La oración y el profeta José

La oración y el profeta José
por Truman G. Madsen

Truman G. MadsenMuchos me han preguntado “¿Cómo es que el profeta José Smith, a los catorce años de edad pudo ir a la arboleda y sin haber orado vocalmente (implicando que bahía orado en silencio), recibir en la primera oración tan grandes y maravillosas bendiciones? ¿Significa que simplemente tenía más fe y dignidad que cualquiera de nosotros?

Una explicación es que las visitas recibidas por el profeta José Smith no fueron solamente en respuesta a su propia oración sino a las de millones de personas, quizás incluso las de aquellos que están al otro lado del velo, quienes han procurado la restauración del evangelio durante generaciones; restauración que es el cumplimiento de la petición hecha por billones de almas: “Venga tu reino» (Mateo 6:10). Este es un importante punto de vista. Nosotros no rezamos solos, sino que nuestras oraciones son parte de un movimiento general, y obtienen poder en el mismo proceso. Sí nos preocupamos por ser instrumentos del Señor, por lo menos lo suficiente como para prepararnos, recibiremos privilegios exclusivos entre los cuales figuran la autoridad, los dones y las bendiciones del Espíritu Santo y del sacerdocio.

El punto relevante de la vida de oración de José Smith, es su intimidad con el Padre. “Él dijo a los hermanos que esa era la clase de fe que necesitaban: la fe de un niño pequeño que va en humildad a su padre y le pide el deseo de su corazón.” (Vida de Heber C. Kimball, Salt Lake City: Slevens and Wallis 1945, págs. 69-70.) Muchos se imaginan que a Dios le agrada que se dirijan a Él o hablen de 171 como un ser distante completamente diferente, totalmente incomprensible. Su imagen de Dios, si es queda tienen, es la de un alto principio, una “pura inteligencia” o una inmutable luz. Para José, el primer principio de religión (y también el primer principio de la oración), era conocer con certeza el carácter paternal de Dios. Saber que Dios no solamente tiene una relación personal con nosotros y nosotros con Él, sino que es una persona, la más elevada y la más completa, y que nosotros podemos conversar con El cómo Moisés lo hizo, “como un hombre conversa con otro”. Daniel Taylor registró en ejemplo demostrando la relación cercana que el Profeta tenía con Dios:

“He oído orar a hombres y mujeres, desde los más ignorantes y pobres de intelecto hasta los más doctos y elocuentes, pero hasta que escuché la oración del profeta José nunca había oído a un hombre dirigirse a su Creador como si El estuviera presente escuchando, como un padre cariñoso escucharía las penas de un hijo obediente. En aquella época José tenía poca cultura, pero en aquella oración pidió por los que le acusaban de haberse desviado y caído en pecado, para que el Señor les perdonara y abriera sus ojos para que pudieran ver. En aquella oración, a mi humilde entender, participó de las enseñanzas y elocuencias del cielo. No hubo en ella ostentación, ni voz elevada por el entusiasmo, sino fue expresada en un tono sencillo, como un hombre hablaría a un amigo que está presente. Me pareció que si el velo se corriera podría ver al Señor frente al más humilde de sus siervos.” («Recolections of Daniel Taylor”, Juuenile instructor, 27:127.)

Ahora hagámonos algunas preguntas elementales sobre las oraciones del Profeta, para ver en qué modo sus experiencias pueden ser similares a las nuestras y ayudar a que éstas sean más intensas.

¿Eran sus oraciones breves o prolongadas? Una conversa a la Iglesia, Mary Elizabeth Roilins Lightner, a la sazón de catorce años de edad, describe que fue con su madre a la casa del Profeta, donde oyó un glorioso sermón durante el cual el semblante de José resplandeció totalmente y testificó que Jesucristo se hallaba entre ellos. Después solicitó a todos los presentes que se arrodillaran y él oró. La hermana Lightner lo describe con estas palabras: “Desde entonces, nunca he oído nada parecido. Sentí que él estaba hablando con el Señor y que el poder permanecía sobre todos nosotros. La oración fue tan larga que algunas personas se levantaban, descansaban y volvían a arrodillarse” (Diario de Elizabeth R. Lightner, BYU Spedal Collections, pág. 3).

