Septiembre de 1978
Antecedentes históricos de Doctrinas y Convenios
por William E. Berrett
Uno de los aspectos: que distinguen a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es la afirmación de la continua revelación del Señor. Para los: Santos de los Últimos Días la revelación es un principio que, si es cultiva adecuadamente, ayuda a obtener con la Deidad la misma relación que ha existido en la tierra en otras épocas. De allí que la revelación no es algo que pertenece al pasado, ni finalizo con los últimos escritos bíblicos. Esta afirmación de la continuidad de la revelación no es una mera teoría; en la literatura de los Santos de los Últimos Días existe un libro, la mayor parte de cuyo contenido es presentado como revelación recibida en estos últimos días, y que se titula Doctrinas y Convenios. No se puede llegar a comprender el mormonismo sin saber lo que contiene este libro y la forma en que se dio a conocer; en sus páginas se encuentra la clave para llegar a la comprensión de los fundamentos de la Iglesia, la naturaleza de su organización y funcionamiento, y la motivación que existe en su peculiar historia y programa.
La historia del origen del libro de Doctrinas y Convenios se centra en el profeta José Smith. El comenzó a recibir revelaciones antes de los quince años de edad, y continuó recibiéndolas a intervalos irregulares por el resto de su vida.
Es difícil asegurar el tiempo o el momento preciso en el que José comenzó a recibir las revelaciones más importantes. Muchas de las revelaciones menores o menos importantes, no fueron registradas durante su vida. Sin embargo, podemos asegurar que para la primavera de 1830 el Profeta escribió muchas relacionadas con el Libro de Mormón, la restauración del Sacerdocio y el establecimiento de la Iglesia.
El 6 de abril de 1830, mientras se encontraba organizando la Iglesia, el Profeta recibió una revelación por la que se mandaba a la Iglesia guardar un registro fiel de todos los acontecimientos. (Véase Doctrinas y Convenios 21.) Así fue que Oliverio Cowdery fue apartado como “historiador de la Iglesia”. Durante la conferencia de la Iglesia realizada el 9 de junio de 1830 fue relevado, como consecuencia de otras obligaciones, sosteniéndose en dicha posición a John Whitmer. Lamentablemente, los registros llevados por estos hombres como historiadores son breves e incompletos. Desde la fundación de la Iglesia, el profeta José guardó fielmente un diario y recolectó varias cartas y documentos que llegaron a ser invalorables para la compilación y redacción que se hizo en el año 1838 de su “historia de la Iglesia”.
José continuó recibiendo revelaciones durante los años 1830 y 1831, las más importantes que registró. En el otoño de 1831, se dio cuenta de que estas revelaciones, junto con las que habían sido recibidas anteriormente, eran suficientes como para que se justificara su publicación en forma de libro. Teniendo presente dicho propósito, José llamó a los miembros del Sacerdocio a una conferencia que se llevó a cabo los días 1 y 2 de noviembre de 1831 en Hiram, Estado de Ohio; en esa ocasión presentó la moción de que su colección de revelaciones fuera aceptada como Escritura y publicada con el título de “Libro de Mandamientos”. Los registros no dejan entrever en forma clara cuán extenso fue el estudio que el grupo hizo de dichos escritos; no obstante, sabemos que hubo algún estudio, ya que las actas indican críticas de algunos de los miembros presentes. Parte de éstas se basan en una revelación recibida en dicha ocasión por José Smith, mientras se encontraba en presencia de la asamblea. (Es pertinente decir que la mayoría de las revelaciones recibidas por José Smith, tuvieron lugar a la luz del día y en presencia de otras personas; él no se retiraba a solas, a oscuros rincones o en medio de la noche para llevar a cabo sus contactos con el Todopoderoso, sino que oraba en la presencia de sus seguidores, quienes le veían y le oían. La respuesta recibida era dictada por el Profeta a su secretario mientras la escuchaba.) La revelación recibida en dicha ocasión, aparece ahora en el libro de Doctrinas y Convenios, como Sección 1. En el versículo 24 leemos:
“He aquí, yo soy Dios, y lo he proferido; estos mandamientos son míos, y diéronse a mis siervos en su debilidad, según su idioma, para que entendiesen.”
