cantamos acerca de Su crucifixión, de Su sacrificio por nuestros pecados, de Su resurrección, así como de Su expiación y Su ascensión.

Estos himnos no son, por cierto, expresiones de personas que no son cristianas, sino que, por el contrario, revelan a un pueblo con devoción y fe que ama y realmente adora a nuestro Salvador y Redentor. Escuchemos algunas estrofas seleccionadas de algunos de esos himnos.

El primero, «Tan humilde al nacer», escrito por el élder Parley P. Pratt, quien fue miembro del Quorum de los Doce Apóstoles, será interpretado por Mark Hall, acompañado por Herbert Klopfer:

Tan humilde al nacer,
Cristo viene con poder.
Antes el dolor sufrió;
hoy el reino heredó.

Cual cordero Él vivió;
hoy es Él el gran Yo Soy
El que en la cruz murió
hoy de gloria se cubrió.

Antes aguantó dolor;
hoy vendrá con esplendor.
El que rechazado fue
hoy será del mundo Rey2.

Las estrofas siguientes del himno «Cristo, el Redentor, murió», escrito por Eliza R. Snow, quien fue Presidenta de nuestra Sociedad de Socorro, serán interpretadas por Kimberly Hall:

«Cristo, el Redentor, murió;
a la justicia El pagó.
Por los pecados padeció…
Vida eterna Él nos dio.

Él fue clavado en la cruz;
allí sufrió el Rey jesús.
Injurias mil Él aguantó.
Con cardos se le coronó.

En agonía Él colgó
y en silencio padeció.
Su gran misión desempeñó.
Al Padre Él glorificó3.

Finalmente, estas estrofas del himno «Jesús, en la corte celestial», también escrito por Eliza R. Snow, serán interpretadas por los hermanos Hall:

Jesús, en la corte celestial,
mostró Su gran amor
al ofrecerse a venir
y ser el Salvador.

Su vida libremente dio;
Su sangre derramó.
Su sacrificio de amor
al mundo rescató.

Por obediencia a Su Dios,
el premio Él ganó.
«Oh Dios, tu voluntad haré»,
humilde, repitió.

Marcó la senda y nos guió
a esa gran ciudad
do hemos de vivir con Dios
por la eternidad4.

¿Son éstas las expresiones de quienes no son cristianos?

Más de cincuenta himnos de belleza y devoción extraordinarios expresan un testimonio absoluto del Señor, himnos que infunden un espíritu de reverencia al Señor Jesucristo y de adoración a Él en las reuniones de los Santos de los Últimos Días.

¿Cómo es posible que alguien que no sea cristiano pueda escribir palabras o música como éstas? Fue el Maestro quien preguntó: «…¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?»5.

¿A qué atribuyen esas personas esos reverentes tributos que rendimos el Señor? No somos nosotros quienes debemos contestar esta pregunta.

Una de las razones por las que me desorienta la protesta de esa gente es que no sé de qué otro modo responderles sin recurrir a revelaciones y Escrituras que ellos mismos rechazan.

A menos que quienes nos critican acepten tales revelaciones, nunca llegaremos a un acuerdo.

Consideremos nuestro nombre: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

El Señor mismo ha hablado varias veces sobre este tema. Tomemos este relato del Libro de Mormón:

«Y sucedió que mientras los discípulos de Jesús andaban viajando y predicando las cosas que habían oído y visto, y bautizando en el nombre de Jesús, sucedió que se hallaban congregados los discípulos y unidos en poderosa oración y ayuno.

«Y Jesús se les manifestó de nuevo, porque pedían al Padre en su nombre; y vino Jesús y se puso en medio de ellos, y les dijo: ¿Qué queréis que os dé?

«Y ellos le dijeron: Señor, deseamos que nos digas el nombre por el cual hemos de llamar esta iglesia; porque hay disputas entre el pueblo concernientes a este asunto.

«Y el Señor les dijo: De cierto, de cierto os digo: ¿Por qué es que este pueblo ha de murmurar y disputar a causa de esto?

«¿No han leído las Escrituras que dicen que debéis tomar sobre vosotros el nombre de Cristo, que es mi nombre? Porque por este nombre seréis llamados en el postrer día;

«y el que tome sobre sí mi nombre, y persevere hasta el fin, éste se salvará en el postrer día.

«Por tanto, cualquier cosa que hagáis, la haréis en mi nombre, de modo que daréis mi nombre a la iglesia; y en mi nombre pediréis al Padre que bendiga a la iglesia por mi causa.

