Mayo de 1982
El alcoholismo: ¿Hay esperanza?
James R. Goodrich
¿Pueden los amigos, los familiares, o cualquier otra persona hacer algo que sea beneficioso cuando un miembro alcohólico de la familia comienza a destrozar con su comportamiento importantes y significativas relaciones?
No hace mucho, nuestra familia asistió a los servicios religiosos de la Iglesia en una comunidad cercana y aún cuando gozamos de las reuniones, durante las actividades de los niños en la Primaria, sucedió algo que, aunque interesante, me dejó muy preocupado.
Cuando llegó el momento de cantar, la directora de música repartió dulces (caramelos) a los niños diciéndoles: “Esto es una píldora; al comerla, podrán cantar excepcionalmente fuerte y bien”.
Es cierto que el canto resultó un gran éxito; pero me preocupa la sutil lección que se enseñó sin querer.
Vivimos en una civilización cuya orientación gira en torno a las drogas; una civilización que ha producido una multitud de drogas tanto mal como bien empleadas: aspirina, remedios para resfríos o indigestión; nicotina, mariguana, alcohol, heroína; estimulantes, calmantes; y medicamentos para resolver todos nuestros problemas. La mayoría de la gente ha llegado a creer que nadie tiene porqué sufrir dolor o malestar y que cualquier problema —hasta el de aprender a cantar— puede solucionarse con un poco de polvo, una bebida, o una píldora.
No sólo las drogas ilegales son una grave amenaza para la salud, sino también las recetadas por el médico y las que se pueden comprar sin prescripción médica. Pero el problema más grave de todos se encuentra en el consumo del alcohol.
El élder Milton R. Hunter lo resumió muy bien cuando dijo:
“El diablo nunca ha encontrado, en la historia del mundo, una herramienta más eficaz para destruir la felicidad de los seres humanos que las bebidas alcohólicas.” (Vital Quotations, comp. de Emerson Roy West, Salt Lake City: Bookcraft, 1968, pág. 10.)
¿Qué tiene que ver todo esto con los miembros de la Iglesia, cuya Palabra de Sabiduría les insta a abstenerse del alcohol?
Aunque el porcentaje de miembros de la Iglesia que toman es menor que el de la población total, hay hermanos de ambos sexos que violan la Palabra de Sabiduría y optan por beber, a menudo con graves perjuicios para sí mismos y sus familias.
En mi trabajo he encontrado a muchos miembros de la Iglesia en las más tristes circunstancias. Un hombre, que tenía un serio-problema con el alcohol, me dijo:
“He perdido a mi esposa; después de rogarme sin éxito que me abstuviera de beber, se divorció de mí y ahora estoy solo. Ya nadie puede depender de mí, ni mis compañeros de trabajo, ni mi familia; lo he perdido todo.”
Otro dijo:
“Aun después de dejar inservibles dos automóviles a causa de los choques y someter a mi familia a pesadas cargas financieras por mis borracheras, no quise admitir que tomaba demasiado y me negué a buscar ayuda.”
Una hermana dijo llorando:
“Me da miedo volver a casa. Frecuentemente, mi marido ha llegado borracho y nos ha golpeado severamente, a mí o a uno de los niños. ¿Por cuánto tiempo podemos seguir viviendo así? Lo quiero y deseo que cambie. Por favor, ayúdeme.”
¿En dónde está la solución? ¿Pueden los amigos, los familiares, o cualquier otra persona, hacer algo que sea beneficioso cuando un miembro alcohólico de la familia comienza a destrozar con su comportamiento importantes y significativas relaciones?
Aun cuando no haya una solución específica para cada situación, la comprensión de los siguientes principios y pautas puede ser beneficiosa. Son muchas las razones que pueden influir en una persona para que pruebe el alcohol por primera vez: curiosidad, rebeldía, influencia de compañeros, incitación de medios publicitarios, etc. Sin embargo, algunos de los pasos que llevan a una persona a habituarse a la bebida y sus futuras consecuencias son:
- Se descubre el placer pasajero del alcohol. El efecto inicial del alcohol es una sensación de bienestar o euforia que ayuda a calmarse y alivia la ansiedad; ayuda a ser más espontáneo, amigable y libre de inhibiciones (desde el punto de vista del que está tomando). Es un cambio en la rutina.
Desgraciadamente, muchas de las malas consecuencias de este vicio no aparecen en seguida: En este hecho se encuentra el cruel engaño del alcohol.
