Las Escrituras y su relación con la estabilidad familiar

Octubre de 1972
Las Escrituras y su relación con la estabilidad familiar
por el presidente Marion G. Romney

Marion G. RomneyEn la médula misma de la fatal enfermedad de la sociedad, se en­cuentra la inestabilidad de la familia. Siendo consciente y es­tando profundamente preocupado acerca de este problema, quisiera hablar acerca de las Escrituras y cómo se relacionan con la estabili­dad familiar.

Tal vez sea un buen ejemplo decir que las Escrituras se rela­cionan con la estabilidad familiar del mismo modo que un juego de pianos y especificaciones técnicas se relaciona con un edificio.

Apenas a media cuadra de la Manzana del Templo se está ter­minando de construir un edificio de treinta pisos. Antes de que se hicieran las excavaciones para construir la estructura de dicho edificio, se consideraron todos los detalles técnicos, desde el subsuelo hasta el pináculo de la torre, se calcularon y se dibujaron en los planos. Las especificaciones que abarcaban detalladamente todo el trabajo y los requisitos mate­riales, se presentaron por escrito. Recuerdo con cuanto cuidado se hicieron los estudios a fin de de­terminar la fortaleza que debía tener el acero para estar en condi­ciones de soportar los efectos de los temblores de tierra y las dife­rentes presiones de los vientos. Los planos y especificaciones comple­tas fueron tramitados y considera­dos por los contratistas, cuando los mismos se presentaron para la licitación del trabajo. Estos planos se siguieron meticulosamente du­rante la construcción del edificio. . .

En las Escrituras podemos leer que el Señor mismo, antes de crear la tierra planeó detalladamente todas las cosas relacionadas con ella.

«. . . Yo, el Señor, hice el cielo y la tierra, y toda planta del campo antes que se hallase sobre la tierra, y toda hierba del campo antes que creciese. Porque yo, Dios el Señor, crié espiritualmente todas las co­sas de que he hablado antes de que existiesen físicamente sobre la faz de la tierra . . .» (Moisés 3:4-5).

Las familias son en verdad, in­finitamente más valiosas que los edificios; son aún de más valor que la misma tierra. El Señor ha dicho que todas sus creaciones, incluyen­do la tierra, están calculadas para ayudar a realizar su gran obra: «Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre» (Moisés 1:39). Más adelante, El reveló el hecho de que ningún hombre puede lograr la vida eterna a menos que sea miembro de una familia buena y estable. Siendo así, es inconce­bible que Dios no tuviera un plan y especificaciones para la construc­ción de la familia, la más preciosa y perdurable de sus creaciones. El hecho es que El preparó tal plan y especificaciones, y ambos se en­cuentran en las Escrituras.

Entender y obedecer estos píanos y especificaciones es tan esencial para el desarrollo de uni­dades familiares estables y perdu­rables, como lo es el comprender y obedecer los píanos y especifica­ciones de los edificios materiales y de los planetas. El hecho de que aquéllos no sean entendidos y obedecidos, es uno de los principales motivos de la inestabilidad de la familia en la sociedad mo­derna.

Las Escrituras nos revelan que la familia es una institución divina; que no fue creada por el hombre. Especifican claramente que Dios es el Padre literal de la gran familia a la cual pertenecen todos los habitantes de la tierra; que los espí­ritus de los hombres son sus amados hijos. (D. y C. 76:24); que su obra y su gloria es lograr para sus hijos la perfección y la exaltación que El mismo disfruta. Las Escrituras explican que a fin de que puedan obtener tal perfección, debe proveérseles con tabernácu­los físicos de carne y huesos, para ser así probados mortalmente.

El plan de Dios para el cumpli­miento de este objetivo les propor­cionó a sus hijos espirituales cuerpos mortales, así como la oportunidad de ser unidos en cali­dad de esposos por el poder del Sagrado Sacerdocio; que así unidos ellos deberían, mientras se encon­traran en la mortalidad, multipli­car y henchir la tierra bajo el divino convenio, o sea, proveer cuerpos mortales a otros de los hijos espiri­tuales de Dios, ayudándole así a llevar a cabo su vida eterna.

