Hagamos la voluntad del Padre

27 de Octubre 1978. Conferencia de Área en Montevideo, Uruguay
Hagamos la voluntad del Padre
por el presidente Spencer W. Kimball

Spencer W. KimballEstamos llegando a la conclusión de nuestra conferencia y ha sido maravilloso poder estar con todos vosotros, jóvenes y adultos.

Recuerdo cuando tenía aproximadamente seis o siete años de edad, el Presidente de la Iglesia, Joseph F. Smith, fue a Arizona, lugar donde vivíamos, y todos los niños formamos una larga fila para poder estrecharle la mano. Han transcurrido muchos años desde aquel entonces, y no he olvidado esa experiencia.

El Señor ha sido muy bondadoso con nosotros al brindarnos este buen clima y la oportunidad de llevar a cabo esta conferencia. Hay algunos asuntos de suma importancia sobre los cuales quisiera hablaros.

Recordaréis cuando el Salvador dijo: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46). En aquellos días quizás hubiera muchas personas que presumían por sus creencias, pero que no vivían los mandamientos. En Mateo encontramos:

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.” (Mateo 7:21.)

Cuando tenía aproximadamente ocho años de edad, mis hermanos mayores me asignaron la tarea de cuidar las vacas, las cuales tenía que ordeñar a mano cada mañana y cada noche. Pensé que era una pérdida de tiempo ese trabajo, de manera que decidí aprovecharlo de alguna manera. Mi padre me había dado algunas instrucciones en cuanto a cómo escribir a máquina, a fin de que pudiera escribir muchas de sus cartas, porque él era un hombre de negocios. Escribí los Diez Mandamientos y los Artículos de Fe en pequeñas tarjetas, que colocaba en el suelo, cerca del banquito donde me sentaba, y durante muchos años los practiqué de memoria. Me agradaría saber cuántos de vosotros habéis aprendido los Diez Mandamientos y los trece Artículos de Fe. No quisiera avergonzaros, pero me gustaría preguntaros si podéis repetir esos 23 importantes párrafos. No os avergoncéis, pero tened la bondad de levantar la mano si los habéis aprendido. Ahora, levantad la mano si los vais a aprender durante el próximo año. ¡Magnífico! Creo que si empezáis con los Artículos de Fe, os resultará un poco más fácil. ¡Qué maravilloso sería si cada jovencito los aprendiera de memoria, y pudiera repetir alguno de ellos en cualquier oportunidad en que se le pidiera! ¿Sabéis que esa es una de las cosas con las que el mundo tiene más problemas en la actualidad? No hay muchas personas que puedan repetir los Diez Mandamientos; son simplemente diez párrafos cortos, con excepción de uno o dos. Os ruego que los aprendáis, pues ello será una gran bendición en vuestra vida.

“¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”

Ahora, ¿cuántos de los presentes sois padres? ¡Magnífico! ¿Os sentáis con vuestros hijos los lunes por la noche para instruirlos concerniente a la doctrina de la Iglesia?

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”

Me gustaría ahora citar algunos asuntos más específicos.

El Señor dijo que toda alma necesita ser bautizada. En el tercer capítulo de Juan se nos dice cuando el Señor le estaba hablando a Nicodemo:

“. . .El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.” (Juan 3:5.)

A todos nosotros nos gustaría entrar en el reino de los cielos, ¿verdad? También nos gustaría llevar con nosotros a nuestros hijos, ¿no es así? Por lo tanto, asegurémonos de que cada uno sea bautizado a la edad adecuada. Permitidme leeros este párrafo:

“Y además, si hubiere en Sión, o en cualquiera de sus estacas organizadas padres que tuvieren hijos, y no les enseñaren a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, cuando éstos tuvieren ocho años de edad, el pecado recaerá sobre las cabezas de los padres.” (D. y C. 68:25.)

