Busquemos los dones del Espíritu

1977 Conferencia de Área en la ciudad de Lima, Perú
Busquemos los dones del Espíritu
por el presidente Spencer W. Kimball
Sesión General del domingo por la tarde

Spencer W. KimballEn su discurso, el élder McConkie nos recordó que el Señor Jesucristo dijo: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8). A veces diremos: “Eso no es posible”, pero el Señor no habla vanamente. Él dice que quien sea perfeccionado puede ver a Dios el Padre. Esta experiencia puede tomar muchas formas: sueños, visiones y apariciones. El profeta José Smith vio al Padre y al Hijo y oyó sus voces, y conoció, como nadie en el mundo la conocía en aquel entonces, la personalidad del Padre y de su Hijo Jesucristo, Nosotros podemos discernir estas cosas por medio del Espíritu Santo, mas cada uno de vosotros puede perfeccionarse al punto de poder ver a Dios. No tratemos de ver a nuestro Padre Celestial para simplemente satisfacer nuestra curiosidad, sino para tener la gran satisfacción de saber que Él es nuestro Padre.

En relación con todas nuestras experiencias, debemos recordar a dos hombres que fueron al templo a orar; uno dijo: “Le doy gracias a mi Padre porque no soy tan débil como otros, pago mis diezmos, hago esto y hago lo otro”, y en su manera de expresar su gratitud por su gran rectitud, estaba expresando su egotismo. El otro hombre se golpeaba el pecho mientras decía: “Señor, perdóname porque soy un pecador”. (Véase Lucas 18:9-19). No debemos ser egotistas ni vanagloriarnos de las muchas gloriosas experiencias que podamos tener.

Quisiera ahora relataros la experiencia de Orson F. Whitney, que falleció hace ya mucho tiempo.

El hermano Whitney fue uno de los Doce Apóstoles. En los primeros días de su misión fue enviado al este de los Estados Unidos. Poseía mucho talento literario y escribía para los periódicos. Un día, uno de sus compañeros le dijo: “Hermano Whitney, usted debería estar estudiando el evangelio, no debe gastar todo su tiempo ejerciendo su profesión. A usted lo han enviado para predicar el evangelio y no para escribir para periódicos”. El hermano Whitney confesó:

“Yo sabía que él tenía razón, pero aun así continué escribiendo para los periódicos en lugar de estudiar. Entonces tuve una gran manifestación, una admonición de los cielos, algo imposible de ignorar, fue un sueño, quizás una visión dentro de un sueño.

Mientras estaba acostado en mi cama en un pequeño pueblecito de Pennsylvania, me pareció que estaba en el Jardín de Getsemaní, donde era testigo de la agonía del Salvador. Lo vi tan claramente como vería a cualquier hombre. Oculto detrás de un árbol, vi a Jesucristo con Pedro, Santiago y Juan, que entraban por una pequeña puerta a mi derecha. Dejando a los tres apóstoles atrás, después de pedirles que se arrodillaran y oraran, el Salvador se fue al otro extremo del jardín donde se arrodilló a orar. Era la misma oración que todos los que estudian la Biblia conocen: ‘Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú’ (Mateo 26:39).

Mientras oraba, las lágrimas le corrían por el rostro. Sentí tanta emoción que yo también comencé a llorar de pura simpatía para con el Señor, Todo mi corazón se volcó hacia Él. Sentí que le amaba con toda mi alma y anhelé estar con El más que nada en el mundo. Después de cierto tiempo, el Señor se levantó y caminó hasta donde había dejado a los apóstoles, encontrándolos dormidos. Sacudiéndoles gentilmente los despertó y en tono de tierno reproche, más sin señal de enojo ni impaciencia, les preguntó cómo era que no podían velar con Él una hora más. ¡Allí estaba El, bajo el terrible peso de los pecados del mundo descansando sobre sus hombros, con los dolores de cada hombre, mujer y niño traspasando su alma sensible, y los apóstoles no podían velar con él ni siquiera una hora!

Dejándolos nuevamente volvió a orar de la misma manera que antes: ‘Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como tú.’ Nuevamente despertó a los apóstoles, y les amonestó una vez más, y regresó a su oración. Esto sucedió tres veces, al punto que yo me familiaricé completamente con su apariencia, su rostro, su forma y sus gestos. Era de noble estatura y de semblante majestuoso. No tenía en manera alguna la apariencia débil y afeminada que algunos le han atribuido, sino la del gran Dios que era y es, dulce y humilde como un niño.

De pronto, todo pareció cambiar; sin embargo seguía la misma escena, sólo que en vez de antes, ahora era después de la crucifixión, y el Salvador con sus tres apóstoles aparecía en un grupo hacia la izquierda. Se estaba preparando para ascender a los cielos. No lo pude aguantar más; salí de mi escondite detrás del árbol y corriendo me puse a sus pies, me abracé a sus rodillas, y le rogué que me llevara consigo.