«¿Y cómo puede ser mi iglesia salvo que lleve mi nombre? Porque si una iglesia lleva el nombre de Moisés, entonces es la iglesia de Moisés; o si se le da el nombre de algún hombre, entonces es la iglesia de ese hombre; pero si lleva mi nombre, entonces es mi iglesia, si es que están fundados sobre mi evangelio.

«En verdad os digo que vosotros estáis edificados sobre mi evangelio. Por tanto, cualesquiera cosas que llaméis, las llamaréis en mi nombre; de modo que si pedís al Padre, por la iglesia, si lo hacéis en mi nombre, el Padre os escuchará»6.

En una revelación dada en 1838, el Señor se dirigió a «los élderes y pueblo de mi Iglesia… esparcidos por todo el mundo», diciéndoles: «porque así se llamará mi iglesia en los postreros días, a saber, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días»7.

Otros se refieren a nosotros llamándonos «mormones». No me molesta que lo hagan. Sin embargo, a veces también nosotros solemos decir «la Iglesia Mormona», pero no creo que esté bien que lo hagamos.

La Primera Presidencia nos ha dicho que «debemos recordar que ésta es la Iglesia de Jesucristo; por favor, señalen esto cuando hablen con la gente… Creemos que algunos podrían confundirse al oír con tanta frecuencia el término ‘Iglesia Mormona'»8.

Nosotros obedecemos el mandamiento que dice: «…cualquier cosa que hagáis, la haréis en mi nombre»9. En Su nombre ofrecemos todas nuestras oraciones. Toda ordenanza se efectúa en Su nombre. Todo bautismo, toda confirmación, toda bendición y toda ordenación, todo sermón y todo testimonio se concluye invocando Su sagrado nombre. En Su nombre sanamos a los enfermos y realizamos otros milagros que no debemos ni podemos mencionar.

Mediante la Santa Cena tomamos sobre nosotros el nombre de Cristo y hacemos el convenio de recordarle siempre y guardar Sus mandamientos. Él está presente en todo lo que creemos.

Hace varios años, mi esposa y yo visitamos la Universidad de Oxford, procurando encontrar datos acerca de John Packer, mi séptimo bisabuelo. El Dr. Poppelwell, rector del Christ College, en Oxford, fue muy amable al permitir que se nos mostraran los archivos. Y así pudimos encontrar, en los de 1583, el nombre de mi antepasado.

Al año siguiente regresamos a Oxford con el fin de entregar al Christ College un conjunto de libros canónicos. Eso resultó ser un tanto extraño para el rector del colegio, el Dr. Poppelwell, quizás porque pensaba que no éramos en realidad cristianos; entonces llamó a su capellán para que recibiera los libros.

Antes de entregárselos al capellán, le mostré las referencias sobre un tema particular en la Guía para el Estudio de las Escrituras: 18 páginas de tipografía menuda, a espacio sencillo, con referencias acerca de un solo tema: Jesucristo. Éste es el más amplio compendio de referencias de las Escrituras en cuanto al Señor Jesucristo que se haya acumulado en la historia del mundo: un testimonio tomado del Antiguo y del Nuevo Testamento, del Libro de Mormón, de Doctrina y Convenios y de la Perla de Gran Precio.

No importa cómo se coordinen estas referencias, le expliqué —ya sea de lado a lado, de arriba hacia abajo, de libro en libro o de tema en tema—, encontrará que concuerdan entre sí en testificar firmemente en cuanto a la divinidad de la misión del Señor Jesucristo: Su nacimiento, Su vida, Sus enseñanzas, Su crucifixión, Su resurrección y Su expiación.

La actitud de aquellos hombres cambió de pronto y cordialmente nos ofrecieron una gira por el establecimiento, mostrándonos también el reciente descubrimiento de unos murales que datan de la época de los romanos.

Entre las referencias enumeradas en la Guía para el Estudio de las Escrituras, hay una del Libro de Mormón, Otro Testamento de Jesucristo:

«…predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo y escribimos según nuestras profecías, para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados»10.

Cristo se destaca, página por página, en ese testamento. En ese libro hay 3.925 referencias sobre Él, más de la mitad de los 6.607 versículos que contiene. Empezando con la primera página que enuncia el propósito del libro de «convencer al judío y al gentil de que JESUS es el CRISTO, el ETERNO DIOS», se hace referencia a Él como el Hijo de Dios, el Redentor del mundo, el Unigénito del Padre, y casi unos cien títulos más. La última frase del último de sus 6.607 versículos se refiere al Salvador como «el gran Jehová, el Juez Eterno»11.

