Enero de 1981
El diezmo
Por el presidente Marion G. Romney
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
Mi sincero consejo para todos aquellos que reciban este mensaje es: Pagad vuestros diezmos y seréis bendecidos. El diezmo no es una ofrenda que queda librada a nuestra buena voluntad, sino que es una deuda por cuyo pago recibimos grandes bendiciones.
En la sección 104 de Doctrina y Convenios el Señor establece algunas de las razones por las que debemos pagar el diezmo.
«Porque conviene que yo, el Señor, haga a todo hombre» responsable, como mayordomo de las bendiciones terrenales que he dispuesto y preparado para mis criaturas.
Yo, el Señor, extendí los cielos y formé la tierra, hechura de mis propias manos; y todas las cosas que en ellos hay son mías.
Y es mi propósito abastecer a mis santos, porque todas las cosas son mías.
Pero debe hacerse según mi propia manera; y he aquí, ésta es la manera en que yo, el Señor, he decretado abastecer a mis santos, que los pobres serán exaltados, por cuanto los ricos se humillan.
Porque la tierra está llena, y hay suficiente y de sobra; sí, yo preparé todas las cosas, y he concedido a los hijos de los hombres que sean sus propios agentes.
De manera que, si alguno toma de la abundancia que he creado, y no reparte su porción a los pobres y menesterosos, conforme a la ley de mi evangelio, en el infierno alzará los ojos con los malvados, estando en tormento.» (D. y C. (104:13-18.)
Cuando realmente comencé a comprender el verdadero significado de esta declaración, me resolví a pagar el diezmo fielmente.
La ley del diezmo
Cuando se dio la declaración que aparece en la sección 104 de Doctrina y Convenios, los santos estaban bajo el mandato de compartir sus alimentos con los pobres y los necesitados; esto no era un diezmo, sino una forma de cumplir con la ley de consagración.
Cuatro años más tarde, en 1838, el Señor dio la ley del diezmo. En esa época la Iglesia estaba pasando por grandes dificultades económicas debido a que no tenía entradas de dinero, y fue bajo esas circunstancias que» el profeta José Smith recibió una respuesta a su súplica: «Oh Señor, indica a tus siervos cuánto requieres de las propiedades de tu pueblo como diezmo» (D. y C. 119: encabezamiento).
A esto el Señor le contestó:
«De cierto, así dice el Señor, requiero que todos sus bienes sobrantes se pongan en manos del obispo de mi iglesia en Sión,’
para la construcción de mi casa, para poner el fundamento de Sión, para el sacerdocio y para las deudas de la Presidencia de mi iglesia.
Y esto será el principio del diezmo de mi pueblo.
Y después de esto, todos aquellos que hayan entregado este diezmo pagaran la décima parte de todo su interés anualmente; y ésta les será por ley fija perpetuamente, para mi santo sacerdocio, dice el Señor.» (D. y C. 119:1-4.)
Una obligación legal con el Señor
De acuerdo con esa escritura, es evidente que el diezmo es una deuda que cada uno tiene con el Señor, como retribución por hacer uso de lo que Él ha puesto en la tierra y dado al hombre para su usufructo. El Señor, a quien debemos el diezmo, es el acreedor que tiene prioridad; si no tenemos dinero suficiente para pagar a todos nuestros acreedores, a El debemos pagarle primero que a nadie. Es posible que este concepto os sorprenda, pero es verdadero. No debemos preocupamos por los otros acreedores, porque el
Señor siempre bendice a la persona que tiene la suficiente fe para pagar su diezmo y le da la habilidad necesaria para «poder cumplir con sus responsabilidades económicas.
Yo considero el pago del diezmo como una segura inversión financiera. El Señor ha dicho a aquellos que lo pagan:
«… abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde.
Reprenderé también por Nosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová. . .
Y todas las naciones os dirán bienaventurados; porque seréis tierra deseable, dice Jehová de los ejércitos.» (Malaquías 3:10-12.)
La promesa de una recompensa material es universal; se hace evidente por el hecho de que el Salvador resucitado enseñó este principio a los nefitas y se verificó cuando más adelante los instruyó a que lo escribieran en sus registros, para que llegara a nosotros por medio del Libro de Mormón (véase 3 Nefi 24:10-12).
Protección contra el día ardiente
El pago del diezmo es también como un seguro contra incendio. Por medio de sus profetas, el Señor nos ha hecho saber que cuando El venga por segunda vez, habrá una gran conflagración. Malaquías hace referencia a ello en conexión con el pago del diezmo y las ofrendas.
«Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que» hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama.
Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada.» (Malaquías 4:1-2.)
Jesús citó esta profecía a los nefitas, tal como aparece en 3 Nefi 25:1-2, y, con una pequeña variación, también Moroni la mencionó a José Smith.
En una revelación dada en septiembre de 1831, el Señor hace referencia al día ardiente que acompañará a su segunda venida:
«He aquí, el tiempo presente es llamado hoy hasta la venida del Hijo del Hombre; y en verdad, es un día de sacrificio y de requerir el diezmo de mi pueblo, porque el que es diezmado no será quemado en su venida.
Porque después de hoy viene la quema… de cierto os digo, mañana todos los soberbios y los que hacen maldad serán como rastrojo; y yo los quemaré, porque soy el Señor de las Huestes y no perdonaré a ninguno’ que se quede en Babilonia.
Por lo tanto, si creéis en mí, trabajaréis mientras dure lo que es llamado hoy.» (D. y C. 64:23-25.)
Esto es así, y si lo creéis, pagaréis vuestro diezmo.
Yo sé por mi propia experiencia, y testifico acerca de ello, de que por medio del pago honesto del diezmo, se recibe paz, consuelo y seguridad. Si en alguna oportunidad no estáis seguros de lo que debéis, pagad un poquito más. Es mejor pagar más de lo necesario que no pagar lo suficiente.
Una bendición
Es mi deseo que el Señor os bendiga. Continuad siendo fieles en el pago de vuestro diezmo y no dejéis de cumplir con este mandamiento. No estamos aquí para vivir esta vida, sino que estamos preparándonos para la vida eterna. Cuando lleguéis al ocaso de vuestra vida y ya no necesitéis de las cosas de este mundo, será para vosotros algo maravilloso tener antecedentes en los que podáis respaldaros a fin de estar en la presencia de vuestro Padre Celestial, conjuntamente con las personas dignas de todas las épocas. Podréis ganar esta bendición observando fielmente día a día y año con año la ley del diezmo, así como los otros requisitos del Evangelio de Jesucristo.
Os doy mi bendición y oro a Dios, nuestro Padre Celestial, para que nos dé a todos la capacidad de vivir de manera tal que podamos cumplir el propósito de esta vida y regresar a su presencia.
Si anteponéis los placeres a Dios; si rebajáis vuestras normas para ponerlas de acuerdo con las demandas populares del mundo, preguntaos si esto complace a Cristo. Preguntaos si tal retro gradación os acercará más al propósito de la vida, que es el de llegar a ser iguales al Salvador.
Élder Mark E. Petersen
