Entendamos que eso no significa simplemente bautizarlos, sino enseñar a los hijos a fin de que lleguen a saber todo acerca del bautismo, del Espíritu Santo y de todos los mandamientos. Algunas personas piensan que los niños son demasiado pequeños para aprender cosas serias, pero no es así como pensamos los Santos de los Últimos Días. Si lleváis a cabo vuestra noche de hogar cada lunes por la noche y si enseñáis a vuestros hijos desde pequeñitos acerca del bautismo, del Espíritu Santo y de los mandamientos, cuando cumplan los ocho años ya estarán preparados para ser bautizados. Conozco algunas familias que se han preocupado de esto. Mi yerno y mi hija tienen siete hijos; él acostumbra a llevarlos al Tabernáculo como experiencia especial para ellos, de manera que comienzan desde tierna edad a prepararse para el día en que podrán entrar en las aguas del bautismo. ¿Por qué estoy haciendo referencia a esto? Porque recientemente vi algunas estadísticas de la Iglesia, en donde aparecen miles de familias de Santos de los Últimos Días que no han bautizado a sus hijos.

“¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” Simplemente no lo puedo comprender.

Cuando un niño ha sido bautizado por su padre, en el caso especial de los varones empieza a esperar ansiosamente su decimosegundo cumpleaños, ya que es la edad en que puede llegar a ser diácono. Lamentablemente y con tristeza vemos que hay miles de padres que no han visto a sus hijos llegar a ser maestros y dos años más tarde presbíteros. Hay miles de padres que no han dado a su propia carne y sangre, la estima necesaria para conferirles el Sacerdocio Mayor. “No todo el que me dice Señor, Señor”, o en otras palabras, no todo aquel que ostenta ser un miembro fiel, entrará en el reino de Dios.

Hermanos, ¿no es ésta la razón de nuestra existencia? ¿Podéis comprender por qué ningún padre debe descuidar esa responsabilidad? La madre debe ayudar también en esto, y las noches de hogar son el medio más valioso para ello. Sería maravilloso que el mismo padre pudiera bendecir, bautizar y ordenar a sus hijos al Sacerdocio. Mi padre lo hizo conmigo, y yo lo hice con mis hijos. Recuerdo que el bautismo del último de mis hijos se llevó a cabo en un canal donde aunque el agua estaba un poco sucia, igual lo bauticé.

El jovencito sigue avanzando de presbítero a élder; y al mismo tiempo será ordenado futuro misionero.

Os repito, hermanos, hay miles de jovencitos que no reciben el amor de su padre, al menos éste no se lo demuestra en sus actitudes. Todo padre debe verificar y asegurarse de que sus hijos hayan recibido las bendiciones a las cuales tienen derecho, de acuerdo con la edad. Las edades más importantes son ocho, doce, catorce, dieciséis y dieciocho años. Y repito nuevamente: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” De manera que espero que después de esta noche no haya una sola alma en Uruguay y Paraguay que haya fracasado en este asunto de tan vital importancia.

Ahora quisiera referirme a algo que es también de mucha importancia. Hay jóvenes que se alejan de su hogar a los dieciocho años de edad, ya sea a una misión, por razones de estudio, en busca de trabajo o por algún otro propósito. Un padre que verdaderamente ame a sus hijos no va a permitir que ninguno de ellos se vaya del hogar sin antes recibir una bendición paterna, y quizás aún su bendición patriarcal. Como veis, el padre tiene una tremenda responsabilidad; espero que hayamos aclarado este concepto lo suficiente.

Hermanos, es mucho lo que podemos hacer para guiar a nuestros hijos hacia la rectitud. Volviendo al tema de la noche de hogar, cada lunes por la noche, tan infaliblemente como la salida y la puesta del sol, debemos efectuarla; en esa ocasión, se reunirán el padre, la madre y todos los hijos, tanto adolescentes como pequeños; seguirán un programa preparado, cantarán, orarán y se turnarán en la presentación de los detalles del programa. No es bueno limitarse solamente a llevar a los hijos al cine o a otra actividad; en primer lugar, a veces las películas no valen la pena, y aun cuando fuesen sanas y buenas, su beneficio no se compara al de la noche de hogar efectuada por la familia.

