Abril de 1977
Nefi, un hombre universal
por Alien E. Bergin
Nefi fue una rara combinación de gran Profeta y fundador de una nación. Como Profeta, sucedió a su padre Lehi como guía espiritual en la América antigua y puso los cimientos para el grado de rectitud que lograron los nefitas más tarde. Como gobernante de una nueva nación, su pueblo lo amaba tanto que cuando “ungió a un hombre para que fuera rey y director de su pueblo” el pueblo insistió en llamar a sus sucesores con el nombre de “Nefi segundo, Nefi tercero, etc.” (Jacob 1:9-11). Su influencia fue tan grande que por mil años el pueblo se llamó “nefita”. Casi al final de ese lapso, Mormón mismo se enorgulleció en declararse descendiente de Nefi (Mormón 1:5).
Al igual que Enoc, Moisés, José Smith y Brigham Young, Nefi condujo a su pueblo al bienestar material, lo organizó en una nueva sociedad y estuvo a la cabeza de una singular época en la historia de las Escrituras. Al igual que Enoc, Moisés y José Smith, recibió visiones extraordinarias y grandes poderes espirituales, incluyendo una visita del Señor. (1 Nefi 2:16; 2 Nefi 11:2-3.) También como José, el hijo de Israel, su rectitud provocó a que sus hermanos trataran de matarlo. (Véase Gén. 37:18-20; 1 Ne. 7:16; 16:38; 2 Nefi 5:4,) Sin embargo, como lodos los profetas de Dios, Nefi llevó a cabo valientemente la voluntad del Señor, haciendo lo que se le había ordenado.
Carácter y personalidad
Aun cuando estamos familiarizados con su estatura espiritual, algunas veces fallamos en reconocer que Nefi fue uno de los “hombres universales” de la historia de este mundo, una persona de muchos talentos y habilidades. El dirigió el establecimiento de una gran civilización en el “nuevo” mundo (2 Nefi 5:6, 10-11, 13); poseía el intelecto, las habilidades, la comprensión y capacidad directiva que lo clasifican como uno de los grandes colonizadores de todos los tiempos. Generalmente no le adjudicamos el término “pionero”, aunque deberíamos hacerlo; verdaderamente, tanto de esa manera como de otras, parece identificarse con Moisés en varias partes de sus escritos. (1 Nefi 4:2, 17:23-47.) Esta analogía es especialmente adecuada, porque ambos hombres fueron no sólo grandes colonizadores, sino también hombres de una gran capacidad espiritual; ambos tuvieron visiones y ambos escribieron anales que tuvieron grandes consecuencias, tanto en su propia civilización como en otras.
Nefi no sólo refino personalmente el oro, diseñó la forma e hizo las planchas de metal en donde escribió, sino que también fue un hábil artesano en muchos otros aspectos (1 Nefi 19:1); cuando su arco de acero se rompió, hizo uno de madera (1 Nefi 16:23); fundió minerales, hizo herramientas de metal y construyó un barco con una maestría “admirable en extremo” (1 Nefi 17:16, 18:1-4), bajo la dirección del Señor. En la tierra prometida estableció una ciudad, construyó un templo “según el modelo de Salomón”, y enseñó a su pueblo a construir edificios, a trabajar toda clase de madera y a laborar en hierro, cobre, bronce, acero, oro, plata y metales preciosos (2 Nefi 5:15-16); para la defensa de su pueblo hizo espadas, tomando como modelo la de Labán (2 Nefi 5:14); en una tierra donde los lamanitas se convirtieron en un “pueblo ocioso” que subsistía con la caza, Nefi hizo que su pueblo fuese industrioso y trabajase esforzadamente; (2 Nefi 5:17, 24) y llevó a cabo todo esto en el desierto, sin la ayuda de ninguna otra civilización.
No disponemos de fotografías de Nefi, pero sabemos que era grande y poderoso (1 Nefi 4:31), un cazador excelente (1 Nefi 16:31-32), y que no se quejaba a pesar del dolor y las dificultades; era también un guerrero muy hábil y había sido “un gran protector” para su pueblo, empuñando “la espada de Labán” para defenderlo (Jacob 1:10).
Así como la rectitud de Abel provocó el odio de Caín, también la rectitud de Nefi dio lugar al odio de Lamán y Lemuel, sus hermanos.
La pureza de Nefi, el amor de su padre por él y su cercanía al Señor, deben haber sido una irritación constante para Lamán y Lemuel, puesto que siempre lo comparaban consigo mismos y se daban cuenta de su propia inferioridad. Con frecuencia fueron reprendidos: por un ángel (1 Nefi 3:29); por su propia conciencia cuando la esposa de Ismael, una hija y un hijo, les suplicaron que recapacitaran (1 Nefi 7:19-20); por las palabras del Señor escritas en el Liahona (1 Nefi 16:27); por la voz y el poder de Dios (1 Nefi 16:39, 17:54-55): y finalmente, por medio de una tormenta en el mar (1 Nefi 18:13-16). Pero eran muy frágiles .de memoria y nunca tuvieron la suficiente humildad como para ahogar su orgullo; siempre se rebelaban nuevamente, aun más rápido de lo que se habían “arrepentido”.