Nunca olvidaré la manera mansa y humilde en que El me miró, me levantó y me abrazó. Era tan real y vivido, que sentí el calor de su propio cuerpo, mientras me tenía en sus brazos, y me decía suavemente: ‘No hijo mío, éstos han terminado su trabajo, ellos pueden venir conmigo; pero tú tienes que quedarte en la tierra y terminar tu obra’. Todavía abrazado a Él, levantando mi rostro hacia el suyo, porque era más alto que yo, le supliqué fervientemente: ‘Permíteme que esté contigo al final’. El, sonriendo suavemente me dijo: ‘Eso dependerá totalmente de ti’. Me desperté con un sollozo en la garganta, y vi que ya era de día.”

“Esa visión fue del Señor”, le dijo uno de sus compañeros; y el hermano Whitney declara:

“No tenían que decírmelo, yo vi el significado de esto claramente. Nunca pensé ser un apóstol, ni tener ningún otro oficio dentro de la Iglesia; ni se me cruzó por la mente en esa ocasión. Sin embargo, yo sabía que esos tres apóstoles dormidos me representaban a mí; yo estaba dormido sobre mis deberes, al igual que cualquier hombre que habiendo sido llamado por autoridad divina a hacer una cosa, hace otra. Desde ese momento, todo cambió; nunca fui el mismo hombre otra vez”.

Creo que hay en esta historia algo de mucho valor para todos nosotros. Estamos aquí en esta tierra para ganar nuestra propia salvación y nuestra exaltación, y cuando recibimos un llamamiento del Señor a través de sus oficiales, no debemos fallarle.

Espero que este mensaje se arraigue profundamente en el corazón de cada persona, que esta conferencia haya sido muy significativa para vosotros, no para satisfacción de vuestra curiosidad, sino para satisfacer los deseos más profundos de vuestros corazones, para supliros con información adicional e inspiración.

Esperamos que todos los miembros de la Iglesia en este gran país del Perú sean bendecidos por esta conferencia. Esperamos que vuestros líderes hayan sentido nuestra presencia, y comprendan en alguna forma que los representantes del Señor han estado aquí.

Esperamos que vosotros sepáis que, como se ha dicho en algunos de los sermones, el Señor bendecirá a la nación que apoye y ayude a la Iglesia. Dejamos nuestras bendiciones con este país y con vuestra gente, con vuestros líderes, y especialmente con todos vosotros que habéis tenido el valor de uniros a la Iglesia; y os prometemos grandes bendiciones, felicidad y gozo mientras viváis los mandamientos del Señor. Vosotros sabéis cuales son; sabéis que esta es la verdad, y nos unimos a vosotros en este mismo conocimiento. Es con toda confianza que os hacemos la solemne promesa de que vuestra vida y la de vuestra familia será grandemente enriquecida, si os sacrificáis y os convertís en los hijos de Dios.

Ha sido maravilloso estar con vosotros durante esta conferencia; habéis escuchado los sermones de las Autoridades Generales, habéis sido inspirados, instruidos, motivados, durante estos tres días que esperamos se destaquen en vuestra vida como algo muy especial.

Estamos agradecidos por todo lo que se ha hecho por nosotros y por la obra del Señor.

Especialmente damos las gracias al presidente Russell Bishop de la Misión del Sur, al presidente Mario Perotti de la Estaca Límatambo y a todos los otros que han contribuido al éxito obtenido. Queremos expresar nuestro agradecimiento por la bella música, dirigida por aquellos que han sido entrenados y están deseosos de dar de sí, y a todos los que han cantado y participado; estamos muy agradecidos.

La canción que oímos esta mañana “Soy un hijo de Dios” fue magnífica, especialmente la parte del obligado cantada sobre las voces de los niños; también todo lo demás ha sido magnífico. Estamos muy agradecidos por los sermones que se han predicado y las oraciones que se han ofrecido, y las traducciones de todos los hermanos que nos han ayudado tanto.

También expresamos nuestro aprecio a los representantes locales de la prensa, de la radio, de la televisión; apreciamos profundamente a todos los oficiales que han trabajado para hacer nuestro viaje placentero; damos las gracias a los acomodadores y a aquellos que proveyeron las flores, y todo lo que se ha hecho para nuestro beneficio.

Y ahora hemos llegado al final de esta gloriosa conferencia; nos sentimos abrumados por toda la amabilidad que se nos ha mostrado; os expresamos el amor de nuestro Padre Celestial y el amor que nosotros os tenemos. Que vuestros corazones se deleiten por largo tiempo después de esta conferencia. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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