El evangelio de Abraham

1977 Conferencia de Área en la Bogotá, Colombia
El evangelio de Abraham
por el élder Bruce R. McConkie
del Consejo de los Doce
Sesión General de la mañana

élder Bruce R. McConkieRuego por la guía del Espíritu Santo, para que lo que yo diga sea lo que el Señor quiere que sea dicho en esta ocasión. Ruego para que seáis iluminados por ese Espíritu a fin de que sintáis en vuestro corazón la verdad de la doctrina que se enseña, y podáis saber que el testimonio que se da es verdadero.

Los que estamos reunidos hoy en esta sesión somos miembros de la Casa de Israel, y estamos reunidos en el redil de Jesucristo; hemos salido de la obscuridad a su luz maravillosa; tenemos las bendiciones del evangelio a nuestro alcance. Pienso que puedo deciros a vosotros así como el Señor dijo a los hijos del padre Lehi, cuando El apareció y les ministró a ellos personalmente:

“He aquí, vosotros sois los hijos de los profetas; y sois de la casa de Israel; y sois del convenio que el Padre hizo con vuestros antepasados, cuando dijo a Abraham: En tu posteridad serán bendecidas todas las familias de la tierra.” (3 Nefi 20:25.)

Entonces hablando de sí mismo, Jesús dijo:

“Porque el Padre me ha levantado para venir a vosotros primero, y me ha enviado a bendeciros, apartando a cada uno de vosotros de vuestras iniquidades; y esto, porque sois los hijos del convenio.” (3 Nefi 20:26.)

Ahora, si soy correctamente guiado, me gustaría hablaros del convenio que el Señor hizo con Abraham, que renovó con Isaac y Jacob, y que a su debido tiempo, ofreció a todos los de la Casa de Israel; convenio éste que ha sido restaurado en nuestros días, y que ahora nosotros hacemos con nuestro Padre Celestial. Abraham recibió el plan de salvación; lo recibió por revelación del cielo. Este plan de salvación estaba diseñado para ayudar a Abraham a tomar el alma que tenía, y transformarla en la clase de alma que podría vivir en la presencia de Dios, su Padre Celestial. El nombre de este convenio es “el evangelio de Jesucristo”.

Abraham y todos los profetas veneraron al Padre en el nombre del Hijo; el Señor Jehová mismo les ministró; Él era el Mesías prometido, el nacido de María, a quien conocemos como el Señor Jesús. El dio las leyes, las ordenanzas y los principios necesarios para salvar y exaltar al hombre; se los dio a nuestros antepasados; se los dio a Abraham; Él le dijo a Abraham que serían la herencia natural de toda su simiente, hasta la última generación. Dios prometió a Abraham que las bendiciones de la salvación eterna, las bendiciones del evangelio, las bendiciones del Santo Sacerdocio, las bendiciones que preparan al hombre para la exaltación eterna, todas ésas estarían disponibles para todos los hombres por medio del ministerio de Abraham y su simiente. Dios hizo un convenio con Abraham y ese convenio fue que si él entraba en el orden del matrimonio eterno, si cumplía los términos y condiciones de ese convenio, sería levantado en inmortalidad y vida eterna.

Y Dios hizo de él el prototipo y el molde, y decretó que todo aquel que fuera de la simiente de Abraham, aquel que dando un paso al frente hiciera el mismo convenio, entrara en el mismo orden de matrimonio, viviera la misma ley, y guardara los mismos mandamientos, sería como su padre Abraham.

Tenemos el registro de cómo él hizo este convenio con Isaac y Jacob, y la revelación nos dice que éste mismo fue ofrecido a toda la Casa de Israel, que consiste en todos los descendientes del padre Jacob.

Yo soy de la Casa de Israel, la sangre del padre Jacob corre por mis venas; vosotros sois de la Casa de Israel, vosotros sois descendientes literales de los patriarcas y profetas antiguos, y en su gracia y su bondad, el Señor nos ofrece todas las bendiciones, toda esperanza de salvación, toda recompensa, toda gracia, todo don, toda cosa buena que ofreció a cada persona justa, a cada hombre santo en los días antiguos.