El plan establece que las parejas así unidas continuarán como mari­do y mujer en la eternidad, pro­gresando hasta lograr la perfec­ción y convertirse ellos mismos en padres de hijos espirituales.

Tal era el plan diseñado por el Señor para las familias, aun antes de que existieran los cimientos de’ esta tierra.

Para llevar a cabo este gran plan, «creó Dios al hombre a su imagen . . . varón y hembra . . .» (Génesis 1:27), no sólo en la forma, sino que los unió—en similitud a su propio estado marital—en sa­grada unión como marido y mu­jer, por toda la eternidad. Habien­do hecho eso, les mandó «fructifi­cad y multiplicaos, llenad la tierra» (Génesis 1:28).

El concepto de que el matri­monio es una costumbre social creada por el hombre, que por lo mismo puede ser desechada de acuerdo con su deseo y voluntad, procede del maligno. El matri­monio no es solamente una orde­nanza divina: su plan establece que esta ordenanza sea perdurable, tal como lo debe ser para la construc­ción de familias estables y perdu­rables. Cuando los fariseos se acercaron a Jesús «y le pregun­taron, para tentarle, si era lícito al marido repudiar a su mujer.

El, respondiendo, les dijo: ¿Qué os mandó Moisés?

Ellos dijeron: Moisés permitió dar carta de divorcio, y repudiarla.

Y respondiendo Jesús, les dijo: Por la dureza de vuestro corazón os escribió este mandamiento; pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios.

Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino uno.

Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.

En casa volvieron los discípulos a preguntarle de lo mismo, y les dijo: Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio» (Marcos 10:2-12).

Si se obedecieran las enseñan­zas de Jesús, tal como se encuen­tran en las Escrituras de la Biblia, el objetivo de todo hombre sería llevar, a cabo un matrimonio honorable, lo cual eliminaría el divor­cio. Esto por lo tanto eliminaría también la principal causa de la inestabilidad familiar.

Además de lo que Jesús enseñó acerca del matrimonio y el divor­cio, existe otra escritura. Pablo por ejemplo, escribió a los Corintios que «en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón» (1Corintios 11:11).

Algunas de las cosas que Pablo dijo acerca del matrimonio, son, tal como Pedro lo dijo, algo «difí­ciles de entender» (2 Pedro 3:16), pero con relación a la separación de los cónyuges, habló claramente y con un énfasis especial. Habien­do sido dirigido por el Señor, declaró:

«… A los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido;

Y si se separa, quédese sin ca­sar, o reconciliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer» (1 Corintios 7:10-11),

Las declaraciones de los pro­fetas modernos con respecto al tema del matrimonio y el divorcio, se encuentran en completa ar­monía con las Escrituras de la Biblia.

Con respecto al matrimonio, el profeta José escribió la siguiente revelación:

. . De cierto os digo, que quien prohibiere el matrimonio, – no es ordenado de Dios; porque el matrimonio es instituido de Dios para el hombre» (D. y C. 49:15).

El presidente Brigham Young dijo el 6 de abril de 1845:

«Os digo la verdad, tal como se encuentra en el seno de la eter­nidad; y se lo digo a todo hombre que se encuentra sobre la faz de la tierra: si desea ser salvo, no lo puede lograr sin tener una mujer a su lado» (Times and Seasons,  vol. 6, pág. 955).

Lo siguiente fue expresado por el presidente Joseph F. Smith, pa­dre del presidente José Fielding Smith:

«Quiero que los jóvenes de Sión de den cuenta de que la ins­titución del matrimonio no fue creada por el hombre, Es de Dios. Es honorable y no hay hombre que se encuentre en edad de matri­monio, que pueda considerar que vive su religión si permanece sol­tero … el matrimonio es lo que preserva a la raza humana. Sin él, los propósitos de Dios se verían frustrados; la virtud sería destruida para dar lugar al vicio y a la corrup­ción, y la tierra sería vana y estaría vacía» (Doctrina del Evan­gelio, Joseph F. Smith).

