Octubre de 1971
Servios por amor los unos a los otro
por el presidente S. Dilworth Young
del Primer Consejo de los Setenta
Es mi deseo que el Espíritu del Señor me dirija en lo que voy a decir. Los barrios y ramas de la Iglesia han sido organizados para dar actividad a un gran número de miembros, en realidad, la gran mayoría. Sin embargo, hay muchos que no ocupan ningún puesto oficial o ninguna responsabilidad específica que los llame a efectuar actos formales para la organización. Pertenecen a la Iglesia; pertenecen a la estaca; pertenecen al barrio. Se les invita a asistir a las diversas clases y reuniones asignadas para su instrucción, pero al final de la reunión se van a su casa, sin tener algo en particular que los incite a una actividad de una organización. Muchos de ellos sienten que están excluidos, que nadie requiere sus talentos. Otros no quieren aceptar ningún llamamiento de responsabilidad.
Esto quizás se deba a que no comprenden la responsabilidad que tienen para con la Iglesia de Jesucristo. Cada uno de nosotros tiene el mismo llamamiento general; cada uno de nosotros tiene la misma responsabilidad, como resultado de entrar en las aguas del bautismo y hacer el convenio. El Señor no nos encontrará inocentes si permitimos que la responsabilidad en alguna organización, o la carencia de ella, interfiera con este llamamiento especial. En las palabras de los profetas, permitidme señalar algunas obligaciones necesarias.
A un pueblo que era rebelde y recalcitrante, el profeta Jeremías dijo: «. . . no engañéis ni robéis al extranjero (quizás tuvo necesidad de decirlo en aquellos días), ni al huérfano ni a la viuda» (Jeremías 22:3).
Con aprobación dijo de un rey: «El juzgó la causa del afligido y del menesteroso, y entonces estuvo bien. ¿No es esto conocerme a mí? dice Jehová» (Jeremías 22:16).
Más tarde estos pensamientos fueron reiterados por el Señor por medio de Miqueas, cuando le dijo al pueblo que lo que se requería era «hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios» (Miqueas 6:8).
Pablo les dijo a los santos que fuesen benignos y misericordiosos entre sí, perdonándose unos a otros. (Véase Efesios 4:32.)
Alma fue un poco más específico; los exhortó a que clamaran al Señor por todas sus actividades y posesiones, y por el bienestar de sí mismos y de aquellos que los rodeaban; su eterna actitud debía ser de oración para el Señor por todo lo que tenían y por todo lo que eran. Entonces dijo: “. . . no creáis que esto es todo; porque si después de haber hecho todas estas cosas, despreciáis al indigente y al desnudo y no visitáis al enfermo y afligido, si no dais de vuestros bienes, si los tenéis, a los necesitados, os digo que si no hacéis ninguna de estas cosas, he aquí, vuestra oración será en vano y no os valdrá nada, mas seréis como los hipócritas que niegan la fe.
“Por tanto, si no os acordáis de ser caritativos, sois como la escoria que los refinadores desechan (por no tener valor), y es hollada de los hombres» (Alma 34: 28-29).
Las revelaciones dadas a José Smith tocante a este tema son numerosas y se encuentran entre las primeras que recibió. Una de las obligaciones primordiales es el velar por los pobres; ayudar a los necesitados y afligidos le sigue en importancia. Todos disponemos de un poco de tiempo, pero aquellos a quienes no se les da mucha responsabilidad en las organizaciones disponen de más tiempo para velar por los pobres, los necesitados y los desvalidos.
Y esta ayuda es sumamente necesaria. En todas partes, a nuestro alrededor, se encuentran personas que necesitan ánimo, asistencia y ayuda, ayuda que todos podríamos brindar; no monetariamente sino de tiempo, atención y aliento personal, especialmente para aquellos que deben soportar grandes responsabilidades para con sus seres queridos, y no pueden, delegarlas a otros, por la sencilla razón de que no tienen otras personas a quien delegarlas.
Qué gran alivio sentiría una joven madre que tuviera a un hijo enfermo si alguien se ofreciera a ayudarla por un momento. Un poco de tiempo, no solamente visitar a los confinados por cinco minutos, sino por una hora, leyendo, ayudando, dando de comer, alegrando, todo esto cambiará totalmente las actitudes. Podremos encontrar esta necesidad en muchos hogares.
En una ocasión, cuando tenía a mi cargo la responsabilidad de una persona inválida, una buena mujer me dijo: «Cada viernes iré a tu casa de seis a diez de la noche. Ten la seguridad de que lo haré, de manera que haz planes para salir a las seis y distraerte durante esas cuatro horas.» ¡Qué bendición fue para mí! ¡Qué buena! Fue una bendición tanto para mí como para la persona inválida, brindándonos nueva alegría, nuevas sonrisas y nuevas ideas.
