Engañándote a ti mismo

Engañándote a ti mismo

Spencer W. Kimball2Presidente del Consejo de los Doce
por el élder Spenser W. Kimball
Liahona Enero de 1973


Hace algunos años leí una declaración hecha por Karl G. Maeser, primer presidente de lo que es actualmente la Universidad de Brigham Young, la cual me asombró sobremanera: «El que engaña a otros es un picaro, pero el que se engaña a sí mismo es un necio.»

Asimismo, el señor Conrad N. Hilton, de la cadena de hoteles Hilton, parafraseó la misma idea: «Se me ha enseñado que hay una persona en el mundo a la que nunca debemos engañar, y esa persona es uno mismo, ya que sería una vil estupidez.»

El señor Hilton habló acerca de la barra de hierro que valía aproxi­madamente cinco dólares; ese mismo hierro, convertido en herra­duras, costaría $10.50 dólares; si con él se fabricaran agujas, cos­taría $3.285 dólares; y si fuesen muelles para relojes, costaría más de $250.000 dólares.

Aparentemente, el valor del hierro bruto es solamente lo que cuesta para procesarlo; su mayor valor queda determinado por lo que se fabrica de él. Las personas son muy semejantes al hierro; voso­tros o yo podemos permanecer co­mo simple materia bruta; o pode­mos ser pulidos a un alto grado; nuestro valor quedará determinado según lo que hagamos de nosotros mismos.

Millet, el pintor francés, pagó 25 centavos de dólar por un metro de lienzo; por 50 centavos más compró una brocha y algunas pin­turas. Luego, sobre el lienzo que solamente le había costado 25 centavos, derramó toda la gloria de su genio como pintor creando una obra de arte llamada El An­gelus, que terminó por venderse en $105.000 dólares. En otras pala­bras, los 75 centavos de materiales brutos, combinados con inspira­ción, habilidad y entusiasmo pue­den venderse por $104.999.25 dó­lares más.

Cuántas veces he hablado con hombres que han pasado muchos años de su vida desperdiciando la energía, el tiempo y el esfuerzo, y que, años más tarde, se han en­contrado a sí mismos. Siempre se han lamentado: «¡Qué tonto he sido! ¿Por qué no pude ver los gozos del servicio mucho antes que ahora? Oh, todos los años que he desperdiciado; me he engañado a mí mismo.»

¿Habéis conocido personas que pagan grandes sumas de dinero por servicios profesionales, sola­mente para no hacer caso de los consejos dados, o que pagan mu­cho dinero por cierta medicina, y luego la vacían en el lavabo? Sin embargo, ¿no se han robado estas personas a sí mismas tan cruel­mente como aquellos que le dan la espalda a las oportunidades para prepararse para una vida feliz?

Hay también muchas otras ma­neras en que nos engañamos a nosotros mismos. Quizás nos eno­jemos con nuestros padres, un maestro o el obispo, y nos hunda­mos en el anonimato, apartándonos bajo los efectos ponzoñosos y vene­nosos de la amargura y el odio. Mientras que la persona odiada sigue adelante en su vida, sin darse cuenta del sufrimiento del que odia, el último se engaña a sí mismo. En Proverbios 10:18 se nos dice: «El que encubre el odio es de labios mentirosos; y el que propaga calumnia es necio.»

Hay aquellas personas que tratan de librarse de las obliga­ciones morales afirmando ser ateos. La generación actual no tiene monopolio en esta autodecepción. Hace miles de años de sal­mista observó que «Dios desde los cielos miró sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido que buscara a Dios.» Luego escribió que «todos se habían corrompido,» que no había «quien haga lo bueno, no hay ni aun uno.» Y su profunda amonestación en ese tiempo fue: «Dice el necio en su corazón: No hay Dios.» (Véase Salmos 53:1-3.)

«Dice el necio en su corazón: No hay Dios.» Los hijos de Israel se construyeron un becerro de fundición; y a pesar de que era de oro, no podía oír, oler, ver, pensar ni sentir. Se habían despo­jado de sus joyas y no habían reci­bido nada en cambio. ¡Qué necios, fueron! ¡Qué ciegos!

