Septiembre de 1980
El inmutable evangelio de dos Testamentos
por Ellis T. Rasmussen
Deberíamos considerar muy cuidadosamente las enseñanzas del Antiguo y el Nuevo Testamento, basándonos en el amor, nuestro amor por Dios y el de los unos por los otros
Hay quienes creen que el Antiguo Testamento enseña y pone de manifiesto algunos conceptos y éticas teológicas algo toscos. Este concepto puede parecer lógico para los que creen que las religiones son simplemente instituciones sociales, que se han desarrollado y evolucionado a través de los siglos. Pero para aquéllos que ven la religión como teología revelada y como un código de ética divino con verdades absolutas y conceptos que siguen siendo correctos o incorrectos a través de las eternidades, el evaluar el Antiguo Testamento bajo este concepto no es ni lógico ni aceptable.
Entre los personajes del Antiguo Testamento se encuentran «malos ejemplos», y están allí simplemente porque siempre han sido malos, de la misma manera que ha habido buenas personas y costumbres de las cuales tenemos buenos ejemplos. Los escritores de los registros bíblicos fueron en verdad muy francos acerca de la gente y sus hechos, hayan sido éstos buenos o malos. En un aspecto, estos registros son desalentadores, pero por otro lado, realzan la autenticidad de todo el informe bíblico. Los escritores relatan fielmente tanto los vicios como las virtudes de los héroes y los villanos, la gente del pueblo y los reyes, los profetas y sacerdotes.
En algunos casos, donde se ponen de manifiesto las malas acciones, los escritores señalaron de inmediato los nefastos resultados que sobrevinieron como consecuencia de que no se siguieron las vías del Señor. En otros casos, los resultados y reacciones se registraron meses o aun años más tarde, según éstos surgían a la ley. Naturalmente, los lectores que leen episodios por separado no siempre descubren que éstos tienen consecuencias posteriores. A veces ni los investigadores pueden seguir el hilo de los acontecimientos para determinar si el resultado de los hechos se explica o no más adelante; por consiguiente, es posible que ellos saquen deducciones erróneas.
El violento relato acerca de la actitud de Leví y Simeón, tal como aparece en Génesis 34:25-31, es un caso donde las reacciones de la gente responsable no se revelan completamente hasta más adelante. Los sentimientos de Jacob hacia lo que habían hecho Simeón y Leví, y algunas indicaciones acerca de las consecuencias eternas que ello tendría, no se hacen saber al lector hasta unos cuantos capítulos más adelante, en Génesis 49:5-7.
Hay, por supuesto, casos en los cuales los narradores de los acontecimientos no hacen saber los resultados o consecuencias de actos violentos o hechos inmorales. Desafortunadamente, algunos lectores han supuesto que el hecho de que los escritores no comenten nada al respecto implica que era algo aceptable, lo cual es una suposición equivocada. No hay razón alguna para pensar que la inmoralidad de parte de alguien fue alguna vez aprobada o consentida por los profetas del Señor. Las leyes en contra de tales maldades eran conocidas en la antigüedad, se les dio énfasis en los Diez Mandamientos, Jesús las puso de relieve y se repiten en la profecía moderna.
Tampoco podemos suponer que debido a que alguien era un rey o un sacerdote, podía evadir la ley. Los relatos de los acontecimientos que sucedieron durante la vida de Moisés, David y muchos otros reyes y sacerdotes del antiguo Israel lo niegan. De hecho, es mucho más serio cuando son los líderes los que pecan; tal como Natán dijo a David:
«Mas por cuanto con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová…» (2 Samuel 12:14.)
En otras palabras, cuando los líderes de una institución que profesa cosas buenas dan un mal ejemplo, los demás hablan burlonamente de dicha institución. Debemos admitir que algunas personas prominentes del Antiguo Testamento fueron transgresores, incluyendo a las hijas de Lot, Judá, Rubén, Simeón, Leví, Sansón, Ahaz, Uzías y otros. En muy pocos casos conocemos las consecuencias que esas personas tuvieron que pagar por sus hechos; pero lo que se sabe debería hacernos meditar seriamente. No obstante, tenemos razones para creer que si conociéramos los detalles, sabríamos que, en verdad, todos tuvieron que enfrentar esas consecuencias. Después de todo, «hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo» relacionada con todas esas cosas. (D. y C. 130:20.) Considerando el lado positivo, hay grandes principios que se enseñan en el Antiguo Testamento. Jesús los utilizó durante su misión terrenal, los citó, y dijo a otros que los pusieran en práctica.
Por ejemplo, recordemos la ocasión en que Él había terminado de reprender a algunos de los fariseos por no conocer las Escrituras. (Véase Marcos 12:24.) Otro interrogador se puso de pie ostentosamente para saber cómo evaluaría Jesús las enseñanzas de la ley de Moisés preguntando:
«¿Cuál es el primer mandamiento de todos?
Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es.
Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus Fuerzas. Este es el principal mandamiento.
Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.
Entonces el escriba le dijo: Bien, Maestro, verdad has dicho, que uno, es Dios, y no hay otro fuera de Él;
y el amarle con todo el corazón, con todo el entendimiento, con toda el alma, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y sacrificios.» (Marcos 12:28-33.)
