Los templos y el matrimonio eterno

Enero de 1975
Los templos y el matrimonio eterno
por el presidente Spencer W. Kimball

Spencer W. KimballEl matrimonio en el templo es un convenio que se extiende más allá de la muerte y que continúa inquebrantable a través de la eternidad.

La vida es eterna. La muerte no pone fin a la existencia del hombre, que continúa por siempre. Todo individuo resucitará, sea bueno o malo; su espíritu volverá a unirse al cuerpo que se levantará de la tumba, y si hubiere perfeccionado su vida y magnificado las oportunidades que Dios le ha dado, ese espíritu y ese cuerpo se levantarán unidos en una nueva, fresca y eterna inmortalidad.

Los mayores goces de una vida matrimonial correcta pueden continuar; las más hermosas relaciones entre padres e hijos pueden hacerse permanentes y la sagrada asociación de la familia puede ser sempiterna, si el marido y su esposa son sellados por la eternidad en santo matrimonio. Su gozo y progreso nunca tendrán fin; mas esto no puede suceder por casualidad.

El camino para lograrlo está claramente definido. Adán y otros profetas conocieron el matrimonio eterno, mas ese conocimiento se perdió en la tierra durante muchos siglos. Dios ha restaurado las verdades y proporcionado la vía; con la restauración del evangelio también vino el legítimo sacerdocio, y Él ha otorgado a sus profetas todas las llaves, los poderes y la autoridad que tuvieron Adán, Abraham, Moisés y los antiguos apóstoles.

Dios ha restaurado el conocimiento de los templos y los propósitos de los mismos. En la actualidad, hay sobre la tierra sagrados edificios construidos para esta obra especial del Señor, cada uno de los cuales es «la Casa del Señor.» En estos templos laboran hombres con autoridad debidamente constituida, que pueden sellar a los cónyuges y sus hijos por la eternidad. Aunque muchos lo desconozcan, esto es un hecho.

Este es uno de los misterios de los que habló el Redentor, cuando enseñaba a la multitud en parábolas, diciendo:

«. . . Abriré en parábolas mi boca; declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo» (Mateo 13:35).

El lector fortuito de las escrituras no comprende estas inapreciables verdades:

«Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios sino el Espíritu de Dios.

Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente» (1 Corintios 2:11, 14).

Es increíble que haya personas inteligentes, sagaces y con amplia cultura que ignoren o rechacen intencionalmente este gran privilegio. Las puertas pueden abrirse y puede extenderse un puente por sobre el abismo, y toda persona puede encaminarse sin peligro hacia una sempiterna felicidad al hacer su matrimonio eterno.

Explicando el uso de las parábolas el Salvador dijo:. . . Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; más a ellos no les es dado.

Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos; para que no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y con el corazón entiendan, y se conviertan, y yo los sane» (Mateo 13:11, 15).

Y entonces, dirigiéndose a aquellos discípulos que lo rodeaban y que lo comprendían, les dijo:

«Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen.

Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron» (Mateo 13:16-17).

El Señor sabía que quienes eran sinceros y deseaban en verdad conocer los misterios del reino buscarían con diligencia e investigarían con espíritu de oración hasta encontrarlos.

Se recordará cómo respondió el Señor a los hipócritas saduceos, quienes intentando tenderle una trampa, le plantearon este difícil problema:

Hubo siete hermanos, y el primero tomó esposa y murió sin dejar descendencia; ella se casó con el segundo hermano quien también murió sin dejar descendencia, y así se casó con el tercero; y volvió a sucederle lo mismo, por lo que se casó después sucesivamente con cada uno de los siete, con todos según la ley de Moisés, y todos murieron sin dejar descendencia. Después de todos también murió la mujer. Ahora bien, la insidiosa pregunta que le hicieron, fue:

«En la resurrección, pues, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será ella mujer, ya que los siete la tuvieron por mujer?» (Marcos 12:23), La respuesta del Señor fue clara, concisa e inequívoca:

«. . . ¿No erráis por esto, porque ignoráis las Escrituras, y el poder de Dios?» (Marcos 12:24).

Ahora bien, os preguntamos, ¿qué significa su respuesta? Los saduceos trataban de asuntos de los cuales sabían poco o nada. ¿Hubo acusación en su voz? ¿Les dijo acaso «abrid los ojos y ved, abrid vuestro endurecido corazón y entended»?

Amigos míos, ¿comprendéis las implicaciones y la verdad de esta declaración del Señor? Si bien está algo velado en la escritura, es claro y comprensible a la luz de la revelación moderna.

El doctor James E. Talmage escribe: «El significado del Señor fue claro. En la resurrección no habrá duda sobre cuál de los siete hermanos tendrá a la mujer como esposa en la eternidad, pues, salvo el primero, todos se habían casado con ella solamente por el período de la vida terrenal… En la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento; porque todo asunto a problema referente al estado casado debe resolverse antes de esa época bajo la autoridad del Santo Sacerdocio, en el cual está comprendido el poder para sellar en matrimonio por esta vida así como por la eternidad» (Jesús el Cristo, pág. 577).