Ha habido muchas personas que han acudido a mí y han expre­sado su remordimiento por ha­berse engañado a sí mismas. Había un joven que había pospuesto el matrimonio por varias razones: para dedicarse de lleno a una educación avanzada, para acumular bienes materiales y otras razones. Por fin contrajo matri­monio, y dijo: «Mi vida es ahora tan bella. ¿Por qué desperdicié tantos años sin estas bendiciones?»

Había una joven soltera que había tenido un niño; cambió a la criatura por cuidados, honorarios al hospital y el anonimato. Trans­currieron los años y trató de reco­brar a su hijo, pero sin ningún éxito; finalmente contrajo matri­monio, y después de uno o dos años sin tener familia, el doctor confirmó sus temores, y ella lloró: permanecería sin tener hijos. ¡Oh, que bajamente había vendido su única oportunidad para ser madre!

Había una pareja que estaba profundamente enamorada; o así pensaban. El no vivía de acuerdo con las normas, de manera que decidieron que en ese momento no eran dignos de recibir una re­comendación para el templo. Tu­vieron un matrimonio civil cuando pudo haber sido eterno. Pasaron los años y los hijos vinieron a ale­grar su hogar. Cuando la muerte llegó a esa casa no había actividad religiosa y muy poco consuelo es­piritual, dando fin al matrimonio y a la dulce relación familiar.

Ha habido aquellos que final­mente han encontrado gran gozo en el evangelio después de haberlo rechazado por años. Invariable­mente han comentado: «Todos es­tos años hemos rechazado a los misioneros; ¿por qué no los escu­chamos antes? Podríamos haber tenido muchos años más de la feli­cidad que ahora gozamos.»

Tenía yo un buen amigo que no era miembro de la Iglesia; por tanto era muy poca la educación que había recibido acerca de la venenosa yerba que se fuma por todo el mundo. El hábito se apoderó de él; después de años de fumar, un cigarrillo tras otro, lo atacó una tos cortante y seca. De ahí siguió una gran tribulación; por varias semanas en el hospital, y luego una nueva sepultura con flores en­cima. Era un buen hombre, honra­do y lleno de integridad. Creo que nunca engañó a su prójimo; pero ¡cómo se engañó a sí mismo! Desde Séneca, a Shakespeare y hasta la actualidad, nos llegan estas pala­bras: «¡Señor, qué locos son los mortales!»

¿Cómo puede una persona justi­ficar el engañarse a sí mismo? Pos­poner la vida por valores más bajos es negar la oportunidad. Contraer matrimonio mediante una cere­monia civil cuando podrían hacerse convenios eternos es arriesgar el futuro. Acabar nuestra actividad en la Iglesia solamente para indig­nar a los líderes o desahogar nues­tros sentimientos heridos, es enga­ñarnos a nosotros mismos, Y el doctor Maeser dijo: «el que se engaña a sí mismo es un necio.»

Muchos de nosotros somos ne­cios en nuestra relación con el Señor. Unicamente un loco adora­ría la vasija de barro en vez del alfarero, el árbol en lugar del jar­dinero, el oro en lugar del químico, la mente en vez de Aquel que la creó, lo creado en vez del Creador. Pero qué locos somos los mortales al buscar aquellas cosas de menos valor e ignorar sus enseñanzas como algo que no es importante.

A través del gran profeta Eter, el Señor dijo hace más de veinte siglos: «Los insensatos hacen burla, mas se lamentarán; y mi gracia es suficiente para los mansos, de modo que no se aprovecharán de vuestra debilidad.» (Eter 12:26).

¿Cómo podemos recibir del Señor esta gracia y amor? Las Es­crituras contienen el remedio para la necedad de los hombres. Los profetas son nuestra guía hacia la sabiduría; el Maestro es nuestro gran ejemplo y la fuente de todo buen consejo. En Lucas leemos:

«. . . ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!

«¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que en­trara en su gloria?

«Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escri­turas lo que de él decían» (Lucas 24:25-27).

Os exhorto, hijos e hijas de Dios, que sois hechos a la imagen de vuestro Creador, a que pongáis vuestra mente a la imagen de la de El, y disciplinéis y moldéis vuestro espíritu siguiendo el modelo del Hijo Unigénito. Si lo hacéis, el Señor ha prometido que tendréis gozo eterno, y nunca debéis temer de haberos engañado a vosotros mismos de lo que habría podido ser.

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