Diciembre de 1975
María y José
por Robert J. Mathews
Herederos de David, altamente favorecidos, guardianes de nuestro Señor
En el Nuevo Testamento se describe en forma maravillosa la historia de María y José, pero para apreciarla debemos saber algo de su vida y conocer algunas circunstancias especiales.
Es de suma importancia recordar que María es la madre terrenal de Jesús, y que José es el esposo de Mana, y considerar las implicaciones que tuvieron ambos como guardianes y padres terrenales del Salvador. Jesucristo es el Primogénito del Padre en el espíritu, su Unigénito en la carne y es el tema central de las escrituras; los profetas, comenzando por Adán, testificaron de Él y su misión. En la existencia preterrenal era conocido como Jehová y fue escogido por nuestro Padre Celestial para ser el Salvador de la humanidad.
Representó al Padre en todas las cosas pertenecientes a la salvación del hombre, fue creador de mundos y personalmente visitó a los patriarcas antiguos y profetas, e hizo con ellos convenios del evangelio. Adán, Enoc, Noé, Abraham, Moisés, Isaías, Nefi, Alma y muchos otros, lo conocieron y adoraron; fue grandioso y poderoso; fue y es el «Santo de Israel», el Dios de todo el mundo.
Así como Jesús fue seleccionado en el mundo preterrenal para su misión redentora también los profetas fueron escogidos para sus misiones terrenales de acuerdo con su fidelidad. (Véase Abraham 3:22-23; Alma 13:2-10). En la existencia preterrenal fue cuando los fieles hijos de Dios recibieron sus primeras lecciones sobre rectitud y llegaron a ser seguidores de Jesús; algunos fueron preordinados para ser profetas; otros sin duda fueron elegidos para ser padres, madres y esporas de profetas.
Resulta, entonces, lógico creer que María y José fueron apartados por el Padre en aquel antiguo concilio, para ser los guardianes terrenales de Jesús. A María se le dio la responsabilidad y el privilegio, único en su género, de traer al mundo al gran Jehová. De esa forma obtuvo El un cuerpo de carne y huesos, tuvo las experiencias de la vida terrenal y continuó su misión para redimir a la humanidad.
El significado de este nacimiento terrenal fue mucho más crítico de lo que a veces pensamos; no fue algo experimental ni tampoco un acontecimiento opcional en el plan de salvación, La venida al mundo de un Jesús en parte divino y en parte terrenal, fue una necesidad absoluta, pues la familia humana no podría salvarse de ninguna otra manera; sólo el Señor mismo podía traer la redención siendo un ser terrenal, participando de la naturaleza humana, viviendo una vida sin pecado, expiando con su sangre los pecados de los hombres, muriendo y levantándose de los muertos con un cuerpo físico. (Véase Alma 34:8-16; Mosíah 7:27). La justicia eterna no lo permitiría de ninguna otra forma. Sin este procedimiento y este Redentor, al morir todos se convertirían en «. . . diablos, separados de la presencia de nuestro Dios para quedar con el padre de las mentiras, en miseria como él… «(2 Nefi 9:9),
Cerca del año 700 a. de J. C. Isaías hizo una referencia directa a la madre terrenal del Salvador: «. . . He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel» (Isaías 7:14). El Nuevo Testamento identifica este pasaje como una profecía referente a María y al nacimiento de Jesús. (Véase Mateo 1:22-23).
Los nefitas comunicaron en un idioma más claro el nacimiento de Jesús; unos 600 años antes de que aconteciera, Nefi declaró:
«. . .Y vi la ciudad de Nazaret, y en ella vi a una virgen; y era blanca y hermosa en extremo.
Y ocurrió que vi abrirse los cielos, y un ángel descendió y se puso delante de mí.
Y me dijo: He aquí, la virgen que tú ves será según la carne, la madre del Hijo de Dios.
Y al mirar, vi de nuevo a la virgen, y llevaba a un niño en sus brazos.
Entonces me dijo el ángel: ¡He aquí, el Cordero de Dios, sí, el Hijo del Padre Eterno!» (1 Nefi 11:13-15,18, 20-21.)
