Y el Señor llamó Sión a su pueblo

Y el Señor llamó Sión a su pueblo
por el Presidente Spencer W. Kimball

Spencer W. KimballA causa de la tremenda importancia de este gran Plan de Bienestar, consideré apropiado volver a exponer las verdades fundamentales de esta obra y recalcar la manera en que debemos aplicarlas en esta época. Espero que, de ser posible, podamos intensificar la herencia espiritual que hemos recibido y, edificando en ese fundamento, alargar el paso en nuestros esfuerzos por poner el plan en práctica.

Desde la primera dispensación en esta tierra, el Señor ha requerido de su pueblo que cada uno ame a su prójimo como a sí mismo. En cuanto a la generación de Enoc se nos dice que «el Señor bendijo la tierra, y los de su pueblo fueron bendecidos sobre las montañas y en los lugares altos, y florecieron.

«Y el Señor llamó SIÓN a su pueblo, porque eran uno en corazón y voluntad, y vivían en justicia; y no había pobres entre ellos» (Moisés 7:17-18).

Por todo el Libro de Mormón encontramos líderes que enseñan esta verdad a las generaciones; uno de esos ejemplos son las palabras del benévolo rey Benjamín:

«Y ahora, por el bien de estas cosas que os he hablado, es decir, por el bien de retener la remisión de vuestros pecados de día en día, a fin de que andéis sin culpa ante Dios, quisiera que de vuestros bienes dieseis al pobre, cada cual según lo que tuviere, tal como aumentar al hambriento, vestir al desnudo, visitar al enfermo, y ministrar para su alivio, tanto espiritual como temporalmente, según sus necesidades» (Mosíah4:26).

En 4 Nefi, presenciarnos las bendiciones que recibieron los nefitas a medida que desterraron el egoísmo y prosperaron en perfecta rectitud durante cuatro generaciones. ¿Quién no se emociona al imaginar este cuadro del ideal de Sión?

«Y tenían en común todas las cosas; por tanto, no había ricos ni pobres, esclavos ni libres, sino que todos fueron hechos libres, y participantes del don celestial. . .

«Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de ninguna especie; y ciertamente no podía haber un pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios.» (4 Nefi 3, 16.)

Hace ya casi cuatro generaciones en ésta, la última dispensación, que el Señor expuso de nuevo sus preceptos para la Sión moderna cuando dijo:

«Y estime cada hombre a su hermano como a sí mismo, y ponga en práctica la virtud y la santidad delante de mí.

«Y de nuevo os digo, estime cada hombre a su hermano como a sí mismo.

«Porque, ¿quién de vosotros, si tiene doce hijos que le sirven obedientemente, y no hace acepción de ellos, dice a uno: Vístete de gala y siéntate aquí; y al otro: Vístete de harapos y siéntate allí, podrá luego mirarlos y decir soy justo?

«He aquí, esto os lo he dado por parábola, y es como yo soy. Yo os digo: Sed uno; y si no sois uno, no sois míos» (D. y C. 38:24-27).

El presidente Joseph F. Smith predijo el restablecimiento de la obra de bienestar en 1900, cuando nos recordó:

«Debéis continuar teniendo presente que lo temporal y lo espiritual están entrelazados; no existen separadamente. Lo uno no puede llevarse a cabo sin lo otro mientras estemos aquí en la carne. . .

«Los Santos de los Últimos Días no sólo creen en el evangelio de salvación espiritual, sino también en el de salvación temporal … No creemos que sea posible que los hombres puedan ser verdaderamente buenos y fieles cristianos, a menos que también sean personas fieles, honradas e industriosas. Por tanto, predicamos el evangelio de industria, el evangelio de economía, el evangelio de sobriedad» (Doctrina del Evangelio, pág. 202).

