A pesar de todo, podemos ser felices

El sábado 27 de marzo de 1982
Conferencia General para todas las mujeres de la Iglesia.
A pesar de todo, podemos ser felices
Por la hermana Elaine A. Cannon
Presidenta General de las Mujeres Jóvenes

Elaine A. CannonEl conocimiento de que las grandes pruebas por las que tenemos que pasar en nuestra vida pueden redundar en nuestro beneficio es parte del valioso legado que necesitamos recordar y renovar.

Hay un refrán muy conocido que dice: “No hay mal que por bien no venga”. La tragedia puede reanimar el corazón y enriquecer el alma. Las hojas brotarán en los tallos resecos por los fríos del invierno. “Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría.” (Salmos 30:5.)

Mis queridas hermanas, la tarea diaria del Señor es hacer renacer la esperanza en las personas que se encuentran desesperadas. Depende de nosotros el que nos demos cuenta de que aun en lo más crudo del invierno podemos tener la certeza de contar dentro de nosotros con un cálido e indómito verano. En un mundo plagado de problemas es posible encontrar la felicidad.

Mis queridas hermanas, mi corazón late al compás del vuestro: junto al vuestro, jovencitas hermosas y llenas de vida; y al vuestro, mujeres con más experiencia, sabias y sufridas; con el de vosotras que soñáis con el porvenir y con el de las que han perdido las esperanzas; junto al de las que han sucumbido a las tentaciones de estos últimos días; al de las enfermas y al de las que han perdido la fe; junto al de las que han bañado la cara de un niño con sus lágrimas o mojado su almohada por las noches; a todas vosotras, os expreso mi cariño y comprensión y os doy mi testimonio de que nuestro Padre Celestial y nuestro Señor Jesucristo viven y nos apoyan y de que el Espíritu Santo nos testifica de que podemos obtener un gozo completo.

Pero antes de obtenerlo, conoceremos la amargura para apreciar la dulzura de la vida. Primero vienen las pruebas, luego recibimos el testimonio. (Véase Eter 12:6.)

Sabemos que en la existencia anterior a ésta, todos escuchamos a los Dioses presentar el plan de vida. Valiéndonos de nuestro libre albedrío, todos nosotros votamos venir a la tierra para ser probados. Yo creo que dijimos algo como: “Iré a la tierra y obtendré un cuerpo mortal y soportaré lo que me toque, ya sea un cuerpo defectuoso, que el hombre que ame se case con otra, situaciones desagradables en mi hogar, ser la única estudiante miembro de la Iglesia en mi escuela, pasar toda la vida luchando sin alcanzar el éxito. . . “no importa lo que me depare la vida, iré a probarme y aprender.” (Véase Abraham 3:25.)

Las pruebas son distintas en distintas épocas de la vida. Les resultará familiar la queja de una jovencita que le dice al hermano lo desgraciada que se siente: “No es justo; tú heredaste las pestañas largas y la nariz corta”. A lo que el hermano responde, tratando de consolarla, como sólo los hermanos pueden hacer: “Y qué, tú tienes la nariz larga y las pestañas cortas”.

¡Los hermanos siempre tan cariñosos. . .!

No importa lo que la vida nos ofrezca, debemos hacerle frente, vivir de la mejor manera posible, y tratar de ser felices.

De una cosa podemos estar seguras: cada una de nosotras debe pasar por grandes pruebas porque eso es parte del plan. Otra cosa cierta es que ni en esta vida ni en la venidera vamos a poseer cualidades que no hemos desarrollado, ni una forma de vida para la que no nos hemos preparado. La adversidad es una parte muy importante de esta preparación por lo menos por tres razones:

Primero, Dios sabe en quién puede confiar, y quién, como Job, se mantendrá firme y lo amará sin condiciones.

Segundo, sobrellevar las desgracias nos hace sentir más comprensión y compasión hacia los demás, o sea que podemos ayudarlos mejor cuando hemos vencido dificultades. Estaremos mejor capacitadas para ser un instrumento del que el Señor se vale para contestar las oraciones de otra persona.

Tercero, nos acercamos más a Dios cuanto más lo necesitamos. El agradecimiento, claro está, debe ser una parte importante de nuestras oraciones, pero tenemos que admitir que oramos con más fervor cuando se presentan los problemas.

