Nuestras hermanas, desde el principio
por el élder Bruce R. McConkie
del Consejo de los Doce Apóstoles
(Discurso pronunciado durante la dedicación del monumento a la mujer, en Nauvoo, Illinois.)
«He aquí, herencia de Jehová son los niños.» (Salmos 127:3.)
“Cualquiera que comparta los momentos de goza de la vida con los niños… ayuda a que éstos llenen los primeros años de su vida con recuerdos de amor.” Hermana Barbara B. Smith.
A todas las madres en Israel, las hijas en Sión:
Siento una gran humildad ante esta oportunidad de dirigirme a vosotras; me siento honrado, y, al mismo tiempo, deseo someterme al Espíritu Santo para recibir de El guía y elocuencia, a fin de que lo que diga sea lo que el Señor desea. Quiero hablar de lo que han sido nuestras hermanas, desde el principio de los tiempos, y he tomado mi tema de las siguientes palabras de Alma:
«Y Él comunica su palabra a los hombres por medio de ángeles; sí, no sólo a los hombres, sino a las mujeres también. Y esto no es todo; muchas veces les son dadas palabras a los niños que confunden al sabio y al instruido.” (Al. 32:23.)
En todas las cosas espirituales, en todo lo relativo a los dones del Espíritu, en lo relacionado con la revelación, la obtención de un testimonio y las visiones, en todo lo concerniente a la santidad y a lo divino como resultado de una conducta recta y justa, hombres y mujeres ocupan una posición de absoluta igualdad ante el Señor. El no hace acepción de personas o de sexo, sino que bendice a todos los hombres y mujeres que lo busquen, lo sirvan y guarden Sus mandamientos.
El Señor es misericordioso e imparte de Su gracia a todos aquellos que lo aman, y se deleita en honrar a los que le sirven en justicia hasta el fin, sean hombres o mujeres. A ellos les ha prometido revelarles todos los misterios de Su reino; la comprensión de éstos irá más allá del velo, y a ellos Él les revelará cosas que el ojo mortal no ha visto, ni el oído ha escuchado, ni han entrado en el corazón del hombre. (Véase D. y C. 76:5-10.) Y al hablar así, me refiero tanto a hombres como a mujeres; desde luego, no vacilo en afirmar que desde el principio, éstas han poseído grandes talentos espirituales.
El Señor, en su infinita bondad y sabiduría, siempre ha estimado altamente a la mujer, la ha honrado y dignificado en Su reino terrenal y en Sus tratos con el hombre en una forma que algunos de nosotros quizás no podamos siquiera imaginar.
Desearía ahora invitaros a repasar conmigo algunas escenas que muestran a nuestras hermanas, en el presente, el pasado y el futuro, escenas que se encuentran o se encontrarán registradas en las Escrituras o en nuestra historia.
MARÍA, LA VIRGEN BENDECIDA
Encontramos a María en Nazaret de Galilea, una joven de alrededor de dieciséis años, que recibe la visitación del ángel Gabriel, el ministro angélico que sigue a Miguel en importancia en la jerarquía celestial. Gabriel ha venido para anunciarle:
«.. .concebirás… y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS.
. . .será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre.
El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. . . será llamado Hijo de Dios.” (Lu. 1:30-35.)
En mi opinión, María es una de las mujeres más grandiosas que haya vivido sobre la tierra, la hija espiritual de Dios, nuestro Padre. Ella fue escogida para proveer un cuerpo para su Hijo, que debía nacer en la carne como cualquier otro mortal.
Vemos a María trasladándose de Nazaret de Galilea a Belén de Judea, a fin de estar en el lugar donde, de acuerdo con la profecía, había de nacer el Hijo de Dios. La vemos llegar con el vientre hinchado y fatigada después de la larga jomada, y dirigirse a la posada, que consiste de un gran patio central para los animales, rodeado de cuartos donde duermen los viajeros. Todas las habitaciones están ocupadas, y la vemos ir con José a acostarse en un pesebre. Esa noche, Dios envía a su Hijo al mundo, y se oye cantar a los coros celestiales y a los ángeles rendir alabanzas.
La vemos después atravesar un largo período de dificultades, pruebas y agitación; viaja a Egipto con José y el Niño, y, sin duda, se quedan allí con parientes o amigos. La vemos de regreso en Nazaret, en su papel de madre que influye en los años de desarrollo del Hijo de Dios, que le enseña a caminar, a hablar, a aprender el credo principal del judaísmo y todos los demás requisitos religiosos que prevalecían entre los judíos. La vemos en Cana de Galilea, ejerciendo cierta influencia en una fiesta de bodas, e invitando a su hijo a hacer algo que daría comienzo a su ministerio de milagros.