De tal modo, podéis ver que cuando la Primera Presidencia volvió a enunciar estos preceptos en 1936, en la forma del actual Plan de Bienestar, simplemente estaba extendiéndole a esa generación una oportunidad más completa para establecer el Ideal de Sión. En esta generación, sus palabras quizás tengan un significado aún más profundo:

«Nuestro propósito principal», dijo la Primera Presidencia, «era el establecer, tan pronto como fuese posible, un sistema mediante el cual se pudiera acabar con la maldición de la ociosidad, se abolieran los daños de la limosna, y que la independencia, la industria, la frugalidad y el autorrespeto se establecieran una vez más entre nuestra gente. El objeto de la Iglesia es ayudar a la gente a ayudarse a sí misma. El trabajo ha de ocupar nuevamente el trono como principio gobernante en la vida de los miembros de la Iglesia» (Conferencia General, octubre de 1936).

No hay lugar a confusión con respecto a su propósito; y, a pesar de que muchas veces se considera como algo de naturaleza temporal, debemos entender claramente que esta obra es profundamente espiritual. Se centra en la gente y es Inspirada por Dios y, como lo expresó el presidente J. Reuben Clark en una reunión especial de presidencias de estaca:

«El verdadero objetivo del Plan de Bienestar es la edificación de carácter en los miembros de la Iglesia, tanto en los que dan como en los que reciben, destacando todo aquello que sea de valor en lo más profundo de su ser, y sacando a florecer y dar fruto la riqueza latente del espíritu, lo cual después de todo es la misión, el propósito y la razón de pertenecer a esta Iglesia.» (Presidente J. Reuben Clark, hijo, 2 de octubre de 1936.)

Al viajar y visitar a los miembros por todo el mundo, reconocemos que existen tremendas necesidades temporales en nuestra gente; y al mismo tiempo que anhelamos ayudarlos, nos damos cuenta de la importancia vital de que aprendan esta gran lección: que el logro más elevado de espiritualidad se adquiere cuando conquistamos la carne. Cuando exhortamos a nuestros miembros a que atiendan a sus propias necesidades, estamos ayudándoles a fortalecer su carácter.

Cuando el dador logra controlar sus propios deseos y ver claramente las necesidades de otros a la luz de sus propios deseos, los poderes del evangelio se ponen de manifiesto en su vida; también aprenden que al incorporar en sus vidas el principio del amor, aseguran no sólo la salvación temporal sino también la santificación espiritual.

Y cuando un recipiente recibe con agradecimiento, se regocija en saber que en la forma más pura de vida —en la verdadera Sión— uno puede participar de la salvación tanto temporal como espiritual; y de esta manera, se sienten motivados a proveer para sí mismos y poder compartir con los demás.

¿No es ese plan algo hermoso? ¿No os emocionáis con esa parte del evangelio que hace que Sión se vista con sus hermosas prendas? Cuando se contempla desde este punto de vista, podemos ver que los Servicios de Bienestar no es un programa, sino la esencia del evangelio. Es el evangelio en acción. Es el principio culminante de una vida cristiana.

De manera que, a fin de tener una mejor comprensión de este proceso e indicar firmemente los principios específicos comprendidos en esta obra, permitidme repetiros lo que, según creo, son sus verdades fundamentales.

Primero es el amor. La medida de nuestro amor por nuestro prójimo y, en gran parte, la medida de nuestro amor por el Señor, se ve en lo que hacemos el uno por el otro y por el pobre y el afligido.

«Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.

«En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.» (Juan 13:34-35. Véase también Moroni 7:44-48 y Lucas 10:25-37; 14:12-14).

Segundo es el servicio. El servir es humillarse, socorrer a los que necesiten socorro, impartiendo «de sus bienes al pobre y al necesitado, dando de comer al hambriento y sufriendo toda ciase de aflicciones por amor de Cristo» (Alma 4:13).

«La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es ésta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.» (Santiago 1:27.)

Tercero es el trabajo. El trabajo acarrea felicidad, autoestima y prosperidad. Es el medio para alcanzar todos los logros; es lo opuesto a la ociosidad, y se nos ha mandado trabajar (véase Génesis 3:19). El tratar de obtener nuestro bienestar temporal, social, emocional o espiritual por medio de la limosna viola el mandato divino de que debemos trabajar por lo que recibimos. El trabajo debe ser el principio gobernante en la vida de los miembros de la Iglesia. (Véase D. y C. 42:42; 56:17; 68:30-32; 75:29.)

