Cómo obtener un testimonio

Liahona Noviembre de 1976

Cómo obtener un testimonio

Marion G. Romneypor el presidente Marion G. Romney
Segundo Consejero en la Primera Presidencia


Un testimonio firme es la posesión más preciada que cualquiera puede tener.

Hay muchas ciases de testimonios, y testimonios acerca de muchas cosas. El que yo poseo es una convicción permanente, viviente y conmovedora de las verdades reveladas en el evangelio de Jesucristo. Uno de los aspectos de dicho testimonio es una firme convicción de que existe un Dios personal—“un hombre exaltado”, fue la frase que el profeta José utilizó al describirlo—, y que Él es nuestro Padre Celestial; otro aspecto del mismo es mi creencia en el pían de salvación de Dios, con Jesucristo como la figura central.

Un factor esencial de mi testimonio es que creo firmemente en el relato de la primera visión del Profeta; que en ella vio a Dios, nuestro Padre Eterno y a Jesucristo, su Hijo; que estuvieron delante de él y conversaron con él, y que él conversó con ellos.

Otro requisito es la aceptación del hecho de que el Libro de Mormón salió a luz en la forma que el profeta José lo relató, que Moroni le entregó las planchas de oro sobre las que estaba escrito el antiguo registro, y que el Profeta efectuó la traducción mediante el don y el poder de Dios. Uno también debe estar convencido de que el Profeta recibió de seres celestiales, todos los principios, las ordenanzas y el poder del sacerdocio que se requerían a fin de permitir que el ser humano obtuviese exaltación en la presencia celestial de Dios; y de que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es depositaría de esos principios y ordenanzas del evangelio y del poder del sacerdocio.

Testimonio de los profetas vivientes
Una persona que posee ese testimonio, acepta la verdad de que las llaves del reino de Dios han estado en manos de cada hombre que ha presidido en la Iglesia, desde el profeta José, hasta nuestro Profeta actual, Spencer W. Kimball. Uno de los factores más importantes de un testimonio semejante— y uno de los más difíciles de obtener—, es la convicción de que nuestro Profeta actual es un Profeta de Dios, tal como lo fue José Smith, el primer Profeta de esta dispensación. Para algunos, es mucho más fácil aceptar a los profetas antiguos que a los actuales. Así fue en los días de Jesús. Recordaréis que El acusó a los escribas y fariseos de ser hipócritas porque adornaban los sepulcros de los profetas muertos y mataban a los profetas vivientes. (Véase Mateo 23:29-34.)

Algunas personas que afirman creer en ellos se confunden con la declaración del profeta José Smith de que “un profeta era profeta solamente cuando obraba como tal” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 341). Recientemente, una jovencita me solicitó una entrevista pues deseaba averiguar en qué forma podría saber cuándo un profeta habla como tal. Unos días más tarde, un confuso joven declaró que dudaba de la reciente declaración de la Primera Presidencia de la Iglesia, con respecto a quiénes pueden recibir el sacerdocio.

Este no es el lugar apropiado para repetir lo que les respondí; baste decir que una persona con un firme testimonio nunca se confunde con esa clase de dudas, sino que cree que todo lo que se diga o haga bajo la inspiración del Espíritu Santo lleva consigo “el testimonio de su autenticidad”. Esta declaración no es mía, sino que fue hecha por el hermano Brigham Young. (Véase Journal of Discourses 9:149.)

Cuando surgen dudas, una persona con un testimonio maduro del evangelio simplemente aplica la prueba prescrita en la sección 9 de Doctrinas y Convenios, y se cerciora por sí misma. El Señor le dio esta prueba a Oliverio Cowdery.

“Pero, he aquí, te digo que tienes que estudiarlo en tu mente; entonces has de preguntarme si está bien; y si así fuere, causaré que arda tu pecho dentro de ti; por lo tanto, sentirás que está bien.

“Más si no estuviere bien, no sentirás tal cosa, sino que vendrá sobre ti un estupor de pensamiento.” (D. y C. 9:8-9.)

