Trazad vuestro curso en la vida

28 de marzo de 1981
Trazad vuestro curso en la vida
Por el élder Marvin J. Ashton
Del Consejo de los Doce

Marvin J. Ashton1Hace algunos años, en un perió­dico de Nueva Zelanda, apa­reció un artículo sobre una familia compuesta de los padres y dos hijos pequeños que se hicieron a la mar, partiendo para un largo viaje en un yate grande y bien equipa­do.

Al cabo de unos días, el barco encalló en un arrecife en la costa de Nueva Caledonia. Pero antes de que el yate zozobrara los cuatro ocupantes pudieron meterse en un bote salvavidas con víveres y una radio. Después de unas horas te­rribles, en la isla captaron su lla­mado de auxilio, y al poco rato fueron rescatados por un helicóp­tero de salvamento. Cuando ya todos estaban a salvo, y mientras los entrevistaban los reporteros, la señora repetía una y otra vez: «¡Hemos perdido todo! Todo se nos fríe en el barco, el dinero, la ropa y todas nuestras posesiones. ¡Y el barco no estaba asegurado! ¡Lo hemos perdido todo!»

Un filósofo moderno relató esta historia mientras comentaba la evidente falta de preparación de aquella familia. Hay mapas donde están señalados los arrecifes: es muy fácil sacar un seguro y es indispensable capacitarse en el arte de navegar antes de aventu­rarse a pilotear un barco en el océano.

Nuestro Padre Celestial desea, que progresemos sin sentir temor. No obstante, deseo haceros notar especialmente el final del pasaje de Escritura que da el tema a nuestra reunión: «…nos ha dado Dios espíritu… de poder, de amor y de dominio propio» (1Timoteo 1:2).

Al decir «dominio propio» pienso que se refiere a usar nuestro po­tencial para pensar, planear, tra­bajar y dirigir nuestro curso en los mares de la vida. Si somos inteli­gentes, nos prepararemos, ya sea para navegar serenamente o para los arrecifes, las tormentas y las aguas turbulentas.

Os contaré sobre una jovencita que había marcado su curso en la vida con anticipación. Un hermano que había sido llamado a integrar un obispado expresó su gratitud hacia su esposa diciendo: «Ella es en gran parte responsable por el curso que sigue mi vida. Cuando todavía éramos solteros, hace mu­chos años, la llevé a pasear a un lugar solitario donde estacioné el auto. Pero al hacerle algunos re­querimientos un poco íntimos e in­correctos, me dijo: ‘Toda mi vida he planeado casarme en el templo. ¡No trates de descalificarme!'» Ella se había marcado el curso a seguir antes de llegar a las aguas turbulentas. Ciertamente, para lo­grar el poder es necesario prepa­rarse; y si lo hacemos, no tenemos porqué temer. El presente y el futuro pertenecen a aquellos que logran el «dominio propio» y el po­der por medio de la preparación.

Recordemos el poder que ejerció la reina Ester, del Antiguo Testa­mento, para salvar a su pueblo.

Había un soberano que reinaba desde India hasta Etiopía. Un día hizo una fiesta para sus príncipes y cortesanos y llamó a Vasti, su es­posa y reina, para que se presen­tara ante ellos porque era muy hermosa; pero la reina rehusó. El rey se enfureció y la ira lo consu­mía; repudió a la reina e hizo que llevaran a su presencia a todas las hermosas doncellas del reino. Es­ter, una joven judía, fije también llevada ante el rey y encontró fa­vor ante sus ojos. La Biblia nos dice:

«Y el rey amó a Ester más que a todas las otras mujeres, y halló ella gracia y benevolencia delante de él… y puso la corona real en su cabeza, y la hizo reina. . .» (Ester 2:17.)

Pero uno de los cortesanos había convencido al rey de que lo autori­zara para destruir a todos los ju­díos del reino. Mardoqueo, tío de Ester, que la había criado, le hizo saber sobre la orden de extermi­nar a todo su pueblo, y le pidió que se presentara ante el rey y le su­plicara por la vida de los judíos. El rey todavía no sabía que Ester también era judía.

Esta acción era temeraria, pues el castigo por presentarse ante el rey sin haber sido invitado era la muerte, a menos que el soberano extendiera su cetro de oro a la persona que así desobedecía. No obstante, Mardoqueo le dijo a su sobrina: «. . . quién sabe si para esta hora has llegado al reino?» (Ester 4:14.)

A fin de ayudarla a prepararse, Ester pidió a todos los judíos y a todas sus siervas que ayunaran con ella tres días y luego dijo: «. . . entonces entraré a ver al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca» (Ester 4:16).