- Se busca el prolongamiento del placer transitorio del alcohol. El alcohol es eficaz en crear una y otra vez agradables reacciones temporarias; por lo tanto, el alcohólico busca oportunidades para tomar. A medida que continúa tomando, posiblemente descubra que los sufrimientos emocionales como la soledad, el rechazo, el temor, la insuficiencia o el fracaso se mitigan gracias a la calma que el alcohol le produce. Como estos sentimientos dolorosos regresan con la sobriedad, se intensifica la necesidad de tomar.
- El cuerpo desarrolla tolerancia al alcohol. Con el tiempo, la persona encuentra que es necesario tomar cada vez más para poder crear el mismo efecto deseado. En esta etapa, el alcohólico puede jactarse abiertamente de ser muy “firme para el trago”.
- Se desarrolla una dependencia total de la bebida. La persona que toma llega al punto donde no hace nada sin la influencia del alcohol; por lo tanto, debe tomar para poder llevar a cabo sus actividades.
- Se comienzan a sufrir los efectos dañinos. La frecuencia y cantidad de alcohol que ingiere hacen que se destaquen aún más las inevitables consecuencias negativas. Así puede sufrir una disminución en la productividad y hacer que se deterioren las relaciones familiares. Quizás durante sus estados de embriaguez se involucre en un choque automovilístico o una pelea, diga o haga tonterías, cometa infracciones que lleven como consecuencia una multa o una sentencia de encarcelamiento, o maltrate a su esposa o a uno de sus hijos.
- Se sufre emocional o psicológicamente. A causa de los efectos descritos anteriormente, se pierde la autoestima, menudean los sentimientos de remordimiento y culpabilidad, y el tomador comienza a experimentar un intenso sufrimiento emocional.
- El alcohólico continúa tomando para escapar de las consecuencias de la bebida. Tristemente, las experiencias anteriores le han enseñado equivocadamente que la manera de aliviar los sufrimientos es seguir tomando; y así continúa el ciclo. La víctima se encuentra en un círculo vicioso, hundiéndose cada vez más. Lo que comenzó como una sensación de euforia se convierte en una pesadilla de sufrimientos psicológicos junto con agudos malestares físicos cuando no se ingiere alcohol. Frecuentemente se deprime, y puede pensar en suicidarse; experimenta una desesperación total y, sin embargo, irónicamente, sigue pensando en el alcohol, la misma causa del problema, como la única salida.
Aunque el tomador no acepte de buena gana ayuda de nadie, es casi imposible que él, de por sí, escape de ese círculo vicioso sin recibir la ayuda de los amigos, los familiares y el Señor.
Desgraciadamente, las acciones bien intencionadas de ansiosos familiares y amigos a menudo agravan el problema.
Consideremos, por ejemplo, el caso de un matrimonio de Santos de los Últimos Días, Juan y Susana, a los que asistí profesionalmente. Pocos años después de casarse, Juan comenzó a tomar. A causa del amor que sentía hacia él, Susana hizo todo lo que pudo para persuadirlo a que dejara de hacerlo. Le escondía la bebida o la billetera y se esforzaba por desviarlo de la influencia de aquellos amigos que tomaban. En muchas oportunidades, al llegar él borracho a la casa, lo disculpaba delante de las demás personas por su extraño comportamiento. Llamaba a su patrón dándole excusas:
“Juan tiene gripe; temo que no podrá ir a trabajar hoy.”
También comenzó a mentir a los niños diciéndoles:
“Papá tiene problemas en su trabajo y está bajo mucha presión.”
Muy pronto, los hijos se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo; y a causa del malestar que reinaba en el hogar, dejaron de invitar a sus amigos, y protegían a su padre ocultando o justificando su conducta.
Susana también tenía vergüenza de hablar con el obispo. ¿Cómo sería posible admitir que su marido tomaba?
Esta historia, o una parecida, se presenta repetidamente, y puede influir en la vida de una enorme cantidad de personas. Es posible que el obispo entre en escena para suministrar comida y ropa cuando se acaben los recursos económicos de la familia. Los compañeros de trabajo pueden encubrir su comportamiento para ocultar que no está cumpliendo con sus obligaciones, o llevar sobre sí responsabilidades extras para que hombres como Juan no pierdan su puesto. Los empleadores pueden pasar por alto un cumplimiento deficiente, o darle repetidas oportunidades para ver si cambia, porque sienten que sería malvado despedirlo: “¿Qué sucedería con la familia si así lo hiciera?”