Una cosa es que digan que no somos de la misma clase de cristianos que son ellos, pero otra muy diferente es que nos caractericen de no ser cristianos en absoluto.

Existen creencias doctrinales que continuarán siendo malentendidas y perturbando a quienes nos critican, entre ellas:

  • La declaración revelada de que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es «la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra»12.
  • Las Escrituras adicionales a la Biblia: el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio.
  • La revelación continua por medio de apóstoles y profetas.
  • La doctrina de la Trinidad, de que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres Personajes separados y distintos, y que «El Padre tiene un cuerpo de carne y huesos, tangible como el del hombre»13.
  • Que somos literalmente hijos espirituales de Dios y, por tanto, tenemos la posibilidad de llegar a ser como Él es.
  • Que el matrimonio puede continuar después de esta vida y que las familias pueden ser eternas.
  • Y, por supuesto, que no seremos salvos sólo por la gracia, sino «después de hacer cuanto podamos»14.

No es preciso saber explicar plenamente cada uno de esos puntos de doctrina para recibir un testimonio del Espíritu, unirse a la Iglesia y permanecer fiel en ella. Existe un conocimiento que supera toda explicación racional, un conocimiento sagrado que conduce a la conversión.

Aunque se las ofrezcamos, nuestras respuestas no lograrán satisfacer a quienes no aceptan que existe la revelación continua. Toda discusión o debate en cuanto a las cosas sagradas generalmente provoca más acaloramiento que iluminación.

Existe lo que llamo el principio de los requisitos previos. Este principio se emplea en las escuelas. Sin el requisito previo de tomar una clase básica de química, sería muy difícil, si no imposible, entender lo que es la química avanzada. No se trata de que no seamos lo suficientemente inteligentes para entenderla, sino que simplemente no se ha establecido la base correcta para ello.

Pablo dijo a los corintios: «Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.

«Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido,

«lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.

«Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente»15.

Supongo que otros se extrañan al ver la forma en que atraemos a tantos conversos o al no comprender por qué nuestros miembros permanecen en ella a pesar de las muchas preguntas que no siempre se pueden contestar para satisfacción de todos. Nuestros críticos creen, basados en la Biblia, que el hombre es salvo solamente por la gracia. Ésa, por supuesto, es la manera más fácil.

Nuestra posición, también basada en la Biblia, pero corroborada por otras Escrituras, es que somos salvos por la gracia «después de hacer cuanto podamos»16, y que tenemos la responsabilidad, mediante nuestra conducta y nuestros convenios, de vivir conforme a las normas del Evangelio.

Coincidimos con el apóstol Santiago en que «la fe, si no tiene obras, es muerta», y a quien nos acuse le decimos: «Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras»17.

Fortalecidos por convenios y ordenanzas, los Santos de los Últimos Días observan la ley del ayuno, pagan diezmos y ofrendas, envían a sus hijos en misiones «Porque nosotros trabajamos diligentemente para escribir, a fin de persuadir a nuestros hijos, así como a nuestros hermanos, a creer en Cristo y a reconciliarse con Dios; pues sabemos que es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos»18.

A medida que los conversos maduran espiritualmente, obtienen una «razón de la esperanza que hay en [ellos]»19. El Evangelio llega a ser tan satisfactorio para la mente como refrescante para el corazón. Dedicamos nuestra vida a aprender las cosas de Dios; esas preguntas difíciles, una por una, van transformándose en testimonios.

«Reclamamos el derecho de adorar a Dios Todopoderoso conforme a los dictados de nuestra propia conciencia, y concedemos a todos los hombres el mismo privilegio: que adoren cómo, dónde o lo que deseen»20.

Llegue esta advertencia a todos aquellos que, a sabiendas, nos denigran: Bien podrían considerar lo que Gamaliel dijo a sus camaradas fariseos cuando arrestaron a los Apóstoles:

«Entonces levantándose en el concilio un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, venerado de todo el pueblo, mandó que sacasen fuera por un momento a los apóstoles,

«y luego dijo: Varones israelitas, mirad por vosotros lo que vais a hacer respecto a estos hombres.

«Porque antes de estos días se levantó Teudas, diciendo que era alguien. A éste se unió un número como de cuatrocientos hombres; pero él fue muerto, y todos los que le obedecían fueron dispersados y reducidos a nada.

«Después de éste, se levantó judas el galileo, en los días del censo, y llevó en pos de sí a mucho pueblo. Pereció también él, y todos los que le obedecían fueron dispersados.

«Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá;

«mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios.