Si sois lo suficientemente humildes para obtener la inspiración del Señor, con esa prueba podéis determinar cualquier cosa. Si estáis en armonía con el Espíritu, podéis preguntarle a Él si vuestra decisión es correcta; y si así fuere, El hará que sintáis ese ardor en vuestra alma como lo prometió a Oliverio Cowdery; entonces sabréis que está bien.

Un testimonio firme es la posesión más preciada que cualquiera puede tener. Nos brinda el conocimiento, la esperanza y la seguridad de que podemos, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio, llegar a gozar de todas las bendiciones prometidas.

Siempre me eleva espiritualmente escuchar a una persona cuando da su testimonio. Recuerdo la emoción que sentía en las ocasiones en que escuchaba al presidente Heber J. Grant dar el suyo. En sus palabras de clausura en las conferencias solía decir: “Tan ciertamente como sé que yo vivo, sé que Dios vive, que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente, y que el llamado ‘mormonismo’, es en verdad el plan de vida y salvación” (Conferences Report, oct. de 1934, pág. 132).

Nunca lo oí decir estas palabras sin experimentar una sensación de escalofrío en la espalda.

No se adquiere por medio del conocimiento humano
Un testimonio así no se logra mediante el conocimiento de lo mundano, no se adquiere filosofando ni estudiando lo que dicen quienes no lo poseen. He aquí un ejemplo de lo que sucede cuando los hombres, sin la guía del Espíritu, han tratado de explicar algunas de las grandes verdades que he mencionado anteriormente. Respecto a la naturaleza de Dios, hay quienes afirman: “Hay tan sólo un Dios verdadero y viviente, eterno; sin cuerpo, partes ni pasiones; de poder, sabiduría y bondad infinitos; el Hacedor y preservador de todas las cosas, tanto visibles como invisibles; y en la unidad de esta Trinidad hay tres personas de una sustancia, poder y eternidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo” (Treinta y Nueve Artículos de la Iglesia de Inglaterra.)

Comparemos esta descripción sin sentido con la declaración del profeta José Smith: “El Padre tiene un cuerpo de carne y huesos, tangible como el del hombre; así también el Hijo, pero el Espíritu Santo no tiene un cuerpo de carne y huesos, sino que es un personaje de Espíritu” (D. y C. 130:22).

El testimonio del evangelio se obtiene mediante el poder del Espíritu Santo. Toda persona que lo haya tenido o lo tenga, lo ha recibido mediante la inspiración del Espíritu Santo. Como dijo el profeta José Smith, el Espíritu Santo es un personaje de espíritu; es un miembro de la Trinidad y como tal, una de sus tareas es dar testimonio a los creyentes de que Jesús es el Cristo. Pablo enseñó en aquella época que “nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12:3; Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 272).

El testimonio del Espíritu
Si os preguntase si sabéis que Jesús es el Cristo, muchos de vosotros responderíais que sí, quizás todos, ¿Y cómo lo sabéis? Sabéis porque el Espíritu Santo os lo ha testificado. Algunas veces una persona obtiene este testimonio en forma repentina; lo recibe en un momento determinado, y su conciencia le hace saber que lo ha recibido.

Permitidme relataros una experiencia de la jovencita que más tarde llegó a ser mi esposa. En un tiempo en que era miembro de una Mesa General de la Escuela Dominical de una estaca, tenía la responsabilidad de instruir a las maestras en una clase de la Escuela Dominical. La lección para una sesión particular era la visión que tuvo el Profeta del Padre y el Hijo. Mi esposa se había enterado de que en esa ocasión estaría presente una graduada de la Universidad de ldaho, que no era miembro de la Iglesia ni creía en el evangelio, y se le ocurrió que esta culta y refinada mujer no aceptaría el relato de la aparición del Padre y el Hijo al profeta José Smith. El pensar en ello la puso sumamente preocupada; ni siquiera estaba segura de saber ella misma si era verdadera; estaba tan desconcertada que acudió a su madre, y llorando le dijo:

—Mamá, no puedo dar esa lección; no sé si José Smith tuvo esa visión. Esa mujer se reirá de mí y me ridiculizará.

