Nuestro poder sobre Satanás

Conferencia General Octubre 1974

Nuestro poder sobre Satanás

ElRay L. Christiansen

por el élder ElRay L. Christiansen
Ayudante del Consejo de los Doce

Buscad la compañía del Espíritu Santo para resistir mejor el poder del adversario


Mis hermanos, me siento agradecido por la verdad que han revelado los profetas de Dios, tanto en las pasadas dispensaciones como en el presente. Tenemos la bendición de conocer perfectamente nuestro origen, y el propósito de nuestra vida mortal y destino.

Las escrituras nos enseñan que hemos vivido en el mundo espiritual antes de nacer a la mortalidad; o sea que vivimos en la presencia de Dios, que es literalmente el Padre de nuestro espíritu.

Cuando se llevó a cabo el gran concilio de los cielos, en el cual todos tomamos parte, el Padre presentó su plan para poblar la tierra y salvar al hombre. Entonces Lucifer quiso hacer un cambio: propuso destruir el albedrío del hombre y salvar a toda la humanidad, de modo que no se perdiera una sola alma. Lograría esto por medio de la fuerza y la coerción, negando a las personas el derecho de escoger.

Esta propuesta de compulsión fue rechazada por el Padre, y Satanás «se enojó, y no guardó su primer estado, y muchos le siguieron ese día» (Abrahan 3:28).

Todos tenemos que haber sido testigos de aquella trágica escena, cuando Lucifer—brillante y elocuente, pero sin la inteligencia como para aplicar en forma apropiada su conocimiento—se levantó lleno de odio en rebelión contra Dios (y junto, con él, un tercio de las huestes de los cielos). Todos ellos fueron expulsados de allí, y retuvieron sus malignos poderes para tentar y persuadir al hombre a desobedecer a Dios,

El plan del Padre, aceptado por Jehová, le daba al hombre el derecho de elección, para que pudiera fortalecerse por medio de su ejercicio y avanzar en conocimiento, sabiduría y justicia, conquistando sus debilidades y resistiendo las tentaciones. Entonces Dios dijo:

«. . .tomaremos estos materiales y haremos una tierra en donde éstos puedan morar;

Y así los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare.» (Abr. 3:24-25.)

Y agregó (y esto es lo más importante para todos nosotros):

«Pues, por motivo de que Satanás se rebeló contra mí, e intentó destruir el albedrío del hombre que yo, Dios el Señor, le había dado, y también quería que le diera mi propio poder, hice que fuese echado fuera por el poder de mi Unigénito;

Y llegó a ser Satanás, sí, aun el diablo, el padre de todas las mentiras, para engañar y cegar a los hombres, aun a cuantos no escucharen mi voz, llevándolos cautivos según la voluntad de él.» (Moisés 4:3-4.)

Hermanos, ¡la verdad es que Satanás vive! Incluso hay quienes han contemplado su diabólica majestad bajo la forma de un espíritu. El presidente Harold B. Lee nos advirtió de que no nos equivocáramos «sobre lo real que es su personalidad, aun cuando no posee un cuerpo físico. Desde el principio de los tiempos él y sus huestes han sostenido una lucha incansable por destruir el libre albedrío del hombre». Los que enseñan que él no existe o que sólo ha sido creado por la imaginación del hombre para asustar a la gente, o ignoran los hechos, o ellos mismos se han dejado engañar por él.

¿Cómo trabaja Satanás? ¿Cuáles son sus tácticas? Usando su conocimiento superior, sus extraordinarios poderes de persuasión, sus verdades a medias y sus absolutas mentiras, el maligno se vale de los espíritus que lo siguieron (y que son muchos), y de los mortales que han cedido a sus iniquidades; por medio de ellos mantiene una guerra sin tregua contra Jehová y sus seguidores. Si se lo permitimos, estos seres malignos tratarán de influir sobre nosotros para que nos rebelemos contra Dios y su obra. Así es como Satanás destruye las almas de los hombres.

Las escrituras nos dicen: “Satanás los excita para poder conducir sus almas a la destrucción» (D. y C. 10:22).

«Sí, les dice: Engañad y acechad para destruir; he aquí, en esto no hay daño…

Y así los halaga y los conduce hasta arrastrar sus almas al infierno; y así hace que caigan en su propio ardid.

