Los descubrimientos de John L. Stephens sobre los mayas

Enero de 1979
Los descubrimientos de John L. Stephens sobre los mayas
por James S. Packer
(Recopilado por Norbert y Blenda Bensch)

El abogado de Nueva York John Lloyd Stephens, y el profeta José Smlth, no se conocieron, ni existe evidencia alguna de que el primero haya leído nunca el Libro de Mormón. Y, sin embargo, el logro más importante en la vida de Stephens llegaría a ser un testimonio material del libro traducido por el Profeta.

Todo comenzó en medio de la jungla hondureña, en un húmedo y caliente día de noviembre de 1839, cuando Stephens y sus dos ayudantes nativos desenterraron una estatua; Stephens escribió al respecto:

«Francisco encontró los pies y las piernas, y Bruno descubrió parte del cuerpo. El efecto que el descubrimiento tuvo sobre nosotros, fue electrizante.»

Alguien dijo que aquel día «vio la luz en América un nuevo mundo, una nueva ciencia: la arqueología». Su fundador fue John L. Stephens.

En esa época ya no eran ajenos para él los viajes ni la fama, puesto que había estudiado y escrito sobre Europa, el Cercano Oriente, Egipto, Arabia y la Tierra Santa. Pero todavía se sentía insatisfecho, y tenía visiones del pasado y la ansiedad de sumergirse en su propio destino.

El primer paso en esa dirección, lo dio en una visita que hizo a Londres, donde leyó los escritos de un capitán Del Río, titulados Descripción de una antigua ciudad, en los cuales relata su visita a las ruinas de una extraña ciudad de México, llamada Palenque. Más tarde oyó hablar de otra ciudad mexicana perdida, Uxmal; y en 1835, lo absorbió la lectura de un diario que describía las ruinas de la ciudad hondureña de Copan.

Palenque. Uxmal, Copan. Por la imaginación de Stephens pasaban nebulosas visiones de una civilización que había existido en América Central. Es asombroso, pero él fue el único de su época que se interesó en ella.

«En lugar de electrizar al público», escribió, «el artículo sobre Copan despertó escaso interés.»

A pesar de ello, hizo pública su intención de buscar esas ciudades. «¡Disparates!», criticaban por igual la gente del pueblo y los científicos. Los indios no podían haber salido jamás de su estado salvaje. En esos días, los habitantes de los Estados Unidos podían creer en cualquier cosa menos en una «civilización india», pese a las evidencias obtenidas por los conquistadores, las cuales se ignoraban o se trataban como jactancias de los españoles para atraer la publicidad. Los eruditos y los historiadores se aferraron a sus ideas anticuadas, burlándose de los esfuerzos de Stephens.

En realidad, él contaba con muy pocas evidencias para oponer a estas afirmaciones, no obstante lo educado que era y la solvencia económica con que contaba. Esta falta de información, le hacía sentir algún escepticismo, pero sus esperanzas eran muy grandes como para dejarse vencer por el desaliento. Finalmente, en compañía de un amigo, Frederic Catherwood, se embarcó en dirección a América Central.

Su primera meta, Copan, era una insignificante aldea de chozas de barro. Pero ya estaban cercanos al descubrimiento. Un guía del lugar los condujo a través de la jungla hasta la ribera de un río; del otro lado, se levantaba una pared de piedra de treinta metros de altura: los límites de la antigua ciudad de Copan, y los comienzos de una nueva era en la historia. Después de atravesar rápidamente el río, treparon por la pared y se encontraron en medio de las ruinas de una civilización olvidada.

«Abriéndonos camino a través de la espesura», relata Stephens, «encontramos una columna cuadrada de piedra, de unos cuatro metros de altura, esculpida en los cuatro lados… eran obras de arte… algunas, similares a los mejores monumentos egipcios.

Según los historiadores, América estaba poblada por salvajes. Pero los salvajes jamás habrían podido levantar estas estructuras, jamás habrían podido esculpir estas piedras. Cuando les preguntamos a los indios si sabían quiénes lo habían hecho, su indiferente respuesta fue ‘¡Quién sabe!’

Tampoco los historiadores hubieran podido contestar mejor aquella pregunta. Mientras Copan y los mayas se elevaban hasta un nivel superior de arte y cultura, Europa se hundía en las tinieblas del oscurantismo. Aquéllos conquistaban la jungla y levantaban en Yucatán ciudades que eran como gemas preciosas en un collar; pero sus acciones y su historia eran para el Viejo Mundo tan Impenetrables como las selvas que los rodeaban.

Alrededor del 900 d. de J., los mayas desaparecieron del escenario histórico, súbita y misteriosamente; y durante 1.000 años Copan permaneció hundida en la espesa selva hondureña, hasta el descubrimiento de Stephens, en 1939.

Stephens y sus compañeros no pudieron verlo todo en esa oportunidad, pues la jungla era casi impenetrable; por lo tanto, se concentraron en estudiar los ídolos, o estelas, que encontraban a flor de tierra. Se trataba de enormes monolitos, cubiertos de increíble profusión de figuras esculpidas, tanto humanas, como de animales y flores. Estos monumentos, erigidos en memoria de acontecimientos desconocidos para nosotros, son una evidencia silenciosa del genio y el arte del pueblo maya.

Durante los dos años siguientes, Stephens y Catherwood se dedicaron a descubrir y examinar las ruinas de Copan, Palenque, Llxmal, Chichón Iza, y otros cuarenta sitios de la civilización maya. El misterio se hacía cada vez más profundo y Stephens estaba cada Vez más fascinado por él. Sobre las ruinas de Palenque, escribió:

«Allí estábamos, frente a los restos de un pueblo peculiar, pulido y educado, que había pasado por todas las etapas características del surgimiento y la caída de las naciones: alcanzaron su edad de oro, y luego declinaron y desaparecieron, completamente ignorados. Los eslabones que los unían a la familia humana se cortaron y perdieron, y esto es lo único que ha quedado de su paso por esta tierra. En la historia del mundo nada me había Impresionado más que el espectáculo de aquella ciudad, en una época grande y hermosa, y ahora destruida, desolada y perdida; descubierta por accidente, tapada por la maleza, y sin siquiera un nombre que la distinguiera.»

La dedicación de los dos exploradores es asombrosa. En lugar de quedarse cómodos y seguros en su casa, pasaron hambre, enfermaron de malaria, sufrieron los ataques de Insectos, extremas incomodidades, encuentros cercanos con la muerte. ¿Y qué lograron?

Stephens está considerado como uno de los grandes arqueólogos, y su contribución a la historia corre paralela a la del descubridor de Troya.

Desde nuestro punto de vista, la Importancia de sus hallazgos es mayor aún y, aunque él y el Profeta jamás se vieron, la historia del Libro de Mormón es visiblemente reforzada por el testimonio material de los descubrimientos de Stephens.

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