Como todos nosotros, Lamán y Lemuel nacieron con algunas predisposiciones en la personalidad, que habían desarrollado durante la preexistencia; no podemos atribuir sus reacciones sólo a la rectitud de Nefi, a una rivalidad entre hermanos, ni tampoco interpretar la fidelidad de Nefi como arrogancia para con sus hermanos. El los acusó: “Sois asesinos en vuestros corazones. . . estáis prontos a cometer la iniquidad y lentos en recordar al Señor vuestro Dios” (1 Nefi 17:44-45). El conflicto es de una escala mayor, pues es la expresión humana y mortal de una lucha entre el bien y el mal, y las fuerzas de oposición se magnifican a tal punto que las diferencias se hacen inconfundibles. Con frecuencia he pensado que Nefi fue inspirado a describir esta posición en forma tan detallada, a fin de que fuera una lección para la humanidad.
Existe otra virtud en el carácter de Nefi, que siempre he respetado. Él nunca se dejó llevar por las pasiones, ni se aisló de sus hermanos, o sea que nunca parece haber llegado a guardarles rencor; el amor siempre seguía a la reprensión y la exhortación; podemos sentir algo de su pesar cuando sus hermanos rechazaron la invitación de abrazar el evangelio de Jesucristo. “Les perdoné de buena voluntad todo cuanto me habían hecho”, dice acerca de su juventud (1 Nefi 7:21), y años más tarde escribió: “Continuamente ruego por ellos de día, y mis ojos bañan mi almohada de noche a causa de ellos” (2 Nefi 33:3).
Es importante para los padres e hijos de nuestros días, comprender que Nefi, a pesar de su precocidad, era totalmente obediente a su padre; observaba cada regla de honor con relación al papel de su padre como patriarca, creyó lodo lo que su padre afirmaba, y buscó siempre su dirección antes de lanzarse a sus inspiradas empresas. Al mismo tiempo, Lehi tenía de él un alto concepto y lo respetaba, reconociendo la grandeza de su hijo. Aquí tenemos una norma ejemplar para padres e hijos, norma que no ha sido obscurecida en absoluto por los siglos, sino que en nuestro tiempo es aún más importante como consecuencia de la disolución del amor y la autoridad en muchas familias de nuestros días.
Espiritualidad
La investidura espiritual de Nefi se puede medir observando los dones especiales, los mensajes y poderes que él recibió. Como en el caso de José Smith, obtuvo conocimiento espiritual “siendo muy joven” y se le dio la oportunidad de prever su destino (1 Nefi 2:16-22). También, igual que el profeta José Smith, tenía “un gran deseo de conocer los misterios de Dios”, por lo tanto, “clamé al Señor; y he aquí que él me visitó” (l Ne. 2:16); además, el Señor le dijo: “seréis conducidos a una tierra prometida. . . serás el jefe y maestro de tus hermanos” (1 Nefi 2:20-22). Nefi conocía su llamamiento divino aún antes de recibir las planchas de bronce de Labán.
Después siguió una serie de revelaciones y dispensaciones de poder a Nefi, que lo colocaron entre los grandes profetas de todos los tiempos:
“He elevado mi voz a las alturas; y bajaron los ángeles y me atendieron.
Y mi cuerpo ha sido conducido en las alas de su Espíritu hasta montañas muy altas; y mis ojos han visto grandes cosas, sí, demasiado grandes para el hombre; por lo tanto, se me mandó que no las escribiera” (2 Nefi 4:24-25).
Fe
No es fácil evaluar la dimensión de la fe de este gran hombre, una fe tan fuerte que las características ordinarias de su personalidad quedan opacadas por una influencia celestial abrumadora. La mayoría de nosotros no podemos imaginar el ser transportados a la cima de las montañas, vencer a nuestros enemigos señalándoles con el dedo o ver 2.600 años hacia el futuro; pero la fe de Nefi era suficiente como para que él experimentara estas maravillas físicas, así como las visitaciones, voces y visiones que frecuentemente relacionamos con el llamamiento profético.
El Señor puede hablarnos, y nos hablará si ejercitamos nuestra fe como lo hizo Nefi y logramos una “humildad de corazón” similar a la de él. Entonces podremos obtener fortaleza para hacer frente a nuestros problemas como él lo hizo, y en verdad, en la historia del mundo, muy poca ha sido la gente que ha tenido problemas mayores que los de él.
El testimonio de Nefi acerca de Cristo
Nefi no sólo ejercitó completamente su fe, sino que la misma se basaba firmemente en Jesucristo.