Al tercer día la reina se vistió con su ropa real y se presentó ante el rey. Él le extendió el cetro de oro y le preguntó: «¿Qué tie­nes… y cuál es tu petición?» Cuando Ester le habló del malvado plan de destrucción, el rey anuló las órdenes y «los judíos tuvieron alegría y gozo, banquete y día de placer» (Ester 8:17).

La reina Ester supo lo que era el temor más profundo, pero aún así pudo lograr su objetivo. Su po­der fue lo que salvó a su pueblo. Ella se volvió a Dios para que la ayudara, y pidió a su gente que usara el poder de la fe en su favor. Al hacerlo, ella misma encontró las fuerzas para seguir adelante sin temor y ejercer su poder con jus­ticia. Nuestro Padre Celestial ha dado igual poder a vosotras, jóve­nes de la Iglesia, y tenéis la capa­cidad de influir en aquellos que os rodean, sea para bien o para mal.

Os hablaré de una hermana vuestra en Australia. No se llama Ester, pero ella también influyó en un hombre para mejorarlo; y ahora como pareja están naciendo mucho bien allá. Después de una larga amistad, él pensó que había llega­do el momento de proponerle ma­trimonio. Como respuesta, la jo­ven le dijo: «Si nos casamos, ten­drá que ser en un templo». No siendo mormón, él preguntó: «¿Qué es un templo?» Lo supo; y tiempo después se casaron en el sagrado recinto. Hoy, esta mujer sigue siendo una influencia y con­tinúa junto a su marido, que es uno de nuestros excelentes presi­dentes de estaca.

Al igual que Ester, ella también ayuda a muchos Santos de los Últimos Días de su tierra a encontrar la salvación y el camino de regreso a su Padre Celestial, porque va­lientemente usó su poder femenino para influir para el bien.

Recientemente tuvimos por todo Estados Unidos cintas amarillas que flameaban como bienvenida para los cincuenta y dos rehenes de Irán. Uno de ellos, Jimmy Ló­pez, dijo al llegar a una ciudad de

Arizona: «¡No lo puedo creer! ¡Así son las cosas! Cuando todo se pone difícil, nos unimos.»

Los rehenes parecían animados por el mismo espíritu de amor que nuestro Padre nos ha dado a todos para compartir con los demás. A fin de que aumente, este espíritu debe usarse; no sólo usarlo por 52 estadounidenses prisioneros du­rante 444 días en Irán, sino día a día y hora a hora, por nosotros mismos, nuestras familias y nues­tros vecinos. Es preciso recordar siempre que esto se hace más difí­cil cuando no hay nada que nos lo recuerde.

La mujer que había naufragado se lamentaba de haberlo perdido todo, aun cuando su esposo e hijos estaban sanos y salvos a su lado. ¿Creéis que ella podría haber per­dido el sentido de sus valores y el espíritu de amor?

En la conferencia de abril de 1967 el presidente Tanner dijo: «Al mirar nuestra vida retrospectiva­mente, sea larga o corta, com­prendemos que lo que nos ha brin­dado más gozo fue haber hecho algo por alguien, sólo porque que­ríamos a esa persona.»

El mejoraros día a día demues­tra el espíritu de amor que tenéis como hijas de Dios; y el compren­der que no hay otra persona igual, que nadie es más importante, na­die más útil y valiosa que voso­tras, es una forma de magnificar ese espíritu.

Todos cometemos errores, pero cuando los corregimos, evolucio­namos mediante el proceso. El verdadero espíritu de amor no dis­minuirá lo que debemos sentir por nosotros mismos al mejorar y cambiar. El amor por los demás puede convertirse en ayuda para que actúen correctamente y logren el autor respeto.

Otro miembro de una presiden­cia de estaca dijo: «Mi esposa ha tenido mucho que ver con este llamamiento especial que he recibido. Cuando éramos solteros, yo era inactivo en la Iglesia; una noche cobré valor y le pregunté si quería .casarse conmigo. Ella me escuchó y no me contestó ni que sí ni que no, sino simplemente ‘¿Donde?’ Los meses siguientes los pasé tra­tando de enmendarme a fin de po­der llevarla al templo, puesto que ésos eran sus planes, y yo la que­ría lo suficiente para hacer que mis ideas coincidieran con las suyas; sabía bien qué tenía que hacer y hacia dónde encaminarme para es­tar junto a ella para siempre.

Se nos dice constantemente que amemos a nuestro prójimo; po­dríamos pasar horas anotando ma­neras de mostrar amor: con cum­plidos, amabilidad, con un pan ca­sero, una visita, un oído atento, etc.; pero no podemos elegir vues­tro camino ni marcároslo. Ese es vuestro derecho, responsabilidad y oportunidad.

