Noviembre de 1977
El espíritu misional
por el élder Jacob de Jager
del Primer Quórum de los Setenta
Recuerdo que en una ocasión, durante una conferencia de distrito en Holanda, en la que explicamos la responsabilidad de ser “cada miembro un misionero”, vino a verme una hermana y con los ojos llenos de lágrimas, se lamentó: “Yo no sé cómo enseñar a los investigadores”. Nosotros no habíamos explicado claramente y ella no había entendido que todo lo que tenía que hacer era servir de enlace entre los investigadores y los misioneros, o sea concertar un encuentro. No era extraño que estuviera atemorizada.
Creo que muchos miembros sienten el mismo temor. El Señor no quiere que estemos atemorizados, sino que seamos felices y compartamos nuestra felicidad con otros. El espíritu misional está inspirado por el Espíritu del Señor.
He conversado con muchos miembros sinceros a quienes les gustaría hacer la obra misional, pero no saben cómo. ¿Cómo podemos obtener ese espíritu? Creo que para lograrlo tenemos cuatro pasos:
- Convertirnos al evangelio. No podemos “fortalecer” a nuestros hermanos a menos que cumplamos con el mandamiento del Señor de convertirnos primero nosotros mismos. (Véase Lucas 22:32.) Para ello debemos adoptar el mismo sistema que tienen que seguir los investigadores: estudiar, orar, e ir a la Iglesia para compartir el espíritu que reina allí.
- Cuando logramos un testimonio, el próximo paso es obedecer las leyes de la Iglesia; el Señor no puede dar el espíritu misional a alguien que es desobediente. Esto no significa que debemos ser perfectos, sino que debemos ser lo suficientemente dignos como para obtener una recomendación para el templo. A veces me han dicho algunas personas que al retirarse de una reunión en la que se les ha alentado a hacer la obra misional, han experimentado un sentimiento que les hizo pensar: “No puedo ser un misionero y dar mi testimonio a otros, porque fumo y no sería honesto conmigo mismo”; o puede suceder que el problema sea causado por no pagar el diezmo o por ser áspero con los miembros de la familia.
- Debemos orar cada día para obtener el espíritu de la obra misional. Es necesario recalcar mucho este punto puesto que es imposible ganar un testimonio de la obra misional sin antes orar para lograrlo; también es imposible hacer la obra misional sin la ayuda del Espíritu.
- Luego, a medida que desarrollamos nuestras actividades diarias, debemos estar atentos al espíritu de discernimiento que nos indicará a quién debemos dirigirnos, qué clase de persona es y cómo debemos abordarla. A causa de que tengo que viajar bastante por negocios y ahora por la Iglesia, he adoptado la filosofía de “enseñar en el momento propicio”. Se puede presentar la ocasión mientras estamos en la oficina de correos, esperando para comprar estampillas, mientras esperamos el ómnibus o en cualquier otro negocio. El programa para hermanar familias nos permite otras formas de acercamiento debido a que tenemos más tiempo para desarrollar una amistad más profunda con los demás; pero “enseñar en el momento propicio” es una forma de ser misionero para los desconocidos.
Sabemos que “donde hay muchas personas, hay muchas maneras de pensar”, y que para alcanzar eficazmente a cada una de ellas, debemos conocer la forma de pensar de cada individuo. Os doy mi testimonio de que la mejor manera de saber cómo abordar a cada persona es orando para recibir ayuda y escuchando cuidadosamente porque el Espíritu Santo ya conoce todas estas cosas. A continuación cito algunas formas de hablar acerca del evangelio, que hemos aprendido por experiencia.
- La persona amable. Le complace saber que su interlocutor es mormón, hace muchos años que escucha la transmisión del Coro del Tabernáculo Mormón, y siente gran admiración “por aquel maravilloso narrador, Richard Evans”. Y luego de unos minutos sonríe cordialmente, se disculpa y se va. ¿Cómo proceder con una persona así? Una de las cosas que debemos tratar de hacer, es dar testimonio de la singular circunstancia que nos permitió encontrarnos, testificando que el Señor tiene un importante mensaje acerca de la Iglesia para hacerle conocer, y obtener su nombre y dirección para entregarlos a los misioneros. No tenemos la responsabilidad de enseñarle, sólo de servir de conexión con los misioneros.
- La persona animada, conversadora. Está tan deseosa de conversar que tratará cualquier asunto de la familia, pasatiempos, negocios, etc., y es muy difícil mantener la conversación con ella sobre un mismo tema por mucho tiempo. ¿Cómo debemos .proceder? El Espíritu del Señor os hará notar el momento, en que esta persona diga algo que os conduzca a una discusión sobre el evangelio, especialmente si es algo sobre lo que se siente muy segura. Recuerdo a un hombre que me habló de la importancia de compartir el tiempo con los hijos cuando éstos son pequeños. Entonces le dije: “¡Es sorprendente! Esto es exactamente lo que enseñamos en nuestra Iglesia”, y .le hablé acerca del programa de la noche de hogar.
- La persona impaciente. Interrumpe una y otra vez, dice que está interesada, y luego que no. Hace preguntas sobre temas de controversia y desea saber qué actitud tenemos los mormones al respecto. Muchos miembros se asustan porque no están preparados para contestar estas preguntas, pero no es necesario contestarlas sino contraatacar, diciendo que si los misioneros lo pueden visitar le explicarán nuestras creencias acerca del propósito de la vida, y eso contestará sus preguntas.