Más tarde, 124 años antes del nacimiento del Salvador, el rey Benjamín explicó que un ángel lo visitó y le indicó que el Redentor «se llamará Jesucristo, el Hijo de Dios, el Padre del cielo y de la tierra, el Creador de todas las cosas desde el principio; y su madre se llamará María» (Mosíah 3:8).
Años después, cerca del, año 80 antes del nacimiento del Señor, Alma enseñó a su pueblo: «Y he aquí, nacerá de
María, en Jerusalén, que es la tierra de nuestros antepasados. Ella será virgen, un vaso precioso y escogido, a quien se hará sombra y concebirá por el poder del Espíritu Santo, y dará a luz un hijo, sí, el mismo Hijo de Dios» (Alma 7:10).
Detalles tan específicos acerca de María no podrían haberse conocido con anterioridad, a menos que hubiera sido escogida antes de la vida terrenal.
Hay otro factor inherente en la selección de los padres terrenales del Señor: tenía que nacer del linaje de David y ser heredero de su trono; por lo tanto, sería literalmente el rey de los judíos, de acuerdo a la ley de éstos. Isaías nos habla acerca del asunto:
«Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz.
Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.» (Isaías 9:6-7. Véase también Isaías 11:1; D. y C. 113:1-2.)
Siendo que Jesús no fue engendrado por un hombre terrenal, su descendencia de David tenía que venir por medio de su madre; por lo tanto, cuando María vino a la tierra, nació de un linaje real a fin de poder transmitirlo a su hijo Jesús. El hecho de que María era descendiente de David está explicado claramente en las Escrituras. Con frecuencia a Jesús se le llamó el «Hijo de David» y El nunca negó ese título.
Pablo declaró que por su linaje terrenal, Jesús era de sangre real. A los santos romanos escribió: «. . . nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne» (Romanos 1:3); y a Timoteo: «Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos…» (2 Timoteo 2:8. Véase también Hechos 13:22-23 y 2:30).
En el Nuevo Testamento también se indica que José era descendiente de David, declarando que era de Belén y «por cuanto era de la casa y familia de David» (Lucas 2:4; también véase Lucas 1:27; Mateo 1:16, 20; Lucas 3:23-31).
En aquella época los judíos estaban gobernados por Roma y los derechos de la familia real de David no eran reconocidos. Herodes, nombrado rey de los judíos por los romanos, ni siquiera era israelita.
Aunque Jesús no era descendiente sanguíneo de José, por medio de él heredó su estado legal como «hijo de David».
«Si Judá hubiese sido una nación libre e independiente, regida por su soberano legal, José el carpintero habría sido su rey; y el sucesor legal al trono, Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos.» (Jesús el Cristo, p. 91).
Por supuesto que al nacer María perdió toda memoria de su misión y su existencia preterrenal, pero al acercarse la época del advenimiento del Unigénito, María nació en el momento preciso, en el lugar indicado, y del linaje escogido por el cual podría cumplir su misión.
En Lucas encontramos las palabras de la visita del ángel Gabriel a María:
«… ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. . . porque has hallado gracia delante de Dios.
Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús.
Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre;
y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» (Lucas 1:28-33.)
Unos días más tarde cuando visitaba a su prima Elizabeth (que pronto sería la madre de Juan el Bautista), María le dijo:
«… Engrandece mi alma al Señor;
Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador,
Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones.
Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre.
Socorrió a Israel su siervo, acordándose de la misericordia
De la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre.» (Lucas 1:46-49, 54-55.)
Las palabras de María revelaron su carácter y su conocimiento de la historia israelita. Cuando mencionó «la bajeza» posiblemente se refería a las condiciones humildes de su vida. Aunque ella y José eran herederos del trono de Israel, no tuvieron el privilegio de ejercer ese honor y José, como todo lo indica, no era un hombre de riquezas o ambiciones políticas.