Nuestra actitud determinará si nos entregaremos a la desesperación o si seguiremos adelante con esperanzas.

Es como elegir entre el agrio del limón y lo dulce de la limonada. Ante la adversidad podemos quejarnos amargamente: “¿Por qué yo, Señor?” y al sentirnos desgraciadas censuramos la voluntad de Dios. O podemos recibir guía, preguntándonos: “¿Cuál de los .principios del evangelio puede ayudarme ahora?” Cuando lo encontramos, el paso siguiente es cumplir con esa ley irrevocablemente decretada (véase D. y C. 130:20) sobre la cual se basa la bendición que necesitamos en ese momento.

El plan de Dios tiene como objetivo lograr nuestra felicidad. Sus principios se aplican a todas las situaciones.

Pero cada una de nosotras, no importando nuestra, edad, debe salvar los obstáculos a su modo, y tratar de alcanzar el gozo dentro de sus propias posibilidades. Quisiera daros algunos ejemplos:

La hermana Louise Lake vivió treinta años sola en una silla de ruedas y constantemente plagada de problemas. Pero logró prepararse para su encuentro con nuestro Padre Celestial. Todas las mañanas se ejercitaba espiritualmente observando el ritual de contar sus bendiciones. En lugar de maldecir a Dios y morir, ella le daba gracias, y vivió, dejando sentir su influencia entre todos los que la conocían gracias a lo que había aprendido por medio de su desgracia.

La hermana LaRue Longden fue consejera en la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes, y era la presidenta de esa organización en su barrio cuando su hijita se enfermó gravemente. Ella y su esposo estaban orando cuando les avisaron que la niña había muerto. Después del funeral, las líderes y las jovencitas del barrio se quedaron a saludarla. A pesar de que estaba muy acongojada, al darse cuenta de que la estaban observando, se dijo: “Tengo que practicar lo que les he enseñado, y ser un ejemplo de lo que realmente creo”. Y con la cabeza en alto, logró saludarlas con una sonrisa.

Una jovencita de catorce años que conozco venció el cáncer que padecía, pero nunca podrá tener hijos. Me dijo que el tema de la organización de las Mujeres Jóvenes, “Jehová es la fortaleza de mi vida” (Salmo 27:1), la ayudó a soportar la prueba, y decidió que llegaría a ser la mejor maestra de niños que tuviera nuestro Padre Celestial. Es cuestión de encontrar el principio y aplicarlo para encontrar gozo.

Una joven amiga mía tuvo que criar sola a sus hijos. Un día, necesitaba desesperadamente guía y consuelo. Se sentía muy sola porque sus padres estaban en una misión, el obispo estaba ocupado, y su maestro orientador estaba de viaje. Finalmente, a punto de llorar, buscó refugio en las Escrituras y encontró el pasaje que decía: “Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros” (D. y C. 88:63). Esta frase era lo que necesitaba; oró y recibió la ayuda de Dios. Fue una experiencia muy hermosa.

Hoy, nosotras, las mujeres de todas las edades, podemos acudir a los poderes del cielo. Podemos fortalecernos con la ayuda del sacerdocio y encontrar paz en nuestra bendición patriarcal y guía en el estudio de las Escrituras.

La vida no nos da siempre lo que esperamos, pero no estamos solas. En Mosíah se encuentra esta gran promesa:

“Alzad vuestras cabezas y animaos. . . aliviaré las cargas. . .

sobre vuestros hombros, de manera que no podréis sentirlas sobre vuestras espaldas… y esto haré yo para que me seáis testigos en lo futuro, y para que sepáis de seguro que yo, Dios el Señor, visito a mi pueblo en sus aflicciones.” (Mosíah 24:13, 14.)

¿No es algo realmente hermoso?

Yo sé que nuestro Padre Celestial cumple con sus promesas. Yo, al igual que vosotras, he sido probada de muchas maneras. Pero la templanza así adquirida nos enseña que las cargas que soportamos sobre los hombros pueden transformarse en dones, que se nos entregan en las manos.

Yo sé que esto es cierto, y ruego que podamos mantenernos firmes ante las pruebas, en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, como testigos de Cristo, de la paz y el contento que podemos obtener en esta vida.

Ruego que podamos ayudarnos las unas a las otras a sobrellevar los momentos difíciles, así como a encontrar alegría en los momentos buenos, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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