Bebed de la fuente

Conferencia General 2 de octubre de 1974

Bebed de la fuente

élder Bruce R. McConkiepor el élder Bruce R. McConkie
(Discurso pronunciado el 2 de octubre de 1974 durante la Conferencia General de la Sociedad de Socorro.)

Tomo el texto de las palabras del Señor Jesús: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo so­bre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”. (Mateo 11:28-30.) Quiero ha­cer hincapié en tres frases: primero, “Venid a mí”; segundo, “aprended de mí”; y tercero, “hallaréis descanso pa­ra vuestras almas”.

Nos gustaría que todos los Santos de los Últimos Días leyerais todos los li­bros canónicos, que meditarais en vuestros corazones las verdades eter­nas que allí se encuentran y que os pusierais de rodillas y le pidierais orientación al Señor, con toda sinceri­dad y teniendo fe, para que las enten­dáis y comprendáis. Instamos a cada uno de vosotros para que las leáis, y no simplemente que leáis las palabras, si­no que meditéis y oréis acerca de lo que estáis leyendo a fin de que nazca en vosotros el deseo de vivir en recti­tud, que es el fruto del estudio de la palabra pura y perfecta de Dios. De­seamos que la Iglesia empiece a beber de la fuente el mensaje puro y perfecto que el Señor ha dado por boca de sus profetas, el mensaje que se encuentra en los libros canónicos de la Iglesia.

Desde mi punto de vista, me parece formidable que estudiemos los cuatro Evangelios, ya que en éstos se encuen­tra la historia de la vida del Señor. Es ahí, más que en ningún otro lugar, donde podemos cumplir con la instruc­ción, “aprended de mí”. Son la fuente a donde nos dirigimos para llegar a amar al Señor, y aquellos que aman al Señor lo manifiestan viviendo de acuerdo con sus mandamientos; y aquellos que obedecen sus manda­mientos son los que pueden obtener vi­da eterna en su reino.

Nuestro deseo en esta vida es tener paz y gozo y heredar la vida eterna en el mundo venidero. Estas son las dos bendiciones más grandiosas que a la gente le es posible heredar. Podemos obtenerlas leyendo y aprendiendo las palabras de vida eterna, aquí y ahora, y obedeciendo los mandamientos que nos preparan para la gloria inmortal en el mundo venidero.

Ahora, permitidme hablar de estos maravillosos libros que conocemos co­mo los cuatro Evangelios. Estos con­tienen tesoros escondidos y desconocidos. Todavía no hemos captado la visión de lo que podemos extraer de ellos. ¿Os sorprendería si os dijera que en los cuatro Evangelios hay más co­nocimiento, más verdad que se ha re­velado concerniente a la naturaleza y a la clase de persona que es Dios, nues­tro Padre, que en el resto de los libros canónicos? Todo lo que necesitamos hacer es aprender la manera de adqui­rir ese conocimiento. Necesitamos di­rección y el Espíritu del Señor para que nos dirija a medida que estudia­mos.

Vosotros recordaréis que Felipe se encontró con un eunuco de la Corte de Candace. El eunuco leía las profecías mesiánicas en el libro de Isaías. Felipe le preguntó; “¿Entiendes lo que lees?

Él dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?” (Hechos 8:26-31,) Ne­cesitamos que alguien nos enseñe la manera de estudiar los libros canóni­cos de la Iglesia, y después, si segui­mos las sencillas fórmulas que se pro­veen, tendremos una nueva visión de entendimiento doctrinal, y nacerán en nuestro corazón nuevos deseos de vivir rectamente.

Consideremos los Evangelios. Estos son la historia de la vida del Señor; los evangelios hablan de Él. Él es el Hijo de Dios. En Cristo, Dios estaba mos­trando al mundo la naturaleza y la cla­se de Ser que es. Es vida eterna cono­cer al Padre y al Hijo y poder llegar a ser como ellos son. Conocemos al Pa­dre por medio de llegar a entender al Hijo, El Hijo es el revelador de Dios. Nadie viene al Padre, sino por el Hijo o por su palabra. Deseamos conocer al padre y al Hijo, y su historia principal se encuentra en los Evangelios.

