Marzo de 1978
Reverencia
por el presidente Marion G. Romney
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
La reverencia es la esencia de la verdadera religión y está basada en la sinceridad. Cuando reverenciamos a Dios, tratamos con respeto todas las cosas que le pertenecen; y si no lo hacemos, estamos indicando que no somos reverentes.
Debido a que los Santos de los Últimos Días tenemos un conocimiento mayor de la naturaleza de Dios, deberíamos ser la gente más reverente del mundo, y creo que lo somos.
El orden es una parte de la reverencia, y así también lo es la limpieza; limpieza personal, en el vestir, en el hablar, en nuestros actos y en nuestros pensamientos. También la cortesía, el respeto por nuestros semejantes y otras virtudes similares, son parte de la reverencia. Si reverenciamos verdaderamente al Señor, sentiremos el deseo de hacer siempre Su voluntad.
Así como lo hizo con las otras virtudes, Jesús nos dio un gran ejemplo de reverencia. Observad la forma en que se dirigió a su Padre cuando nos enseñó a orar:
“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.” (Mateo 6:9-13.)
Considerad el deseo de Jesús de hacer la voluntad de su Padre, cuando trataba de persuadir a los judíos incrédulos de que Él era realmente el Hijo de Dios.
“…nada hago por mí mismo”, dijo, “sino que según me enseñó el Padre, así hablo…porque yo hago siempre lo que le agrada.” (Juan 8:28,29.)
La reverencia que Él tenía por el templo, la Casa de su Padre, hizo que lo purificara dos veces. Es verdad que el sufrimiento que padeció en Getsemanílo hizo exclamar:
“Padre, si quieres, pasa de mí esta copa.” Pero aun en esta agonía, le interesó más hacer la voluntad de su Padre que terminar con su sufrimiento, porque concluyó: “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).
Las primeras palabras que pronunció Jesús, las cuales están registradas en las Escrituras fueron:
“¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lucas 2:49.)
Sus últimas palabras desde la cruz fueron:
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.” (Lucas 23:46.)
Toda la vida del Salvador reflejó una constante reverencia hacia su Padre.
Los fieles Santos de los Últimos Días que son mayores, no tienen dificultad en ser reverentes. Se han esforzado toda su vida por entender y vivir el evangelio, de modo que el Espíritu Santo los ha preparado para que automáticamente puedan actuar con reverencia ante cualquier situación.
Los niños no nacen con los conceptos de los cuales deriva la reverencia, y estos conceptos no se desarrollan en ellos con rapidez. Algunos niños excepcionales desarrollan la reverencia sin que se la hayan inculcado; pero la mayoría la aprenden de acuerdo con la forma en que les enseñamos. Si son irreverentes en sus primeros años, es porque no se les ha enseñado correctamente. Es evidente que esta preparación se debe llevar a cabo en el hogar, en la escuela y. en la Iglesia, por lo que se debe llamar la atención de padres y maestros hasta que cumplan con esta importante responsabilidad que no se puede dejar de lado.
La meta principal es desarrollar en cada individuo la sinceridad, el conocimiento, la fe, el testimonió, y la autodisciplina que le ayudarán a ser reverente por su propia voluntad. Pero para comenzar, se debe enseñar a los niños hábitos de limpieza, cortesía, consideración y respeto mutuos, y también respeto por los lugares sagrados. Una vez que hayan aprendido hábitos y conducta apropiados, desarrollarán el verdadero arrepentimiento al obtener una comprensión más cabal de estas cosas.
En la conducta de los niños se refleja la enseñanza que reciben en el hogar, o la falta de ésta. Tiempo atrás llegó a la oficina de la estaca, donde su esposo iba a ser apartado como miembro del sumo consejo, una madre con cinco niños pequeños. Cada uno de estos niños se trepó en silencio a una silla, cruzó los brazos, y cerró los ojos. Estos pequeños no podrían haber sido más reverentes si hubieran estado en presencia del mismo Salvador.
Esforcémonos sinceramente por ser reverentes. La reverencia es una señal de madurez espiritual, fortaleza y nobleza.
