Por lo general, estás reacciones resultan destructivas. Protegen al alcohólico de las consecuencias de su comportamiento y le facilitan el seguir tomando.
Uno de los primeros pasos que se deben dar para ayudar a familias como la de Juan y Susana es comunicarse con el cónyuge y las otras personas afectadas por la situación y ayudarles a eliminar de su comportamiento aquellos sentimientos protectores que empeoran el problema. Deben aprender cómo manifestar “amor estricto”, lo que yo defino como “el hacer lo que se tiene que hacer aunque cause dolor”, o “no hacer por otras personas lo que ellas podrían hacer por sí mismas.
El “amor estricto” no siempre es fácil de manifestar. No es fácil romper el silencio y enfrentarse con un familiar querido sintiendo al mismo tiempo un espíritu firme de amor y deseos de ayudarlo. Puede resultar extremadamente doloroso para una mujer dejar a su marido toda la noche en la silla donde perdió el conocimiento y exigirle, a la mañana siguiente, que él mismo limpie lo que ensució la noche anterior. Es difícil para los niños tener que decirles a sus amigos: “Mamá está borracha”, en vez de inventar una excusa que la justifique.
Es muy difícil mantener la confianza en sí mismo cuando se tiene que tratar con alguien que ha adquirido la habilidad de echar sobre otros la responsabilidad de sus acciones.
Para poder seguir bebiendo, los tomadores llegan a ser expertos en influir y controlar astutamente a otras personas. Juan, por ejemplo, persuadió a Susana de que ella tenía la culpa de su vicio. Ella, a su vez, al sentir heridos sus sentimientos, se volvió cada vez más resentida hasta que se dio cuenta de lo que él realmente estaba haciendo. Cuando por fin comprendió que una persona no puede obligar a otra a tomar hasta el punto de convertirla en un alcohólico, comenzó a encauzar sus sentimientos y así pudo evitar el astuto control que Juan ejercía sobre ella y la amargura que dicha acción llevaba aparejada.
De alguna manera, la persona que toma debe asumir las responsabilidades de su mal comportamiento (en otras palabras, sufrir las consecuencias) antes de que puede aceptar una motivación para cambiar.
Desgraciadamente, las mismas enseñanzas que instan a los santos a que no tomen pueden hacer que desarrollemos actitudes negativas hacia aquellos que caen en la trampa del alcohol. Las opiniones ásperas, el calificar imprudentemente al tomador, y los malentendidos acerca del alcohol y sus efectos comúnmente limitan nuestra capacidad para ayudar.
Consideremos el rechazo que Juan sintió cuando asistió a una actividad en la Iglesia y una pareja se levantó para tomar otro asiento a causa del olor a bebida que emanaba de él. No siempre sucede esto, por supuesto, pero cuando ocurre, el sufrimiento experimentado por una persona como Juan puede ser intenso. Necesita ayuda, y no indiferencia.
He descubierto que podemos ayudar a un alcohólico siempre que lo consideremos como un hijo de Dios, con el mismo valor eterno que cualquier otra persona, pero con una enfermedad para la que necesita ayuda especial. Le hace falta sentir en esta situación —más que en cualquier otra— amor, interés y aceptación.
Comparemos las experiencias de Juan con las de un adolescente Santo de los Últimos Días llamado David.
Con un espíritu de desafío y rebeldía contra su padre, David tomó el automóvil de la familia sin permiso y entusiasmado con el estímulo de la velocidad, no logró hacer una curva, hizo volcar el auto y quedó severamente herido. Felizmente, los que lo acompañaban recibieron sólo lesiones insignificantes.
La familia y los miembros del barrio ayunaron y oraron por la recuperación del joven, quien recibió una bendición especial de sus maestros orientadores y muchas visitas en el hospital. Incluso los otros jóvenes involucrados en el accidente lo visitaron junto con sus padres y le expresaron sus deseos de que sanara pronto. Aun cuando quedó ligeramente lisiado y alterado, se recuperó, y todos agradecieron al Señor por haberle preservado la vida.
David había cometido un error muy grave, pero recibió el apoyo necesario durante un momento muy crítico de su vida.