Aunque María no recordaba su gran llamamiento, nos preguntamos cuánta inspiración del Espíritu habrá recibido durante su niñez. Con una gran capacidad espiritual y por naturaleza inclinada a la rectitud y meditación, es evidente que tenía conocimiento del Antiguo Testamento y de los convenios y las promesas que Dios había hecho a Israel. Sin duda era una persona seria, con todas las cualidades inherentes al que recibe un llamamiento de Dios. Sin duda, María fue el producto de años de obediencia a las leyes del Señor; su mentalidad y carácter fueron moldeados por la influencia del Espíritu Santo desde su niñez.
El élder Bruce R. McConkie, del Consejo de los Doce, ha dicho:
«Así como hay sólo un Cristo, así también una sola María. Y así como el Padre escogió al más noble y recto de todos sus hijos espirituales para que viniera a esta vida terrenal y fuera su Unigénito en la carne, de esa misma manera podemos deducir que seleccionó a la más pura y digna de todas sus hijas espirituales para ser la madre terrenal de su Hijo Eterno.» (Doctrinal New Testament Commeniary, por Bruce R. McConkie. Bookcraft, Jnc., 1965, vol. 1, p. 85).
Los escritos apócrifos de principios de la era cristiana presentan el significativo y muy repetido tema del período de preparación espiritual en la vida de María, durante los años anteriores a la concepción de Jesús; hablan de que recibió instrucción de los ángeles y de que tuvo otras manifestaciones espirituales. (Véanse los capítulos 1 y 4-9 de The Lost Boofa of the Bible, New York; también «The Gospel of Bartholomew», parte 2, en The Apocryphal New Testament). Se dice que también ocurrieron estas manifestaciones antes de la visita del ángel Gabriel.
Por supuesto que muchos de los detalles de estos escritos no son correctos; aun así, probablemente sea correcta la idea de que, durante algún tiempo, María haya recibido preparación y educación espiritual antes de que el Padre se le manifestara personalmente.
Aunque Jesús fue el Hijo literal de Dios, cuando pequeño fue necesario cuidarlo y enseñarle tal como se hace con otros niños. Eso era necesario porque un velo había cubierto su mente al nacer, oscureciendo temporalmente su memoria con respecto a su existencia preterrenal. Lucas nos dice que Jesús aumentó en sabiduría durante su juventud (Lucas 2:52) y en Doctrinas y Convenios se indica que en la carne «no recibió toda la plenitud al principio, mas recibía gracia por gracia.» (D, y C. 93:12). Esa es la misma idea del élder James E. Talmage: «Sobre su mente había descendido el velo del olvido que es común entre todos los que nacen en la tierra, velo por medio del cual se apaga el recuerdo de la existencia primordial.» (Jesús el Cristo, p. 117) El presidente J. Reuben Clark, hijo, también hace un razonamiento similar en uno de sus libros. Este factor sólo hizo más inmensa la responsabilidad de María y José.
Cuando consideramos la profunda influencia que una madre tiene en la personalidad y actitud de un hijo, podemos imaginarnos la enormidad de la tarea que nuestro Padre Celestial encomendó a María, al confiarle la crianza de su escogido y amado Hijo. Esto requería la adecuada habilitación de la joven, tanto en la existencia preterrenal como durante sus primeros años en la vida mortal. Aunque había recibido la asignación en la vida preexistente, María no hubiera sido digna de dar a luz al Hijo de Dios y darle un cuerpo de carne y huesos, si no se hubiera conservado limpia y pura en la vida terrenal.
¿Y qué decimos de José? ¿Qué clase de persona seleccionaría el Padre para esposo de María, guardián y modelo terrenal de Jesús? Las Escrituras no están del todo vacías tocante a este asunto, aun cuando hay pocas referencias sobre el mismo. Siendo que el padre debe enseñar principios correctos tanto por precepto como por el ejemplo, y a la vez ser un consejero, debemos llegar a la conclusión de que nuestro Padre Celestial hizo una cuidadosa selección cuando eligió a José. En las escrituras se evidencia que José era espiritualmente sensible y de una bondadosa disposición. Fue susceptible a la dirección divina, a través de la ministración de ángeles y por medio de sueños (véase Mateo 1:20; 2:13, 19, 23); no quería avergonzar a María ni tampoco «infamarla» (Mateo 1:19). Además, sería de esperarse que José poseyera ciertas cualidades morales, intelectuales y sociales, de acuerdo con su importante asignación.
