Conferencia General Octubre 1971
Un tiempo de probación

por el élder Henry D. Taylor
Ayudante del Consejo de los Doce
El profeta Abraham fue favorecido ante la vista del Señor. A él le fue dada la seguridad de que era una inteligencia grande y noble antes de venir a esta tierra; aprendió que la tierra fue creada como un lugar donde morarían las inteligencias después de su nacimiento como seres terrenales. Ahí serían probados para ver si harían todas las cosas que el Señor, Dios, les mandara hacer. De este modo, la vida terrenal se convertiría en un terreno probatorio.
No fue el propósito de que el camino terrenal estuviese libre de obstáculos, ni que el sendero fuese fácil. A Satanás, el padre de las mentiras y el engaño y a sus seguidores perversos, se les permitiría usar su astucia e influencia para cegar a los hombres con respecto a la verdad y para tratar de desviarlos del camino recto. Pero al hombre se le daría su libre albedrío, el derecho de escoger. Se planeó que Dios, mediante sus profetas, proveyera pautas conocidas como mandamientos, que sí se siguieran, brindarían gozo y felicidad. Sin embargo, el hombre tendría el privilegio y la responsabilidad de decidir entre lo bueno y lo malo; él mismo tendría que hacer las decisiones.
Todo esto formaba parte del plan del evangelio. José Smith, el Profeta, ha asegurado que todos estuvimos presentes como seres espirituales cuando se presentó el plan y le dimos nuestra aprobación.
Esta es una época gloriosa para vivir aquí sobre la tierra; el sacerdocio y el evangelio han sido restaurados; la Iglesia ha sido nuevamente establecida. Aunque Jesús el Cristo es la cabeza de la Iglesia que lleva su nombre, los hombres que apoyamos como Profetas, Videntes y Reveladores nos están guiando actualmente.
Al viajar por la vida sobre esta tierra, hay ocasiones en que debemos defender nuestras convicciones, Estos son tiempos probatorios. ¿Estamos del lado del Señor, guardando sus mandamientos? ¿Sostenemos y apoyamos a nuestros líderes? ¿Permanecemos firmes y valientes?
Lyman Wight, conocido como «El Montaraz», fue uno de los primeros apóstoles en esta dispensación; era obstinado, determinado y un hombre sobre quien muy pocos podían influir. No obstante, amaba y respetaba al profeta José, y lo obedecía. En una ocasión, después del martirio del Profeta, dijo: «El único hombre que puede controlarme se ha ido.» Acabó su asociación con Brigham Young y otros miembros del Consejo de los Doce y condujo a un grupo a Texas, donde finalmente cayó en la obscuridad y el olvido, mientras que Brigham Young y los fieles viajaron hacia el oeste y aumentaron en número y prominencia. Lyman Wight fue puesto a prueba y hallado falto.
Simón, un pescador, que más tarde sería conocido como Simón Pedro, o Pedro, fue presentado a Jesús por su hermano Andrés, quien ya tenía un testimonio de que Jesús era el Mesías.
Cuando Jesús vio a Simón por primera vez, dijo: » Tú eres Simón hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro) [o la Roca]. . . de manera que desde ese tiempo, Simón fue conocido como Simón Pedro o ‘Simón la Roca» (David O. McKay, Ancient Apostles, página 6).
Las características semejantes a la roca que Jesús vio en Pedro, no se formaron todas a un mismo tiempo. Cerca de la época en que Judas estaba traicionando al Salvador, Pedro negó tres veces a Jesús. Pero en la profunda aflicción después de la crucifixión del Salvador, y del hondo silencio de sufrimiento, surgió finalmente esa fortaleza que Cristo le había requerido desde que lo había llamado Pedro. Simón fue probado severamente antes de llegar a ser Pedro, la Roca.
José Smith, el Profeta, fue puesto a prueba como pocos hombres lo han sido. Desde el día en que testificó al mundo que había sido bendecido con una visitación personal de Dios, nuestro Padre Celestial, y su Hijo, nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, todas las fuerzas perversas del adversario parecieron desatarse en su contra.
Su alma fue sumamente probada al ser calumniado, maldecido, untado con brea y emplumado, y estar sujeto a un trato y humillación inhumanos.
Hubo ocasiones en que José se preguntaba si el Señor lo habría desertado, así como sus amigos lo habían hecho. Desde las profundidades de su alma angustiada, exclamó: «Oh Dios, ¿en dónde estás? ¿dónde está el pabellón que cubre tu escondite?» Luego señaló las injusticias y opresiones ilegales que se aplicaban a los Santos. Entonces recibió el consuelo del Señor: «Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que un momento;
«Y entonces, si lo sobrellevas debidamente, Dios te ensalzará; triunfarás sobre todos tus enemigos.
«Tus amigos te sostienen, y te saludarán de nuevo con corazones fervientes y manos de amistad» (Doc. y Con. 121:1, 7-9).
José Smith fue leal, fiel y constante a la confianza puesta en él. Las personas que se asociaron con él se sintieron orgullosas de declarar al mundo: «José Smith, el Profeta Vidente del Señor, ha hecho más por la salvación del hombre en este mundo, con la sola excepción de Jesús, que cualquier otro que ha vivido en él. . . . Vivió grande y murió grande en los ojos de Dios y de su pueblo; y como la mayoría de los ungidos del Señor en tiempos antiguos, selló su misión y obra con su propia sangre. . .» (Doc. y Con. 135:3).
José Smith fue verdaderamente probado y no fue hallado falto. Fue capaz de cumplir cada uno de los requisitos que de él se esperaban.
Toda generación desde que el mundo fue, ha tenido sus tentaciones peculiares, siendo Satanás el autor de las mismas. Actualmente las tenemos en abundancia.
Hay personas que se mofan de la idea de que hay un Ser Supremo; declaran y enseñan que Dios está muerto; otros ridiculizan la creencia de que hay una vida después de ésta; afirman que la muerte es el fin, que no habrá ningún juicio, ni tendremos que dar cuenta de nuestras acciones aquí en la tierra, de modo que ¿por qué no bebemos y nos regocijamos porque mañana moriremos?
Hay aquellos que quieren hacernos creer que el uso del licor, el tabaco y las drogas no es dañino ni perjudicial para el cuerpo; que el sexo ilícito es aceptable y el fraude está justificado si ayuda a lograr una meta.
Es una tentación la de entregarnos tanto a las cosas del mundo que perdamos de vista los valores más importantes, las cosas del espíritu.
No sólo los jóvenes de la Iglesia tienen pruebas y tentaciones, sino que cada uno de nosotros las tiene. Así como el Salvador, todos tendremos nuestro Getsemaní. Y a pesar de que a veces el camino sea difícil, si nos agarramos fuertemente de la barra de hierro a la que Lehi hizo referencia, nos llevará más allá del manto de la oscuridad. Si no nos dejamos persuadir por las voces del mundo o nos perdemos y caemos desconocidos, pasaremos la prueba de la vida, que Abraham vio en una visión.
Todo el esfuerzo, la lucha y la aflicción valdrán la pena, porque obtendremos el más grande de todos los dones, el don de la vida eterna. Que esto llegue a ser nuestra fortuna, lo ruego humildemente en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.