En mi opinión no hay nada más poderoso en las primeras 107 páginas del Libro de Mormón, que el testimonio continuo de Nefi acerca de Jesús, que El “es el CRISTO, el ETERNO DIOS, que se manifiesta a sí mismo a todas las naciones”. Recuerdo claramente que hace algunos años, cuando era estudiante, leía y releía estos desafiantes testimonios. Mi actitud inicial había sido escéptica, aun irónica, y escribí algunas anotaciones críticas en los márgenes, conforme iba leyendo, en donde hacía comentarios con respecto a las fallas lógicas, gramaticales y filosóficas. Sin embargo, cuando llegué a esas dos últimas páginas (2 Nefi 33), me quedé sorprendido por el poder de las palabras del Profeta que parecían penetrar mi cerebro y disipar mis anteriores pensamientos, sistemáticos y críticos. No pude evitar el efecto de esas palabras; fue casi tan real como si Nefi estuviera usando alguna técnica para afectarme, señalándome con el dedo y sacudiendo mi mente; leí nuevamente sus palabras, que parecían apresarme sin remedio; lenta e involuntariamente, me invadió un sentimiento agradable, que más tarde reconocí como el Espíritu de Cristo, el testigo de su realidad y de su amada cercanía.
Después de una saludable dosis de arrepentimiento, me bauticé; en los años siguientes, he leído ese capítulo unas cien veces. Ahí, en unas cuantas palabras, tenemos la plenitud de un testimonio verdadero escrito por un anciano que se había dedicado al absorbente y exigente servicio del Señor por espacio de cincuenta y cinco años.
Es imposible captar el sentimiento de este capítulo citando solamente una parte del mismo, por lo cual recomiendo a todos su lectura, para que puedan tener una experiencia edificante, vivificadora y fuera de lo común. En especial, lo recomiendo a aquellos que no son miembros de la Iglesia, particularmente a los de ascendencia lamanita, porque pienso que el corazón de Nefi se desbordó poderosamente hacia ellos, al escribir con la visión de los postreros días en su mente; si alguna vez existió el poder espiritual en la palabra escrita, aquí es donde se encuentra. Siento que mi propio conocimiento de Jesucristo se magnificó inconmensurablemente con este mensaje y me preparó durante mis días de estudiante para mi desarrollo espiritual, mientras continuaba leyendo y orando. Los sentimientos que los escritos de Nefi trajeron a mi propia vida, la vida de un solo hombre, demuestran por qué fueron escritos, preservados y sacados a la luz.
El hombre universal
Aparentemente Nefi fue un hombre extraordinario, muy por encima de lo común en cuanto a su visión y logros; por lo tanto, yo lo considero casi como un superhombre. Pero debemos notar las profundas expresiones de su humildad cuando lamenta sus debilidades:
“¡Oh, miserable hombre de mí! Sí, mi corazón se entristece a causa de mi carne. Mi alma se aflige a causa de mis, iniquidades. Me hallo sitiado a causa de las tentaciones y pecados que tan fácilmente me envuelven.” (2 Nefi 4:17-18.)
En esta poética lamentación, Nefi nos demuestra espontáneamente su otro ser, un ser con debilidades, aquel que no se hace evidente en ninguna otra parte de sus escritos. Esta franqueza anima profundamente a los lectores que como yo, desean mejorar; pero que estamos tan deslumbrados por la perfección de Nefi, que simplemente dudamos de nuestra capacidad para seguir avanzando. Él nos relata lo suficiente acerca de sus propios conflictos para darnos la esperanza de que también nosotros podremos lograr el autodominio. Algunos podrán preguntarse qué “iniquidad oculta” impulsó esta confesión; yo pienso que no tenía ninguna, sino que lamentaba su rencor hacia sus enemigos y falta de fortaleza a causa de sus aflicciones. En vista de su habilidad para ser justo a fuerza de voluntad y bajo las condiciones adversas más extremas, estas modestas debilidades, tan graves para él, solamente aumentan su grandeza a nuestros ojos.
De manera que en Nefi tenemos al ser humano casi completo: Profeta, maestro, gobernante, colonizador, constructor, artesano, intelectual, escritor, poeta, jefe militar, padre de naciones, hijo, esposo y fuente de energía física. Comparado con la humanidad, él pertenece exactamente al lugar en donde está, en compañía de los hombres más extraordinarios de todos los tiempos; fue un hombre incomparable, un hombre universal que eligió ser un siervo de Dios sobre todas las demás cosas. Muy pocos han hablado tan acertadamente como él, en nombre de su civilización, a otras por venir:
“Y ahora mis amados hermanos, como también vosotros los judíos y todos los extremos de la tierra, escuchad estas palabras y creed en Cristo. . . porque son de Cristo, y él me las ha dado; y enseñan a todos los hombres a obrar bien.
Y ruego al Padre en el nombre de Cristo que muchos de nosotros, si no todos, nos salvemos en su reino en ese grande y postrer día…
Os hablo como la voz de uno que clama desde el polvo: Adiós, hasta que venga ese gran día.” (2 Ne. 33:10, 12-13.)
