Por otra parte, en Kirtland, un día en que en su casa había muy poca comida en la mesa, el Profeta se levantó y dijo: “Oh Señor, te agradecemos por este pan de maíz y te pedimos que nos proporciones algo mejor. Amén.” Al cabo de poco rato llamaron a la puerta y al abrir vieron a un hombre que tenía un jamón y un poco de harina en las manos. Regocijado, el Profeta dijo: “Ya ves Emma. Yo sabía que el Señor respondería a mi oración” (Juvenile Instructor, 17:172). Aquella había sido una oración breve.

En resumen, digamos que hay oraciones que deben ser corlas y otras que deben ser largas.

¿Se dirigía el Profeta al Señor como “Padre”, o le daba algún título especial? Lo más frecuente era que dijera “Padre nuestro” o simplemente “Padre” o “Oh Señor”, y no tenía inclinación a embellecer esos títulos con adjetivos ni frases floreadas; tales adjetivos pueden ser apropiados, pero para él el simple “Padre” era suficiente. En eso y en muchos otros aspectos sus oraciones eran parecidas al modelo que Cristo mismo dejó establecido.

En una ocasión José dijo: “Sed sencillos y pedid simplemente lo que necesitáis, del mismo modo en que iríais a un vecino a decirle ‘Necesito un caballo prestado para ir al molino.” (Juvenile Instructor, 27:151-2). Ese es un modo directo y espontáneo.

En sagradas circunstancias hubo ocasiones en las que el Profeta oró en un tono muy formal y la oración se convirtió en una especie de ordenanza, como la oración dedicatoria del Templo de Kirtland que, registrada en la sección 109 de Doctrinas y Convenios, ha servido de modelo a todas las oraciones dedicatorias que siguieron. Este hombre había aprendido por revelación del Señor lo que debía decir en su oración, la que a El mismo dirigía. Pero con ello el Profeta demuestra que una de las cosas por la que deberíamos orar más a menudo, es para saber cuáles son las cosas que debemos pedir más a menudo en nuestras oraciones. (Véase Conference Repon, oct. de 1960. pág. 90.)

Gran parte del proceso de orar depende de que nuestro espíritu sea receptivo para que podamos ser fervorosos oyentes y aprender cómo, cuándo y sobre qué orar. Hay una promesa del Señor de que el que recibe el evangelio “es poseedor de todas las cosas”. La frase “todas las cosas” se define como “La vida y la luz, el Espíritu y el poder, enviados por la voluntad del Padre mediante Jesucristo, su Hijo”. Y entonces, “pediréis lo que quisiereis en el nombre de Jesús y se hará. Mas entended esto, que os será manifestado lo que debéis pedir”, (D. y C. 50:27-30, Cursiva agregada.)

Pero ¿oró alguna vez el Profeta por cosas que no se le concedieron o por guía que le fue negada? Efectivamente, como nosotros, a veces se esforzó en vano. Por ejemplo, ansiosamente anhelaba saber cuándo se cumpliría la segunda venida de Cristo; por lo tanto, oró “muy fervientemente” al respecto. La respuesta del Señor no fue realmente una respuesta como “No quiero decírtelo” sino que Él le dijo: “José, hijo mío, si vives hasta cumplir ochenta y cinco años verás la faz del Hijo del Hombre; por tanto que le baste esto, y no me molestes más sobre el asunto” (D. y C. 130:15). De este modo José Smith, llegó a la siguiente conclusión: “Yo creo que la venida del Hijo del Hombre no se verificará antes de ese tiempo” (D. y C. 130:17).

Aparentemente el Señor no quena que ni él ni nosotros supiéramos el momento exacto, porque desea que vivamos como si su gloriosa venida fuera mañana. Desde el punto de vista espiritual deberíamos estar preparados de ese modo. Además, nos dice y nos repite, “vengo en breve”, pero también quiere que nosotros vivamos con una visión inspirada del futuro, en lugar de asumir la falsa actitud de muchos alarmistas que opinan que, si todo ha de terminar dentro de unos pocos años, no hay motivo para procurar ningún tipo de progreso. Está en una idea superficial y escapista.