María y José tuvieron cuidado de obedecer todos los mandamientos que les fueron dados. La ley de Moisés requería muchas ordenanzas y obligaciones, incluyendo la regla de que los varones debían ser circuncidados a los ocho días de nacidos, como seña] del convenio que el Señor hizo con Abraham. Además, cuarenta días después del nacimiento de un varón y ochenta días en el caso de una niña, la madre debía ofrecer un sacrificio especial, un cordero, o dos palomas o tórtolas respectivamente.
La ley también manifestaba que el primer varón debía ser santificado ante el Señor y ser presentado a Él, no en sacrificio sino a su servicio (véase Éxodo 13:1-2, 11-15). Otra regla era que cada hombre debía ir con frecuencia al lugar del templo para hacer sacrificios y ofrendas y adorar al Señor (véase Deuteronomio 12:5-7,11-14).
El Nuevo Testamento da indicaciones de que José y María hicieron todas estas cosas. Circuncidaron a Jesús a los ocho días de nacido: «Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle a] Señor» (Lucas 2:22).
El que María haya ofrecido tórtolas en lugar de un cordero como sacrificio, es indicativo de su pobre condición financiera, y su «bajeza». Más adelante leemos:
«Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua» (Lucas 2:41). Aquí podemos observar que la disposición de los padres y guardianes terrenales de Jesús era de obediencia y espiritualidad,
Fue durante el tiempo de la pascua que Simeón, «justo y piadoso» conoció a José y María en el templo. Este hombre supo por el poder del Espíritu Santo que el niño Jesús era también el Cristo, y le dijo a María:
«. . . He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones.» (Lucas 2:34-35.)
Quizás María reflexionara muy a menudo sobre el significado de esas palabras, tanto antes como después de ser testigo del cumplimiento de las mismas y cuando vio a Jesús en la cruz. Pero no todo iba a suceder en un día o en un solo acontecimiento. Aunque ella fue un espíritu especial, el Padre no la hizo inmune a los dolores o consecuencias naturales de la vida terrenal; María supo de los problemas, las desilusiones y luchas que son tan característicos de esta vida terrenal.
En muchas maneras, José y María vivieron en tiempos difíciles, Judá sufría la esclavitud bajo Roma, y los Herodes eran monarcas crueles e insensibles. Los judíos se encontraban en la apostasía, hundidos por un formalismo rígido y una gran decadencia espiritual. A los líderes religiosos judíos de esa época se les conoce como «entre los que forman la parte más perversa del mundo. . . a causa de sus supercherías sacerdotales e iniquidades.» (2 Nefi 10:3, 5).
Fue en estas circunstancias que la dulce María, protegida por la espiritual ternura de José, dio a luz a su primer hijo y lo colocó en un pesebre. Las modestas circunstancias de esta pequeña familia, bendecida con la santidad especial del niño Jesús, presentaban un gran contraste con la total carencia de espiritualidad de un pueblo guiado por orgullosos y fanáticos fariseos, pomposos saduceos, rabinos exclusivistas y doctos escribas, conquistados por un imperio pagano, Isaías sabía de este contraste y predijo que el Mesías «subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca.» (Isaías 53:2).
Es poco lo que sabemos con certeza de la vida familiar y la niñez de Jesús, pero hay muchos indicios de su transcurso. Ya hemos observado que José fue un carpintero, y sabemos que Jesús siguió ese mismo oficio (véase Marcos 6:3), El ambiente hogareño era de obediencia al Señor, tal como lo enseñaba la ley. Fue posiblemente en su hogar que Jesús recibió sus primeras lecciones sobre la historia de Israel y el rescate de su pueblo por la mano del Señor; y sin duda alguna, fue también allí donde aprendió sobre las esperanzas y expectativas del futuro, que predecían las Escrituras. Cada semana, la preparación de sus padres para observar el día de reposo, su asistencia a la sinagoga, la observancia de días especiales y sus preparaciones anuales para asistir a la celebración de la Pascua en Jerusalén, eran objeto de impresionantes lecciones en el joven Jesús.