Finalmente, la vemos de pie frente a la cruz, cuando su hijo le dice señalando a Juan, el discípulo amado: “He ahí tu hijo”, y a él, señalando a María: “He ahí tu madre” (Juan 19:26, 27). Desde aquel instante, Juan la lleva a su propio hogar.
Creo que en la conducta de María podemos ver un modelo de devoción y sumisión a la voluntad del Señor, que es ejemplo perfecto para todas las mujeres.
EVA, LA MADRE DE TODOS LOS MORTALES
A Eva también la coloco entre una de las mujeres más grandiosas que haya vivido o viva sobre la tierra. Como madre de todos los mortales, ella ha sentado el ejemplo en cuanto a criar a los hijos en la luz y la verdad. Eva recibió todas las bendiciones del Evangelio, disfrutó de los dones del Espíritu y preparó a su posteridad para que pudiera disfrutar de las mismas bendiciones.
Deseo llamaros la atención a la ocasión en que “Adán y Eva, su esposa, invocaron el nombre del Señor, y oyeron que les hablaba, la voz del Señor”; la oyeron, ambos (Moisés 5:4). A la ocasión en que Adán ofreció sacrificios; a la visita del ángel; y al momento en que Adán, el primer hombre profetizó todas las calamidades que destruirían a su posteridad. La escritura nos dice;
“Y Eva su esposa oyó todas estas cosas y se regocijó, diciendo:” —y en esta simple cláusula está el resumen de todo el plan de salvación y uno de los sermones más cortos, pero más grandiosos que se conocen— “Si no hubiese sido por nuestra transgresión, jamás habríamos tenido simiente, ni hubiéramos conocido jamás el bien y el mal ni el gozo de nuestra redención, ni la vida eterna que Dios concede a todos los obedientes.” (Moi. 5:11.)
Y a continuación el registro nos dice:
“Y Adán y Eva bendijeron el nombre de Dios” —no solamente el hombre, sino el hombre y la mujer—, “e hicieron” —ambos— “saber todas las cosas a sus hijos e hijas.
Y Adán y Eva, su esposa, no cesaron de invocar a Dios.” (Moi. 5:12, 16.)
En esta forma, desde el principio de los tiempos se estableció el modelo ideal para ayudar a las familias a perfeccionarse: hombre y mujer se unen para adorar al Señor, se unen para enseñar a sus hijos y para establecer una unidad familiar que se espera sea eterna, y pueda brindar la vida eterna a todos los que la merezcan.
A partir de este momento seleccionaré, en cierta forma puedo decir “arbitrariamente”, escenas que me complacen especialmente porque describen a la perfección el papel que tiene la mujer en el plan eterno.
REBECA, LA AMADA DE ISAAC
Creo que Rebeca es uno de los más grandes ejemplos que hay en las Escrituras, de lo que puede hacer una mujer para inspirar a su familia a la rectitud. Examinemos algunos de los acontecimientos de su vida:
“Yo oró Isaac a Jehová por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Jehová, y concibió Rebeca su mujer.”
La pareja tenía un gran problema: deseaban descendientes. En este caso se puso en práctica la fe de los dos, unida.
“Y los hijos luchaban dentro de ella; y dijo: Si es así, ¿para qué vivo yo? Y fue a consultar a Jehová.”
Fijaos que ella no le dijo a su marido: “Isaac, pregúntale al Señor tú, que eres el patriarca, el jefe de familia”, lo cual era él, sin duda alguna. Pero ella misma fue a consultar con el Señor, y obtuvo una respuesta:
“Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas; y un pueblo será más fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor.” (Gén. 25:21-23.)
Esto era como decir: “Yo, el Señor, te revelo a ti, Rebeca, el destino de naciones futuras, cuya simiente todavía está en tu vientre”.
Luego, “cuando Esaú era de cuarenta años, tomó por mujer a Judit hija de Beeri heteo y a Basemat hija de Elón heteo;
y fueron amargura de espíritu para Isaac y para Rebeca.” (Gén. 26:34-35.)
O sea, que Esaú se había casado con mujeres que no eran de la Iglesia, y no se había sellado en el convenio sempiterno que había sido revelado a Abraham; Esaú había decidido vivir de acuerdo con las normas del mundo, en lugar de cumplir las reglas de justicia que el Señor les había dado. Por este motivo, más adelante dice el registro:
“Y dijo Rebeca a Isaac: Fastidio tengo de mi vida, a causa de las hijas de Het. Si Jacob toma mujer de las hijas de Het, como éstas, de las hijas de esta tierra, ¿para qué quiero la vida?” (Gén. 27:46.)
