Tribulaciones

Marzo de 1980
Tribulaciones
Por Homer G. Ellsworth

«¡Miren, el niño es ciego! ¡No tiene ojos!» Incrédulas, las enfermeras se agruparon alrededor para ver al recién nacido, que empezaba a tomar el color de la vida después de su entrada en este mundo. Era cierto: él bebe era ciego, el lugar que debían ocupar los ojos estaba vacío. Habría que decírselo a los padres: la madre era una hermosa enfermera, y el padre un estudiante de medicina. ¿Cómo reaccionarían?

Al igual que el escritor del Antiguo Testamento, yo como médico, «he visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él» (Ecles. 3:10). También he visto y observado cuidadosamente la forma en que «los hijos de los hombres» han respondido a esos trabajos, a esas aflicciones que Dios ha permitido que tuvieran.

Es evidente que el Padre no nos ha prometido jamás inmunidad alguna contra la tribulación; en realidad puede que nos haya prometido justamente lo contrario, porque nos dice: «Porque el Señor al que ama, disciplina» (Heb. 12:6). Si estudiamos las Escrituras pronto veremos que todos aquellos que han estado cerca de Dios, como David que era Su amigo, han pasado por grandes tribulaciones.

Consideremos por un momento a Job, cuyo nombre es sinónimo de aflicción. Él había perdido su tierra, sus riquezas, sus amigos, sus hijos: estaba cubierto de llagas y con la piel llena de gusanos; y sin embargo, no flaqueó. Aun cuando su misma esposa al ver su tormento le sugirió que maldijera a Dios y muriera, su respuesta fue una reafirmación de su fe. A pesar de que este Profeta había demostrado una gran fe y rectitud. Dios no lo protegió de las tribulaciones, sino que su promesa a él como a lodos nosotros, consistía en bendiciones inconmensurables para toda la eternidad si era capaz de tomar decisiones correctas, mantener la fe y obedecer los mandamientos; también lo consolaría en sus sufrimientos, lo sostendría y tranquilizaría mientras se mantuviera firme hasta la muerte. Esta promesa se repite a lo largo de las Escrituras.

Mientras el Salvador estaba en la tierra, enseñó por medio de una parábola la necesidad de pasar por pruebas y salir vencedor. Habló de un hombre que había edificado su casa sobre la arena y de otro que la había edificado sobre la roca: cuando surgieron los problemas, el viento soplo y la tormenta las sacudió, una de las casas cayó, pero la otra permaneció. En este caso el factor preponderante eran los cimientos, como los cimientos de fe que sostuvieron a Job.

En nuestra dispensación, el profeta. Tose Smith, un hombre que estaba muy cerca de Dios, también fue probado a través de la tribulación. En la cárcel de Liberty había sido separado de su esposa y su familia, encadenado a la ‘pared de su celda por meses y sujetado a toda clase de privaciones; además, en dos oportunidades se le ofreció para comer carne humana. Finalmente, clamó a su Padre Celestial:

«Oh Dios, ¿en dónde estás? ¿Dónde está el pabellón que cubre tu escondite?

¿Hasta cuándo se detendrá tu mano…?»(D. y C. 121:1-2.)

En esa oportunidad Dios no le dijo a José que se le daría la libertad ni que se lo llevaría de regreso al seno de su familia; pero le prometió que no quedaría olvidado ni abandonado, y que «por todas estas cosas ganarás experiencia, y te serán de provecho» (D. y C. 122:7).

No, nuestro Padre no nos ha prometido inmunidad contra la tribulación; tampoco se lo había prometido a aquellos padres y al niño ciego. Pero ellos aceptaron al pequeño con amor, y lo cuidaron con ternura; y son más comprensivos, tienen más interés en los demás, son mejores cristianos, por haber respondido en la forma que lo hicieron a tan tremendo problema.

Recuerdo muy bien a una joven paciente que vi hace muchos años, y que había nacido sin un brazo. Al notar que en la breve historia que deben llenar los pacientes, donde aparece la palabra «ocupación», había escrito «secretaria», le pregunté: «¿Trabaja como secretaria?» «¿Le sorprende?», me respondió sonriendo. «Con Una sola mano puedo escribir a máquina tan rápido como muchas personas lo hacen con dos. Tan pronto como tuve el poder del entendimiento, mi madre me dijo que había nacido con una deformidad que podría ayudarme a ser más fuerte, pero que tendría que aprender a hacerlo todo con una sola mano tan bien como si tuviera dos. Jamás he considerado mi defecto como un impedimento para progresar.»

A través de los años he observado a esta joven paciente. Desde entonces tuvo que someterse a una operación cardíaca, después de lo cual tuvo un hijo al que cuida tiernamente. Su vida es ejemplo de una hermosa forma de responder a la aflicción, y estoy seguro de que Dios está complacido con ella.

