Diciembre de 1984
Obsequios de Navidad
por el élder Mark E. Petersen
Miembro del Quorum de los Doce Apóstoles
En la pequeña villa de Nazaret, en Palestina, vivió hace ya casi 2000 años una joven llamada María.
Muy poco es lo que sabemos acerca de ella, excepto que estaba comprometida para casarse con José, un descendiente del rey David.
Un día, para su gran sorpresa, la visitó el ángel Gabriel, que venía de la presencia de Dios. La saludó con estas palabras: «¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres.
«Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería ésta.» Entonces el ángel le dijo que ella había hallado gracia delante de Dios y que El, la había elegido para ser la madre de su Hijo Unigénito.
El ángel le explicó que el Santo Niño nacería por el poder del Espíritu Santo y que se llamaría Jesús, pues por medio de Él recibirían la salvación todas las almas que le aceptaran.
«Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo», le dijo el ángel Gabriel. Además, le informó que el Niño llegaría a ser Rey y que reinaría para siempre sobre la Casa de Israel y que sería el divino Redentor del mundo.
María no comprendió, y le preguntó:
«¿Cómo será esto?» El ángel le explicó que este milagro sucedería por el poder del Espíritu Santo. (Véase Lucas 1:26-35.)
El ángel también visitó a José, el futuro esposo de María. Este comprendió y aceptó el mensaje. De esta manera ella llegaría a ser la virgen madre de Jesucristo, el Mesías.
Por orden de su gobierno, José y María tuvieron que viajar a Belén, otra aldea de Palestina, antes del nacimiento de Jesús, pero muchas otras personas habían llegado allí antes que ellos y todas las posadas estaban completas. No había lugar donde pudiese nacer el Salvador del mundo.
La pareja se dirigió entonces a un establo, donde María dio a luz a un niño, y el Infante, sin cuna u otras comodidades, durmió en un pesebre.
Esta fue la primera Navidad, sin lujos o decorados, sin reuniones familiares y ruidosas celebraciones. Pero hubo villancicos, los más hermosos que jamás se habían escuchado.
Las huestes celestiales se unieron en gran coro y se regocijaron por el nacimiento del Hijo de Dios. Este gran acontecimiento permitía ahora la redención del mundo y la salvación para toda la humanidad. Por medio de este infante la muerte sería vencida, pues al llegar a ser hombre llevaría a cabo la resurrección.
¿Obsequios de Navidad? No, no los hubo en ese momento. Los reyes magos llegaron más tarde para ofrecer presentes al Niño; pero Dios había dado al mundo su mayor obsequio, su hijo Unigénito, y este Hijo divino, al nacer en la tierra, se ofreció como el Presente de mayor trascendencia en la historia del mundo.
Él nos proveería un plan para nuestra salvación y daría su vida para que pudiésemos resucitar del sepulcro y vivir eternamente felices. ¡Qué obsequio más extraordinario! ¿Quién podría ofrecer más? Reflexionemos en lo que significa esto para nosotros.
Tal como María, podemos aprender a ser pacientes, devotos y fieles. Y como su Hijo, podemos seguir los verdaderos principios del evangelio, estando en el mundo sin ser de él.
María también nos ofreció un obsequio, la dádiva de criar y fortalecer al Hijo de Dios desde su infancia hasta la madurez. ¡Cuántas horas, días y meses de cuidado, cuántos años de devoto servicio!
Mediante esta primera Navidad y el nacimiento de Jesús el Mesías, podemos adoptar en nuestras vidas los principios y cualidades que lo hicieron grande. Podemos ser buenos y atentos, justos y honrados. La misericordia puede ser una parte importante de nuestro carácter. Además de todo esto existe la pureza. El enseñó:
«Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios» (Mateo 5:8). En todo lo que hacemos, cada uno de nosotros puede ser limpio y puro. No hay nada que se pueda comparar a una total limpieza espiritual.
Mediante El, podemos disfrutar para siempre de la asociación con nuestros seres más queridos; podemos tener familias eternas; podemos ser sellados a nuestros padres y vivir eternamente en su círculo de amor. ¿No es ese acaso un invalorable obsequio? Todo esto proviene de aquella primera Navidad.
Y, ¿qué más podemos desear, que la bendición de tener para siempre con nosotros a nuestros hijos? Esto se logra mediante la sagrada ordenanza del matrimonio eterno y es otra de las bendiciones que recibimos mediante el Hijo de María, que nació en la noche de aquella primera Navidad. ¿Cabe entonces duda alguna de la razón por la cual cantaron los ángeles al enterarse de un suceso tan maravilloso?
Mediante El, todo lo digno de este mundo puede ser nuestro, pero nos pide que sepamos escoger y que seleccionemos aquello que perdurará para siempre. Él dijo:
«No hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan;
«sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.
«Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.» (Mateo 6:19-21.)
Más adelante y con el mismo propósito El añadió:
«Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?
«¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?
«Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan;
«pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos.
«Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?
«No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?
«Porque los gentiles buscan todas estas cosas, pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.
«Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.» (Mateo 6:26-33.)
Estas son bendiciones que provienen de aquella primera noche santa; son verdaderos obsequios de Navidad; y si recordamos el significado de la salutación de Gabriel a María, sin duda todos estos presentes pueden ser nuestros.
Lo serán si somos partícipes de la misión salvadora de Su Hijo —y de Dios— el Creador, Redentor y Salvador de la humanidad.
