Os sugiero que al sentir el espí­ritu de amor que Dios os ha dado, os auto examinéis y os fijéis metas alcanzables. Tomad lápiz y papel al principio de cada semana y anotad algunas formas en que podéis ex­presar vuestro amor a vosotras mismas y a otras personas. La pa­labra «amor» es muy vaga. A fin de cosechar sus beneficios, la pala­bra debe convertirse en acción. Al hambriento no se le debe compa­decer, sino alimentar. La joven que se siente sola no necesita una rápida sonrisa, sino alguien que le brinde amistad; a una madre can­sada no le aprovecha un «te quiero mucho», sino una ayuda eficaz en sus tareas.

Os sugiero que planeéis con cui­dado la demostración de amor; no lo hagáis como lo haría yo, o el presidente Kimball, o el presiden­te Tanner, sino como cada una puede hacerlo. Entonces el espíri­tu de amor será un don de Dios que se magnificará y llenará vues­tra alma con ese gran gozo del cual habló el presidente Tanner. Jesús lo dijo con estas palabras:

«Un mandamiento nuevo os doy. Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.» (Juan 13:14.)

En Doctrina y Convenios lee­mos: «Por tanto, sed fuertes desde ahora en adelante; no temáis, por­que el reino es vuestro» (D. y C. 38:15). Esta es una gran promesa.

El temor es un sentimiento pa­ralizador, un enorme obstáculo. Por el poder de Dios que tenemos con sólo pedirlo, podemos sobre­ponemos al temor y encontrar va­lor para seguir adelante. Sin em­bargo, empleando el autodominio debemos planear nuestra jornada por la vida.

Esto me recuerda al hombre que saltó dentro de un taxi exclaman­do: — ¡Apúrese, apúrese! Es tar­de.

El taxi metrista arrancó y partió a toda velocidad entre el tránsito.

De pronto, el pasajero dijo: — ¡Olvidé decirle a dónde iba!

— Ya lo sé, —respondió el cho­fer—. Pero no me puede decir que no me estoy apurando.

El fijamos de antemano las metas y marcar el curso que quere­mos seguir es tener «dominio propio.

Todo esto, el espíritu de amor con sus símbolos, abrazos, sonri­sas, bondades, servicio, y el saber que las personas valen más que las posesiones, da calor, luz y gozo a nuestra vida al recorrer el camino que nos lleva a la meta en el reino de Dios.

El Evangelio de Jesucristo es «la gráfica» que debéis estudiar al ha­cer planes; de él sacaréis la brújula y los mapas. Al igual que había mapas y gráficas disponibles para aquellas personas que naufraga­ron, pero ellas no les dieron impor­tancia, también vosotras podéis usar el evangelio o dejarlo de lado al trazar vuestro curso en la vida. Nuestro Padre Celestial os lo ofre­ce, pero no os forzará a tomarlo.

Deseo, jóvenes hermanas de la Iglesia en todo el mundo, que se­páis que confío en vosotras y en vuestro futuro. Nuestra época es maravillosa. Enfrentad el porvenir sin temor. Dios vive, os ama y desea que seáis felices. Trazad vuestro curso. Algunas tendréis que retrasarlo a partir de hoy. Ha­cedle los cambios y fijaos los come­tidos necesarios sin temor ni vacila­ción.

«Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de po­der, de amor y de dominio propio» (2 Timoteo 1:7).

Miro hacia el mañana, la próxi­ma semana, el mes que viene, el año próximo, con entusiasmo. Unidos a mí en el propósito de en­frentar nuestros mañanas con emo­ción y expectativa. Dios no sólo os ha guardado, joven generación, para enviaros a la tierra en estos tiempos, sino que todavía no os ha mostrado muchas de sus más gran­des maravillas. Tenéis el derecho de tomar parte en ellas con El.

Amad a vuestros padres, a vues­tros líderes, a vuestros amigos; os prometo que esto os traerá felici­dad. Quizás alguna vez penséis que alguien no merece vuestro amor, pero nuestro deber no es juzgar al prójimo, sino amarlo. Y al hacerlo, el amor por nosotros mismos y por los demás será una significativa recompensa.

Os ofrezco mi testimonio de que Dios vive y quiere que avancemos en la vida sin temor, con fortaleza, amor e inteligencia. Os doy mi tes­timonio de todas estas verdades de las que os he hablado. Os dejo mi amor y bendiciones, junto con las de todas las demás Autoridades Generales y las líderes de las Muje­res Jóvenes de todo el mundo, en el nombre de Jesucristo. Amén.

Gran parte del futuro está en nuestras manos… las de todas las mujeres del mundo. En esta época llena de tumulto, confusión y ansiedad, pero también llena de oportunidades, debemos recordar que a nuestras niñas también se las está poniendo a prueba. Criarlas y enseñarles es nuestro sagrado deber y responsabilidad.
Hermana Naomi M. Shumway

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