Hermanos, cumplid con esto muy cuidadosamente, teniendo siempre en cuenta las palabras del Cristo: “¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”

Hay muchos aspectos que debemos considerar. Durante la noche de hogar, ¿estáis enseñando a vuestros hijos a pagar su diezmo, a ir a la oficina del obispo para buscar su recibo? ¿Ayunáis en el hogar? ¿Esperan ansiosos vuestros hijos el momento en que podrán empezar el ayuno, en vez de rehusarse a hacerlo? Hermanos, debemos cumplir con estas cosas muy rigurosamente.

Me gustaría recordar a los obispos y presidentes de estaca la importancia de visitar los hogares de los miembros; un buen obispo cuidará muy bien de ellos, y se asegurará de que todos tengan un maestro orientador que visite su hogar y les enseñe el Evangelio. Espero que los maestros orientadores hagan sus visitas con un programa planificado, que no vayan a las casas de los miembros simplemente para conversar; hay mucho para hacer y no podemos damos el lujo de perder el tiempo. En la misma forma vuestras esposas los visitarán como maestras visitantes, pues es la manera en que el Señor nos ha organizado. Estas cosas no fueron seleccionadas simplemente por alguien que deseaba ponernos a trabajar, sino que han llegado a nosotros mediante revelación. Recordad que “creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelará muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios (Art. de Fe N° 9).

Los padres deben llevar siempre a sus hijos a la reunión sacramental, la Escuela Dominical y la Primaria, pues esto es importante en la vida de los niños. Recuerdo que cuando tenía aproximadamente seis años de edad, en algunos calurosos días de verano, siempre iba con mi madre a la reunión sacramental; siempre me gustaba recostarme en su regazo cuando las reuniones se alargaban, al grado que llegué a estar pendiente de las reuniones sacramentales para dormir un poco; claro que con el tiempo, de algún modo logré vencer ese hábito.

Ahora, hermanos, hay algunos otros aspectos que debemos tener presente. ¿Cuántos lleváis a las reuniones una libreta de apuntes? Otra cosa que me gustaría mencionares el diario personal. ¿Hay alguno de vosotros que no haya empezado el diario de su vida? Deseo decirles a estos jovencitos que en mi oficina tengo 32 libros de aproximadamente cinco centímetros de espesor, y del tamaño de un libro regular, en los cuales he escrito todo acerca de los países que he visitado. No estoy poniéndome como un ejemplo perfecto, sino que os lo digo para que tengáis una idea de lo que podéis hacer. Si deseáis saber acerca de Egipto, puedo sacaros el libro y daros suficiente información acerca de dicha región, o acerca de nuestros viajes por Ur de los Caldeos en el río Eufrates, o Japón, Korea, China, India, Nueva Zelanda o Australia. Os aseguro que estos libros son riquísimos en su contenido, porque todo tenía demasiada importancia para mí como para excluirlo.

Hermanos, os he hablado acerca de cosas sumamente importantes de vuestra vida familiar y de la vida de vuestros nietos o bisnietos, ya que ellos por lo general seguirán el modelo de sus padres; y esperamos que tengáis presente los conceptos expresados, especialmente si no siempre habéis sido fieles a ellos.

La primera vez que vine a Uruguay no tenía la menor idea de que algún día pudiésemos tener una reunión de Sacerdocio y una reunión para las hermanas como las que hemos tenido. Esto me complace sobremanera y estoy muy orgulloso de vosotros, y pido que el Señor bendiga ricamente a cada padre e hijo aquí presente.

Hermanos, os amamos con todo nuestro corazón. Que Dios os bendiga a medida que continuéis llamándole “Señor, Señor”, pero haciendo todo lo que Él dice. El Evangelio es divino, ha sido revelado por Dios a los hombres, y con todo nuestro amor os lo repito una y otra vez, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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