Hay muchas personas solitarias, personas cuya soledad se encuentra escondida. Necesitamos buscarlas y aliviarlas. Hay aquellos que sienten que no son aceptados, que necesitan ser edificados en espíritu y que se les ayude a encontrarse a sí mismos. Hay jóvenes solteras que se encuentran fuera de su casa y piensan que nadie se preocupa por ellas; hay los que están afligidos en espíritu. Se me ocurre que ocasionalmente se podría preparar la noche de hogar a fin de llevarla a los solitarios, a algunos de los que temen, a algunos de los abatidos y los afligidos en espíritu.
Sé. de una prominente trabajadora con una gran asignación en la Iglesia, que no tenía responsabilidades en el barrio. Cada semana asistía a la Escuela Dominical y la reunión sacramental y salía de ahí sintiendo que no formaba parte del programa. Entonces se dio cuenta de una hermana que había sido criada sin un conocimiento del evangelio, que llegaba hasta la puerta de la capilla los domingos pero tenía temor de entrar y se volvía a su casa; ella la ayudó a entrar y a ensanchar su alma. Después notó a un hombre, que estaba en vías de ser miembro de la Iglesia, y ayudó a convencerlo a fin de que se convirtiese. Notó a varias jovencitas que no tenían ningún propósito y les brindó el deseo de ser lo que podrían llegar a ser. Se interesó en los ancianos, y les dio aliento a los jóvenes que se acercaban a la edad de cumplir misiones. De pronto descubrió que ella formaba gran parte del barrio, no por medio de una asignación del obispo, sino obedeciendo la ley que nos exhorta a ser guardas de nuestros hermanos.
Podemos estar seguros de que si en una casa hay muchos niños, inválidos o ancianos, es casi una certeza que allí necesitan ayuda. Oh, santos, no desfallezcáis si no tenéis puestos de dirección o enseñanza. Consagraos anhelosamente a una buena causa, y haced muchas cosas por vuestra propia voluntad. Podréis estar más cerca del cielo por la ayuda desinteresada que brindéis a aquellos que estén en necesidad de ayuda, consuelo, socorro y atención. No sentiréis que sois importantes en una organización, pero los ángeles sonreirán cada vez que registren las horas de servicio en la Iglesia brindadas a aquellos que el Señor ama, y a quienes personalmente dirigió sus propios esfuerzos: los pobres, los oprimidos, los necesitados, los enfermos y desalentados.
Todos somos obreros en la Iglesia; a aquellos que tengan asignaciones específicas igual que a los que no las tengan, les es requerido por medio de la revelación, ir semanalmente a la casa de oración a llevar sus ofrendas. Entonces renovamos nuestros convenios de recordar a aquel que es nuestro Salvador y guardar sus mandamientos, el segundo de los cuales es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Habiendo entrado en este convenio, tenemos la responsabilidad de mostrar diligentemente este amor por medio de nuestros hechos.
Las personas que no tengan asignaciones en el barrio disponen de más tiempo para alcanzar esta gran obra de la salvación de almas. No sintamos celos de los que tienen puestos en la estaca, el barrio, las organizaciones auxiliares; más bien busquemos nuestra salvación donde el Señor nos lo ha señalado, entre aquellos que, débiles en espíritu, débiles en el cuerpo o en deseo, necesitan ser edificados en el reino de Dios en esta tierra.
Sé que los maestros orientadores son responsables de estas necesidades, pero muy frecuentemente los que residen en esos hogares les ocultan sus necesidades. Sé que hay maestras visitantes, pero sin embargo hay muchos que también les ocultan sus necesidades a ellas. Sé que se espera que el sacerdocio esté alerta, pero esta responsabilidad va más allá del sacerdocio organizado. Esta es una obligación personal que ningún alma que ame al Señor puede rechazar, y por la cual siempre debemos estar alerta.
El vecino necesitado podría ser el nuestro. El que necesite ayuda tal vez no sea un miembro de la Iglesia; puede ser cualquiera que esté en necesidad. No sé de ninguna persona que esté exenta de la responsabilidad de brindar socorro constante, y aliento personal a muchos que nunca informan al obispo de sus dificultades, pero que, a pesar de su orgullo, y aun de medios, necesitan terriblemente de la ayuda, la comprensión y el amor que todos podamos brindarles.
Esto hace eco a lo que Santiago dijo: «La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es ésta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo» (Santiago 7:27).
Una última palabra de amonestación del Señor en esta época: «Y recordad en todas las cosas a los pobres y necesitados, los enfermos y afligidos, porque el que no hace estas cosas no es mi discípulo» (D. y C. 52:40).
Sé que Jesucristo vive, y que su Padre Santo también vive. Con todo mi corazón apoyo al presidente José Fielding Smith como Profeta viviente. Sé también de las bendiciones que reciben tanto el dador como el receptor, cuando uno obedece el mandamiento de que la manera de amar ál Señor es amando y sirviendo a su prójimo. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