La experiencia de Juan fue muy distinta, sin embargo. Cuando por fin él admitió que le hacía falta ayuda, entró en un centro de recuperación para drogadictos y alcohólicos, donde solamente le visitaba su esposa. Los miembros del barrio no ayunaron ni oraron para su recuperación. No recibió una bendición especial del sacerdocio; y cuando regresó a su casa, encontró que la gente lo trataba con aprensión, incertidumbre y dudas en cuanto a su capacidad para mantenerse sobrio.
He aprendido que el amor puro, la amistad, hermandad, y comprensión pueden ser una influencia benéfica en la vida de aquellos que sufren del terrible vicio del alcohol, de la misma manera que en la vida de los que padecen por otros problemas.
Quizás lo más difícil al ayudar a un alcohólico en su lucha por vencer el alcoholismo sea aprender a aceptar sus retrocesos sin desanimarse ni perturbarse demasiado. La recuperación lleva tiempo, y por lo general, hay retrocesos y desilusiones. Existen frecuentes tentaciones de darse por vencido, de sentir que toda esperanza es en vano y que todo progreso resulta frustrado.
Lo difícil es mantener el punto de vista apropiado —el poder dar, mentalmente, un paso hacia atrás y considerar el problema desde una posición de control— en vez de sentirse mentalmente atrapado dentro de límites muy estrechos sin salida. Los familiares deben saber cómo permanecer tranquilos y aceptar pequeñas mejoras, siempre conservando la esperanza de que este problema familiar pueda resolverse, y compartiendo esa esperanza entre sí. Por supuesto, tendrán que buscar continuamente ayuda divina. El Señor nos puede bendecir con una percepción mucho mayor que la que naturalmente poseemos, y un testimonio más fuerte del evangelio puede darnos la fortaleza para continuar sin rendimos.
La paciencia y perseverancia ayudan a la familia a seguir con amor y ánimo después de un retroceso, en vez de encontrarse abatidos y degradados.
Esto no quiere decir que siempre tendremos éxito en persuadir a un familiar a que deje de tomar. Sin embargo, los principios siguen en vigor. Y si el alcohólico no puede resolver su problema, al menos nuestros propios problemas se verán aliviados.
Podría evitarse mucho pesar si los familiares que no toman buscaran ayuda oportunamente. Es importante que todos los que estén relacionados con el problema tomen la iniciativa para aprender todo lo que puedan acerca del alcoholismo, el desarrollo de la adicción y los medios por los cuales los familiares y otras personas contribuyen, sin darse cuenta, a una continuación del problema.
Para los miembros de la familia que no toman, hay fuentes de ayuda a las que pueden recurrir y que incluyen a los maestros orientadores, los líderes de quorum, el obispo, y otros líderes interesados del sacerdocio y la Sociedad de Socorro, además de los tomadores rehabilitados que son miembros de la Iglesia.
Además de las personas antes mencionadas, hay grupos y programas especiales para la rehabilitación de alcohólicos a los cuales las personas pueden acudir en busca de ayuda. Es importante saber que en muchos casos es casi imposible la recuperación sin la ayuda de programas profesionales para vencer este vicio. En la mayoría de las comunidades existen programas para ayudar a las familias que necesitan asistencia en problemas relacionados con el alcohol.
Aunque difícil, el utilizar estas pautas ha proveído a muchas familias un curso a seguir que tiene sentido y ha dado como resultado algunas hermosas experiencias. Es maravilloso ver a una persona vencer este problema y unirse de nuevo a la familia.
La declaración del Señor de que “el valor de las almas es grande a la vista de Dios” y que “grande será [nuestro] gozo” si trajéramos una sola alma al reino (véase D. y C. 18:10, 15) ciertamente es verdadera en cuanto a nuestras labores con aquellos que son adictos al alcohol. Con la ayuda del Señor, podemos bendecir las vidas de los que se ven afectados por el alcoholismo, ofreciéndoles verdadera esperanza para la recuperación…
Toda mujer en el mundo actual tiene responsabilidades similares a las de la reina Ester. Las circunstancias son diferentes para cada una, pero cada mujer se enfrenta al cometido de ser fiel a los principios del evangelio si desea mejorar su vida mortal y hacerse digna de la oportunidad de progreso eterno. Debe comenzar por comprender quién es y que tiene un magnífico potencial como hija de Dios. Sus metas deben ser elevadas.
Hermana Barbara B. Smith.

























Gracias por la información y comentarios.
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