Indudablemente, el primero de los hermanos se casó con la mujer por la eternidad; a la muerte de él ella quedó viuda hasta que ella también muriese y se reuniera con su marido. Después se casó con el hermano de éste «hasta que la muerte los separase,» la que ciertamente los separó aún antes de que tuviesen descendencia, y él pasó al mundo de los espíritus a través del velo y sin esposa, porque el contrato que con ella había hecho se había terminado con la muerte. Y así sucesivamente, el tercero, el cuarto, hasta el séptimo de los hermanos, todos contrajeron con ella un matrimonio temporal, en cuyas ceremonias se estableció la limitación «hasta que la muerte os separe.» ¡Qué triste y tenebroso es este tipo de matrimonio que termina con la muerte de alguno de los cónyuges, poniendo fin también a la felicidad que hubiesen podido compartir!

Supe de una joven pareja cuyo prometedor matrimonio terminó en un accidente automovilístico una hora después de la ceremonia en que fueron pronunciadas las peligrosas palabras »hasta que la muerte os separe».

El matrimonio civil es un contrato terrenal que termina con el fallecimiento de cualquiera de los dos cónyuges. El matrimonio celestial eterno es un convenio sagrado entre un hombre y una mujer, consagrado en el Santo Templo por los siervos de Dios que tienen las llaves autorizadas. Se extiende más allá de la muerte e incluye tanto esta vida como la eternidad.

El apóstol Pablo dijo a los corintios:

«Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres» (1 Corintios 15:19). Podríamos hacer una paráfrasis de esto diciendo:

«Si solamente en esta vida nuestros matrimonios son estables, nuestras alegrías matrimoniales verdaderas y nuestra vida familiar feliz, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres.»

El Apóstol continúa diciendo: «Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales.

Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria.

Así también es la resurrección de los muertos. . .» (1 Corintios 15:40-42).

Pablo comprendía esto como indudablemente lo comprenden muchos santos, sin embargo en la actualidad, hay millones de cristianos que no entienden estas verdades vitales que han permanecido veladas en el lenguaje de las parábolas. El cielo no constituye un solo y único lugar ni una sola condición; es tan diverso como diversos son los modos de conducta de los hombres, pues éstos serán juzgados «de acuerdo con sus obras en la carne.»

En nuestra revelación moderna el Señor dijo: «Por tanto, prepara tu corazón para recibir y obedecer las instrucciones que estoy a punto de darte, porque todos aquellos a quienes se revelare esta ley, tendrán que obedecerla.

Porque he aquí, te revelo un nuevo y sempiterno convenio. . .» (D. y C. 132:3-4).

Aunque en este mundo son relativamente pocas las personas que lo comprenden, el nuevo y sempiterno convenio es la ordenanza del matrimonio en el Santo Templo, efectuada por aquellos que tienen las llaves legítimas y autorizadas. Esta gloriosa bendición está al alcance de todas las personas de esta tierra. El Señor mismo aclaró su profundo significado:

«Y en cuanto el nuevo y sempiterno convenio, fue instituido para la plenitud de mi gloria; y el que reciba la plenitud de ella tendrá que cumplir con la ley, o será condenado, dice el Señor Dios» (D. y C. 132:6).

Pablo habló de la gloria telestial, la terrestre y la celestial; a cada persona se le asignará una de ellas, de acuerdo con su rectitud y su cumplimiento de las leyes eternas. Aun el reino celestial tiene tres cielos o grados de gloria. En cuanto a esto el Señor dice:

«Y para alcanzar el más alto, el hombre tiene que entrar en este orden del sacerdocio (es decir, el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio);

Y si no, no puede alcanzarlo.

Podrá entrar en el otro, pero ése es el límite de su reino; no puede tener progenie» (D. y C. 131:2-4),

El Señor entonces se refiere más ampliamente al matrimonio eterno:

«. . .Todos los convenios, contratos, vínculos, compromisos, juramentos, votos, efectuaciones, uniones, asociaciones o aspiraciones que por el Santo Espíritu de la promesa, bajo las manos del que es ungido, no se hacen, se celebran y se ligan, tanto por esta vida como por toda la eternidad,. . . ninguna eficacia, virtud o fuerza tienen en la resurrección de los muertos, ni después de ella; porque todo contrato que no se hace con este fin, termina cuando mueren los hombres» (D, y C. 132:7).

Por consiguiente, los matrimonios que se efectúan sólo hasta que la muerte separe a los cónyuges, terminan tristemente con el último aliento de vida.

El Señor es misericordioso, pero la misericordia no puede robar a la justicia. Él nos extendió su misericordia al morir por nosotros. Sin embargo, su justicia prevalece cuando nos juzga y nos otorga las bendiciones que hemos merecido.

«. . .nadie puede rechazar este convenio y entrar en mi gloria,» dice el Señor,

«Porque todos los que quisieren recibir una bendición de mi mano han de cumplir con la ley que rige esa bendición, así como con sus condiciones, cual quedaron instituidas desde antes de la fundación del mundo» (D. y C, 132:4-5).