Como ya fue declarado, en nuestra consideración del plan del Señor, su propósito de la institu­ción de un matrimonio duradero, es la propagación: traer a los hijos espirituales de Dios a la vida terrenal. Las Escrituras son bien específicas cuando se relacionan con el matrimonio y el divorcio.

«Por lo tanto, es lícito que tenga una esposa, y los dos serán una carne, y todo esto para que la tierra cumpla el objeto de su creación;

Y para que sea henchida con la medida del hombre, conforme a la creación dé éste antes que el mun­do fuera formado» (D. y C. 4 9:16-17).

En otra Escritura, el Señor dice que las esposas son dadas a los hombres «para multiplicarse y henchir la tierra, conforme a mi mandamiento, para cumplir la promesa que mi Padre dio antes de la fundación del mundo; para su exaltación a los mundos eternos y para engendrar las almas de los hombres; pues de esta manera se perpetúa la obra de mi Padre, a fin de que él sea glorificado» (D. y C. 132:63).

No recuerdo ningún pasaje de escritura más glorioso ni profundo que éste que declara el propósito del matrimonio, el cual es, primero, que la tierra sea habitada por el hombre de acuerdo con los planes existentes antes de la creación del mundo, continuando por lo tanto la obra del Padre, para que El sea glorificado; y segundo, para que los hombres puedan obtener para sí la exaltación en los mundos eternos, de acuerdo con la promesa dada por el Padre antes de la fun­dación del mundo.

Teniendo en cuenta este divino concepto del matrimonio, el divor­cio y la concepción de los hijos, es más fácil entender las siguientes declaraciones de los profetas modernos.

El presidente Brigham Young dijo:

«Hay multitudes de puros y di­vinos espíritus, esperando para adquirir tabernáculos. ¿Cuál es por lo tanto nuestra obligación? La de prepararles tabernáculos; la de tomar un curso que no tienda a empujar a esos espíritus hacia las familias de los inicuos, donde pueden ser entrenados en iniqui­dades, corrupciones y toda especie de crimen. Es la obligación de todo hombre y mujer justos, preparar tabernáculos para todos los espíritus que puedan» (Discourses of Brigham Young, Deseret Book Co., 1943, pág. 197).

Con respecto al control de la natalidad, el presidente Joseph F. Smith dijo en 1917:

«Desapruebo, porque creo que es una gran maldad, los sentimien­tos que hay entre algunos miem­bros de la Iglesia, de reducir el nacimiento de sus hijos. Creo que se trata de un crimen donde sea que ocurra, siempre que el esposo y la esposa disfruten de salud y vigor y se encuentren libres de las impurezas que pudieran perjudicar a su posteridad. Creo que al evitar o prevenir el nacimiento de sus hijos, sólo conseguirán la cosecha de grandes desilusiones. No vacilo al decir que creo que éste es uno de los crímenes más grandes del mundo en la actualidad, esta prác­tica inicua» (Doctrina del Evange­lio, Joseph F. Smith).

La Primera Presidencia declaró sobre estos asuntos recientemente:

«Hemos considerado cuidado­samente el asunto de las propues­tas leyes sobre el aborto y la es­terilización. Nos oponemos a cual­quier modificación, expansión o liberación de las leyes relacionadas con estas materias vitales.» (Carta enviada a los presidentes de estaca en el Estado de Washington, 27 de octubre de 1970.)

Algunos de los ejemplos de las muchas escrituras que se rela­cionan directamente con la estabilidad familiar, aparecen a con­tinuación:

«Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» (Proverbios 22:6).

«Y vosotros, padres, no provo­quéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amones­tación del Señor» (Efesios 6:4).

El rey Benjamín aconsejó a los padres «ni permitiréis que vuestros hijos anden hambrientos o desnu­dos, ni que quebranten las leyes de Dios, ni que contiendan y riñan unos con otros y sirvan al diablo, . . . mas les enseñaréis a andar por las vías de verdad y prudencia; les enseñaréis a amarse mutua­mente y a servirse el uno al otro» (Mosí ah 4:14-15).

