Diciembre de 1981
La Sociedad de Socorro me ayuda a progresar
Por Patricia W. Higbee
Tal vez hubiera continuado disfrutando de la Sociedad de Socorro sin darme cuenta de la forma en que me ha ayudado, si no hubiera sido por lo que sucedió una mañana fea y gris y por un comentario perspicaz que hizo mi hijita.
Al lavar los platos aquella mañana, miré hacia afuera por la ventana de la cocina. El cielo estaba cubierto de nubes oscuras y empezaba a nevar. Normalmente, un día así me hubiera hecho sentir triste; sin embargo, recordé las palabras de un himno favorito y comencé a tararear. Desde la mesa mi hija me dijo:
— ¡Hoy debe ser día de la Sociedad de Socorro!
— ¿Cómo supiste? —le pregunté —. ¿Me viste leyendo el manual?
— No, mamita —rió al contestar—, Es que estás cantando.
— ¿Cantando? ¿Qué tiene que ver que yo cante con el día de la Sociedad de Socorro? —le interrogué.
Me miró cautelosamente esperando mi reacción y me dijo:
— Los demás días estás de mal humor.
Tengo que admitir que la mañana no es la parte del día que me gusta más; sin embargo, espero que mi hijita haya exagerado al decir eso. Pero a pesar de su corta edad, se percató de que asistir a la Sociedad de Socorro me hace feliz. Eso me hizo pensar en por qué siento tanto entusiasmo con respecto a esta organización.
La hermandad y el servicio mutuo
La Sociedad de Socorro me ofrece disfrutar de una variedad de amistades. En las reuniones me complazco al conocer y aprender a apreciar a mujeres de toda edad, cuyo talento, inclinaciones políticas, historias, ideas y pasatiempos son muy distintos de los míos. Al conocer mejor a estas hermanas, siento mayor deseo de servirles así como también a sus familias.
Ya que la Sociedad de Socorro enseña que el servir al prójimo es una de las razones principales de su existencia, mis propios sentimientos con respecto al servicio han mejorado. Por ejemplo, hace unos años un hermano de nuestro barrio me mencionó que su esposa y varios de los hijos tenían gripe. Me compadecí y le pregunté, a fuerza de hábito, si podía ayudarles en algo. Me sorprendió cuando me respondió:
— Sí, puede traemos la cena mañana por la noche.
El día siguiente me lo pasé quejándome de que estaba desperdiciando mi tiempo al preparar una comida que el hermano mismo, estando bien de salud, podía preparar. ¡Qué contraste tan grande entre el sentirme así y el gozo que tuve hace poco mientras preparaba la cena para la familia de una hermana que estaba en proceso de recuperarse de una operación!
¿Qué sucedió entre estas dos experiencias que me hizo cambiar de actitud? Las lecciones de la Sociedad de Socorro con respecto al servicio caritativo me han ayudado; pero el ejemplo del servicio que prestan de buen grado las hermanas del barrio ha sido de mayor influencia. Hay tantas hermanas interesadas en servir que en ciertos momentos parece que hay que esperar turno.
La Sociedad de Socorro me da la oportunidad de mejorar los talentos que ya tengo, descubrir otros nuevos y aun de aprender a hacer cosas para las cuales demuestro muy poca aptitud. Por ejemplo, sentí gran satisfacción recientemente cuando alguien citó las palabras de Brigham Young: “Dejad que las prendas que adornan vuestra persona sean obra de vuestras manos.” (Discourses of Brigham Young, Salt Lake City, Deseret Book Co., 1977, pág. 214.) Ahora siento placer al coser ropa para mis hijos y para mí misma, aun cuando de joven no me gustaba hacerlo y nunca tuve talento para ello. Muchas de las habilidades que he desarrollado son resultado de las demostraciones que he presenciado en la Sociedad de Socorro.