Estos grandes principios de amor se encontraron en el Antiguo Testamento, y aún se encuentran en nuestras versiones de Deuteronomio 6:4-5 y en Levítico 19:18. Véase más al respecto en Deuteronomio 10:12 y 30:6, así como en Levítico 19:34.
Pablo también explicó a sus hermanos romanos que había un principio que cubría todos los demás:
«No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley.
Porque: No adulterarás, no matarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor.» (Romanos 13:8-10.)
Pablo repitió lo que Jesús había dicho a sus conversos gálatas:
«…servios por amor los unos a los otros.
Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» (Gálatas 5:13, 14.)
Santiago llamó a este principio del Antiguo Testamento «la ley real». (Santiago 2:8.)
Sin embargo, hay muchos en la actualidad que piensan que estos mandamientos son enseñanzas del Nuevo Testamento. Es verdad que Jesús los originó, pero lo hizo mucho antes de la época del Nuevo Testamento, tal como lo podremos ver.
Por otra parte, en forma injustificada, a veces se le da mérito o se censura al Antiguo Testamento.
«Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.
Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos…» (Mateo 5:43-44.)
Alguien supuso que «aborrecerás a tu enemigo» se citó del Antiguo Testamento, y no es así, sino que se trata simplemente de una de esas «tradiciones verbales» que Jesús mencionaba de vez en cuando.
De hecho, en las revelaciones que el Señor dio a Moisés, podemos encontrar que le aconsejó hacer el bien a los enemigos:
«Si encontrares el buey de tu enemigo o su asno extraviado, vuelve a llevárselo.
Si vieres el asno del que te aborrece caído debajo de su carga, ¿le dejarás sin ayuda? Antes bien le ayudarás a levantarlo.» (Éxodo 23:4-5.)
Ya que Jesús dijo: «Yo soy quien di la ley» (3 Nefi 15:5), no nos sorprende en absoluto que encontremos enseñanzas del evangelio en el Antiguo Testamento. Por otra parte, podemos encontrar buenos ejemplos en la vida de muchos de los personajes del Antiguo Testamento, tales como Isaac, José, Jetro, Josué, Débora, Rut, Booz, Ana, Samuel, Jonatán y Natán.
Después de todo, el Señor del Nuevo Testamento era el Jehová del Antiguo Testamento, tal como lo testifican las Escrituras:
«Yo, yo Jehová, fuera de mí no hay quien salve.
Yo Jehová, Santo vuestro, Creador de Israel, vuestro Rey.
Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados.» (Isaías 43:11, 15, 25.)
«Y a los que te despojaron haré comer sus propias carnes, y con su sangre serán embriagados como con vino; y conocerá todo hombre que yo Jehová soy Salvador tuyo y Redentor tuyo, el Fuerte de Jacob.» (Isaías 49:26.)
No son solamente significativos los títulos de Redentor, Salvador, Rey y Creador, sino también el de Señor. Algunos lectores bíblicos conocen este hecho, pero otros no. Los israelitas a veces también utilizaban otros nombres a fin de evitar repetir el nombre sagrado Jehová. Un nombre que se utilizaba comúnmente como substituto era Adonai, que significa «mi Señor». Otro sustituto era Ha-Shem, el cual significa «El Nombre»; y hay también muchos otros nombres utilizados en el Antiguo Testamento, los cuales significan el Salvador. Un substituto interesante era Ha-Qadosh, Baruch Hu, lo cual significa «el Santo, bendito sea». Otro nombre que se utilizaba en la época de Cristo era
Meimra, cuyo significado es «mensaje» o «palabra». De esta manera, cuando Juan el Amado comenzó su relato del evangelio, él dijo en arameo: «En el principio era Meimra y Meimra era con Dios…»
Algunos distinguieron intelectualmente que Jesús es el YO SOY (Juan 8:58; Éxodo 3:14-15), y que el YO SOY (en hebreo Eheyeh) es gramaticalmente similar al EL ES (en hebreo Yiheyeh), que a su vez se parece a Yehovah. Y así, Jehová nacido en la carne fue Jesús. Pero la seguridad de que todo esto es verdad pertenece a aquellos que reciben el testimonio del Espíritu Santo, porque como dijo Pablo: «… nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo» (1 Corintios 12:3).
Una vez que podemos testificar de esta manera, somos capaces de apreciar que el evangelio de amor ha sido conocido en todas las dispensaciones. Deberíamos considerar muy cuidadosamente las enseñanzas del Antiguo y el Nuevo Testamento, basándonos en el amor, nuestro amor por Dios y el de los unos por los otros. Tal como Jesús dijo:
«Un mandamiento nuevo os doy:
Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.» (Juan 13:34. Véase también Jeremías 31:3; 1 Juan 4:7, 19; Oseas 11:1; Salmos 18:1-2, 97:10; Deuteronomio 11:1; Juan 14:15.)
Ruego para que la oración que Pablo ofreció en beneficio de los santos efesios sea también una respuesta en nuestro beneficio:
«Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo. . .
. . . para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor,
seáis pieriamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura,
y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.» (Efesios 3:14, 17-19.)
El Dr. Rasmusen, presidente del Departamento de Escritura Antigua de la Universidad Brigham Young, sirve como miembro del comité de correlación de adultos de la Iglesia.
























