Hazlo

Septiembre de 1980
Hazlo
por el élder Robert L. Simpson
del Primer Quorum, de los Setenta

Robert L. SimpsonSobre el escritorio del presidente Kimball hay un cartelito con un lema que simplemente dice: «HAZLO». Para nuestro inspirado Profeta la conveniencia personal está en segundo lugar; todo lo hace para satisfacer la conveniencia del Señor. Su ejemplo en el trabajo ya es como una leyenda, estableciendo la pauta que nosotros debemos seguir.

Mientras me encontraba en una base aérea de Wyoming durante la Segunda Guerra Mundial, en la reunión sacramental de nuestra rama se anunció que se llevaría a cabo una conferencia de rama la semana siguiente con la posibilidad de que nuestro presidente de misión estuviese acompañado de una Autoridad General de Salt Lake City. Al llegar a la conferencia de rama el siguiente domingo por la mañana, nos presentaron a la autoridad visitante, un hombre a quien ninguno de nosotros había visto antes: era el élder Spencer W. Kimball, el miembro más nuevo del Consejo de los Doce, cumpliendo  con una de sus primeras asignaciones. Su forma de ser era agradable, y su testimonio no dejaba lugar a dudas; sin embargo, expresó preocupación porque aquel llamamiento tan importante había recaído sobre él. Luego, con confianza renovada, dijo: «Hermanos, no sé exactamente la razón por la que el Señor me ha llamado, pero cuento con un talento que puedo ofrecer. Mi padre me enseñó a trabajar; y si el Señor tiene necesidad de un trabajador, estoy disponible». ¡Sí, el señor necesitaba aquel trabajador! Necesitaba un buen trabajador que estuviese preparado para asumir una responsabilidad importante en una época crítica.

Esta es la época, y un profeta que sabe trabajar se encuentra señalando el camino. Mas un hecho es cierto: Esta obra de los últimos días requiere que miles de nosotros estemos dispuestos a seguir el paso y el ritmo del Profeta.

Un profeta que trabaja solo no puede hacer mucho. Cada dispensación ha tenido la imperiosa necesidad de discípulos trabajadores y aptos, y el presidente Kimball está llamando al más grandioso ejército de trabajadores en la historia de la Iglesia. Consideremos juntos estos tres objetivos como punto de partida en nuestra preparación para mantener el paso de nuestro Profeta:

Primero, debemos estar mejor informados en cuanto a la doctrina; segundo, debemos estar más dispuestos a HACER; y tercero, debemos ser más accesibles a los dones del Espíritu.

Un gran maestro dijo: «Aquel que no lee, no aventaja en nada al que no sabe leer». La ignorancia en el evangelio es casi inexcusable en esta época de ilustración y modernas técnicas didácticas, especialmente entre aquellos de nosotros que nos hemos comprometido en las aguas del bautismo y que ratificamos ese compromiso al participar semanalmente de la Santa Cena.

En cuanto al objetivo número dos, estar dispuestos a obrar, siempre ha sido emocionante para mí reunirme con los misioneros de todas partes del mundo. ¿Es acaso conveniente que en la flor de la vida, dejemos por dos años los estudios, la familia, los amigos y los intereses personales, para responder al llamado del Profeta? ¿Conveniente? No. ¿Grato para el alma? Sí. Y cuando uno cree en algo, LO HACE.

Quisiera hacer una pequeña pausa y compartir algunas notas que hice mientras asistía a una función en las islas del Pacífico hace unas dos semanas. El consejo que se recibe del Profeta nunca debe tomarse a la ligera. La Estaca de Nukualofa, en Tonga, siguió el consejo del presidente Kimball de organizar coros en cada barrio y rama, y después invitar a sus vecinos a participar en esos coros. El mes pasado, la hermana Simpson y yo nos quedamos maravillados al presenciar el festival de coros de dicha estaca; todos los barrios participaron; una pequeña rama intervino con un coro formado por casi todos los miembros que la integran. Cada coro tenía también un buen número de personas que no eran miembros de la Iglesia. Por lo menos en uno de los coros, una tercera parte de sus integrantes no eran miembros; y en todos los coros había investigadores recientemente bautizados; casi todos ellos se habían bautizado como resultado directo de su participación en el coro; estaban vestidos de blanco y habían participado en numerosos ensayos. Fue una sobresaliente velada de estímulo espiritual y un extraordinario ejemplo de las bendiciones que se reciben cuando seguimos las instrucciones del Profeta. ¿Cuenta nuestro barrio o rama con un coro? ¿Estamos invitando a personas que no son miembros de la Iglesia, a participar con ellos? ¡HAGÁMOSLO!

Ya sabéis que contamos con más de siete mil barrios y ramas en la Iglesia. ¿Qué sucedería si cada uno de éstos se propusiera traer solamente una familia durante el próximo año? Tendremos doce meses para hacerlo. Podríamos invitar a un hombre y su esposa, y tal vez ellos tengan hijos. Si pudiéramos invitar a una familia de cinco personas a cantar con nosotros y llegasen a convertirse, podríamos multiplicar cinco veces 7.000, logrando un total de 35.000 conversos nuevos, aparte de todos los que se están convirtiendo por medio de la obra misional. Y estas son las recompensas que recibimos cuando hacemos lo que el Profeta nos ha pedido.