«Y convinieron con él; y llamando a los apóstoles, después de azotarlos, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los pusieron en libertad»21.

Sin saberlo, Gamaliel convino con el Señor, quien había dicho:

«Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada»22.

Yo les aseguro que de ningún modo está la Iglesia disminuyendo o perdiendo fuerza.

Por tanto, el problema es de ellos, no el nuestro. Nosotros sabemos a quién adoramos, qué veneramos y en el nombre de quién lo hacemos. Quizás digan que lo creemos porque así nos lo enseñaron desde nuestra juventud, pero aunque esto puede ser así en muchos casos, no lo es en la mayoría de ellos. Dos terceras partes de nuestros miembros son conversos que se han unido a nosotros al entrar en las aguas del bautismo por inmersión para la remisión de los pecados y al recibir el don del Espíritu Santo por la imposición de manos.

Toda persona miembro de la Iglesia, ya sea que se haya criado dentro de ella o se haya convertido, debe obtener su propio testimonio personal.

Aun cuando todos tenemos que actuar pacíficamente, no debemos permitir que se nos acuse ni que se nos contraríe injustamente.

«…el Señor les había dicho [a los nefitas], y también a sus padres: Si no sois culpables de la primera ofensa, ni de la segunda, no os dejaréis matar por mano de vuestros enemigos»23.

Si nuestros detractores se organizan para amenazarnos, para entorpecer nuestra obra (cosa que ya ha sucedido antes), habrá algunos entre ellos que dirán: «No tendríamos que hacerlo. No es bueno. Lo que estamos haciendo no es correcto». Y tan indudablemente como el hecho de que continuaremos siendo «pacíficos discípulos de Cristo», entre ellos se producirá una división y, finalmente, se dispersarán y debilitarán entre sí.

Bien podrían aprender del antiguo refrán español que dice: «Les salió el tiro por la culata».

Aun cuando llevamos el Evangelio de Cristo a toda la gente, no nos oponemos a otras Iglesias. Si conocieran a personas que nos nieguen el derecho de llamarnos cristianos, no las confronten, sino más bien, enséñenles pacíficamente. Tenemos tan sólo que seguir siendo humildes y pacíficos discípulos de Cristo, porque Él nos ha prometido: «…yo pelearé vuestras batallas»24.

Lo maravilloso es que el Señor puede administrar Su Iglesia sin tener un clero profesional. En una revelación anterior, Él mandó «que todo hombre hable en el nombre de Dios el Señor, el Salvador del mundo;

«para que también la fe aumente en la tierra;
«para que se establezca mi convenio sempiterno;
«para que la plenitud de mi evangelio sea proclamada por los débiles y sencillos hasta los cabos de la tierra…»25.

A nosotros nos resulta extraño que, para colmo, digan que no somos cristianos. Pero tal es la circunstancia y los profetas nos han dicho que la oposición es algo necesario. Y siempre fue así.

No es fácil pertenecer a nuestra Iglesia. El Evangelio requiere dedicación y sacrificio. No es una Iglesia fácil de administrar. Según las pautas del sacerdocio, hombres y mujeres de todo nivel de vida son llamados para enseñar, dirigir y servir. Tenemos miembros con diversos grados de conocimiento del Evangelio, liderazgo, talentos y testimonio. Y aprendemos a ser pacientes unos con otros.

Eliza R. Snow escribió estas estrofas del himno «Al ir a Sión a juntaros»:

Ai ir a Sión a juntaros,
no es que habéis de pensar
que todo es paz y consuelo,
sin penas ni mal que pasar.
No… sino es como homo,
la fibra de todo probar,
quemar la basura y [la] piedra,
[y] el oro purificar.

Al ir a Sión a juntaros,
no es que habéis de pensar
que todo es puro y santo,
que nada habrá que lograr.
No… sino [el] trigo y [los] cardos
unidos veremos crecer,
y cuando la siega se junte,
los cardos tendrán que arder.

Al ir a Sión a juntaros,
no es que habéis de pensar
que todos los santos os cuiden
sin otro ni más que hacer.
No; los que son fieles trabajan
en lo que se da que hacer,
juntando a hs esparcidos
y [a] todos los justos traer.

Al ir a Sión a juntaros,
no es que habéis de pensar
que ya la victoria se gana
sin necesidad de luchar.
No… pues el Rey de Tinieblas
mil veces os ha de tentar
al veros llegar a la fuente
de vida a participar26.

De este modo, con el aliento del Espíritu, hacemos todo lo que podemos y pacíficamente seguimos adelante.

