Escuchemos a nuestros profetas

27 de Octubre 1978. Conferencia de Área en Montevideo, Uruguay

Escuchemos a nuestros profetas

por el élder Ronald L. Loveland
Supervisor de Área para el Obispado Presidente

Es una bendición estar en esta conferencia de área con vosotros, entre quienes tuve el privilegio de servir como misionero; ruego que el Espíritu del Señor esté presente mientras os hablo.

En nuestro estudio de las Escrituras, aprendemos que aquellas personas que siguen los consejos y las enseñanzas de los profetas, son particularmente bendecidas y disfrutan de una paz interior especial, de seguridad y felicidad. Además, cuando estudiamos las Escrituras nos entristece ver que tantos, tantos, no hayan creído en las enseñanzas de estos profetas y no hayan seguido su consejo.

A muchas personas, los profetas les parecían hombres extraños; también sus enseñanzas y consejos han parecido extraños a muchos.

Por ejemplo, la voz del Señor vino al profeta Elías, diciéndole que fuera a la ciudad de Sarepta en Sidón; se le dijo que allí había una viuda que cuidaría de él (es importante recordar que en ese tiempo había gran hambre en la región). Esta viuda era pobre, muy pobre, y estaba preparando una magra comida para ella y su hijo. Elías se le aproximó y le pidió un poco de agua; cuando ella se alejaba para traer el agua, él le pidió que también le trajera un poco de pan. La viuda le explicó su humilde condición, diciendo que sólo tenía un poco de harina y aceite para hacer una torta pequeña, la que apenas sería suficiente para ella y su hijo, y que después se morirían de hambre; Elías le prometió las bendiciones del Señor si sólo obedecía su pedido. Aun cuando éste le debe haber resultado extraño a la pobre viuda, hizo lo que se le pedía y recibió bendiciones especiales a causa de su obediencia.

Sí, las enseñanzas de los profetas a veces les parecen extrañas a algunas personas.

Cito otro ejemplo:

“Y sucedió que Enoc salió por la tierra, entre el pueblo, y subiendo a las colinas y los lugares altos, gritó en alta voz, testificando en contra de sus obras; y todos los hombres se ofendieron por motivo de él.

Y salían a escucharlo a los lugares altos, y decían a los que guardaban las tiendas: Quedaos aquí y cuidad las tiendas mientras vamos allá a ver al vidente, porque profetiza, y hay una cosa extraña en la tierra; ha venido entre nosotros un hombre furioso.

Y al hablar Enoc las palabras de Dios, la gente tembló y no pudo estar en su presencia.” (Moisés 6:37-38, 47.)

Sí, a veces los profetas parecían hombres extraños al pueblo. Muchos eran sabios y seguían sus consejos y enseñanzas, pero a menudo el creerles no era ni fácil, ni públicamente aceptable.

El profeta Abinadí compareció sin miedo ante el malvado rey Noé y sus sacerdotes:

“Y aconteció que cuando Abinadí acabó de hablar, el rey mandó a los sacerdotes que se lo llevaran y le quitaran la vida.

Pero había entre ellos uno que se llamaba Alma, también descendiente de Nefi. Y era joven, y dio crédito a las palabras que Abinadí había hablado, porque estaba enterado de la iniquidad que Abinadí había declarado contra ellos; por tanto, empezó a interceder con el rey para que no se enojara con Abinadí, sino que le permitiera ir en paz.

Pero el rey se irritó más, y mandó echar fuera a Alma de entre ellos, y envió a sus siervos tras de él para que lo mataran.” (Mosíah 17:1-3.)

Sí, a veces no ha sido fácil creer en los profetas y apoyarlos, y defender sus enseñanzas; pero han sido una bendición para las personas que creyeron en ellos, los escucharon y los obedecieron.

Estoy agradecido porque nuestro Padre Celestial nos ama, de la misma manera en que amó a las personas acerca de las cuales podemos leer en las Escrituras; en aquellos tiempos tenían profetas como hoy los tenemos entre nosotros, algunos de los cuales hemos sostenido levantando nuestra mano.

Expreso solemne testimonio de que ellos son profetas; son tan profetas como lo fueron Elías, Enoc, o Abinadí, y es una bendición estar en su presencia.

Hermanos, ¿seremos tan fieles como la viuda pobre al obedecer sus consejos? ¿Seremos como Alma, escuchando no sólo con nuestros oídos, sino también con nuestro corazón? Ruego que lo hagamos.

Doy mi testimonio de que el Evangelio es verdadero, que Jesús es el Cristo, nuestro Salvador y Redentor, y que hoy somos guiados por profetas vivientes, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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