Cuartees la autosuficiencia. El Señor ha mandado a la Iglesia y a sus miembros que sean autosuficientes e independientes. (Véase D. y C. 78:13-14.)

La responsabilidad por el bienestar social, emocional, espiritual, físico, o económico de cada persona descansa primeramente sobre sí misma, segundo sobre su familia, y tercero sobre la Iglesia si es un fiel miembro de la misma.

Ningún fiel Santo de los Últimos Días que esté física o emocionalmente capacitado cederá voluntariamente la carga de su propio bienestar o el de su familia a otra persona, sino que mientras pueda, bajo la inspiración del Señor y con sus propios esfuerzos, se abastecerá a sí mismo y a su familia con las necesidades espirituales y temporales de la vida. (Véase 1 Timoteo 5:8.)

Quinto es la consagración, la cual comprende el sacrificio. La consagración es donar el tiempo, los talentos y los recursos para cuidar a aquellos que lo necesiten —ya sea espiritual o temporalmente— y edificar el reino de Dios. En los programas de bienestar, los miembros consagran cuando trabajan en los proyectos de producción, comparten sus talentos profesionales, dan una generosa ofrenda de ayuno y responden a los proyectos de servicio del barrio y los quórumes.
Consagran su tiempo en su hogar o en la orientación familiar.

Consagramos cuando damos de nosotros mismos. (Véase «Los dioses falsos», Liahona, agosto de 1977, pág. 1.)

Sexto es la mayordomía. Cada miembro de la Iglesia tiene una sagrada confianza espiritual o temporal por la cual se tienen que rendir cuentas. A causa de que todas las cosas le pertenecen al Señor, se nos hace responsables de la manera en que dirigimos a nuestras familias y usamos nuestros cuerpos, mentes y propiedades. (Véase D. y C. 104:11-15.) Un siervo fiel es aquel que ejerce justo dominio, cuida de los suyos y cuida del pobre y el necesitado. (Véase D. y C. 104:15-18.)

Estos principios gobiernan las actividades de los servicios de bienestar. ¡Ojalá que todos podamos aprender, obedecer y enseñar estos principios! Líderes, enseñadlos a vuestros miembros; padres, enseñadlos a vuestras familias. Solamente si aplicamos estas verdades podremos acercarnos al ideal de Sión.

Sión es un nombre dado por el Señor a su pueblo del convenio, cuyos miembros se caracterizan por la pureza de su corazón y la fidelidad en cuidar del pobre, el necesitado y el afligido. (Véase D. y C. 97:21.)
«Y el Señor llamó SIÓN a su pueblo, porque eran uno en corazón y voluntad, y vivían en justicia; y no había pobres entre ellos.» (Moisés 7:18.)

El orden más elevado de la sociedad del sacerdocio está basado en las doctrinas de amor, servicio, trabajo, autosuficiencia y mayordomía, todas las cuales quedan circunscritas en el convenio de la consagración.

Permitidme ahora hacer referencia a algunas de las actividades y los programas que representan maneras de vivir estos principios.

Como sabéis, en lo pasado hemos puesto un énfasis considerable en la preparación personal y familiar. Espero que cada miembro de la Iglesia esté respondiendo apropiadamente a esta admonición. Espero también que estemos entendiendo y acentuando lo positivo, y no lo negativo.

Me gusta la manera en que la Sociedad de Socorro enseña la preparación personal y familiar como un «vivir providente». Esto implica la frugalidad de nuestros recursos, el sabio planeamiento de los asuntos financieros, plena previsión para asuntos de salud y preparación adecuada para el desarrollo de la educación y las profesiones, prestando atención apropiada a la producción y el almacenamiento en el hogar, así como el desarrollo de la estabilidad emocional.