La palabra del Señor se encuentra en el idioma del Profeta. Si dicho idioma es inadecuado o incorrecto, y si se encuentra sujeto a errores de dicción y gramaticales comunes a la mayoría de nosotros, también podemos esperar que dichos errores tengan lugar en la revelación escrita, hasta que los mismos sean descubiertos y corregidos. Este elemento humano se encuentra presente en todas las revelaciones recibidas de Dios por parte de los hombres, tal como sucede con la Biblia. El poeta viste el mensaje de Dios con hermosos versos; el salmista le pone música, mientras que el escritor de prosa estampa su estilo indeleble. Así sucede con los escritos de Moisés, Isaías, Jeremías, Miqueas, Amos y Habacuc, quienes son diferentes en estilo y perfección de expresión, pero que en su totalidad expresan la palabra de Dios hablada mediante los profetas en su propio idioma, para que la humanidad pueda entender.
La persona que descubre errores gramaticales en las Escrituras antiguas o en las modernas, debe cuidarse de que esto no le lleve a menospreciar la verdadera palabra de Dios y terminar con la pérdida de su propia fe.
No existen evidencias de que ninguno de los reunidos en Hiram el primero de noviembre de 1831, oyera ninguna voz, viera ninguna luz, ni sintiera en su alma el impacto de las mismas ideas que fueron dictadas por el Profeta a su secretario como revelación. No es de extrañar entonces que haya quienes todavía duden de que los varios escritos presentados como mensajes divinos, sean revelaciones verdaderas del Todopoderoso. Algunas de ellas fueron una representación tan exacta de la forma de expresión del Profeta, que William E. McLellin desafió abiertamente a José, acusándolo de haber escrito de su propia inventiva, algunas de las revelaciones que él decía eran de Dios.
El desafío de McLellin, junto con el sentimiento de que hubiera otras personas que pudieran guardar un escepticismo similar, hicieron que el Profeta recurriera a la ayuda del Señor. En el registro no se especifica de qué manera oró él, si fue en secreto, o en presencia de otras personas, pero el resultado fue otra revelación:
“Y ahora, yo, el Señor, os doy un testimonio de la verdad de estos mandamientos que se hallan delante de vosotros.
Habéis puesto vuestros ojos en mi siervo José Smith, hijo; habéis conocido su lenguaje y sus imperfecciones, y habéis codiciado en vuestros corazones tener la sabiduría para expresaros en mejor lenguaje que el suyo. Esto también lo sabéis.
Ahora, escoged del Libro de Mandamientos, aun el menor de entre ellos, y nombrad al que de vosotros sea el más sabio;
O si entre vosotros hubiere alguien que pueda hacer uno semejante, entonces quedáis justificados en decir que no sabéis que son verdaderos;
Más si no podéis hacer uno semejante, estáis bajo condenación si no testificáis que son verdaderos.
Porque sabéis que no se encierra en ellos ninguna injusticia, y lo que es justo desciende de arriba, del Padre de las luces.” (D. y C. 67:4-9.)
El desafío mencionado es la única forma de probar la veracidad de una revelación y se puede aplicar a cualquier época.
Este es un desafío a todos los hombres inteligentes; y encierra en sí un verdadero ejemplo de simplicidad. Refleja la tan repetida presentación a la Palabra de Dios:
“. . .razonemos para que entendáis” (D. y C. 50:10).
McLellin, tal vez influenciado por otros, aceptó el desafío. Se retiró de la conferencia y en la soledad de su cuarto intentó escribir algo que se asemejara a una revelación del Señor. El 2 de noviembre hizo su reaparición ante la conferencia, y con lágrimas en los ojos pidió perdón al Profeta, a sus hermanos y al Señor. Él no podía escribir una revelación. A pesar de todos sus esfuerzos no pudo escribir nada que se asemejara a una revelación del Señor; y cualquiera que trate de hacer la prueba, llegará a la misma conclusión. El hombre que no se encuentra bajo la inspiración divina, puede escribir solamente los pensamientos presentes en su mente; y cuando tiene que escribirlos, descubre que se trata de ideas que la humanidad ha conocido por mucho tiempo. Los escritos pueden contener valor literario o educativo, pero si no revelan nada nuevo, no son revelación. Por otra parte, si los escritos enriquecen al mundo con ideas e informaciones antes desconocidas, constituyen en sí una revelación cuya verdad debe ser aceptada y seguida.
La experiencia y testimonio de McLellin surtió un profundo efecto sobre la pequeña congregación de Hiram. Uno tras otro, los participantes se pararon y dieron su testimonio con respecto a la veracidad de las revelaciones que Dios había dado al profeta José. Después de esos testimonios, los hermanos reunidos autorizaron la publicación de las revelaciones del Libro de Mandamientos, y se nombró a Oliverio Cowdery para que fuera a Independence, Missouri, para supervisar la publicación.