No sé cantar; de hecho, cuando yo era jovencita, una de mis amigas dejaba de cantar cuando nos sentábamos juntas en la capilla, para que todos supieran que quien desafinaba era yo. Pero una vez, en un barrio se necesitó mi colaboración para tomar parte en un pequeño coro que iba a cantar en una reunión de preparación de la estaca. Al cantar aquel día, me di cuenta por primera vez de lo que significa entonar loas al Señor. Aunque todavía no canto bien, como resultado de las prácticas que se llevan a cabo en la Sociedad de Socorro, he sentido una felicidad que tal vez nunca hubiera conocido.
Muchas de las cosas que hacemos con nuestros hijos y que tienen éxito son resultado de ideas que otras hermanas han expresado en la Sociedad de Socorro. Por ejemplo, una contó que había criado a su familia durante años muy difíciles económicamente. Tuvieron que trabajar en el huerto para cultivar suficientes verduras para la familia, pero al mismo tiempo entretenía y enseñaba a sus hijos por horas contándoles historias relacionadas con el evangelio. Leía el Libro de Mormón, la Biblia, u otros libros de la Iglesia por la noche, y el próximo día podía narrarles las historias detalladamente. Sus esfuerzos alimentaron en bus hijos un gran amor hacia el evangelio y, al mismo tiempo, aprendieron a amar el trabajo. Ahora nosotros también relatamos historias relacionadas con el evangelio mientras trabajamos, pasamos algunos breves momentos especiales juntos, o mientras viajamos.
La espiritualidad fortalecida
Tal vez haya otros grupos en los cuales pudiera disfrutar de hermandad, desarrollar mi femineidad y mis talentos, así como aprender. Sin embargo, para mí hay una esfera final de influencia con la que ningún otro grupo puede compararse a la Sociedad de Socorro: el ahínco espiritual.
Cuando me fui a estudiar lejos de mi hogar, siendo aún una jovencita, y me enteré de que la Sociedad de Socorro se llevaba a cabo el domingo por las mañanas, rehusé participar creyendo que era sólo para mujeres mayores. Sin embargo, antes de que terminara el ciclo escolar, lo que más extrañaba cuando iba a visitar a mi familia era la espiritualidad que sentía al asistir a la Sociedad de Socorro. Aprendí a ayunar y a orar y a sentirme cerca del Señor, especialmente al preparar mis lecciones.
Ahora, cuando no estoy en armonía con el Señor, recuerdo aquellos días y siento consuelo al saber que puedo acercarme a El nuevamente si procuro hacerlo. La Sociedad de Socorro está organizada, planeada y se lleva a cabo por medio de la inspiración. Mi asistencia semanal me ayuda a vivir las leyes de Dios y a recibir su ayuda.
Hace algunos años tuve una conversación que influyó en mí para que me comprometiera a ser fiel en mi asistencia a la Sociedad de Socorro. Acababa de dejar mi breve carrera de maestra y estaba disfrutando de quedarme en casa. Mi amiga me preguntó:
— Si no regresas a tu trabajo, ¿no crees que estarás desperdiciando todos tus estudios?
Mis respuestas no la convencieron.
—Mira, te conozco —me insistió—. A ti no te gusta cocinar ni coser. Aun de joven nunca te gustó cuidar niños como a las demás. Eres una buena estudiante y te gusta la actividad. Te gusta estar con la gente. Te aburrirás después de pasar algunos años dedicándote a la casa.
— Bueno —le respondí con un aire de suficiencia—, tengo la Sociedad de Socorro.
— No me puedes decir que una reunión semanal te dará lo que necesitas fuera del hogar —protestó ella.
Desde entonces he descubierto que ambas tuvimos razón durante aquella plática. Me ha sido más difícil de lo que yo había pensado sentirme contenta en el hogar; pero el pertenecer a una organización que fomenta la hermandad y el deseo de prestar servicio, estimula la femineidad, desarrolla talentos, incita el deseo de aprender y aumenta la espiritualidad, me hace feliz. Y ciertamente, me ayuda a progresar.
