- Otro tipo que encontramos a menudo es la persona insegura que vacila entre sentirse complacida por nuestro acercamiento amistoso, y temerosa de comprometerse a recibir más conocimiento. Hemos descubierto que si le ofrecemos varias alternativas para que elija, se asustará, Un sistema de acercamiento que hemos tratado con éxito, es testificar con mucha firmeza que la obra misional es parte del pían de nuestro Padre Celestial para la salvación de todos Sus hijos, asegurando a la persona que no es necesario que tome la decisión inmediata de aceptar el mensaje, e invitándole a aprender más por medio de los misioneros.
- Frecuentemente conocemos un quinto tipo de persona, aquella que piensa con cautela, y que antes de dar su propia opinión quiere más explicaciones. A menudo quiere saber por qué le decimos estas cosas y qué ganamos’ con ello. Hemos llegado a la conclusión de que yendo directamente a las Escrituras, citándole nuestros versículos favoritos e invitándola a pensar seriamente en su significado, lograremos acaparar toda su atención. La idea de reunirse con los misioneros también le resultará atractiva.
- La persona reticente y silenciosa es un poco diferente, Allí está, sentada con los brazos cruzados, sin expresión en el rostro, sólo escuchando. Nos hemos dado cuenta de que estas personas a menudo están más interesadas de lo que aparentan y que lo mejor que podemos hacer es combinar el respeto hacia ellas y la disciplina con nosotros mismos. A veces estamos tan ansiosos de hablar acerca del evangelio que hablamos más de lo que debemos. Mi esposa y yo hemos aprendido a orar mentalmente, hacer una pregunta que haga meditar acerca del principio del evangelio que estamos discutiendo, y esperar una respuesta. Si esperamos que estas personas compartan sus ideas con nosotros, hay más posibilidades de que nos tengan confianza.
- La persona amigable, pero inaccesible. Así era yo. Recuerdo haberles dicho a los misioneros: “Me siento impresionado por lo que estáis haciendo; creo que es maravilloso, pero no deseo cambiar. Tengo un buen trabajo, un automóvil, un hogar, una esposa amorosa e hijos excelentes. Soy perfectamente feliz”. Entonces ellos me pidieron que pensara en el día de mi muerte, cuando perdería todas estas cosas. Todos sabemos que este es un tema que siempre nos impresiona. No había pensado mucho en esto y la mayoría de la gente no lo hace. Tuve que aceptar que había otras cosas importantes sobre las cuales no había meditado.
A pesar de todo, no quería apartarme de mis amigos ni renunciar a lo que yo creía eran las cosas buenas de la vida. Afortunadamente, el Señor me ha bendecido con una compañera que me ha ayudado en los momentos más importantes de la vida; ella tuvo un testimonio desde el principio, pero no estaba dispuesta a bautizarse sin mí. Esto me hizo realmente comparar aquello que era importante para mí y lo que era importante para ambos como unidad. Tan pronto como pude deshacerme del objetivo del sueldo y la seguridad económica, supe lo que quería.
- Un tipo diferente es la persona con prejuicios que dice: “¡Oh! ¿Usted es mormón? Conozco todo acerca de ustedes. Practican la poligamia; obligan a los miembros a pagar a la Iglesia el diez por ciento de sus ganancias; envían aquí norteamericanos para predicarnos, en vez de quedarse en su .propio país, donde tienen tantos problemas”. Lo que nos conviene hacer es preguntarle en una forma amigable de qué fuente proviene su información, diciendo algo así: “Como mormón, me interesan algunas de estas opiniones; pero basándome en su información, me doy cuenta de cómo las ha formado. ¿Podrían los misioneros reunirse con usted para explicarle mejor las enseñanzas de la Iglesia? De ese modo podrá interpretarlas en una forma más completa”.
- La persona ansiosa de saber. Ha orado para conocer la verdad, y nosotros necesitamos tan sólo testificar que la tenemos. Seguramente estará más que deseosa de recibir a los misioneros. Por supuesto que es más raro encontrar esta clase de personas que las que hemos mencionado anteriormente.
Naturalmente, muchas veces sólo somos los que plantamos la semilla. Quizás nunca sabremos en esta vida si ha germinado y dado fruto. Por ejemplo, cuando volvía de una reciente conferencia de militares en las Filipinas nos vimos demorados en el aeropuerto. Dos damas francesas que no hablaban inglés estaban desorientadas, de manera que me acerqué a ellas y les pregunté en francés; “¿Puedo ayudarles en algo? ¿Adónde viajan?” Iban al mismo lugar que yo—Manila— así que nos pusimos a conversar mientras esperábamos abordar el avión. Ellas naturalmente quisieron saber por qué viajaba yo por esa zona y les expliqué acerca de la Iglesia; no les hablé del reino celestial ni del ángel Moroni, sino de cómo el evangelio nos enseña a ser pacientes en circunstancias adversas y porqué su conocimiento me hace tan feliz. Les dejé mi tarjeta y una invitación para que se pusieran en contacto con los misioneros; pero no tengo forma de saber qué sucederá con esa semilla que planté.
Por otra parte, no es importante que lo sepa, ni necesito saberlo; me basta para sentirme feliz el hecho de haberles hablado del’ evangelio y haber sentido que el Espíritu del Señor me ayudaba. Y esa felicidad es algo que puedo sentir cada día de mi vida, con tan sólo pedirla al Señor.
























