Liahona Julio de 1974.
La decisión matrimonial
por el presidente Spencer W. Kimball
Tomado del discurso pronunciado durante la Conferencia de Área en Estocolmo, Suecia, llevada a cabo en el mes de agosto de 1974.
Al allegarnos a vosotros en esta oportunidad y encontrarnos en pleno desarrollo tanto físico como espiritual, aspiramos para vosotros, no el oro del mundo, ni tierras, ni casas de indescriptible hermosura, ni ninguno de los otros tesoros de la tierra, sino lo que el gran padre David deseó para su hijo; y lo que es más importante aún, lo que el sabio hijo deseó para sí mismo al acercarse al día de su mayor oportunidad. El padre, el rey David, oró al Señor de la siguiente manera:
“Asimismo da a mi hijo Salomón corazón perfecto, para que guarde tus mandamientos, tus testimonios y tus estatutos, y para que haga todas las cosas…” (1 Crónicas 29:19.)
¿Podríamos hablar hoy del matrimonio y de vuestra vida en general? Quisiera comenzar diciendo que el matrimonio es una parte vital de la existencia humana. El Señor ha dicho: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24), continuando con la siguiente expresión: “. . . Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sojuzgadla. . .” (Génesis 1:18). De ese modo quedó establecido el futuro de cada hombre y mujer normales. El Señor espera por lo tanto, que cada persona normal encuentre un compañero con el cual se una en matrimonio y que esta unión les proporcione los hijos para que con ellos vivan en amor y felicidad.
Hace poco conocí a un joven de 35 años de edad que había sido misionero catorce años atrás, y que a pesar del tiempo transcurrido, continuaba impertérrito con respecto a la idea del casamiento, llegando aun a reírse del asunto. Pena es lo que voy a sentir por ese joven cuando llegue el día en que tenga que enfrentarse con el Gran Juez, y cuando el Señor le pregunte: “¿Dónde está tu esposa?” Todas las excusas que les dio a las personas en la tierra, le parecerán entonces ínfimas y sin valor. “Estaba muy ocupado con otros asuntos”, o “consideré que primero tenía que prepararme con una carrera o un oficio”, o “no pude encontrar la joven que pudiera ser mi esposa”; todas serán respuestas huecas y sin valor de apelación. Él sabe que debe encontrar una esposa, que debe casarse y hacer feliz a la compañera de su vida. Sabe que tiene la responsabilidad de ser padre y de proveer para sus hijos el mejor hogar y las mejores experiencias de la vida, de acuerdo a sus posibilidades, a medida que la familia y el hogar se vayan desarrollando. Sabe todo eso, pero aun así, pospuso el cumplimiento de su responsabilidad. Por lo cual os decimos a todos vosotros, sin importar el país en el que tenéis vuestro hogar o las costumbres que en el mismo prevalezcan, que vuestro Padre Celestial espera que os caséis por la eternidad y que crieis una familia buena y fuerte.
El plan del Señor ha sido siempre que el hombre y la mujer se encuentren y formen una unidad familiar feliz, que sean fieles el uno con el otro y se mantengan siempre limpios y dignos.
El Señor podría haber organizado su mundo sin tener que recurrir a este programa de propagación; podría haber llenado el mundo de cuerpos humanos físicos de alguna otra forma que la establecida, recurriendo tal vez a algún proceso de incubación; pero es evidente que él solo proceso de llenar la tierra de seres humanos no constituyó en modo alguno el gran objetivo del Señor. Comprendemos, por lo tanto, que El planeó que toda criatura naciera en un ambiente donde encontrara un padre y una madre, que deberían amar y enseñar al hijo en justicia y pureza, preparándole para que llegue a ser como el Padre Celestial. El Señor nunca tuvo la intención de que el ser humano dedicara gran parte de su vida a un estado de neutralidad social y biológica, manifestado en el celibato. En un momento razonable especificado por la evolución personal de cada individuo, decidió que todo joven y jovencita encontrara el cónyuge correspondiente de acuerdo a su personalidad, y que llegaran a convertirse en los mejores compañeros. El Señor no aprueba, por lo tanto, las largas esperas para llegar al matrimonio.
Aun cuando la mayor parte de los jóvenes no disponen en este momento de templos en sus propias comunidades, los mismos se encuentran, generalmente, a distancias razonables. Durante los tiempos de mi juventud, los santos debían viajar entre 1000 y 1200 kilómetros para sellar sus casamientos en el templo.
Sinceramente espero que cuando hayáis cumplido con vuestro cortejo, podáis planear vuestra luna de miel de tal forma que os alleguéis al templo más cercano de la Iglesia donde podáis sellaros por la eternidad, para que de esa forma vuestros hijos os pertenezcan para siempre y vosotros seáis sus padres eternos, unidos todos por el convenio del matrimonio eterno.