«Yo soy el Señor tu Dios; y te doy este mandamiento: Que ningún hombre ha de venir al Padre sino por mí, o por mi palabra, la cual es mi ley, dice el Señor» (D. y C. 132:12).

En seguida, reitera diciendo que: «. . . todas las cosas que están en el mundo, si fueren ordenadas de los hombres en virtud de tronos, principados, potestades, cosas de renombre, cualesquiera que fueren, y que no son de mí, o por mi voz, serán derribadas, dice el Señor, y no permanecerán después que los hombres mueran, ni tampoco en la resurrección, ni después de ella, dice el Señor tu Dios» (D. y C. 132:13).

¡Cuán terminante! ¡Cuán aterrador! Puesto que sabemos bien que la muerte no pone fin a nuestra existencia, pues tenemos el conocimiento de que la vida continúa más allá de la tumba, cuán devastador es darse cuenta de que el matrimonio y la vida familiar, tan gratos y felices en muchos hogares, terminarán con la muerte porque no se siguieron las instrucciones de Dios, o porque se rechazó su palabra después de haberla comprendido.

Está claro en la declaración del Señor que los hombres y las mujeres justos recibirán los debidos galardones de sus obras. Ahora, si no cumplen con lo debido, no serán condenados según el concepto de la terminología comúnmente aceptada, pero se enfrentarán a muchas limitaciones y privaciones, y no podrán alcanzar el reino más elevado. Llegarán a ser siervos ministrantes para aquellos que cumplieron con todas las leyes y vivieron todos los mandamientos.

A continuación, el Señor se refiere a las excelentes personas que vivieron dignamente pero que no hicieron sus contratos eternos:

«Porque estos ángeles no obedecieron mi ley; por tanto, no pueden tener aumento, sino que permanecen separados y solteros, sin exaltación, en su estado de salvación, por toda la eternidad; y en adelante no son dioses, sino ángeles de Dios para siempre jamás» (D. y C. 132:17).

¡Cuán concluyente! ¡Cuán limitativo! Y llegamos a darnos cuenta una vez más que es en esta vida cuando debemos prepararnos para comparecer ante Dios. ¡Cuán solitaria e infructuosa será la llamada «bendita soltería» a través de la eternidad! ¡Cuán triste verse separado, soltero y aparte a través de innumerables etapas, cuando bien se podría, cumpliendo con los requisitos, tener un feliz matrimonio eterno, efectuado en el templo por la debida autoridad, y continuar para siempre un gozo y una felicidad en aumento, junto con el progreso hacia la condición divina.

Escuchemos nuevamente al Señor:

«De cierto, de cierto te digo, si no cumples con mi ley, no puedes alcanzar esta gloria.

Porque estrecha es la puerta y angosto el camino que conduce a la exaltación y continuación de las vidas, y pocos son los que lo hallan, porque no me recibís en el mundo, ni tampoco me conocéis.

Más si me recibís en el mundo entonces me conoceréis y recibiréis vuestra exaltación; para que donde yo estoy vosotros también estéis.

Esto es vidas eternas: Conocer al único sabio y verdadero Dios, y a Jesucristo, a quien ha enviado. Yo soy él. Recibid, pues, mi ley.

Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a las muertes, y los que entran en él son muchos, porque no me reciben, ni tampoco cumplen con mi ley» (D. y C. 132:21-25).

Si una persona recibe al Señor, creerá en El, vivirá sus mandamientos, y efectuará las ordenanzas que Él ha requerido.

¿Estáis dispuestos a arriesgar vuestra eternidad, vuestra grande y continua felicidad, vuestro privilegio de ver a Dios y morar en su presencia? ¿Estáis dispuestos a renunciar a estas grandes bendiciones y privilegios por la falta de investigación, de estudio y meditación? ¿Por el prejuicio, los conceptos erróneos y la falta de conocimiento? ¿Estáis dispuestos a quedaros solos eternamente, llevando una existencia solitaria y sirviendo a otros? ¿Estáis dispuestos a renunciar a vuestros hijos cuando mueran ellos o vosotros, y dejarlos huérfanos para siempre? ¿Estáis dispuestos a pasar por la eternidad en la más absoluta soledad, cuando os puede «ser añadido» sobre todas las más grandes alegrías que podáis haber experimentado en la vida, siendo éstas aumentadas, multiplicadas, eternizadas? ¿Estáis dispuestos, como los saduceos a ignorar y rechazar estas grandes verdades? Sinceramente os ruego que hagáis hoy una pausa, que sopeséis y midáis estas cosas y que en seguida procedáis con espíritu de oración a hacer eterno vuestro feliz matrimonio. Amigos nuestros, os rogamos que no ignoréis este llamamiento. Os suplico que abráis los ojos y veáis, que descubráis vuestros oídos y escuchéis.

Un matrimonio eterno más una vida digna y continuamente consagrada, os brindarán felicidad sin límites y exaltación.

Quisiera concluir con las siguientes palabras del Señor de las Huestes:

«Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas» (Apocalipsis 3:18).

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