Julio de 1973
El grosellero
por el élder Hugh B. Brown (1883–1975)
del Quórum de los Doce Apóstoles
«¿Cómo pudiste hacerme esto? Estaba creciendo tan maravillosamente»
Algunas veces uno se pregunta si el Señor realmente sabe lo que debe hacer con nosotros; algunas veces uno se pregunta si sabe más que Él acerca de lo que uno debe hacer y debe llegar a ser. Me pregunto si podría contaros una anécdota que he relatado frecuentemente en la Iglesia. Es una historieta más vieja que vosotros; es una selección de mi propia vida y la he contado en muchas estacas y misiones; se trata de un incidente durante mi vida en el que Dios me mostró que Él sabe lo que es mejor.
Vivía yo en Canadá, donde había comprado una granja que estaba un tanto deteriorada. Una mañana salí y vi un grosellero que había alcanzado aproximadamente dos metros de altura y estaba llegando a ser casi exclusivamente materia para leña. No había ningún retoño ni grosellas. Antes de ir a Canadá, fui criado en una granja frutal en Salt Lake City, y sabía lo que tenía que sucederle a ese grosellero, de manera que agarré unas tijeras podadoras, fui hasta el arbusto y lo corté, lo podé y volví a cortarlo hasta que no quedó nada excepto un montón de tocones. Cuando terminé empezaba a amanecer; me pareció ver arriba de cada uno de estos tronquitos algo que parecía como una lágrima, y pensé que el grosellero estaba llorando. Era yo entonces un tanto ingenuo (y todavía no he dejado de serlo completamente), lo miré, sonreí y dije:
—¿Por qué estás llorando?— Saben, pensé haber oído hablar al grosellero, y creo que le oí decir esto: «¿Cómo pudiste hacerme esto? Estaba creciendo tan maravillosamente; estaba casi tan alto como el árbol de sombra y el árbol frutal que se encuentran dentro de la cerca, y ahora me has destrozado. Todas las plantas del huerto me mirarán con desprecio porque no llegué a ser lo que debí haber sido. ¿Cómo pudiste hacerme esto? Creí que tú eras el jardinero aquí.» Eso es lo que pensé que había dicho el grosellero y estaba tan convencido de haberlo oído que le respondí:
—Mira, pequeño grosellero, yo soy el jardinero aquí, y sé lo que quiero que seas. No quería que fueras un árbol frutal ni un árbol de sombra; quiero que seas un grosellero, y algún día, pequeño arbusto, cuando estés cargado de fruta, me dirás: «gracias, jardinero, por quererme lo suficiente como para derribarme, por interesarte suficientemente en mí como para herirme. Gracias, jardinero.»
Pasó el tiempo; pasaron los años y me encontré en Inglaterra, donde era comandante de una unidad de caballería en el Ejército Canadiense. Había logrado un rápido progreso en lo que concierne a las promociones, y tenía el rango de oficial de campo en el Ejército Británico Canadiense; y me sentía orgulloso de mi puesto. Luego se presentó la oportunidad para que llegara a ser general. Había pasado todos los exámenes, y además tenía antigüedad. Solamente se interponía un hombre entre yo y aquello que por diez años había esperado lograr, el cargo de general en el Ejército Británico. Me henchí de orgullo. Este hombre particular falleció, y yo recibí un telegrama desde Londres que decía: «Preséntese a mi oficina a las diez de la mañana,» firmado por el general Turner, encargado de todas las fuerzas canadienses. Llamé a mi criado, mi sirviente personal, y le dije que me lustrara los botones, me cepillara el sombrero y las botas y me hiciese lucir como general porque eso es exactamente lo que iba a ser. Hizo lo mejor que le fue posible considerando el material con que tenía que trabajar, y salí rumbo a Londres. Entré con gallardía a la oficina del general y lo saludé en la forma apropiada, correspondiéndome él con la misma clase de saludo que un oficial mayor concede, algo así como «¡Quítate de mi camino gusano!» Me dijo:
—Siéntese, Brown— luego dijo: —Lamento no poder hacer el nombramiento; usted lo merece y ha pasado todos los exámenes; tiene además antigüedad, ha sido un buen oficial, pero no me es posible hacer el nombramiento. Deberá regresar a Canadá como oficial de entrenamiento y transporte. Otra persona será llamada como general.
Aquello por lo que había estado esperando y orando durante diez años repentinamente quedó fuera de mi alcance.