Esperamos que vuestros padres os hayan entrenado desde la infancia, y continúen haciéndolo, para que aprendáis a aceptar cualquier clase de trabajo que os ayude a ahorrar el dinero necesario para planear vuestras misiones y casamientos.
Quisiéramos destacar la importancia que un Santo de los Últimos Días debe dar al sellamiento en el templo, para lograr lo cual, debería incluso evitar la pompa y el espectáculo que son tan comunes y concomitantes con las ceremonias civiles y que insumen como consecuencia, grandes sumas de dinero que podría utilizarse en el viaje al templo. Podríamos decir que el costo de una hermosa recepción, un viaje de bodas o algún regalo especial por parte de los parientes, sería más que suficiente para costear el viaje de los cónyuges al lugar del templo. Cuando mi esposa y yo nos casamos, no tuvimos anillo de casamiento, ni una hermosa recepción, y sólo ocho años más tarde pude comprarle un modesto anillo representativo de nuestro matrimonio; pero ella se contentó con esperar hasta entonces.
Este es el momento en que debéis planear matrimonios buenos y fuertes, hacer proyectos específicos, establecer metas y madurar vuestra determinación a fin de prepararos para ese período de la vida que puede ser tan hermoso y de tan grandes recompensas.
Es necesario que comprendáis también mis amados jóvenes, que vuestra actitud en la vida debe estar de acuerdo con los proyectos que hagáis al respecto. La vida no debe ser exclusivamente para dedicarla a la jarana, sino que se trata de un asunto más serio de lo que muchas personas piensan. De niños, es necesario que os relacionéis con compañeros de ambos sexos. Cuando llegáis a la adolescencia, vuestras relaciones sociales deben continuar siendo de amistad general entre muchachos y jovencitas. Las citas o salidas entre parejas, deben posponerse hasta después de los dieciséis años y aún entonces, deberá ejercerse el máximo cuidado y juicio en las selecciones que si lleven a cabo, así como en la seriedad de las relaciones.
Los jóvenes deben limitar el contacto físico por unos cuantos años más, considerando el hecho de que a los 19 años de edad, el muchacho debe salir para cumplir una misión. No sólo que los contactos deben ser limitados, sino también que se evitarán los acercamientos a las relaciones íntimas que involucran el sexo. Las relaciones sexuales corresponden exclusivamente al matrimonio, debiendo evitarse toda relación premarital.
Todo joven debe ahorrar dinero para su misión, y esforzarse por librarse de problemas de toda clase, a fin de ser digno de tal responsabilidad. Cuando estos jóvenes regresan de la misión, alrededor de los 21 años de edad, deben estar preparados para comenzar a conocer señoritas con las que puedan llegar a formar su hogar; cuando el joven haya encontrado a su futura esposa, deberá hacer planes para consumar adecuadamente el matrimonio con el casamiento en el templo. Todo joven puede contar con las bendiciones que desea en la vida si organiza la misma de tal modo que pueda ser dueño y señor de sus hechos y pueda controlar su futuro, viviendo las experiencias necesarias en el debido orden y secuencia: primero, algunas relaciones sociales limitadas, inmediatamente después, su misión; al término de la misión le corresponde el período del cortejo, después del cual debe establecerse la meta del casamiento en el templo; y finalmente, luego del casamiento podrá finalizar los estudios si no lo hizo antes, y dedicarse a su trabajo y familia. Si esta planificación se llevara a cabo en cualquier otra secuencia, la persona podría verse envuelta en dificultades.
Las esposas deben ocuparse de los hijos. No tengo conocimiento de ninguna escritura ni de las enseñanzas de ninguna autoridad, que autoricen a que las jóvenes esposas demoren el aumento de la familia mediante los hijos, o que tengan que ir a trabajar por cualquier razón que sea, incluyendo lo que ocurre en algunos países en los que la esposa trabaja y mantiene el hogar mientras el marido termina sus estudios. Las parejas jóvenes pueden abrirse paso en la vida y lograr la cúspide de las realizaciones educacionales o intelectuales, siempre que se dispongan a hacerlo sinceramente.
Nuestros jóvenes tienen que comprender lo que en cierta oportunidad dijo el presidente J. Reuben Clark, Jr.:
“Mucho me temo que ha proliferado la creencia de que el deseo sexual existe en nosotros sólo para lograr la satisfacción de los placeres; que el hecho de la procreación es sólo un incidente sexual desafortunado.