Lo que ha ocurrido en nuestros días es que el evangelio de salvación ha sido restaurado para que nosotros podamos ser herederos de las bendiciones que recibieron aquéllos en la antigüedad. Vosotros sabéis que el Señor guio a los hijos de Israel fuera del cautiverio en Egipto, que Él les dio una parte favorecida de la tierra escogida donde ellos pudieran morar; esta fue la tierra de Palestina, y se le llamó su “tierra prometida”. Él les dio el mandamiento de amarle y servirle con todo el corazón, y en toda oportunidad en que así lo hicieron, envió su Espíritu entre ellos. Ellos vieron visiones, recibieron revelaciones, obraron milagros, vencieron a sus enemigos. Dios fue su Dios y ellos fueron su pueblo.

Más cuando Israel se reveló en contra del Señor, cuando dejaron de cumplir sus leyes, cuando desobedecieron sus mandamientos, El los maldijo con gran maldición y permitió que sus enemigos se levantaran contra ellos. Fueron expulsados de la tierra favorecida donde habían sido colocados, y se dieron a la veneración de otros dioses, dioses de madera y de piedra, los ídolos de los amoritas y los cananitas; y porque abandonaron la verdad, perdieron sus almas. Con el paso del tiempo, Israel fue dispersado por toda la tierra. Nefi dijo que en su día, la Casa de Israel fue dispersada por todas las naciones de la tierra, aun sobre todas las islas del mar. (Véase Nefi 22:4.)

Todo esto sucedió como parte del plan del Señor, y era su designio tener misericordia para con Israel en los últimos días. Él había decidido congregarlos después de su larga dispersión, salvar el residuo de su pueblo que retornaría a Él, para hacer con ellos nuevamente el convenio que había hecho con sus padres, para levantar de nuevo un estandarte a las naciones, para tener nuevamente la plenitud de su evangelio sempiterno, que fuera luz y estandarte a las naciones, y esto es lo que ahora está sucediendo.

Deseo llamar vuestra atención a esto que dijo Moisés:

“Cuando el Altísimo hizo heredar a las naciones, cuando hizo dividir a los hijos de los hombres, estableció los límites de los pueblos según el número de los hijos de Israel.

Porque la porción de Jehová es su pueblo; Jacob la heredad que le tocó.” (Deut. 32:8-9.)

Ahora llamo vuestra atención a la misma doctrina expresada por Pablo; quien dijo que Dios «… de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle…” (Hechos 17:26-27).

Estas revelaciones nos dicen que Dios está ordenando y estableciendo los lugares y las tierras donde las naciones van a vivir; Él los está estableciendo de acuerdo con el número de los de su pueblo, porque ha esparcido su pueblo por todas las naciones. En nuestros días, su pueblo está viviendo en todas partes del mundo.

Nefi vio esto mismo en visión, él vio que en los últimos días, justamente antes de la venida del Hijo del Hombre, los santos de Dios se encontrarían esparcidos entre toda nación, tribu, lengua y pueblo; que la gente del convenio del Señor estarían sobre toda la faz de la tierra, que habría gran oposición y gran maldad, qué pugnarían contra ellos, mas ellos estarían armados con justicia y triunfarían. (Véase 1 Nefi 13.)

Permitidme leeros estas palabras de Isaías:

“Días vendrán cuando Jacob echará raíces, florecerá y echará renuevos Israel, y la faz del mundo llenará de fruto.” Ahora quisiera leeros las cosas que el Señor dijo a Isaías, para toda la Casa de Israel en los últimos días: «… y vosotros, hijos de Israel, seréis reunidos, uno a uno” (véase Isaías 27:6, 12). Esos son los días en que estamos viviendo. Vivimos en los días del recogimiento de Israel, estamos siendo recogidos uno a uno; Jacob está echando raíz, y la raíz va a ir a todas las naciones de la tierra y finalmente Israel prosperará y florecerá, y los santos de Dios serán la fuerza más poderosa sobré la faz de la tierra. Nosotros somos miembros de esa casa, nosotros hemos venido uno a uno al reino.

