Una invitación al desarrollo

El sábado 27 de marzo de 1982
Conferencia General para todas las mujeres de la Iglesia.
Una invitación al desarrollo
Por la hna. Dwan J. Young
Presidenta General de la Primaria

Dwan J. YoungAnnette, tu vocecita ha llenado de música este salón cuando cantabas: “Hazme, hazme en la luz andar” (Canta conmigo, B-45). En muchas partes del mundo he observado uno por uno a otros niños que cantaban la misma canción, y con una oración en mi corazón pedía que hubiera alguien cerca de ellos que pudiera enseñarles a “andar en la luz”.

Cada uno de nosotros llega a este mundo en forma separada, uno por uno. Esto no ocurre por accidente. Me parece que es la forma del Señor de hacernos recordar el infinito valor de cada alma.

Existe algo muy sagrado en el momento en que nace un niño. Recuerdo muy claramente el nacimiento de cada uno de mis hijos. El primero llegó después de tres largos años de ansiosa espera; era muy pequeñito, sólo pesaba dos kilos y cuarto. Me sentí muy responsable. Me parecía que era un milagro y surgió en mí un profundo sentimiento de gratitud por aquella criatura que era mía. Con cada niño obtuve la comprensión cada vez más fuerte de mis obligaciones en la vida. Arrullarlos para que se durmieran, cantarles canciones de cuna, susurrarles palabras suaves al oído, soñar con su futuro; me maravillo por este milagro potencial que acunamos en nuestros brazos, el broche de oro de la Creación: el ser humano.

El desarrollo es inevitable; es el fenómeno natural de la vida misma. Y es evidente que el niño se halla en un proceso dinámico de crecimiento físico sobre el cual uno tiene muy poco control. En corto tiempo el peso se duplica; rápidamente llega a los tres años, luego a los cuatro, y en un abrir y cerrar de ojos se convierte en un jovencito o jovencita que se casa y se aleja del hogar.

Cuando ellos principian a aprender es como si se abriera la compuerta de un dique, no se puede detener ni controlar su capacidad para crecer y aprender. Al principio imitan lo que ven, pero luego actúan por su propia iniciativa. Siempre me maravillaba al ver que sólo con mostrarles una vez cómo hacer algo se entusiasmaban tanto que empleaban su propia inventiva para ampliar el nuevo conocimiento.

Al observar el proceso del crecimiento natural, nos volvemos sensibles a ciertos principios eternos sobre los cuales se afirma todo progreso. Primero, el progreso es lo que se espera de todo ser, es la esperanza divina que se le da a cada alma al pasar a la mortalidad. Nuestro Padre Celestial espera que utilicemos el gran don de la vida para gozar y apreciar este principio básico. Debido a que tenemos vida, podemos crecer y desarrollarnos, y cumplir en la tierra algunos cometidos que no podríamos llevar a cabo en ningún otro lugar.

Muy pronto nos enteramos de otro gran principio. Entre todas las creaciones de Dios sólo sus hijos tienen la capacidad de dirigir su propio desarrollos progreso. Debido al poder que tenemos de tomar nuestras propias decisiones, podemos utilizar el tiempo en la mortalidad para alcanzar un óptimo progreso y desarrollo. No es suficiente sólo crecer; aun la maleza y la cizaña de las que habla la Biblia pueden hacerlo. Pero se espera que mejoremos nuestro progreso para que no seamos como el árbol que crece sin tutor, sino que al desarrollar nuestros talentos triunfalmente salvemos los obstáculos que nos presenta la mortalidad. Disciplinándonos, nuestra experiencia mortal nos conducirá a un dominio cada vez mayor de aquellas características que nos harán dignos de tener una relación cercana con Dios.

Si nos ponemos a observar, nos daremos cuenta de que el crecimiento se produce paso a paso, y las Escrituras dicen que se efectúa “línea por línea, precepto tras precepto. . .”D. y C. 98:12).

El bebé aprende a caminar adelantándose vacilante paso tras paso, y aprende a hablar palabra por palabra. Paso a paso aprendemos a preocuparnos por los demás, a servir y a querer. Aprendemos a dominar los diferentes conceptos, uno a la vez.

El Señor cuidadosamente nos explicó este gran principio cuando dijo:

“Daré a los hijos de los hombres línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí; y benditos son aquellos que escuchan mis preceptos y prestan atención a mis consejos, porque aprenderán sabiduría; pues a quien reciba, le daré más; y a los que digan: Tenemos bastante, les será quitado aun lo que tuvieren.” (2 Nefi 28:30.)

Nos invade una honda y maravillosa admiración cuando observamos el fenómeno natural del crecimiento físico. En nuestro hogar teníamos un lugar en donde los niños marcaban su estatura en la pared. Con un libro sobre la cabeza, podían darse cuenta de si habían crecido desde la última vez que se les había medido. Si así era, se oían gritos de alegría. Ese es el crecimiento natural, pero qué gran satisfacción y gozo se obtienen cuando logramos ver un cambio en nosotros por medio del esfuerzo y la selección personal y constante.

Me acuerdo de una niñita que una vez, acercándose a su padre, le dijo:

—Dame algo difícil para hacer.

De manera que él buscó algo que la niña pudiera hacer, pero ella le contestó:

—No, papá, eso no es lo suficientemente difícil, yo quiero algo realmente difícil.

El llevaba su portafolio que estaba bastante pesado, y le dijo:

—Muy bien, lleva esto que será bastante difícil para ti cargar.

Ella lo levantó.

— ¡Caramba, está pesado! —dijo—, pero creo que puedo cargarlo. Luchó y se tambaleó por el peso, pero finalmente logró cargarlo hasta la casa. A todos nos gusta el sentimiento de satisfacción que obtenemos cuando logramos hacer algo realmente difícil.

El crecimiento o progreso es un proceso constante; y nunca se alcanza la meta final. Es un constante ascenso por la colina de la vida, el cual requiere esperanza y fe. Alma expresa elocuentemente que tenemos potencial para el desarrollo, así como la semilla, la cual florece cuando se la atiende y nutre. Una vez que estamos preparados, como la semilla, listos para germinar, comienza el crecimiento que sólo se consigue cuando tenemos la fe para seguir adelante. (Véase Alma 32:26-43.)

Recuerdo las palabras de Víctor Hugo:

“Sé cómo el pájaro posado en una ramita tan frágil que aunque siente que se rompe bajo su peso, sin embargo canta porque sabe que tiene alas que lo sostendrán.”

(Time for poetry, comp. por May Hill Arbuthnot. Chicago: Scott, Foresmany Co., 1961, pág. 202.)

Podemos decir que hemos llegado a dominar un nuevo principio cuando, como el pájaro, nos damos cuenta de que no tememos enfrentar al mundo y que podemos vivir guiados por la verdad, conociendo nuestra capacidad.

Cuando un niño es todavía muy pequeño, los padres son los que toman las decisiones que lo conducen por el camino, lento pero seguro; más cuando el cuerpo y el espíritu maduran, las decisiones se convierten en algo personal e individual. Alguien dijo: “Eres tú quien debe encender el fuego de las antorchas que llevas en tus manos”.

Al esforzarnos por hacer caso a la invitación del Señor de tener vida y tenerla en abundancia (véase Juan 10:10), recordemos esta gran verdad: que como hijos de Dios tenemos la capacidad de dirigir nuestro propio desarrollo espiritual.

Que nuestro Padre Celestial nos fortalezca, nos guíe y nos enseñe a andar en la luz. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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