El hecho verídico es en realidad lo opuesto. El deseo sexual nos fue otorgado para asegurar la formación de un cuerpo que aloje a los espíritus; la satisfacción de los placeres pasa a ser entonces el aspecto incidental, no siendo en ningún momento el propósito primario del deseo.
Con respecto a las relaciones sexuales en el matrimonio, el tratado para los Santos de los Últimos Días puede describirse en dos párrafos: El propósito primordial del deseo sexual es el de la procreación. El placer sexual debe estar basado en ese concepto.
Vosotros, esposos, sed bondadosos y considerados con vuestras esposas. Ellas no son vuestra propiedad; no son objetos que puedan ser usados de acuerdo a vuestros deseos y conveniencias; recordad siempre que vuestras esposas son las socias que tenéis para esta vida y para la eternidad.” (Conference Repon, Conferencia General del Sacerdocio, octubre de 1949, págs. 194-195.)
Al hablar del matrimonio, nos viene a la memoria lo dicho por Lucas en el Nuevo Testamento:
“Esforzaos por entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán.” (Lucas 13:24.)
Sólo mediante el matrimonio celestial podemos encontrar la vía recta y angosta, la vida eterna no puede lograrse de ninguna otra forma. El Señor ha sido muy específico y definitivo cuando se refiere a los asuntos del matrimonio:
“Porque éste es un día de amonestación y no de muchas palabras. Porque yo, el Señor, no he de ser burlado en los últimos días.” (D. y C. 63:58.)
Dicen también las escrituras: “. . . Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mateo 22:32).
No existen más muertos que aquellos que han elegido morir con respecto a la ley, los que eligieron morir en relación a los beneficios que recibe el que observa la ley, en relación a las bendiciones y a la naturaleza eterna del don de la obediencia.
En la actualidad encontramos mucha gente que arbitrariamente se forma sus propias conclusiones y justificativos, que calcula, evalúa y desarrolla sus propias opiniones y que, dando coces contra el aguijón, cierra las puertas de sus oportunidades.
Hace algún tiempo vino a verme una madre que se encontraba en un profundo estado de angustia. Había quedado sola en la vida cuando su hijo y la esposa habían fallecido en un accidente, dejando varios niños pequeños. Esa madre se encontraba profundamente preocupada porque los muertos nunca habían sido sellados en el templo. A pesar de ser ambos de muy buenas familias, ya sea por ignorancia o por desidia, nunca habían consumado el matrimonio eterno. Habían vivido para ese entonces un buen porcentaje de su vida terrestre y aún así no habían llevado a cabo esa ordenanza. El accidente entonces, se presentaba ante ellos como la consumación de una separación definitiva. La tan famosa declaración de los casamientos civiles que dice: “hasta que la muerte os separe. . .” dejaba solos y huérfanos a sus hijos,
Claro que alguien puede efectuar la obra en el templo por esa pareja después de un año del fallecimiento, pero, ¿aceptarán esos jóvenes las ordenanzas selladoras en la muerte, cuando las despreciaron o no las consideraron importantes en vida? y, sobre todas las cosas, ¿creéis que el Señor podrá ser burlado? Él es el Dios de los vivos y no de los muertos y considerará esta ordenanza como de alguien que podría haberla realizado personalmente en vida.
¿Se os ha ocurrido alguna vez la idea de que en la muerte no hay magia? ¿Que por el hecho de dejar de respirar, las personas que en esta vida no lo hayan merecido no van a llegar a ser ángeles? ¿Que la muerte no convierte en creyentes a los incrédulos y que no hace tener fe a los infieles o escépticos?
¿Alguna vez os habéis detenido a estudiar cuidadosamente la parábola de las diez vírgenes? Si lo habéis hecho, sabréis que aquéllas que se habían estado preparando para las bendiciones prometidas estaban listas en el momento preciso, pero que las que por el contrario, habían menospreciado la importancia de la preparación, fueron desechadas. La negligencia es un verdadero ladrón.
Durante los primeros tiempos de la Iglesia restaurada, el Señor se refirió con una insistencia que tendría que haber servido de advertencia a los lectores de las escrituras, a un tema que no se había entendido, por lo cual hizo oír su voz nuevamente:
“. . . si un hombre se casa con una mujer, haciendo pacto con ella por tiempo y por toda la eternidad, y no se celebra ese convenio ni por mí ni por mi palabra, que es mi ley, ni es sellado por el Santo Espíritu de la promesa, mediante aquel a quien he ungido y apartado a este poder, entonces no es válido, ni tiene fuerza cuando salen del mundo, porque no son ligados ni por mí ni por mi voz, dice el Señor; cuando estén fuera del mundo, no se podrá aceptar allá, porque los ángeles y los dioses son nombrados para estar allí, y no pueden pasarlos; de modo que, no pueden heredar mi gloria, porque mi casa es casa de orden, dice el Señor Dios.” (D. y C. 132:18.)