Lo que en realidad quiso decir era: “Si Jacob se casa con mujeres como las que Esaú ha tomado, ¿de qué me sirve vivir?” E Isaac, habiendo recibido el aliento y el estímulo para enfrentar el problema y asumir su responsabilidad en el mismo, hizo lo siguiente:
“Entonces Isaac llamó a Jacob, y lo bendijo, y le mandó diciendo: No tomes mujer de las hijas de Canaán.” Esto significa, “No te cases con mujeres que no sean de la Iglesia.”
“Levántate, ve a Padan-aram, a casa de Betuel, padre de tu madre, y toma allí mujer de las hijas de Labán, hermano de tu madre.”
A continuación, le dio una bendición patriarcal, en la que le prometió todas las bendiciones de Abraham, su padre:
“Y el Dios omnipotente te bendiga, y te haga fructificar y te multiplique, hasta llegar a ser multitud de pueblos;
y te dé la bendición de Abraham, y a tu descendencia contigo…” (Gén. 28:1-4.)
Todo esto, por inspiración de Rebeca. ¡Ciertamente, una de las más nobles y gloriosas entre las mujeres!
LA VIUDA DE SAREPTA
Encontramos a la viuda de Sarepta sufriendo hambre en la época del profeta Elías. Este ha cerrado los cielos, y durante tres años y medio no hay lluvia ni rocío. El Señor le dice un día a su Profeta: “Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y mora allí; he aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente.”
Al llegar a Sarepta, Elías ve a una viuda recogiendo leña, la llama y le dice:
“Te ruego que me traigas un poco de agua en un vaso, para que beba.”
Al alejarse ella para hacerlo, él vuelve a pedirle:
“Te ruego que me traigas también un bocado de pan en tu mano.”
Y la mujer responde:
“Vive Jehová tu Dios, que no tengo pan cocido; solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija; y ahora recogía dos leños, para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo, para que lo comamos, y nos dejemos morir.”
A pesar de lo que la viuda ha dicho, el Profeta insiste:
“No tengas temor; ve, haz como has dicho; pero hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo.
Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite, de la vasija disminuirá, hasta el día que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra.”
Con esto, se pone a prueba la fe de la mujer; ella pasa la prueba, y la escritura dice:
“Entonces ella fue e hizo como le dijo Elías; y comió él, y ella, y su casa, muchos días.
Y la harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó, conforme a la palabra que Jehová había dicho por Elías.” (1 Reyes 17.)
Un tiempo después, el hijo de la viuda cae enfermo y muere, y Elías lo resucita.
Es extraordinario el ejemplo de fe y devoción al Señor que vemos en la vida de esta mujer, cuyo nombre ni siquiera conocemos. Cuando Jesús fue rechazado por los suyos en Nazaret, comparó la incredulidad de sus coterráneos con la fe de aquella desconocida israelita de la antigüedad:
“Y en verdad os digo que muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en toda la tierra;
pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón.” (Lu. 4:25-26.)
LAS DOS HERMANAS DE BETANIA
María y Marta, eran dos hermanas que hicieron un gran banquete en honor de Jesús, en el cual María ungió la cabeza y los pies del Señor con costoso perfume; Jesús visitaba su casa a menudo, donde se le atendía con gran solicitud. En una de esas ocasiones, mientras Marta se dedicaba a los preparativos para atender al Señor, María fue y se sentó a los pies del Maestro escuchando con atención Sus palabras. Entonces, Marta se quejó:
“Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.”
A lo cual Jesús respondió con dulzura:
“Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.
Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.” (Lu. 10:40-42.)
Marta y María eran dos maravillosas hermanas, cuyo hermano Lázaro fue resucitado de la muerte por el Señor. Fue Marta quien salió a recibir al Señor y le dijo:
“Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto.
Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará.”
Fue también Marta quien, con un fervor aún mayor que el de Pedro en Cesárea de Filipo (véase Mat. 16:13-16), testificó diciendo:
“Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.” (Véase Juan 11.)
¿Qué más podemos decir de estas dos extraordinarias mujeres, cuya fe era tan grande?
DELANTE DE LA TUMBA
Los autores de los evangelios, nos dicen que María Magdalena y otras mujeres acompañaron a Jesús y a los Doce Apóstoles en sus viajes misionales por Galilea. Encontramos este grupo, escuchando lo siguiente de labios del Maestro:
“El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres,
y te matarán; mas al tercer día resucitará . . .” (Mat. 17:22-23.)
Volvemos a hallar a estas mismas mujeres delante de la tumba abierta, con la intención de ungir el cuerpo del Señor con especias aromáticas; allí encuentran mensajeros angélicos que las tranquilizan:
“No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea,
diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día.
Entonces ellas se acordaron de sus palabras,
y volviendo del sepulcro, dieron nuevas de todas estas cosas a los once, y a todos los demás.