Su madre no era una mujer de mucha educación, pero en cambio tenía un firme testimonio. La respuesta que le dio a su hija fue:

—Sabes cómo recibió el Profeta esa visión, ¿verdad?

—Sí, —contestó la joven— la recibió pidiendo sabiduría a Dios,

— ¿Por qué no tratas tú de hacer lo mismo? —le sugirió su madre.

La joven fue a su habitación y lo puso a prueba: “luchó” con Dios, como Enós lo hizo. El resultado fue que asistió a su reunión y presentó la lección en la manera más convincente, con un poder que sobrepasaba sus habilidades naturales. ¿Cómo pudo hacerlo? Recibió el Espíritu Santo en respuesta a su súplica. Sintió el fuego en su pecho y llegó a saber que José Smith había visto la visión, así como también él lo sabía. Ella no había visto exactamente con sus propios ojos las cosas que el Profeta vio, pero había obtenido el mismo conocimiento. Por medio de la descripción de José Smith, sabía lo que él había visto, y había recibido un testimonio del Espíritu Santo de que su relato era verídico.

El testimonio produce cambios
Algunas veces una persona recibe su testimonio lentamente, durante un largo período de tiempo. No recuerdo que yo haya adquirido el mío repentinamente, como mi esposa; tampoco recuerdo una época en mi vida en que no haya poseído un testimonio. Naturalmente, se ha fortalecido a través de los años, mas no puedo recordar un sólo momento en que no haya creído. Pero, ya sea que un testimonio se obtenga repentina o gradualmente, causa en la persona un efecto especial; uno es diferente después que lo recibe. Los hombres buenos y grandes también cambian. Pedro cambió. Cuando Jesús habló de su crucifixión inminente, Pedro dijo que él estaba dispuesto a morir con el Maestro. Respondiendo, Jesús le dijo: “Antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces” (Marcos 14:30).

Cuando Cristo fue arrestado, Pedro, que los seguía a cierta distancia, fue al lugar donde Jesús iba a ser juzgado, donde se sentó entre los espectadores.

. . . “una criada, al verle sentado. . . se fijó en él, y dijo: También éste estaba con él.

Pero él lo negó, diciendo: Mujer, no lo conozco.

Un poco después, viéndole otro, dijo: Tú también eres de ellos. Y Pedro dijo: Hombre, no lo soy.

Como una hora después, otro afirmaba, diciendo: Verdaderamente también éste estaba con él, porque es galileo.

Y Pedro dijo: Hombre, no sé lo que dices. Y en seguida, mientras él todavía hablaba, el gallo cantó.

Entonces vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces.

Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente.” (Lucas 22:56-62.)

Sin embargo, ese no fue el fin de Pedro. Cuando el Espíritu Santo reposó sobre él y el resto de los apóstoles en el día de Pentecostés, ellos recibieron su testimonio. Después, él y Juan fueron al templo y sanaron a un lisiado; o sea, que en el nombre de Jesús ejercieron el poder del sacerdocio, y Dios sanó al hombre de acuerdo con sus súplicas. Los del pueblo se acercaron y se maravillaron al ver el milagro. Los líderes judíos empezaron a preocuparse pensando que perderían a sus seguidores: de manera que aprehendieron a Pedro y a Juan y les advirtieron que no predicasen ni enseñasen más en el nombre de Cristo. Estos gobernantes tenían el poder de ordenar la muerte a ambos apóstoles, tal como lo habían hecho con Cristo; pero Pedro era entonces un hombre. Cuando se les ordenó que no predicaran más, contestó:

“Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído,» (Hechos 4:19-20.)

Ya tenía un testimonio.

Las experiencias de Alina y Pablo son también ejemplos de cómo los testimonios cambian a los hombres. Mi padre solía decirme que la diferencia en un hombre cuando posee un testimonio y cuando no lo tiene, es la misma que existe entre un árbol viviente y un tocón seco. Y estoy seguro de que tenía razón.

¿Cómo podemos obtener un testimonio? Creo que Jesús proporcionó la mejor respuesta que jamás se haya dado. Mientras se encontraba enseñando en el templo durante la fiesta judía de los tabernáculos, los judíos, que ya para entonces estaban conspirando su muerte, se maravillaron por sus enseñanzas y dijeron:

“¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?