Aquellos que quieran ser candidatos a heredar todo lo que el Padre posee tienen que aprender desde el principio que una asignación de maestro orientador es más importante que cualquier programa de televisión o cualquier otro interés mundano. Cuando la voz apacible y suave del Espíritu se haga oír, HAGÁMOSLO y hagámoslo AHORA.

La sensibilidad espiritual es un don, dado libre y gratuitamente a todos los que están dispuestos a hacer el máximo esfuerzo. Es para aquellos que tienen el deseo de servir y el valor de dar el primer paso, aun cuando no parezca personalmente conveniente hacerlo; a medida que nos complicamos la vida con las cosas del mundo, desalentamos al Espíritu.

El Salvador enseñó con sencillez y belleza, mas las llamadas civilizaciones modernas han acarreado demasiadas frustraciones a nuestra vida. El ambiente social de la actualidad parece exigir en nuestras normas cierta sofisticación que con demasiada frecuencia es incompatible con objetivos eternos más importantes.

Días pasados íbamos mi esposa y yo caminando por una calle en Auckland, Nueva Zelanda, cuando llegamos a un lugar no muy retirado del muelle; allí nos detuvimos unos momentos mientras yo le relataba el incidente que se llevó a cabo en aquel mismo lugar durante mi primera misión. Todavía puedo ver en mi memoria una pareja maorí muy anciana que se encontraba junto con miles de otras personas, despidiendo al Batallón Maorí, que marchaba hacia el buque que lo transportaría a la guerra.

La pareja de ancianos se emocionó notablemente cuando uno de los jóvenes soldados se dio vuelta y los miró con una gran sonrisa. Por su conversación era evidente que se trataba de su bisnieto que partía a la guerra.

La suya sería una guerra atómica con equipo sofisticado capaz de matar a miles de personas, radicalmente diferente a las guerras maoríes del siglo pasado, en la que el viejo maorí participaba como joven guerrero de la tribu. Poco después el joven se había perdido de vista; y fue entonces cuando el anciano, mirando a su esposa, dijo (tal vez con un poco de ironía), «ka tahi kua pakeha tatou», lo cual significa, «parece que ahora somos civilizados».

¿Qué es civilización? ¿Qué es progreso? ¿Qué es lo importante y qué no lo es? Las Escrituras nos enseñan que las vías del Señor no son las de los hombres. Nada hay más cierto que esto.

De acuerdo con la palabra revelada de Dios, existe real y verdaderamente sólo un objetivo simple y general para este mundo, y es que logren la inmortalidad y la vida eterna todos aquellos que vienen a habitarlo en su jornada terrenal.

Como sabemos, la primera parte de la inmortalidad se ha logrado por medio del sacrificio expiatorio del Salvador. Todos, no importa la raza, credo o comportamiento, viviremos más allá de la tumba y disfrutaremos de este don que Dios nos ha otorgado incondicionalmente.

La posibilidad futura de vida eterna o exaltación simplemente requiere que el individuo obedezca las enseñanzas de Cristo y los principios del sacerdocio. Pero para lograrlo, cada persona necesita estar convencida o convertida a las disciplinas y reglamentos que hay que aprender y vivir a fin de alcanzar el objetivo supremo de toda la eternidad.

Más impresionante aún es la aceptación universal de las verdades del evangelio. El Salvador no excluyó a nadie de su círculo de influencia; y así es en su Iglesia actualmente. Conozco a un banquero en Boston que se apresura a llegar a su casa los lunes para la noche de hogar, exactamente como otro buen hermano que también conozco y tiene una pequeña granja en las montañas del Perú. Conozco a un padre que vive en la isla de Vavau, en Tonga, quien desempeña fielmente sus visitas en su canoa de remos; mas su fe no es diferente a la del joven ejecutivo de Londres, que disfruta de su trabajo y cumple fielmente con su asignación de maestro orientador. Ambos están dispuestos a HACER algo.

Aquel bisabuelo maorí tenía todo el derecho de poner en duda los verdaderos valores de la llamada civilización a la cual se le había sometido. Nuestra época de propulsión a chorro, de fuerza atómica y aparatos automáticos puede ser beneficiosa si se usa correctamente. Si los métodos complicados y el equipo automático pueden proporcionarnos más tiempo para enseñar a la humanidad los principios eternos de Dios, entonces hemos sido abundantemente bendecidos. Si únicamente nos permite «acelerar nuestro paso» en dirección opuesta, el adversario habrá ganado otra batalla.

Que seamos bendecidos con la habilidad de llegar al corazón de las personas y elevarlas, al HACER lo necesario para seguir al Maestro e imitar el ejemplo de su Profeta viviente sobre la tierra, es mi oración en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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