Por qué conservarnos moralmente limpios?

Conferencia General Abril 1972

¿Por qué conservarnos
moralmente limpios?

President Boyd K. Packer

por Boyd K. Packer
del Consejo de los Doce


Indudablemente todos nosotros hemos estado cons­cientes del hecho de que esta mañana nos ha acompa­ñado un espíritu muy potente en esta sesión. Pocas han sido las veces, supongo, que he deseado tanto tener el poder sostenedor del Espíritu al hablar de un tema muy delicado y difícil.

Hay muchos jóvenes en nuestra congregación este día. Es a ellos, particularmente a los adolescentes, a quienes voy a dirigirme. El tema debería ser de profundo interés para vosotros: ¿Por qué conservarnos moral­mente limpios?

Emprendo el tema con la más profunda reverencia. Esto podrá causar sorpresa a algunos, porque es un tema del cual más se habla, más se canta y más bromas y chistes se improvisan. Casi siempre se habla inmodesta­mente al respecto,

Es mi propósito apoyar la modestia, no ofenderla, al aventurarme a tratar este tema tan delicado.

Jóvenes, mi mensaje es de una importancia suma­mente profunda para vosotros. Se relaciona con vuestra felicidad futura. Algunas de las cosas que yo diga quizás sean nuevas para vosotros, los que no habéis leído las Escrituras.

En el principio, antes de vuestro nacimiento en la carne, vivisteis con vuestro Padre Celestial. El es real y efectivamente vive. Hay quienes viven sobre la tierra que dan testimonio de su existencia. Hemos escuchado a sus siervos testificarlo en esta sesión. El vive, y yo doy testimonio de ello.

El os conoció allá. A causa de su amor por vosotros, sentía anhelo por vuestra felicidad y vuestro crecimiento eterno. El quería que pudieseis escoger libremente y crecer mediante el poder de una elección correcta, a fin de que podáis llegar a ser lo más semejantes a El que podáis. Para realizar esto fue necesario que nos alejáramos de su presencia; algo así como salir de casa para ir a estudiar en algún colegio. Fue presentado un plan, y cada uno convino en alejarse de la presencia de nuestro Padre Celestial para probar la vida en el estado terrenal.

Dos cosas muy importantes nos esperaban al llegar a este mundo. La primera, íbamos a recibir un cuerpo terrenal, creado a imagen de Dios. Por medio de este cuerpo y el dominio correcto del mismo, podríamos lo­grar la vida eterna y la felicidad; la segunda, seríamos probados y acrisolados de tal manera que pudiéramos crecer en fuerza y en poder espiritual.

Ahora bien, el primero de estos propósitos es mara­villosamente importante, porque este cuerpo que nos es dado resucitará y nos será útil por las eternidades.

De acuerdo con el plan aceptado, Adán y Eva fueron enviados a la tierra para ser nuestros primeros padres. Iban a poder preparar cuerpos físicos para los primeros espíritus que llegarían a esta vida.

Se puso en nuestros cuerpos, y esto es cosa sagrada, el poder de crear. Una luz, por decir así, que tiene el poder de encender otras luces. Es un don que debe usarse úni­camente dentro de los vínculos sagrados del matrimonio. Mediante el ejercicio de este poder para crear, puede ser concebido un cuerpo terrenal, entrar en él un espíritu y nacer un alma nueva en esta vida.

El poder es bueno. Puede crear y sostener la vida familiar, y es precisamente en la vida familiar donde en­contramos las fuentes de la felicidad. Es dado virtual­mente a todo individuo que nace en el estado terrenal. Es un poder sagrado y significativo, y vuelvo a repetir, mis jóvenes amigos, que este poder es bueno.

Igual que todo otro hijo e hija de Adán y Eva, vosotros que estáis en la adolescencia, tenéis este poder dentro de vosotros.

El poder de creación, o podríamos decir procreación, no es solamente una parte accidental del plan sino es esencial para el mismo. Sin él, dicho plan no podría reali­zarse. El uso impropio de este poder puede echarlo por tierra.

Mucha de la felicidad que vendrá a vosotros en esta vida dependerá de la manera en que utilicéis este sagrado poder de la creación. El hecho de que vosotros, varones jóvenes, podéis llegar a ser padres y vosotras, hermanitas jóvenes, podéis llegar a ser madres, es de la mayor im­portancia para vosotros.

Al grado que este poder se vaya desarrollando dentro de vosotros, os impulsará a buscar un compañero y os facultará para amarlo y retenerlo.

Vuelvo a repetir, este poder para participar en la crea­ción de la vida es sagrado. Algún día vosotros podréis tener una familia propia. Mediante el ejercicio de este poder podéis invitar niños a que vivan con vosotros, vuestros propios niñitos, en cierto respecto creados a vuestra propia imagen. Podéis establecer un hogar, un dominio de poder, influencia y oportunidad. Esto trae consigo graves responsabilidades.