El Libro de Mormón nos dice que el recogimiento de Israel, consiste en unirnos a la Iglesia verdadera; consiste en venir una vez más al conocimiento del Dios verdadero, y en adorarlo así como nuestros antepasados lo adoraron. La plenitud del evangelio sempiterno consiste en todas las leyes y ordenanzas, todos los poderes y principios, todas las cosas que son requeridas de los hombres para que sean exaltados al grado más alto, el Reino Celestial. La plenitud del evangelio da la plenitud de recompensa y la plenitud de recompensa emana de la continuación de la unidad familiar en la eternidad, que es el convenio que el Señor hizo con Abrahán, concerniente a su simiente.

Y uno de los santos profetas de la antigüedad vino de la dispensación de Abraham y se manifestó a José Smith y a Oliverio Cowdery el 3 de abril de 1836, en la Casa del Señor en Kirtland, Ohio, y les dijo que ellos ahora poseían el evangelio de Abraham, esto es, la gran comisión dada a Abraham, y les dijo que en ellos y en su simiente todas las naciones de la tierra serían bendecidas. (Véase D. y C. 110:12.)

Cada persona que va a un Templo del Señor y que es sellada bajo la santa ordenanza del matrimonio, que nosotros llamamos matrimonio celestial, recibe para sí y para su simiente, las bendiciones que Dios dio a Abraham. Esto es a lo que nosotros nos referimos ahora, cuando darnos testimonio de la restauración de la plenitud del Evangelio.

¡Cuán favorecidos y cuán bendecidos somos! Qué maravilloso es ser hijos de los profetas, pertenecer a la casa de Israel, tener herencia y parte con los hijos del Señor. Es maravilloso tener la puerta abierta para que podamos caminar donde los profetas caminaron, para que podamos creer las cosas que los profetas creyeron; para que podamos vivir como los profetas vivieron, para que una vez más Dios tenga a su pueblo en la tierra, donde los dones del Espíritu puedan ser volcados sin medida, donde haya revelaciones y visiones; donde los enfermos sean sanados, y en ocasiones los muertos sean levantados; donde el Santo Espíritu de Dios viva en el corazón de los santos para que ellos atestigüen de la veracidad y divinidad de la obra a la que se han entregado. Para que pasó a paso, y línea por línea, sus almas puedan ser santificadas, y para que puedan llegar al estado que les permitirá finalmente ir a morar con los profetas antiguos. Esa es la puerta que ha sido abierta para nosotros.

La salvación no se obtiene por ser simplemente miembros de la Iglesia. No somos salvos en el Reino Celestial por virtud exclusiva del bautismo; no somos exaltados porque nos hayamos casado en un Santo Templo. Es decir, no por estas cosas en sí y de por sí; pero ellas abren la puerta y nos señalan el curso a seguir, y si después del bautismo guardamos los mandamientos, y si después del matrimonio celestial preservamos el convenio, entonces Dios nos bendecirá de acuerdo con las promesas.

¿Podéis vosotros concebir algo más maravilloso y más glorioso que aquello que Dios nos ha dado? ¿Hay algo más importante que podáis vosotros ofrecer a los otros hijos de nuestro Padre Celestial que viven en esta área? Invitadles a venir con vosotros y ser herederos de las mismas bendiciones que vosotros habéis recibido.

Las raíces de Jacob se profundizan en Colombia, en Ecuador, Venezuela. Las estacas de Sión han sido establecidas y serán establecidas en estos lugares. Sión es la gente que hace el convenio que Dios hizo con Abraham. Esta obra en que nosotros estamos empeñados es verdadera y no hay nada relacionado con esta obra que tenga mayor importancia que el simple hecho de que es verdadera; y porque es verdadera, nos brindará gozo y felicidad eh esta vida y seremos herederos de vida eterna en el mundo venidero, si tan sólo cumplimos nuestra parte del convenio que Dios hizo con nuestro padre Abraham. Que Dios nos permita que así sea, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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