Jesús fes respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió.

El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta.» (Juan 7; 15-17.)

Esta declaración señala el camino tan clara y sencillamente que aún el hombre “por torpe, que sea, no se extraviará» (Isaías 35:8).

La obtención de un testimonio
Es obvio que el primer paso para obtener un testimonio es conocer la voluntad del Padre. Esto se puede hacer estudiando la palabra de Dios y obedeciendo sus mandamientos a medida que se aprenden. Estudiad las escrituras; estudiad las enseñanzas de los profetas; estudiad el Libro de Mormón, Doctrinas y Convenios, La Perla de Gran Precio y la Biblia. Leed las enseñanzas de los profetas modernos y la vida del profeta José. Conoced y obedeced la voluntad de Dios.

No hay ningún atajo para lograrlo; no hay dos maneras sino sólo una. El Señor reveló ese camino seguro y cierto cuando le dijo a Oliverio Cowdery;

“Oliverio Cowdery, de cierto, de cierto te digo, que así como vive el Señor, quien es tu Dios y tu Redentor, tan ciertamente recibirás el conocimiento de cuantas cosas pidieras en fe, con un corazón honesto, creyendo que recibirás conocimiento. . .

Sí, he aquí, te lo manifestaré en tu mente y corazón por medio del Espíritu Santo que vendrá sobre ti y morará en tu corazón.

Ahora, he aquí, éste es el espíritu de revelación. . . (D. y C. 8:1-3.)

Todo aquel que ora sinceramente, con un verdadero deseo de conocer la verdad concerniente a lo que haya aprendido del evangelio, recibirá el testimonio del Espíritu Santo, tanto en su mente como en su corazón, tal como el Señor le prometió a Oliverio. Y. como Él dijo, este testimonio morará en su corazón; morará en él para siempre si retiene su fe, se arrepiente de sus pecados, es bautizado, recibe el don del Espíritu Santo mediante la imposición de manos, y continúa obedeciendo los principios del evangelio hasta el fin de esta vida terrenal.

Yo poseo un testimonio en cuanto a la veracidad de todos los principios que enumeré al comienzo de este artículo. Sé que Dios vive y que Jesucristo vive, y estoy seguro de ello ahora como lo estaré cuando esté en su presencia para ser juzgado por mis obras en la carne. El Espíritu Santo me ha revelado estas verdades; sé que Dios puede escuchar oraciones ya que ha escuchado las mías en numerosas ocasiones y he recibido revelación directa de Él. He tenido problemas que parecían no tener solución, y he sufrido al afrontarlos al grado de que parecía que no podría seguir adelante hasta tener una respuesta. Después de mucha oración, y muchas veces ayunando por un día, una semana o largos periodos de tiempo, la respuesta le ha sido revelada a mi mente con muchísima claridad. He escuchado la voz del Señor en mi mente, v conozco sus palabras.

Que Dios os bendiga, mis hermanos para que podáis gozar del gran don de tener un testimonio del evangelio. El profeta José Smith dijo que el hombre no podría salvarse en la ignorancia. (Véase D. y C. 131:6.) Sin embargo, no se refería a que él no podría salvarse en la ignorancia de algún idioma extranjero o de cualquier campo de la ciencia. No quiero asentar una mala impresión en cuanto al aprendizaje; es algo bueno y os exhorto a adquirir cuanto os sea posible; lodo el conocimiento es importante, pero ninguno os proveerá un conocimiento de las cosas a las que se estaba refiriendo el Profeta cuando dijo que el hombre no podría salvarse en la ignorancia.

El testimonio que uno debe de poseer para ser salvo es aquel que se recibe de un testimonio de la veracidad del evangelio de Jesucristo, incluyendo lodos los principios que predica. Se puede obtener; sé que muchos lo tenéis. Que Dios os bendiga para que lodos podáis obtenerlo y que continuéis fieles en él hasta el fin de vuestra vida, porque todas las promesas se dan a aquellos que lo adquieran y continúen fieles hasta el fin.

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