Este poder creador viene acompañado de fuertes de­seos e impulsos. Ya los habéis sentido en el cambio de vuestra actitud y vuestros intereses.

Al llegar a la adolescencia, casi repentinamente, un joven o señorita se convierte en un algo nuevo y suma­mente interesante. Notaréis el cambio en la forma y el as­pecto de vuestro propio cuerpo, así como en otros. Comen­zaréis a oír los primeros susurros del deseo físico.

Fue necesario que este poder de creación tuviera por lo menos dos dimensiones; uno, debe ser fuerte; y dos, debe ser más o menos constante.

Este poder debe ser fuerte, porque la mayor parte de los hombres, debido a su naturaleza, buscan la aventura. Si no fuera por la persuasión compelente de estos senti­mientos, los hombres se mostrarían reacios a aceptar la responsabilidad de mantener un hogar y una familia. Este poder también debe ser constante, porque se con­vierte en un vínculo enlazador en la vida familiar.

Me parece que tenéis la edad suficiente para mirar lo que sucede en el reino animal que os rodea. Pronto os dais cuenta de que donde este poder de creación es cosa pasajera, donde se expresa sólo por temporadas, no hay vida familiar,

Es por motivo de este poder que la vida continúa. Un mundo lleno de dificultades, temores y desilusiones puede ser transformado en un reino de esperanza y gozo y felicidad. Cada vez que nace un niño, el mundo en cierta manera es renovado en inocencia.

Nuevamente deseo repetir, jóvenes, que este poder que hay en vosotros es bueno. Es un don de nuestro Padre Celestial. En el recto ejercicio del mismo podemos allegar­nos a El como en ninguna otra cosa.

Podemos disfrutar, en manera pequeña, de mucho de lo que nuestro Padre Celestial tiene al gobernarnos a nosotros, sus hijos. No podemos imaginar una escuela o campo de prueba más importante.

¿Causa admiración pues, que el matrimonio sea tan sagrado e importante en la Iglesia? ¿Podéis comprender por qué es que vuestro matrimonio, que desata estos poderes de creación para que podáis usarlos, debe ser el paso más cuidadosamente proyectado, más solemne­mente contemplado en vuestra vida? ¿Hemos de conside­rar fuera de lo común el que el Señor haya indicado que se construyeran templos para el propósito de efectuar ceremonias conyugales?

Ahora bien, hay otras cosas que quisiera deciros por vía de advertencia. En el principio hubo entre noso­tros uno que se rebeló contra el plan de nuestro Padre Celestial. Juró destruir y entorpecer este plan.

Le fue vedado tener un cuerpo terrenal y se le echó fuera, restringido para siempre de establecer su propio reino. Le sobrevino un celo satánico. El sabe que este poder de creación no es solamente parte incidental del plan, sino una llave del mismo.

El sabe que si puede incitaros a usar este poder prematuramente, emplearlo demasiado temprano o hacer mal uso de él en forma alguna, bien podéis perder vuestras oportunidades de progreso eterno.

Estamos hablando de un ser verdadero del mundo invisible que posee gran poder, y lo empleará para per­suadiros a quebrantar las leyes que han sido establecidas para proteger los sagrados poderes de la creación.

En tiempos pasados era demasiado astuto para presen­tarse ante uno con una invitación franca de ser inmoral. Más bien, furtiva y calladamente tentaba a jóvenes y adultos a pensar irrespetuosamente de estos sagrados poderes de creación; a rebajar a un estado vulgar o común lo que es sagrado y bello.

En la actualidad, ha cambiado de táctica. Lo presenta como un apetito que hay que satisfacer. Enseña que no hay responsabilidades consiguientes al uso de este poder. Os dirá que su único objeto es proporcionar placer.

Sus invitaciones diabólicas aparecen en carteleras. Se introducen en los chistes y se incorporan en la letra de las canciones. Se presentan en la televisión y en los teatros. En la actualidad resaltan en la mayor parte de las revistas. Hay publicaciones—ya todos conocéis la palabra—pornográficas. Persuasiones descaradas e inicuas a pervertir y usar impropiamente este sagrado poder.

Estáis creciendo en una sociedad donde está ante voso­tros la constante invitación de jugar con estos poderes sagrados.

Deseo amonestaros y quiero que recordéis estas pala­bras:

¡No permitáis que persona alguna toque o palpe vues­tro cuerpo, ninguna persona! Los que os dicen lo con­trario os convierten a compartir su culpabilidad. Nosotros os enseñamos a guardar vuestra inocencia.

Apartaos de cualquiera que quisiera persuadiros a experimentar con estos poderes que dan la vida.

¡No basta con que tal libertinaje sea ampliamente aceptado entre la sociedad en esta época!