¿Os sorprendería si os dijera que hay más conocimiento y doctrina acer­ca del sacrificio expiatorio del Señor Jesús en los cuatro Evangelios que en ninguna otra parte de las Escrituras? Todo lo que necesitamos es la llave para abrir ese conocimiento. Podemos llegar a saber con absoluta certeza la forma en que El proclama que es el Hijo de Dios.

Por ejemplo, hay el relato en que sana a uno que estaba ciego de naci­miento. Lo hace sin que se le pida y lo hace con el propósito de reunir a una congregación. Por todo Jerusalén se da a conocer este incidente. La muche­dumbre se congrega para ver qué es lo que Él está haciendo. Después, a la congregación, les enseña: “Yo soy el buen pastor”, o en otras palabras, “Yo soy el Señor, Jehová”, En su sermón declara: “Yo y el Padre uno somos”. Predica un grandioso sermón para de­clarar que es el Hijo de Dios, sus pala­bras son verificadas porque abrió los ojos del hombre que había nacido cie­go, (Juan 9 y 10.)

La misma cosa se ilustra cuando le­vanta a Lázaro de los muertos. Jesús viene y predica un sermón en el cual dice: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”. En otras palabras, dice: “La inmortalidad viene por mí; la vida eter­na es por mí y por medio de mí. Yo soy el Hijo de Dios y hago que estas cosas sean posibles”. Y para que no haya ninguna duda acerca de su doctri­na, les manda que quiten la piedra de la puerta de la tumba, y dice:

“¡Lázaro, ven fuera!”, y el cuerpo que ya había empezado a descomponerse se levanta y sale. El levantar a Lázaro de entre los muertos es otro testigo, para todo el mundo y por todas las eternidades, de que el Hombre que lo hizo es en realidad la resurrección y la vida; que la inmortalidad y vida eterna vienen por El; que Él es el Hijo del Dios Viviente. (Juan 11.)

Veamos otro ejemplo: Después de su resurrección, Jesús camina por el camino de Emaús y conversa con dos de sus discípulos. Se da a conocer cuando parte el pan. Poco después se aparece en el aposento alto a diez de los Apóstoles (Tomás no se encontraba presente) —cabe mencionar que era una congregación de los santos, en los cuales, sin lugar a dudas, se encontra­ban hermanas fieles de esos días—, y a todo el grupo, no sólo a los diez, les pregunta: “¿Tenéis aquí algo de co­mer?” Entonces le dan parte de un pez asado y un panal de miel. Él lo toma y come delante de ellos. Entonces pal­pan las marcas en sus manos y en sus pies y le meten la mano en el costado. Qué gran ocasión para la enseñanza. Ese pequeño episodio que sucedió en el camino a Emaús y culminó en el aposento alto es la ilustración más grandiosa, de todas las revelaciones ja­más dadas, en cuanto a la clase de per­sona que es un ser resucitado y la ma­nera en que nosotros, que fuimos creados a su imagen, podemos llegar a ser si somos fieles en todas las cosas. (Lucas 24.)

Os estoy sugiriendo que todos tene­mos una oportunidad maravillosa de llegar a amar al Señor y de obtener el deseo de obedecer sus mandamientos, y como resultado, ser herederos de paz en esta vida y la vida eterna en el mun­do venidero. No es sólo leer; es leer, meditar y orar para que el Espíritu del Todopoderoso sea partícipe en el estu­dio y nos dé entendimiento.