El profeta oró en otra ocasión para saber por qué su pueblo tenía que sufrir tanto en Missouri. Hay una conmovedora carta en la cual se lamenta diciendo, “Él no me contestará. No me contestará”. Y hubo algunas oportunidades en que pidió al Señor cosas que el Señor le había dicho que no le daría.

Recordemos el asunto de Martin Harris. Tres veces había orado el Profeta a fin de obtener permiso para entregarle el manuscrito; y tres veces la respuesta fue no.

Pero él insistió: “Pero Señor ¿no lo entiendes? Él ha hipotecado su granja. Su esposa le presiona, Señor. ¿Qué perjuicio puede hacer?” Finalmente obtuvo el permiso. La madre de José relató más tarde cómo Martin llegó un poco después a la casa del Profeta y, paseándose de arriba abajo vacilaba en entrar. José Smith le vio a través de la ventana y sospechando lo peor salió corriendo; “Martin, no lo habrás perdido. . .” Este asintió. Durante dos semanas el Profeta no tuvo sosiego, se veía atormentado por tremendo pesar y no había forma de encontrar alivio a su aflicción; no había nadie en su familia capaz de confortarle porque se sentía completamente condenado. La alegría del consuelo que embargó su corazón .cuando recibió la revelación que se encuentra registrada en Doctrinas y Convenios, sección 3, versículo 10, fue inenarrable: “Arrepiéntete. . . y todavía. . . eres de nuevo llamado a la obra”. Posteriormente escribió, seguramente como resultado de su experiencia: “Hago de esto mi regla: cuando el Señor manda, obedeceré» (The Hisiorv of the Church of Jesús Christ of Lauer-day Sainis. 2:270). El Profeta había aprendido una lección, pero como nos sucede a nosotros, la aprendió duramente.

¿Tenía José Smith sus oraciones familiares? En una ocasión, llegó de visita un hermano que no conocía al Profeta ni a su familia. Estaba a punto de llamar a la puerta, pero se detuvo porque oyó que adentro estaban cantando. La hermana Emma dirigía a la familia y algunos invitados en una especie de servicio religioso familiar; después el Profeta oró y el visitante percibió embelesado lo que más tarde él llamó, “un goce anticipado de felicidad celestial”.

Los registros dicen que el Profeta oraba tres veces al día con su familia; mañana, tarde y noche. Una vez dijo, citando el libro de Daniel, que deberíamos “trabar conocimiento con esos hombres que. . . oran tres veces al día con el rostro vuelto hacia la Casa del Señor” (Hisiorv of the Church, 3:391). Daniel lo hacía diariamente.

¿Cuál es el significado de mirar al Templo? Aparentemente, es un sagrado modo de recordar las promesas que el Señor nos ha hecho y las que nosotros le hemos hecho a Él. Cuando el presidente Wilford Woodrulf dedicó el Templo de Salt Lake, en su oración pidió específicamente que cuando los miembros fueran tentados o atormentados, recordaran las promesas del templo, que pudieran mirar a la Santa Casa y que el Señor aceptara sus oraciones.

Oró en el sufrimiento y la persecución, así como en sus momentos de gratitud. Enseñó a los santos que debían practicar la virtud y la santidad y “dar gracias a Dios en el espíritu por cualquiera bendición con la cual fuereis bendecidos” (D. y C. 46:32). ¿Con cuánta frecuencia dedicamos una oración entera simplemente para dar gracias y alabar? El enseñó a los santos que si aprenden a ser agradecidos en todas las cosas, serían glorificados (D. y C, 78:19). José demostró una innata y notable capacidad para sentir gratitud, aun por los más insignificantes favores del Señor o de sus compañeros. Es conmovedor leer en su diario las oraciones por sus hermanos: “Bendice al hermano. . . Padre, que tiene las manos llenas de ampollas por remar para llevarme a través del río”. Aun el más pequeño favor le inspiraba afecto y agradecimiento.