¡No basta con que las dos partes estén dispuestas a consentir a este libertinaje!

Imaginarse que es una expresión normal de cariño no es suficiente para convertirlo en un acto correcto.

El único uso propio de este poder sagrado se encuen­tra dentro del convenio del matrimonio.

Jamás uséis impropiamente estos poderes sagrados.

Y ahora, mis jóvenes amigos, debo deciros grave y seriamente que Dios ha declarado en palabras incon­fundibles que la miseria y el pesar vendrán como resul­tado de la violación de las leyes de castidad, «La maldad nunca fue felicidad» (Alma 41:10). Estas leyes fueron establecidas para guiar a todos sus hijos en cuanto al uso de este don.

El no tiene que ser rencoroso o vengativo a fin de que nos sobrevenga el castigo como resultado de la viola­ción del código moral. Las leyes son establecidas por sí mismas.

Una corona de gloria os espera si vivís dignamente. La pérdida de tal corona bien puede ser castigo suficiente. Con frecuencia, con demasiada frecuencia, somos castigados por nuestros pecados así como a causa de ellos.

Estoy seguro de que entre todos aquellos que oyen mi voz hay más de un joven que ya ha caído en transgresión. Estoy seguro de que algunos de vosotros jóvenes, casi inocentes de intención alguna, pero persuadidos por las incitaciones y tentaciones, ya habéis usado imprudente­mente este poder.

Sabed, pues, mis jóvenes amigos, que existe un gran poder para purificar; y sabed que podéis quedar limpios.

Si no pertenecéis a la Iglesia, el convenio del bautismo representa, entre otras cosas, un lavamiento y una purifi­cación.

Para los que sois miembros de la Iglesia, hay una manera. No enteramente sin dolor, pero ciertamente po­sible podéis presentaros limpios y sin mancha delante de Dios. Desaparecerá la culpabilidad y podréis sentir paz. Id a vuestro obispo; él posee las llaves de este poder para purificar.

Entonces algún día conoceréis la expresión completa y recta de estos poderes y la felicidad y gozo consi­guientes a la vida familiar recta. En el momento oportuno, dentro de los vínculos del convenio de matrimonio, podréis entregaros a estas expresiones sagradas de amor que traen como cumplimiento la generación de la vida misma.

Algún día tendréis en vuestros brazos a un pequeñito o una pequeñita y sabréis que los dos habéis obrado en colaboración con vuestro Padre Celestial en la creación de la vida. Por motivo de que el niño os pertenece, en­tonces podréis llegar a amar a otro más de lo que os amáis a vosotros mismos.

Esta experiencia se puede conocer, que yo sepa, sola­mente teniendo hijos propios, o tal vez criando niños nacidos a otros y que, sin embargo, forman parte del convenio familiar.

Algunos de vosotros quizás no lleguéis a conocer las bendiciones del matrimonio. No obstante, proteged estos poderes sagrados de la creación, porque hay un poder grande de compensación que bien puede aplicarse a vosotros.

Mediante este amor por otro, mayor que aquel con que os amáis a vosotros mismos, llegáis a ser verdadera­mente cristianos. Entonces conoceréis, como demasiado pocos conocen, lo que la palabra «padre» significa cuando se menciona en las Escrituras. Podréis entonces sentir algo del amor e interés que el Padre Eterno tiene por nosotros.

Debe ser muy significativo el hecho de que entre todos los títulos de respeto y honor que pueden atribuírsele, Dios mismo, el más alto de todos, optó por ser llamado senci­llamente Padre.

Proteged y guardad vuestro don. Vuestra felicidad real y verdadera está de por medio. La vida familiar eterna, hoy únicamente en vuestras esperanzas y en sueños, puede ser una realidad porque vuestro Padre Celestial ha conferido este don tan selecto a todos voso­tros, sí, este poder de creación. Es la llave misma de la felicidad. Conservad sagrado y puro este don. Usadlo únicamente como el Señor ha indicado.

Mis jóvenes amigos, es mucha la felicidad y gozo que pueden lograrse en esta vida. Puedo testificar de ello.

Os veo en mis pensamientos con un compañero o compañera al cual amáis y el cual os ama. Os veo ante el altar contrayendo matrimonio, concertando convenios qué son sagrados. Os veo en un hogar donde el amor encuentra su cumplimiento. Os veo rodeados de niños y veo que vuestro amor crece con ellos.

No puedo ponerle marco a este retrato. No podría aun­que quisiera, porque no tiene límites. Vuestra felicidad no tendrá límites si obedecéis las leyes del Señor.

Ruego las bendiciones de Dios para vosotros, nuestra juventud. Nuestro Padre Celestial os cuide y os sostenga para que en la expresión de este don sagrado podáis allegaros a El, El vive; es nuestro Padre. De esto doy testi­monio en el nombre de Jesucristo. Amén.

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