Oliverio Cowdery no partió de inmediato. Se aproximaba el invierno, y atravesar 1600 kilómetros de praderas cubiertas de nieve no era una tarea fácil. No fue hasta el verano de 1833 que las hojas impresas del Libro de Mandamientos fueron compaginadas y dispuestas para su encuadernación. El trabajo en la vieja imprenta manual fue lento y tedioso; no había material para hacer las cubiertas, pero tampoco fue necesario porque éstas no llegaron a prepararse: El 20 de julio de 1833, un populacho irrumpió en el establecimiento, sacó la imprenta a la calle, desparramó los tipos y quemó la mayor parte de los papeles impresos. Uno de los élderes que se encontraba trabajando en la publicación, al ver el populacho que se aproximaba, se apresuró a recoger una cantidad de hojas apiladas del Libro de Mandamientos, que estaban listas para ser compaginadas, y escapando por la puerta trasera las escondió debajo de una parva de heno que había en un viejo granero. Por lo menos veinte de los ejemplares, fueron así preservados.
La publicación del Libro de Mandamientos se suspendió. Para el tiempo en que se adquirió otra imprenta, los santos habían sido echados del Distrito de Jackson; se recibieron numerosas revelaciones que no se encontraban en el Libro de Mandamientos, y existía por lo tanto la necesidad de hacer una publicación más detallada y completa. Con esta finalidad se formó un comité compuesto por José Smith, Oliverio Cowdery, y los consejeros Sidney Rigdon y Frederick G. Williams, el que fue llamado en la conferencia de agosto de 1834 para seleccionar y compilar un nuevo libro de revelaciones. Dicho comité presentó su informe durante la conferencia llevada a cabo el 17 de agosto de 1835 en Kirtland, Ohio; la colección de escritos presentados en la misma contenía otros asuntos además de las revelaciones, y se habían omitido algunos que no tenían efecto directo sobre los problemas de la Iglesia.
Allí fue donde se presentó un nuevo nombre para la colección, habiéndose elegido el de Doctrinas y Convenios, por considerarse que este título se adaptaba más a su contenido que el de “Libro de Mandamientos”.
El Libro de Mandamientos estaba destinado a alcanzar su publicación bajo circunstancias y auspicios muy diferentes de lo planeado en la conferencia de noviembre de 1831. De las varias copias de la impresión original, una fue a parar a manos de Wilford Woodruff, quien llegó a ser Presidente de la Iglesia y donó el ejemplar a la Biblioteca del Historiador de la Iglesia, donde se encuentra en la actualidad con otros ejemplares. Todavía hay algunos de estos libros que se pueden hallar en varias bibliotecas de coleccionistas.
El libro Doctrinas y Convenios, tal como fuera presentado en la conferencia del 17 de agosto de 1835, fue aceptado como Escritura por los miembros de la Iglesia allí reunidos, quienes indicaron su aprobación mediante el voto afirmativo.
La primera edición de Doctrinas y Convenios fue publicada durante el invierno de 1835: contenía 103 secciones, aun cuando las mismas no se encontraban en el mismo orden en que se encuentran en la actualidad. En 1833 se imprimió otra edición conteniendo 111 secciones. El profeta José trabajó en dicha edición hasta poco antes de su muerte.
La mayoría de las adiciones que se hicieron a Doctrinas y Convenios se encuentran en dos grandes ediciones, que son las de 1876 y 1921. En la edición de 1876 fueron agregadas 26 secciones. Las mismas contienen revelaciones y extractos de los sermones y cartas de José Smith, que habían aparecido en los diarios y publicaciones de la Iglesia, pero que no habían sido impresos en Doctrinas y Convenios. También se agregaron otras referencias especiales al pie del texto, el cual fue también dividido por primera vez en versículos.
Los cambios en la edición de 1921 fueron mayormente técnicos. Por primera vez apareció una edición en columnas dobles y se mejoraron las notas históricas al igual que las referencias.
En más de 140 años de existencia, el libro Doctrinas y Convenios ha sido impreso en muchos idiomas y en muchas localidades, Al igual que el Libro de Mormón, ha soportado la prueba del tiempo y el escrutinio de los críticos. Ambos libros confirman y se agregan a las otras Escrituras aceptadas. En la actualidad, casi cuatro millones de Santos de los Últimos Días consideran que contiene la palabra de Dios para las civilizaciones modernas.

























Muy buen resumen, muchas gracias fortaleció mí testimonio sobre doctrina y convenios.
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