Y así, va y viene, andando acá y allá sobre la tierra, procurando destruir las almas de los hombres,» (D. y C. 10:25-27.)

El adversario sabe que un pecadillo no se mantiene siendo pecadillo; él recibe a todos en su reino; primero nos convence de que cometamos un pecadillo y después nos ayuda a autojustificarnos. Nos induce a mentir, a robar, a engañar. A algunas personas las convence de profanar el día sabático, hasta que se acostumbran a hacerlo. Otros comienzan a beber alcohol «sólo para calmar los nervios». Las drogas, la maledicencia, la desobediencia a los padres y el engaño a los demás, todas estas son formas que él tiene de desviarnos del sendero recto. Él sabe muy bien que si dichas desviaciones continúan, darán como resultado pesares y pérdidas, y solamente nos conducirán a pecar más.

Sin duda, uno de los ardides más infames que utiliza es el de la falta de castidad. El poder de traer espíritus al mundo es un poder que hemos recibido de Dios, y si lo conservamos sagrado, nos traerá felicidad y bendiciones inmensurables. Pero si se ensucia y se profana usándolo en forma ilícita, sólo acarreará pesar, miseria moral y condenación.

Hace algunos años, la Primera Presidencia de la Iglesia publicó una advertencia dirigida a los santos y a toda la gente del mundo, contra los pecados de la incontinencia. Entre otras cosas decía:

«La doctrina de esta Iglesia es que el pecado sexual—las relaciones ilícitas entre hombres y mujeres—se puede comparar en su enormidad al asesinato. . . no es posible escapar los castigos y juicios que el Señor ha declarado contra este pecado. El día del juicio llegará, tan seguramente como la noche viene después del día.» (Church News, feb. 13 de 1952, pág. 16.)

Por lo tanto, ¿qué podemos hacer para resistir al maligno? Tengamos en cuenta que, en todas sus perversidades, el adversario no podrá ir más allá que lo que el transgresor se lo permita; y podemos obtener un poder absoluto contra ellas si nos adherimos fielmente a los principios del evangelio de Jesucristo. Además, los miembros de la Iglesia pueden tener la bendición del Espíritu Santo como guía y compañero, y cuando lo tenemos a El dentro de nosotros, Satanás se ve obligado a permanecer afuera. El estudio de las escrituras, la oración, el fiel cumplimiento de los mandamientos del Señor y de los deberes en la Iglesia, la consideración hacia los demás y el uso constante del programa revelado de la noche de hogar, todas éstas son cosas que nos darán la base para tener el Espíritu Santo como guía y protector, y para obtener paz y felicidad.

No puedo menos que temblar cuando me doy cuenta de la forma en que son tentados los hijos de Dios en nuestros días, especialmente los jóvenes. Pero tenemos confianza en ellos porque son espíritus escogidos. Esperamos que comprendan que Jesucristo es su mejor amigo y Satanás su enemigo, y que la felicidad sólo se puede obtener mediante la obediencia a los mandamientos de Dios. Tenemos la responsabilidad de ayudarlos a prepararse y alcanzar su divino destino. Pero si aun así, cayeran en los ardides de Satanás, sus padres, sus directores del sacerdocio y sus maestros tienen la obligación de tratar de alejarlos del peligro, conduciéndolos a terreno más seguro por medio del proceso del arrepentimiento.

Recientemente, nuestro amado profeta Spencer W. Kimball, hablando a una congregación de jóvenes, les aseguró que la forma de lograr un éxito espiritual sin precedentes que afecte su vida eternamente, es mantenerse alerta de la existencia, el poder y los planes de Satanás, y tener al mismo tiempo un testimonio vibrante y poderoso de Dios, del evangelio y de los planes de nuestro padre, que hemos recibido por medio de su Hijo Jesucristo y de los profetas vivientes.

Sí, mis queridos hermanos, Satanás vive; es real; es astuto. Pero debéis tener la seguridad de que Dios, nuestro Padre Celestial, reina sobre todos nosotros, y que es misericordioso y perdona a todos los que verdaderamente lo buscan.

«Pues cada uno recibe su salario de aquel a quien obedece.» (Alma 3:27.)

Os dejo mi testimonio de todas estas cosas, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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