En ocho puntos diferentes de Doctrinas y Convenios el Señor, a través del Profeta, usa la expresión “ora siempre”. ¿Cómo podríamos hacerlo? Si lo que quiere decir es que oremos vocalmente, nadie podría orar siempre. Pero si se refiere al tipo de oración silenciosa que sale del corazón, entonces es más probable. Y más aún, si significa que debemos estar constantemente en espíritu de oración, no obstante lo que estemos haciendo, entonces, todos podemos lograrlo. Con ese espíritu, el diario de José Smith mientras estaba en un viaje misional, es una continua oración: “Oh, Señor, sella nuestro testimonio en sus corazones”, “Oh, Señor, alivia a mi familia”. La última frase de su vida fue una oración, la culminación de todas las otras: “¡Oh, Señor, Dios mío!”.

¿Qué importancia tienen las palabras? Comentando un versículo del Nuevo Testamento, el Profeta cambió una declaración crucial que se encuentra en Romanos: Pablo, hablando de cómo el Espíritu nos asiste en la oración, dice: “El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Romanos 8:26). La versión del Profeta es: “El mismo espíritu intercede por nosotros con afán inexpresable” (Enseñanzas del Profesa José Smith, pág. 341). Cuando, tenemos suficiente confianza en el poder de discernimiento del Espíritu, dejamos de preocuparnos demasiado sobre las formas y nos ocupamos más por descubrir aquello que está profundamente dentro de nosotros, las cosas que no podemos expresar con palabras o sonidos; entonces el Espíritu traduce y trasmite nuestros esfuerzos. Los esfuerzos son diferentes a los lamentos. Podemos quejarnos sumidos en el desánimo y la desesperación, y ello tenderá a aumentar nuestra depresión; pero los esfuerzos nos elevan y sabemos que aunque baya algunos que no podemos expresar, cuando silenciosa y devotamente los encauzamos todos hacia el Padre y el Hijo, el Espíritu los traducirá perfectamente.

A su vez, el Espíritu puede comunicar las respuestas del Señor, como no puede hacerlo ningún otro poder. Podemos experimentar un sentimiento de seguridad y libertad cuando confiamos en El.

La oración vocal nos ayuda a que nuestra mente siga la dirección de las palabras. Pero también a veces hay ventajas en la oración silenciosa y aun en cierta clase de deliberada divagación, en la que podamos dejar que la mente y el corazón vayan en la dirección que parecen señalar.

¿Cómo aprendemos a concentrarnos espiritualmente? En las instrucciones del Profeta a los quórumes de) sacerdocio hay un notable modelo para éste y otros elementos de poder de la oración. Aquí’ están sus palabras textuales: “He trabajado con cada uno de esos quórumes [sumos sacerdotes, setentas, élderes, obispos, apóstoles] para conducirlos al orden que Dios me ha mostrado y que es el siguiente:» (Hisiory of the Church, 2:391). Se refería a un esfuerzo especial de los quórumes en el Templo de Kirtland. “La primera parte transcurrirá en solemne oración ante Dios, sin conversación alguna ni confusión.» Aparentemente, esto significaba solemne, silenciosa, quizás susurrante oración, pero sin que nadie hablara en voz alta ni hubiera ninguna voz predominante. “Y al final, tendremos la oración selladura por el presidente Rigdon.» En otras palabras, un hombre oraría vocalmente con el grupo entero y en nombre de Lodos. Después “todos los quórumes exclamarán al unísono un solemne hosanna a Dios y al Cordero, con un ‘Amén, Amén y Amén», La “exclamación del Hosanna» muy frecuentemente asociada con las dedicaciones de los templos, tema también estas otras sagradas funciones personales, fres veces gritaban “Hosanna” y tres veces “Amén». “Después, a sentarse todos y elevar su corazón a Dios en silenciosa oración: y si alguien obtiene una profecía o visión que se levante y hable a todos, a fin de que puedan elevarse y regocijarse juntos.»

Lista es una reveladora serie de instrucciones. Ese mismo espíritu puede aplicarse a nuestras propias oraciones privadas o secretas. Notemos que primero debe haber total concentración y silencio, sin que nadie se sienta confuso; a continuación la oración vocal con una intensa y reverente manifestación de gratitud y ruego, desde el fondo del alma misma. Y finalmente, un período de espera en el Señor, con el corazón receptivo y sensible a la inspiración del Espíritu, expresando a nuestros hermanos o guardando en nuestro fuero íntimo lo que hayamos recibido.