Hace algunos años fui invitado a hablar ante un grupo de profesores y alumnos de la Universidad de Harvard. Naturalmente, yo esperaba que el mensaje del Evangelio sería bien aceptado y que la reunión terminaría con tonos de armonía. Al orar para que así fuera, tuve el presentimiento de que mi súplica no iba a ser concedida.

Decidí que, no importaba cuan descabellado resultase para mi auditorio que yo hablara sobre ángeles, planchas de oro y la Restauración, les enseñaría la verdad con apacible confianza porque tengo un testimonio de la verdad. Si alguno había de salir de la reunión un tanto disgustado o perturbado, por cierto que no iba a ser yo. Si se sintieran perturbados, allá ellos.

Todo fue tal como me lo había indicado el Espíritu. Algunos sacudían la cabeza manifestando asombro de que persona alguna creyese tal cosa. Pero yo me conservaba tranquilo. Había enseñado la verdad y quien así lo quisiera, podía aceptarla o rechazarla.

Siempre tenemos la esperanza de que en un grupo cualquiera haya una persona de criterio amplio —y suele acontecer que sí la hay— que esté dispuesta a admitir un simple pensamiento: «¿Podrá esto ser verdadero?». Si combina ese pensamiento con una sincera oración, el alma de esa persona entrará en su propia arboleda sagrada para encontrar la respuesta a la pregunta: «¿Cuál de todas las iglesias es verdadera y a cuál debo unirme?».

A medida que avanzo en años y adquiero más experiencia, me preocupa cada vez menos el que otros estén o no de acuerdo con nosotros. Lo que me preocupa cada vez más es que nos entiendan. Si entienden, tienen su albedrío y pueden entonces aceptar o rechazar el Evangelio por sí mismos.

No es fácil para nosotros defender una posición que tanto molesta a otras personas. Pero, hermanos y hermanas, nunca se avergüencen del Evangelio de Jesucristo; nunca se disculpen por las sagradas doctrinas del Evangelio; nunca se sientan ineptos ni incómodos porque no puedan explicarlas para la simple satisfacción de quienes los interroguen. No se sientan incómodos ni molestos cuando no logren ofrecer algo más que su propia convicción.

Estén seguros de que, si explican lo que saben y dan testimonio de lo que sienten, podrán sembrar la semilla que algún día germinará y florecerá en un testimonio del Evangelio de Jesucristo.

«…he aquí, os digo que así como estas cosas son verdaderas, y como el Señor Dios vive, no hay otro nombre dado debajo del cielo sino el de este Jesucristo, de quien he hablado, mediante el cual el hombre pueda ser salvo»27.

Como uno de los Doce, testifico del Señor Jesucristo. Él vive; Él es nuestro Redentor y es nuestro Salvador; Él preside esta Iglesia. Él no es extraño para Sus siervos, y, al avanzar hacia el futuro con callada confianza, Su espíritu estará con nosotros.

Invoco Sus bendiciones sobre ustedes, nuestros jóvenes, para que sean fieles a sus convicciones y para que ese testimonio, aunque sea tan sólo una semillita, crezca y dé fruto para vida eterna. Testifico de Él en el nombre de Jesucristo. Amén.

NOTAS

  1. Moroni 7:3-4; cursiva agregada.
  2. Himnos, número 120, estrofas 1-3.
  3. Himnos, número 114, estrofas 1, 5, 6.
  4. Himnos, número 116.
  5. Mateo 7:16.
  6. 3 Nefl 27:1-9; cursiva agregada.
  7. D. y C. 115:3-4.
  8. «Policies and Announcements», Ensign, marzo de 1983, pág. 79.
  9. 3Neñ27:7.
  10. 2 Nerl 25:26.
  11. Moroni 10:34; véase también Susan Ward Easton, «Ñames of Christ in the Book of Mormon», Ensign, julio de 1978, págs. 60-61.
  12. D. y C. 1:30.
  13. D. y C. 130:22.
  14. 2 Nefl 25:23.
  15. 1 Corintios 2:11-14.
  16. 2 Nefi 25:23.
  17. Santiago 2:17-18.
  18. 2 Nefi 25:23; cursiva agregada.
  19. 1 Pedro 3:15.
  20. Artículo de Fe Ns 11.
  21. Hechos 5:34-40.
  22. Mateo 15:13.
  23. Alma 43:46.
  24. D. y C. 105:14.
  25. D. y C. 1:20-23.
  26. Himnos de Sión (1975), N° 80.
  27. 2 Nefi 25:20..
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