Hace algunos años decidí realizar un estudio profundo de los cuatro Evan­gelios como se encuentran en el Nuevo Testamento. Cuando terminé, utilizan­do las palabras de Juan como texto — “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vi­da en su nombre” (Juan 20:31)-—, es­cribí lo siguiente:

“Y así terminan los evangelios—

“Esos sagrados escritos que hablan del nacimiento, ministerio, misión, sa­crificio expiatorio, resurrección y ascensión del Hijo de Dios;

“Esos registros revelados que ense­ñan con poder y convicción las verda­des eternas en las cuales los hombres deben creer para obtener la salvación en el reino de Dios;

“Esos relatos verídicos de la vida de Cristo que llevan al hombre a amar al Señor y obedecer sus mandamientos;

“Esos sagrados y solemnes testimo­nios que abren la puerta para recibir la paz en esta vida y la vida eterna en el mundo venidero.

“En estos sagrados escritos, en estos relatos del evangelio, en estos testimo­nios de la vida de nuestro Señor—

“Vemos a Jesús —el Todopoderoso, el Creador de todas las cosas desde el principio— recibir un tabernáculo de barro en el seno de María.

“Nos paramos cerca del Infante en el pesebre y escuchamos voces celes­tiales proclamar su nacimiento.

“Lo observamos enseñando en el templo y confundiendo a los hombres sabios cuando sólo tenía doce años de edad.

“Lo vemos en el río Jordán sumer­girse bajo las manos de Juan, mientras que los cielos se abren y el personaje del Espíritu Santo desciende como pa­loma; y escuchamos la voz del Padre hablar con palabras de aprobación.

“Vamos con El hasta el desierto a un lugar apartado donde el diablo lo tien­ta, lo trata de engañar y busca la mane­ra de extraviarlo de las sendas de Dios.

“Nos maravillan y sorprenden sus milagros; habla y los ciegos ven; toca y los sordos oyen; manda y los cojos caminan, los paralíticos se levantan de sus camas, los leprosos son limpiados y los espíritus malignos abandonan los lugares de los cuales se han apropiado,

“Nos regocijamos ante el milagro de ver almas enfermas de pecado recupe­rarse, de discípulos que dejan todo lo que tienen para seguirlo, de santos que vuelven a nacer.

“Nos maravillamos cuando los ele­mentos obedecen su voz: camina sobre el agua; las tormentas cesan; castiga a la higuera y ésta se marchita; convierte las aguas en vino; con unos cuantos pescados y un poco de pan alimenta a miles.

“En Betania nos sentamos con el Se­ñor de vida, como hombre, en la inti­midad del círculo familiar; lloramos con Él en la tumba de Lázaro; ayuna­mos y oramos a su lado cuando se co­munica con su Padre; comemos, dor­mimos y caminamos con El por las sendas y en las aldeas de Palestina; lo vemos hambriento, sediento, cansado, y nos maravillamos de que un Dios deseara pasar por tales experiencias te­rrenales.

“Bebemos profundamente de sus enseñanzas; escuchamos parábolas que jamás hombre alguno profirió; apren­demos lo que significa escuchar a uno con toda autoridad anunciar la doctrina de su Padre.

“Lo vemos:

“Lleno de pesar —llorando por sus amigos, lamentándose por la destruc­ción inminente de Jerusalén;

“Compasivo —perdonando los pe­cados, cuidando a su madre, sanando a los hombres física y espiritualmente;

“Enojado —limpiando la casa de su Padre, mostrando indignación justa por la profanación de la misma;

“Triunfante —al entrar en Jerusalén en medio de los gritos de hosanna al Hijo de David, transfigurado ante sus discípulos en el monte, parado en toda la gloria de la resurrección en una montaña en Galilea.

“Nos reclinamos con Él en un apo­sento alto, separados del mundo y es­cuchamos algunos de los sermones más grandiosos de todos los tiempos, mientras que participamos de los em­blemas de su cuerpo y su sangre.

“Oramos con Él en Getsemaní y temblamos bajo el peso de la carga que El lleva a medida que grandes gotas de sangre salen de cada uno de sus poros; bajamos la cabeza avergonzados cuan­do Judas le da el beso de la traición.