El Señor ha especificado muy claramente que las recompensas a las que hasta los ángeles se han hecho acreedores, son inferiores y de un orden secundario a las correspondientes a aquellos “que son dignos de un peso de gloria mucho mayor, extraordinario y eterno” (D. y C. 132:16).
Grandes son las promesas dadas por el Señor a vosotros, los jóvenes que lleváis a cabo el proceso matrimonial de la debida forma:
“. . . y pasarán a los ángeles y a los dioses que están allí, a su exaltación y gloria en todas las cosas, conforme a lo que haya sido sellado sobre sus cabezas, siendo esta gloria la plenitud y continuación de las simientes para siempre jamás.” (D. y C. 132:19.)
Pero algo que es necesario que comprendamos es que no se trata de un asunto de opiniones; poco importa lo que vosotros o yo pensemos al respecto, o los argumentos que personalmente podamos esgrimir. Estos son hechos definitivos; los jueces que se encuentren a la entrada, conocerán los registros sin lugar a dudas, así como el verdadero espíritu de todos nosotros. El Libro de la Vida (véase Apocalipsis 20:12), declarará las actividades y hechos terrestres de cada uno de nosotros.
He estado hablando acerca de las posibilidades, restricciones, glorias y beneficios, porque todos tenemos la tendencia de no prestarles atención, aun cuando el Señor lo ha repetido una y otra vez, del mismo modo que lo hizo con el mensaje de la revelación dada a José Smith, así como también leemos en las escrituras en forma repetida:
“De cierto, de cierto te digo, si no cumples con mi ley, no puedes alcanzar esta gloria.” (D. y C. 132:21.) ¿Podemos acaso pedir algo más directo y claro que esto? Es evidente que no hay lugar a discusiones ni subterfugios.
Nuevo será el espíritu que existirá en Sión el día en que las jovencitas les digan a sus novios: “Si no puedes conseguir una recomendación para el templo, no estoy dispuesta a atarme a ti, ni siquiera por la duración de esta vida.” Del mismo modo que cuando los jóvenes que regresan de la misión les digan a sus novias: “Lo siento mucho, pero a pesar de lo mucho que te amo, no podré casarme contigo a no ser que lo hagamos en el Templo del Señor.”
Quisiera no obstante mencionar un caso positivo:
Hace algunas semanas tuve a mi cargo la división de una estaca. En el proceso de investigación de un nuevo presidente para cada estaca, entrevisté a 29 hombres, la totalidad de los cuales habían sido sellados por la eternidad. Todos ellos tenían en total 121 hijos, lo cual hacía un promedio de 4.3 hijos por familia, o 6.3 personas por familia.
No había entre ellos un solo divorcio; no había hogares de una forma u otra destrozados. Cada uno de los 121 hijos tenía padre y madre; ni la muerte ni el divorcio habían afectado esos hogares. Los 29 jefes de familia se encontraban razonablemente bien empleados, disponían de casas razonablemente buenas; 43 de los hijos de esas familias, eran adolescentes, pero no existían entre ellos problemas serios de drogas, alcoholismo o cigarrillos. Cada miembro componente de las 29 familias era fiel y estaba encaminado hacia la exaltación.
Teniendo en cuenta la consideración anterior, nos preguntamos por qué, disfrutando de todas esas bendiciones y promesas, esa gente podría fallar en llevar a cabo un casamiento correcto, arriesgándose a desperdiciar su vida en un desierto que nunca llegaría a florecer. ¿Cuál es el motivo que puede impulsar a una persona a pensar en casarse fuera de los lazos del convenio eterno y arriesgar así las glorias que tiene a su disposición mediante el cumplimiento de la ley? ¿Cuál es el motivo por el que una persona casada en el Templo del Señor pudiera pensar en el divorcio, en destrozar la familia, o en la comisión de infidelidades e inmoralidades? ¿Por qué, hermanos, por qué?
Mis amados hermanos y hermanas, recordad siempre que os he explicado claramente todos estos asuntos. Nunca podréis decir que no os he advertido. La nuestra es una maravillosa juventud, bendecida con ricas y gloriosas promesas. El Señor os ama y desea que hagáis lo justo y podáis disfrutar así de las bendiciones correspondientes a la justicia.
Confiamos en vosotros y os prometemos grandes bendiciones y una vida feliz, si estudiáis, escucháis y oráis, manteniendo vuestra vida en un perfecto paralelo que siga junto al camino recto y angosto prescrito por nuestro Señor Jesucristo.
