Eran María Magdalena, y Juana, y María madre de Jacobo, y las demás con ellas, quienes dijeron estas cosas a los apóstoles.” (Lu. 24:6-10.)
Además, fue a María Magdalena a quien apareció por primera vez el Señor resucitado. (Véase Marcos 16:9, y Juan 20:11-18.)
LAS MUJERES DE ISRAEL EN NUESTROS TIEMPOS
Al igual que en tiempos antiguos, también en nuestra época las hermanas en el reino son firmes pilares de fortaleza espiritual, servicio al prójimo, devoción a la verdad y rectitud personal. Lo mismo que sus hermanas de la antigüedad, han provisto cuerpos para los hijos espirituales del Padre; y en igual manera que ellas, crían a sus hijos en la luz y la verdad, y les enseñan a tener fe en el Señor y a guardar Sus mandamientos; su servicio a la humanidad no se limita a las paredes de su hogar, sino que su influencia llega a las altas esferas de la Iglesia, del gobierno, y de todo tipo de organización progresista que haya en el mundo.
En una revelación que el Señor dio a Emma Smith por intermedio de su esposo, el Profeta, estableció un ejemplo de lo que puede hacer la mujer de la Iglesia por ayudar a que se cumplan los propósitos de Dios en la tierra:
“Y tu llamamiento será el de consolar en sus aflicciones a mi siervo José Smith, hijo, tu marido, en espíritu de mansedumbre, con palabras consoladoras.
Serás ordenada bajo sus manos para exponer las Escrituras, y para exhortar a la Iglesia, según las impresiones de mi Espíritu.
Porque te impondrá sus manos y recibirás el Espíritu Santo, y dedicarás tu tiempo a escribir y aprender mucho.
Deléitese tu alma en tu marido y la gloria que él recibirá.” (D. y C. 25:5, 7-8, 14.)
El lugar de una mujer casada es su hogar donde ella puede apoyar y sostener a su marido; el lugar de la mujer es la Iglesia, donde puede exponer las Escrituras, escribir y registrar, y aprender muchas cosas que la beneficiarán; su lugar es aquel donde esté su prójimo, sea o no de la Iglesia, al cual puede prestar servicio; es donde pueda predicar el Evangelio y hacer obra misional. Su llamamiento es hacer el bien y enseñar la rectitud, dondequiera que se encuentre y bajo cualquier circunstancia.
Así es como vemos a las madres en Israel y a las hijas de Sión en nuestros días. Nuestras hermanas de hoy son como las mujeres fuertes y valerosas de antaño. Ellas luchan en contra de las influencias que tienden a destruir a la familia; están presentes en oficinas gubernamentales, e influyen en el voto para elegir a sus dirigentes; y asedian al Señor rogándole por la preservación de su familia y porque su mano misericordiosa guíe los destinos de las naciones.
Los poseedores del Sacerdocio no están solos para edificar el reino del Señor en estos últimos días. Y aun después que nuestras fieles, hermanas abandonan este mundo, continúan su labor entre los oprimidos y afligidos, hasta que la obra del gran Jehová alcance su gloriosa consumación.
NUESTRAS HERMANAS CELESTIALES
Finalmente, contemplamos la escena de las madres e hijas en Israel una vez que han alcanzado el reposo celestial, después de haber vencido al mundo, de haberse sobrepuesto a grandes tribulaciones, de haber hecho todas las cosas para las cuales fueron llamadas; entonces la voz del Señor les dirá:
”Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.” (Mat. 25:34.)
Es un principio eterno: el hombre y la mujer no pueden estar el uno sin el otro; en el Señor, ni el hombre puede estar sin la mujer, ni la mujer sin el hombre. Las mujeres son llamadas, al igual que lo fue Rebeca, para ser guías y faros para la rectitud en la unidad familiar, y para organizar y disponer todo de manera que el resultado sea la salvación de un número mayor de hijos de nuestro Padre Celestial.
Alabado sea Dios por el infinitamente maravilloso y glorioso sistema de unidad familiar que Él ha provisto para el género humano; este es el sistema mediante el cual el hombre y la mujer, pueden unirse y preparar cuerpos para los hijos de nuestro Eterno Padre, criarlos luego en la luz, la verdad y la rectitud, y prepararlos a fin de que sean dignos de volver a la presencia del Padre y ser herederos de vida eterna.
Cuán extraordinario es saber lo que sabemos, tener la seguridad que tenemos y el profundo sentimiento en nuestra alma, originado por el Santo Espíritu de Dios, de que juntos el hombre y la mujer pueden llegar a ser como Dios, nuestro Padre Eterno. Le ruego a El que así sea para todo nosotros.
