“Estamos a su lado ante Anás y Caifás; vamos con El ante Pilato y Here­des y otra vez Pilato; participamos del dolor, sentimos los insultos, tembla­mos ante la burla y sentimos repugnan­cia por la terrible injusticia e histeris­mo que lo lanzan inescapablemente hacia la cruz.

“Sentimos el pesar de su madre y otros en el Gólgota cuando los solda­dos romanos le traspasan con clavos sus manos y sus pies; temblamos cuan­do la espada le hiere el costado, y le acompañamos en el momento en que voluntariamente da su vida.

“Estamos en el jardín cuando el án­gel quita la piedra, cuando sale revesti­do de inmortalidad; caminamos con Él en el camino a Emaús; nos hincamos en el aposento alto y sentimos las mar­cas de los clavos en sus manos y en sus pies y metemos la mano en el costado, y con Tomás exclamamos: ‘¡Señor mío, y Dios mío!’

“Caminamos hacia Betania y allí, mientras ángeles ministran, presencia­mos su ascensión para estar con su Pa­dre; y nuestro gozo es completo por­que hemos visto a Dios con el hombre.

“Vemos a Dios en El —porque sa­bemos que Dios era en Cristo, mani­festándose al mundo a fin de que todos los hombres conocieran esos Seres Ce­lestiales, el conocimiento de los cuales es la vida eterna.

“Y, ahora, ¿qué más podemos decir acerca de Cristo? ¿De quién es Hijo? ¿Qué obras fueron las que realizó? ¿Quiénes pueden testificar hoy día de estas cosas?

“Y ahora, que quede escrito nueva­mente —y es el testimonio de todos los profetas de todos los tiempos— que Él es el Hijo de Dios, el Unigénito del Padre, el Mesías prometido, el Señor Dios de Israel, nuestro Redentor y Sal­vador; que vino al mundo para dar a conocer al Padre, para revelar nueva­mente el evangelio, para ser nuestro gran Ejemplo, para llevar a cabo la ex­piación eterna e infinita; y que pronto vendrá otra vez para reinar personal­mente sobre la tierra y para salvar y redimir a todos aquellos que lo aman y lo sirven.

“Que también quede escrito, tanto en la tierra como en los cielos, que yo también sé de la verdad de estas cosas de las cuales han testificado los profe­tas. Porque estas cosas me han sido reveladas por el Espíritu Santo, y por lo tanto testifico que Jesús es el Señor de todo, el Hijo de Dios, por cuyo nombre se logra la salvación.” (Bruce R. McConkie, Doctrinal New Testament Commentary, vol. 1, págs. 873-876.)

Ahora, lo maravilloso acerca del sistema de la religión revelada que Dios nos ha dado en estos días es, pri­meramente, que es verdad; segundo, que cada hombre, mujer y niño en la Iglesia puede llegar a tener el conoci­miento absoluto, nacido del Espíritu, la convicción firme y segura de que Jesús es el Señor, de que la salvación está en Cristo, y que si vamos a Él y aprendemos de Él y obedecemos sus mandamientos, tendremos paz, gozo y felicidad en esta vida y seremos here­deros de la vida eterna en el mundo venidero.

Instamos a todos en la Iglesia a be­ber de la fuente; a estudiar los libros canónicos de la Iglesia; a leer, meditar y orar; a pedirle a Dios comprensión; a obtener el poder del Espíritu Santo en sus vidas para que cada persona sepa, independientemente de otra, acerca de la verdad y la divinidad de estas cosas, porque de allí se deriva el gozo y la satisfacción y la paz que ofrece el evangelio.

Dios permita que así sea. Esta obra es verdadera y es del Señor. Su mano está en ella; Él ha decretado el éxito. Continuará progresando, y vosotros y yo, en esta vida y en la venidera, here­daremos estas gloriosas bendiciones si hacemos ahora aquellas cosas que es­toy seguro todos sabemos en nuestro corazón que debemos hacer.

En el nombre del Señor, Jesucristo. Amén.

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