Espero que comprendamos que, a pesar de que el tener un huerto, por ejemplo, es por lo general útil para reducir el costo de la comida y poner a nuestra disposición deliciosas frutas y verduras frescas, hace mucho más que eso. ¿Quién puede medir el valor de esa conversación especial que tiene lugar entre padres e hijos mientras sacan las hierbas del huerto? ¿En qué forma evaluamos el beneficio que se logra de las obvias lecciones de plantar, cultivar y experimentar la ley eterna de la cosecha? ¿Y cómo medimos la unidad y cooperación familiar que van unidas a un fructífero proyecto de preparación en el hogar?

Hablamos de alfabetismo y la educación en términos de estar preparados para una mejor ocupación, pero no podemos subestimar el placer de leer las Escrituras, las revistas de la Iglesia y buenos libros de toda clase. Enseñamos acerca de la fortaleza emocional relacionada con la oración familiar, las palabras amables y la plena comunicación, y rápidamente aprendemos cuan agradable puede ser la vida cuando se vive en un ambiente cortés y positivo.

En igual manera nos podríamos referir a todos los aspectos de la preparación personal y familiar, no con relación a una tragedia o desastre, sino para cultivar un modo de vida que diariamente nos brindará su propia recompensa.

Hagamos estas cosas porque son correctas, porque son satisfactorias; hagámoslas porque somos obedientes a los consejos del Señor. Con esta actitud estaremos preparados para cualquier eventualidad, y el Señor nos ayudará a prosperar y nos consolará. Es cierto que vendrán tiempos difíciles, porque el Señor los ha predicho y, sí, las estacas de Sión son para «defensa y. . . refugio contra la tempestad»(D. y C. 115:6).

Pero si vivimos sabia y prudentemente, estaremos tan seguros como en la palma de Su mano.

Espero que en nuestros quórumes del Sacerdocio y en las reuniones de la Sociedad de Socorro se estén enseñando adecuadamente los conceptos de preparación personal y familiar, con la clase de actitud positiva a la cual todos respondemos. Enseñemos también nuestras obligaciones respecto a la ley del ayuno. Cada miembro debe contribuir con una generosa ofrenda de ayuno para el cuidado de los pobres y los necesitados; dicha ofrenda deberá ser por lo menos el valor de las dos comidas de las que se abstuvieron durante el ayuno.

«Algunas veces somos un tanto tacaños y calculamos exactamente el valor de lo que habríamos comido para el desayuno, y luego damos esa cantidad al Señor. Pero yo creo que cuando estamos en una posición económica relativamente buena, debemos ser muy, muy generosos. . .

«Creo que deberíamos. . . dar en vez de la cantidad ahorrada en las dos comidas, de las que nos abstuvimos durante el ayuno, mucho más; quizás diez veces más, si estamos en condiciones de hacerlo» (Conferencia General, octubre de 1974).

Por mucho tiempo, las ofrendas de ayuno han constituido los medios por los cuales se han cubierto las necesidades de los pobres del Señor. El deseo y el objetivo de la Iglesia ha sido, y es ahora, obtener de las ofrendas de ayuno los fondos necesarios para afrontar las necesidades del programa de bienestar, y obtener de los proyectos de producción todos los productos necesarios. Si donamos generosas ofrendas de ayuno, aumentará nuestra propia prosperidad tanto espiritual como temporal.

Hermanos y hermanas, teniendo presente estos pensamientos, quisiera exhortaros a seguir adelante en esta gran obra, pues es mucho lo que depende de nuestra buena voluntad para reconocer, colectiva e individualmente, que nuestra presente actuación no es aceptable ni para nosotros, ni para el Señor.

Aprendamos bien nuestras lecciones; emulemos al Salvador en nuestras vidas sirviendo y consagrando, venciendo temporalmente, a fin de que podamos llegar más alto en un plano espiritual.

Si todos trabajamos de esta manera, entonces se escribirá de nosotros que «ciertamente no podía haber un pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios.

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1 Response to Y el Señor llamó Sión a su pueblo

  1. Avatar de Claudia Claudia dice:

    Sin duda es el plan perfecto de crecimiento, armonía, Unión familiar,amor a Dios a nuestros semejantes y respeto a mi creación

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