«Y además, si hubiere en Sión, o en cualquiera de sus estacas or­ganizadas, padres que tuvieren hijos, y no les enseñaren a com­prender la doctrina del arrepenti­miento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, cuando éstos tuvieren ocho años de edad, el pecado recaerá sobre las cabezas de los padres.

Y también han de enseñar a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor» (D. y C. 68:25, 28).

«. . . Pero yo os he mandado criar a vuestros hijos conforme a la luz y la verdad.

Mas de cierto te digo, mi siervo Federico G. Williams, que tú has continuado bajo esta condena­ción:

No les has enseñado a tus hijos e hijas la luz y la verdad, conforme a los mandamientos; y aquel inicuo todavía tiene poder sobre ti, y ésta es la causa de tu aflicción.

Ahora te doy un mandamiento: Si quieres verte libre, has de poner tu propia casa en orden; porque hay en tu casa muchas cosas que no convienen» (D. y C. 93:40- 43).

Y a continuación, las obliga­ciones de los hijos hacia los pa­dres:

«Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo.

Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra» (Efesios 6:1-3).

Y las mutuas obligaciones de los cónyuges:

«Casadas, estad sujetas a vues­tros maridos, como conviene en el Señor. (Colosenses 3:18-19).

La obediencia de estas escrituras sería de mucho beneficio para la estabilidad familiar.

Deseo llamaros la atención acerca de algunas de las instruc­ciones que sobre otro tema se en­cuentran en las Escrituras, el tema de la oración. No creo que haya otro sobre el cual las Escrituras

Maridos, amad a vuestras mu­jeres, y no seáis ásperos con ellas» hablen más frecuentemente, ni creo que haya ninguna otra prác­tica que más beneficie a la esta­bilidad familiar.

La primera comunicación regis­trada entre el hombre mortal y Dios, fue el resultado de una ora­ción. El registro dice que, algún tiempo después de haber sido echados del Jardín, «Adán y Eva, su esposa, invocaron el nombre del Señor; y oyeron que les habla­ba la voz del Señor en dirección del Jardín de Edén, mas no lo vieron, porque estaban excluidos de su presencia. Y les mandó que adorasen al Señor su Dios . . .» (Moisés 5:4-5).

Desde entonces y hasta ahora, las Escrituras repetidamente nos han amonestado a orar. El salmista cantó:

«En cuanto a mí, a Dios clamaré; y Jehová me salvará.

Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré» (Salmos 55:16-17).

Del clásico llamado de Amulek a la oración, registrado en el trigé­simo cuarto capítulo de Alma, deseo mencionar lo siguiente:

«Rogadle en vuestros hogares, sí, por todos los de vuestra casa, en la mañana, al mediodía y en la tarde.

Mas esto no es todo; es menes­ter que derraméis vuestra alma en vuestros aposentos, en vuestros sitios secretos y en vuestros yer­mos.

Sí, y cuando no estéis invocan­do al Señor, dejad que rebosen vuestros corazones, orando cons­tantemente por vuestro propio bienestar así como por el bien­estar de los que os rodean» (Alma 34:21, 26-27).

Jesús oró a solas, oró con sus discípulos, y oró por ellos. Les enseñó a orar y les dio un modelo de oración.

La primera visión del Profeta, que comenzara esta última dispen­sación, se produjo como respuesta a una oración.

Dos años antes de que la Iglesia fuera organizada, el Señor dio esta instrucción: «Ora siempre para que salgas vencedor; sí, para que venzas a Satanás, y para que te es­capes de las manos de los siervos de Satanás, quienes apoyan su obra» (Doc. y Con. 10:5).

Cuando la Iglesia fue organi­zada, el Señor le dijo al sacerdocio que «visitaran las casas de todos los miembros, exhortándolos a orar vocalmente y en secreto, y a cumplir con todos los deberes familiares.» La primera obliga­ción que especificó fue «orar vocal­mente y en secreto» (D. y C. 20:47).

Sí, Dios tiene un plan para el desarrollo de la estabilidad fami­liar, y el mismo se encuentra reve­lado en las Escrituras. Que el Señor nos ayude a llevar a cabo dicho plan, ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.

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