Un momento después él pasó a otra habitación para contestar el teléfono, y yo me tomé el privilegio de soldado de Curiosear por su escritorio. Encontré mi hoja de historia personal al pie de la cual estaba escrito en letras grandes y negras: «ESTE HOMBRE ES MORMON.» En aquellos días no éramos vistos con buenos ojos. Al ver eso, supe por qué no había sido nombrado; ya para entonces yo tenía el rango más alto que cualquier mormón en el ejército británico. El regresó y dijo:
—Eso es todo, Brown.
Lo saludé de nuevo, pero no con tanta gallardía, lo hice simplemente por deber, y salí. Abordé el tren y volví a mi pueblo que estaba a un poco más de ciento noventa kilómetros de distancia, con un corazón entristecido y amargura en mi alma. Y el rechinar de las ruedas sobre los rieles parecía decir: «Eres un fracasado; cuando llegues, te llamaran cobarde. Entusiasmaste a todos esos muchachos mormones para unirse al ejército y ahora te fugas a casa.» Sabía lo que me esperaba y cuando volví a mi tienda estaba tan amargado que tire la capa y el cinto sobre el catre. Elevé los puños hacia el cielo y dije:
—¿Cómo pudiste hacerme esto, Dios? He hecho todo lo necesario para prepararme; no hay nada que podría haber hecho, que debería haber hecho, que no lo hiciera. ¿Cómo pudiste hacerme esto?-estaba tan amargo como la hiel.
Y luego oí su tono, era mi propia voz y decía: «Yo soy el jardinero aquí, y sé lo que quiero que hagas.» La amargura abandonó mi alma y caí de rodillas cerca del catre para pedir perdón por mi ingratitud y amargura. Mientras me encontraba ahí arrodillado escuché un himno que estaban cantando en la tienda vecina. Un grupo de jóvenes mormones se reunía ahí regularmente cada martes por la noche. Por lo general yo me reunía con ellos; nos sentábamos en el suelo y efectuábamos una reunión de la Mutual. Mientras me encontraba arrodillado, suplicando perdón, oí sus voces que cantaban.
Quizás no sea en alta mar,
Ni donde honor habrá;
Quizás no sea en lucha cruel
Do Cristo me mandará;
Mas cuando su voz me llamará,
A sendas que yo no sé,
Contestaré con amor; «Señor,
Doquier iré que me mandes iré»
(Himno de Sión 175)
Me puse de pie siendo un hombre humilde; y ahora casi cincuenta años más tarde, miro hacia arriba y digo: «Gracias, Señor jardinero, por derribarme, por quererme lo suficiente como para herirme.» Veo ahora que no era sabio que yo llegara a ser general en ese tiempo, porque si así hubiera sido habría sido oficial mayor de todo Canadá Occidental, con un atractivo salario vitalicio, un lugar donde vivir, y una pensión cuando ya no sirviese para nada, pero habría criado a mis seis hijas y dos hijos en cuarteles del ejército. Indudablemente se habrían casado fuera de la Iglesia, y creo que yo no habría llegado a mucho. Hasta ahora no he llegado a mucho, pero he hecho más que lo que habría hecho si el Señor me hubiese dejado ir en la dirección que yo quería.
Quise contaros esa repetida historia porque hay muchos de vosotros que tendréis algunas experiencias muy difíciles: desaliento, desilusión, aflicción, derrota. Seréis probados para ver de qué sustancia estáis hechos. Quiero que recordéis, si no obtenéis lo que pensáis que deberíais obtener, que: «Dios es el jardinero aquí; Él sabe lo que El desea que lleguemos a ser.» Someteos a su voluntad; sed dignos de sus bendiciones y recibiréis dichas bendiciones.


























Gracias por compartir esta anécdota me llego al corazón era lo que estaba necesitando como respuesta mi oración
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Gracias….muchas gracias..
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necesitaba de este discurso…gracias
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Este mensaje lo compartio mi presudente de mision
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Bello mje gracias por compartirlo paso por momentos difíciles pero el Señor sabe el porque de las cosas solo confio en El y seré paciente amo caza mje
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Es un mensaje muy inspirador. Gracias
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en los momentos mas oscuros de mi vida este mensaje me demuestra que dios nos tala para enseñarnos lo que el espera de nosotros lo que tenemos que hacer es aceptar su correccion divina
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Es un hermoso mensaje a veces me siento mal por la familia pero estoy sellado a ellos
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La primera vez que leí el relato, era maestra se seminario y me fortaleció mucho y siempre en los momentos difíciles lo recuerdo con gratitud
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