Quisiera relatar ahora la historia de dos personas que reaccionaron en diferentes formas. Una de ellas era una paciente de treinta y seis años a quien llamaré María; cuando la operamos encontramos un cáncer que se había extendido por toda la cavidad abdominal. A la mañana siguiente cuando fui a verla, me preguntó: «Tengo cáncer, ¿verdad?» Contrariado, tuve que responderle que sí. A continuación me preguntó: «¿Cuánto tiempo de vida me queda?», a lo que le repliqué que era imposible predecirlo exactamente. Ella no quería que interpretara mal su pregunta, por lo que me aclaró que no tenía temor de morir.

María tenía un sentimiento de paz porque acababa de terminar un curso especial para los poseedores del Sacerdocio Aarónico que fueran mayores; se llamaba «Proyecto Templo». Me habló de su esposo y de su hija adolescente, que no habían sido activos en la Iglesia hasta que los tres habían empezado a asistir a aquellas reuniones especiales, al terminar las cuales el obispo les había asegurado que al cabo de seis meses podrían ir al templo a sellarse, si cumplían con los requisitos necesarios. El mayor anhelo de María era permanecer con vida en los próximos seis meses, a fin de poder ir al templo con su familia y ser sellados por la eternidad. «Si puedo vivir hasta cumplir con ese deseo, entonces moriré sin quejarme», solía decirme.

Mi paciente permaneció viva por seis meses; durante su estadía en el hospital siempre estaba alegre y parecía no sentir dolor, aun cuando su cuerpo estaba totalmente estropeado por una enfermedad que por lo general es extremadamente dolorosa y requiere grandes dosis de narcóticos. Pero ella no los necesitó, y murió pacíficamente y sin una queja. En Doctrinas y Convenios encontramos una descripción que hizo el Señor de este estado:

«Y acontecerá que los que mueren en mí, no gustarán de la muerte, porque les será dulce.» (D. y C. 42:46.)

Lo que hace que su muerte sea dulce, es su fe, su seguridad, su cercanía al Padre Celestial.

Al mismo tiempo que atendía a María, tenía otra paciente a la que llamaré Juana; tenía cuarenta y dos años y como María, tenía un cáncer en estado muy avanzado. Apenas se enteró de que su enfermedad era incurable, se mudó de su casa a un hotel y se dedicó a un estilo de vida totalmente opuesto a las enseñanzas del evangelio; empezó a ir a los bares y beber mucho, y también a tomar narcóticos. Según lo que ella misma decía, estaba «probando de todo antes de morir». Murió acosada por terribles dolores, gritando y maldiciendo a Dios. También en Doctrinas y Convenios encontramos una explicación para esto:

«Y los que no murieren en mí, ¡ay de ellos! porque su muerte será amarga.» (D. y C. 42:47.)

Lo que hace su muerte amarga es su falta de fe y de confianza en su Padre Celestial.

Estos son ejemplos de las formas de reaccionar de dos personas ante un mismo problema. Una de ellas comprendió la necesidad de que las personas tengan pruebas que les ayuden a desarrollar la humildad, la compasión y el aprecio por lo bueno y por lo hermoso; la otra, careciendo de esta comprensión, se alejó de su Padre Celestial y con ello hizo que fueran más pesados su carga y su dolor.

El Señor nos ha puesto en la tierra a fin de ser probados, a fin de que tengamos problemas para resolver, para que podamos desarrollar nuestra sabiduría y autodisciplina. La forma apropiada de reaccionar ante las dificultades es parte del desarrollo de nuestro carácter y mente eternos; de ahí que cuanto más maduros seamos y más conocimiento tengamos, más cerca estaremos de cumplir con el propósito por el cual vinimos a esta tierra. Si recorriéramos el camino de la vida sin problemas ni dificultades, haciendo todo lo que quisiéramos, seríamos débiles.

Cada uno de nosotros debe tener la determinación de ser mejor, a fin de ser digno de morar en la sagrada presencia de nuestro Padre Celestial y de servirlo al recibir la vida eterna. Cada vez que nos vemos en serias dificultades, es indispensable que nos analicemos íntimamente, determinemos cómo reaccionaría Jesucristo si estuviera en nuestro lugar y luego hagamos nosotros lo mismo, sea cual sea el precio momentáneo que tengamos que pagar por ello.

No deseamos volver a nuestro Padre Celestial con un alma débil; por lo tanto, cuando nos vemos enfrentados a la tribulación, arrodillémonos y pidámosle a Dios que nos dé la fortaleza para resolver nuestros problemas, o sobreponernos a ellos y soportarlos, en lugar de pedirle que nos los resuelva El. Evidentemente, Dios ha tenido un poderoso motivo para dar «trabajo… a los hijos de los hombres», a fin de que por medio de él adquieran experiencia.

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1 Response to Tribulaciones

  1. Avatar de Fran Fran dice:

    Hola que es tribulacion

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