¿Qué sucedió cuando se puso en práctica este consejo? A continuación citamos lo que el Profeta dice en su diario;

“El Quorum de los Setenta disfrutó de la potente presencia del Espíritu Santo. Muchos hermanos se levantaron y hablaron, testificaron que estaban llenos del Espíritu Santo, el cual era como fuego en sus huesos, en modo tal que no podían permanecer quietos, sitio que se sentían impulsados a gritar alabanzas a Dios.» (Hisiory of the Church, 2:392.)

Y acerca de sí mismo dijo:

“Después que se fueron los quórumes  volví a mi casa lleno del Espíritu y mi alma gritaba alabanzas a Dios y al Cordero, a través de la silenciosa vigilia de la noche; y al cerrarse mis ojos en el sueño, las visiones me rodearon dulcemente.” (History of the Church 2:378.)

Pero ¿qué decir de las veces en que nos sentimos indignos? El mismo Profeta escribió en una carta a Emma: “Vienen a mi memoria momentos pasados de mi vida y me aflijo y vierto lágrimas por mis debilidades”. Si lo estudiáis detenidamente, veréis que todos los profetas han pasado por esas noches oscuras, la misma lucha que han tenido y tienen otros grandes hombres y mujeres. Por ejemplo, Nefi escribe con tal claridad de fe en sus primeros libros, que hace que el lector se pregunte si alguna vez sentiría temor o desaliento. Pero después en su salmo exclama: “Mi alma se aflige a causa de mis iniquidades. Y cuando deseo regocijarme, mi corazón gime a causa de mis pecados» (Véase 2 Nefi 4:17-19), Y después, ora con gran poder: “Oh Señor, envuélveme con el manto de tu justicia” (2 Nefi 4:33).

Ninguno de nosotros escapa a los períodos de altibajos espirituales. Pero debemos pensar que no se baria ningún trabajo en la Iglesia si esperáramos a ser perfectos.

Recordemos que el Profeta vio en una visión por lo menos a nueve de los Doce Apóstoles en una tierra extranjera (él no menciona a Inglaterra, pero allí es donde ellos fueron). Los vio reunidos en un círculo, sin zapatos, abatidos, harapientos, desanimados; por encima de ellos, en el aire, estaba el Señor Jesucristo. El Profeta supo que el Salvador deseaba mostrarse a ellos, alcanzarlos y elevarlos hasta El para consolarlos, pero ellos no le vieron. Cristo les contempló y lloró. Dos hermanos que oyeron a José narrar esta visión dicen que nunca podía hablar de ella sin que las lágrimas asomaran a sus ojos. ¿Por qué se conmovía tanto? Porque Cristo vino vo1untariamente a la tierra para que todos los de la familia del Padre pudieran ir a Él con valor, con la seguridad de que Él sabe lo que sucede dentro de nosotros cuando pecamos, que El conoce nuestros sentimientos y preocupaciones. La mayor tragedia de la vida es que, habiendo pagado el tremendo precio del sufrimiento, “lleno de compasión hacia los hijos de los hombres» y ahora preparado para llegar hasta nosotros y ayudarnos, no puede hacerlo porque no le dejamos, porque dirigimos la mirada hacia abajo en lugar de hacia arriba.

Puede haber cosas en la vida que nos hacen más o menos indignos de ciertos privilegios: pero de una cosa jamás somos indignos y es de orar. El profeta José Smith no solamente lo enseñó, sino que lo ejemplificó. Aparte de la condición en que pueda encontrarse nuestra alma, podemos y debemos ir siempre al Señor; El nunca cierra la puerta contra nosotros sino que nos sostiene cuando le llamamos y le necesitamos. Y a menudo esto sucede cuando nos sentimos menos dignos. Termino dando mi testimonio de que en el profeta José Smith tenemos un ejemplo de vida de oración inspirada, oración última la que puede cambiar nuestra vida. Más aún, el Profeta demuestra que en todo momento esa oración es mucho más que una idea en nuestra mente; no es auto-hipnosis; es el plan y el modelo por el cual podemos pasar a través del velo para recibir la mano del Dios viviente, a través de Jesucristo.

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