No sabemos cuántos otros niños hubo en la familia, pero el Nuevo Testamento nombra a cuatro varones y algunas niñas. Aquí los manuscritos griegos son de gran ayuda. Mateo habla de «todas» (en griego pantai) sus hermanas (Mateo 13:56), indicando que son más de dos. El término griego hai adelphia (las hermanas) se utiliza en los manuscritos significando pluralidad, o sea que había tres o más hermanas. Si el registro hubiera tenido la intención de transmitir que eran sólo dos hermanas, probablemente no se habría utilizado la palabra pantai sino tal vez amphoterai, que significa ambas.
Por lo tanto, la familia de José y María constaba de por lo menos cinco varones (incluyendo a Jesús) y por lo menos tres mujeres —ocho hijos— más los padres.
Se pueden considerar dos probabilidades al tratar de identificar a estos hijos. Algunos indican que eran hijos de un matrimonio previo de José y no de María; en cuyo caso Jesús sería el menor de todos, y sin conexión sanguínea con ellos. Este es un concepto popular en el mundo cristiano de la actualidad. Las ilustraciones de la «sagrada familia» por lo general representan a José mucho mayor que María.
Otro punto de vista es que fueron en realidad hijos de José y María, medios hermanos de Jesús, siendo El el mayor. Los dos puntos de vista tienen su base en las Escrituras, puesto que éstas se pueden interpretar de tal forma que favorecen a ambos. Sin embargo, Jesús está calificado como «primogénito» de María, lo cual es indicativo de que ella dio a luz a otros hijos después (véase Lucas 2:7). Otra razón que nos compele a creer que éstos eran hijos de María es que el primogénito de José con su primera esposa (suponiendo que la hubiera), debería haber sido el heredero al trono de David en lugar de Jesús.
Probablemente María viviera algunos años como viuda. La última mención de José aparece durante la Pascua en Jerusalén, cuando Jesús tenía 12 años de edad. Durante las bodas de Caná cuando Jesús tenía unos 30 años, se hace mención específica de que Él y María estaban presentes, pero no se menciona a José (véase Juan 2:10). Finalmente, en el tiempo de la crucifixión, se dice que María estaba junto a la cruz con otras mujeres, pero tampoco se habla de José. En esa ocasión fue que Jesús dio a su amado discípulo Juan el encargo de cuidar de su madre. (Véase Juan 19:25-27). El registro de estos acontecimientos sugiere el hecho de que María haya enviudado algún tiempo después de que Jesús cumpliera los doce años y antes de que comenzara su ministerio. (Véase también Mateo 12:46).
Una fuente apócrifa cuenta en forma muy dramática la muerte de José y la conversación que tuvieron Jesús y María tocante al asunto.
Es triste imaginar la viudez de María con una familia de niños, todos menores que Jesús. Si así sucedió, durante sus primeros años Jesús se habrá visto enfrentado a la responsabilidad de proveer ayuda a su madre viuda y a varios hermanos. Esto hace más significativa la declaración en las Escrituras de que el Señor es defensor de las viudas y padre de huérfanos. (Véase Salmos 68:5; 146:9; compárese con Santiago 1:27).
Los Santos de los Últimos Días no adoramos a María, pero la tenemos en un nivel muy elevado. Se encuentra entre las mujeres más nobles y dignas, la madre más privilegiada de todas; y aunque es una excepción, también resulta un ejemplo para todas las madres.
Si escuchamos, tal vez todavía podamos captar en nuestra imaginación el eco de las palabras del ángel: «¡Salve, muy favorecida!. . . bendita tú entre las mujeres» (Lucas 1:28). Y de la misma manera, oír la exclamación de María:
«Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.
«Porque ha mirado la bajeza de su sierva. . . desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones.» (Lucas 1:46-48).
























